₪ Un personaje cada día

- ¿Y si no crees por qué eres el alcalde de este lugar? - Edward se quedó en silencio sin llegar a responder. Él llevaba siendo el alcalde de aquel lugar casi desde que tenía uso de razón. La mujer le miraba fijamente y él concentraba la mirada en ningún punto en concreto. Ella enarcó una ceja en su dirección mientras cortaba un trozo de una manzana y se lo llevaba a la boca con tranquilidad.

Edward era obligado a quedar de rodillas mirándola, mientras los gritos de terror resonaban en todo el pueblo. - Lo diré yo, ya que tú no respondes, no eres mejor que yo, otro mentiroso - Se cortó otro trozo de manzana y se lo llevó a la boca. - Eres Edward, el santo de los mentirosos, San Friedrich el mentiroso - sonrió con suficiencia y se puso en pie, Edward la miró sin llegar a pronunciar palabra alguna. Estaba herido, golpeado, aquellos dos tipos que tenía detrás le obligaban a quedar de rodillas frente a la mujer que se había enseñado ya bastante con él. Pero solo tenía espacio en su cabeza para pensar en sus vecinos.

Aquella mañana esa gente había irrumpido en su poblado, atacando a todos aquellos que se cruzaban en su paso. Muchos amish habían muerto ya, otros habían logrado escapar y por último los que no habían sido obligados a quedarse allí y vivir las torturas de aquellos recién llegados, unos salvajes de fuera. - St. Friedrich el mentiroso... Suena genial - susurró aquella lunática. - Serás el santo perfecto para mi nuevo hogar... - se acercó a él acariciando su mejilla y sin más se puso de nuevo en pie, la mujer se volvió quedando de espaldas a Edward.

El hombre solo era capaz de pensar en su gente, en los que habían muerto, en como habían muerto, en que sería de los que seguían vivos... Apenas se percató entonces de lo que le iba a pasarle a él, no hasta el último momento, cuando se fijó el borde afilado del hacha. No hasta que aquella psicópata lo alzó. - ... - y se acordó de su familia, ojalá pudiera volver a verlos de nuevo, antes de que el hacha cayera sobre él.

La puerta principal de la casa del alcalde se abrió de par en par. Dos tipos robustos salieron caminando con toda la tranquilidad del mundo. Seguidos no de muy lejos una mujer de cabellos oscuros avanzaba con aburrimiento por el lugar. La comitiva llegó hasta la plaza del pueblo, donde más gente rodeaba el pozo principal. En alguna esquina acurrucados y llorando, luchando contra el frío y el dolor de los golpes, amish que habían sobrevivido a aquel ataque. La mujer se subió al borde del pozo y paseó por este como si fuera una niña. Portaba un saco pequeño. Una niña de los amish observó como este goteaba, una mancha rojiza cubrió la nieve y se asustó. Una de las mujeres que había llegado de fuera con aquellos tipos se apiadó de la pequeña y se acercó para cubrirla con su chaqueta. - Tranquila cielo, yo cuidaré de ti - la pequeña que no entendía lo que estaba pasando se abrazó a la mujer que probablemente habría acabado con la vida de algún familiar o conocido de ella.

Los recién llegados al poblado observaron a quien seguían. La morena sonrió con cierta malicia. - Edward os tenía engañados habitantes del amish country, fuera no hay ningún infierno, tan solo una guerra librada con el mundo que los humanos comenzamos a perder... - alzó el saco entre sus manos. - Compañeros... Os prometí un lugar y aquí estamos... Bienvenidos a St. Friedrich, hogar de los mentirosos, de los fuertes, de aquellos que de verdad luchan por lo que quieren... - esta vez se dirigió hacia sus compañeros mientras que sacaba el contenido de la bolsa y alzaba la cabeza del difunto Edward Friedrich. - Los que no quieran quedarse, serán acompañados fuera, los que no respeten mis condiciones acompañarán a mi amigo Eddy - sujetó la cabeza entre sus manos, acariciando las mejillas de este, luego se la pasó a uno de los suyos. Con cierto asco se limpió las manos en la chaqueta del otro y señaló la plaza. - Déjala por ahí... - dijo sin más mientras comenzaba a caminar por el poblado, ahora suyo.