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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Historias De Un Mundo Desordenado
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En fin, sé que esto no es exactamente para esto, sin embargo... Quiero compartir este proyecto personal con TODOS vosotros.
Historias de un Mundo Desordenado es un proyecto que he ideado a partir de un sencillo relato que empecé hace muy poco. En él hablaremos de un mundo en el que los muertos no se quedaban muertos. No existen proyectos, no existen inmunes ni portadores, solo están los vivos y los muertos. No hay una empresa malvada que podría acabar con todos... Los zombis no son criaturas asombrosas... Solo son... Eso, zombis.
En este proyecto quería que estuvierais vosotros incluidos. Aquí todos escribiremos una misma historia, la historia del Mundo Desordenado, como lo he bautizado. Distintas personas, distintas vidas. Quiero que escribais vuestros propios relatos, con las personas que deseeis, como querais... No os obligo, solo os digo... Si vosotros quereis, aquí estaré yo con los brazos abiertos para recibiros.
Estas historias no van de "zombie killers" ni de personas super armadas, va de gente corriente que ha sobrevivido, desde niños que juegan inocentemente en sus columpios hasta un tipo que viaja solo por el desierto...
Historias que emocionen, historias que muestren la frustación, la tristeza, el sentimiento de culpa por las perdidas, la desesperación... Y sobre todo, historias que muestren que tambien se puede sonreir en un mundo como este.
Por ello, tengamos cosas en cuenta: No os estendais mucho con los relatos, por relato pongamos unas 5 hojas de word como máximo (no me mordais, pero es por gente como yo que se emociona y se pone a escribir hasta que no le queda día). Las historias pueden tener un desenlace o pueden continuar en otro relato (como una segunda parte), pueden estar en el apartado espacio/tiempo que querais (siendo lógicos), dadle un título, podeis interrelacionar vuestras historias, la de ella y la de él, unirlas, enseñar que todo es posible en un mundo desordenado, donde los muertos se levantan...
Si os gusta la idea, aquí estarán recibidas con mucho agrado vuestros relatos, vuestras historias. Vuestros comentarios, por supuesto.
Sobre todo... Disfrutad de esto.
Y aquí dejo el pistoletazo de salida, espero que os guste.
Una sombra rondaba entre los edificios con la delicadeza de una gacela, acechando al depredador para que este no acabase alimentándose de ella. Con una sonrisa en el rostro y una mirada azul tan profunda como el cielo, la sombra salió corriendo, alejándose de quien la pueda cazar. Se alejó y se alejó, hasta llegar a un edificio algo maltrecho. En el letrero se leía a duras penas lo de “supermercado”, a pesar de toda la suciedad acumulada por el paso del tiempo y que nadie se preocupase de su manutención.
La sombra se quitó la capucha, dejando ver su rostro, el rostro de un joven que había pasado mil penurias, de cabellos castaños y desordenados, que no pensaba preocuparse de peinárselos.
-Necesito algo para afeitarme -Se dijo a sí mismo. Lo dijo en voz alta solo por el simple hecho de que oír su voz le resultaba reconfortante.
Suspiró mientras se mesaba la escasa barba. Se encontraba exhausto, no sabía si quería seguir con toda esta pantomima. Pero se esforzó, había alguien que dependía de él.
Antes los veinticinco era una edad en la que se estaba en la flor de la vida, ahora… Ahora era incierto lo que deparaba el futuro, fuera para quien fuera. “La muerte te espera en cada esquina”, le dijeron los que poco después la encontraron. Mil penurias, mil perdidas, y que poco a poco iban aumentando de una manera u otra. “Las penurias te hacen más fuerte”, le dijo su padre, antes de que todo esto empezara.
Hacía tiempo ya que no rememoraba aquella época en la que todo era normal, resultaba deprimente. Aún así, de vez en cuando, algún recuerdo de aquella época se colaba y jugaba con su mente, recordándole el agua corriente, la gente perdida, el no estar eternamente en peligro… Pensar en ello, recordarlo, hacía que le diesen verdaderas ganas de llorar, como cuando era un niño.
Volvió a suspirar, empujó las puertas, pero al ser automáticas no cedieron. Metió los dedos por la escasa separación entre ambas y se propuso separarlas del todo. No pudo evitar pensar en lo fácil que era en el pasado, te acercabas y se te abrían solas. No consiguió separarlas mucho, pero si lo suficiente como para que entrase sin problemas.
Al entrar se vio en un supermercado con muchas estanterías tiradas, saqueado casi al completo, impregnado de una absoluta oscuridad. Seguramente no encontraría nada más allá de una lata de conservas caducada o algo similar. Maldiciendo por lo bajo sacó de su bolsillo una pequeña linterna auto recargable y la encendió. La oscuridad se disipó, pero no encontró a la vista mucho que le pudiera servir.
Cogió un par de botellas de agua que no estaban abiertas, no se fiaba del otro par que si lo estaban. Rebuscó por las estanterías caídas, repasó un poco todo, pero no encontró nada. Miró la caja registradora, el dinero no le serviría, pero… Miró la mesa y el archivador, ahí podría encontrar lo que realmente buscaba.
Se puso a rebuscar de nuevo, pero esta vez entre los cajones de la mesa y el archivador. ¡Bingo! Miró el objeto que tanta falta le hacía, miró su medicina. La medicina que todos necesitaban.
Metió todo lo que había encontrado en su mochila, salió del supermercado y miró el eterno cielo, el ocaso… La muerte del día. Se colocó la capucha y volvió a convertirse en una gacela acechando a su depredador, huyendo de el sin que llegara a saber de su presencia. Sigiloso, rápido… Iba tan rápido, no podía perder ni un segundo, no le gustaba la noche en el nuevo mundo.
Llegó a su destino, un gran edificio de unos siete pisos, antes era un bloque de oficinas, ahora, un refugio. Miró la puerta, cerrada y reforzada a base de tablas de madera, las apartó y abrió la puerta, pasando al interior, no sin antes recolocar las tablas y cerrar tras de él. Unas acciones que le resultaban ya automáticas.
Miró las infinitas escaleras, después de todo, el ascensor no funcionaba, como todo lo electrónico. Encendió la linterna y fue subiendo poco a poco, bajo la escasa iluminación que le daba la linterna con la batería a medio descargar, no le merecía la pena recargarla, se decía a sí mismo.
Llegó al quinto piso, la linterna emitió un último centelleo débil y se apagó, para siempre. Algunas velas iluminaban el pasillo, lo siguiente era una zona de oficinas, de lo más típica, pero con las mesas movidas y una especie de campamento a base de maderos para quemar y sacos de dormir ahí en medio. Los ojos del joven se posaron en los de una joven que estaba contra la pared.
-¿Encendiste tú las velas? –Preguntó, notablemente preocupado por ella.
La chica le dedicó una sonrisa, una sonrisa en su cara pálida, con la frente llena de perlas de sudor, causadas por una clara fiebre. El alma se le cayó a los pies con esa visión, pero aguantó el tipo, no podía llorar, tenía que disfrutar de esos momentos.
-Vale, no pasa nada, tenías que iluminar el sitio… Por cierto, encontré agua y… Lo que hablamos. –Dijo, con una cara de circunstancias, mientras se quitaba la capucha y dejaba en el suelo la mochila. –Nada más…
Ella alargó la mano, dejando que la sabana con la que se tapaba callera un poco, dejando ver en su brazo una venda algo manchada por la sangre. Él puso mala cara al ver eso, pero simplemente se agachó y aceptó agradecido la caricia de esa persona a la que quería tanto.
-Oye… Si lo has encontrado… ¿Cuantas hay? –Preguntó, algo preocupada, mientras perdía las fuerzas en el brazo y lo dejaba caer.
-Solo una… No necesitamos más, ¿no? –Dijo, con una mueca de rota seguridad en el rostro. Simplemente no soportarla verla así.
Ella asintió, con una mirada entristecida, no le gustaba lo que sucedía…
La noche fue transcurriendo, él fue al baño, ella bebió un poco de agua, y contempló la lata con agua y un paño que él había dejado ahí hacía unos momentos. Cuando él volvió, con una camisa cambiada y una amplia sonrisa, tenía una decisión muy clara, disfrutar del momento.
-Me he afeitado, la cuchilla no podrá servirme más, pero bueno, ya me las apañaré… Sé que te gusto más sin tantos pelos de por medio, así que creí que era buena idea. –Dijo, mirándola con cierta remolonería. Ella rió, y alargó la mano como antes, esperando que él se agachase, cosa que hizo de inmediato. Ella le acarició la mejilla, disfrutando de la suavidad de su piel.
-Me gusta… Mucho. –Concluyó, con una sonrisa amplia.
Él alargó la mano y cogió la lata y el paño, lo escurrió y lavó la frente de la chica, retirando el sudor, refrescándola un poco.
-Hay tantas cosas que queríamos hacer, ¿eh? Y la hemos cumplido todas… -Dijo él, cambiando a su manera de tema.
-Es cierto, como la vez… que estuvimos en la Estatua de la Libertad. Me… encantó. –Susurró, mientras su mirada vagaba por el infinito, a través de las paredes vidriadas de la oficina. Suspiró. –Hay algo que aún no hemos hecho… No hemos visto el amanecer juntos. –La mirada de él se paró sobre ella, sorprendida.
-Es verdad… Decíamos que teníamos tanto tiempo… Si no hubiéramos hecho esa idiotez de pasear agarrados de la mano por el parque. Si esa mala bestia no hubiera salido de la nada y te hubiera mordido… -Dijo él, maldiciéndose así mismo por ser el culpable de lo que le había pasado a ella. Sin embargo, ella le acarició la cara, con una sonrisa, negando.
-No tienes la culpa de nada, recuérdalo. Además, aún podemos ver el amanecer juntos, recuerda. –Le alentó ella.
Sin mediar palabras, él se sentó al lado de ella, y se quedó ahí, esperando.
Horas más tarde, ambos contemplaron con muda expectación como el sol salía de la nada, como el cielo se iluminaba, como el día nacía. Ella derramó unas lágrimas, de manera silenciosa, mientras su respiración se hacía cada vez más débil.
Él la contemplo, con los ojos humedecidos por las lágrimas. Se puso delante de ella, expectante, mientras veía que su respiración se hacía tan débil que… Desapareció. Solo entonces dejó que su tristeza saliera, sollozando, mirándola.
Cogió su mochila y sacó el objeto tan preciado que había encontrado, la medicina los males de ella. Una pistola. La contempló en silencio, mientras acercaba su frente a la suya, mientras unas lágrimas se derramaban por su rostro. Mientras los sollozos llenaban la habitación.
Y entonces, puso el arma en su nuca, mirando el rostro de ella desde cerca, incumpliendo su trato.
-Te amo. –Dijo.
Y un sonido rompedor sonó por toda la oficina, y dos cuerpos cayeron muertos, para siempre, de manera inalterable…
Porque en un mundo donde los muertos no permanecen muertos, porque en un mundo donde la única medicina infalible es una pistola… Porque quizás en un mundo así no se pueda ser feliz.
Porque estas son… Historias de un Mundo Desordenado.
Historias de un Mundo Desordenado es un proyecto que he ideado a partir de un sencillo relato que empecé hace muy poco. En él hablaremos de un mundo en el que los muertos no se quedaban muertos. No existen proyectos, no existen inmunes ni portadores, solo están los vivos y los muertos. No hay una empresa malvada que podría acabar con todos... Los zombis no son criaturas asombrosas... Solo son... Eso, zombis.
En este proyecto quería que estuvierais vosotros incluidos. Aquí todos escribiremos una misma historia, la historia del Mundo Desordenado, como lo he bautizado. Distintas personas, distintas vidas. Quiero que escribais vuestros propios relatos, con las personas que deseeis, como querais... No os obligo, solo os digo... Si vosotros quereis, aquí estaré yo con los brazos abiertos para recibiros.
Estas historias no van de "zombie killers" ni de personas super armadas, va de gente corriente que ha sobrevivido, desde niños que juegan inocentemente en sus columpios hasta un tipo que viaja solo por el desierto...
Historias que emocionen, historias que muestren la frustación, la tristeza, el sentimiento de culpa por las perdidas, la desesperación... Y sobre todo, historias que muestren que tambien se puede sonreir en un mundo como este.
Por ello, tengamos cosas en cuenta: No os estendais mucho con los relatos, por relato pongamos unas 5 hojas de word como máximo (no me mordais, pero es por gente como yo que se emociona y se pone a escribir hasta que no le queda día). Las historias pueden tener un desenlace o pueden continuar en otro relato (como una segunda parte), pueden estar en el apartado espacio/tiempo que querais (siendo lógicos), dadle un título, podeis interrelacionar vuestras historias, la de ella y la de él, unirlas, enseñar que todo es posible en un mundo desordenado, donde los muertos se levantan...
Si os gusta la idea, aquí estarán recibidas con mucho agrado vuestros relatos, vuestras historias. Vuestros comentarios, por supuesto.
Sobre todo... Disfrutad de esto.
Y aquí dejo el pistoletazo de salida, espero que os guste.
Nuestro Último Amanecer
Una sombra rondaba entre los edificios con la delicadeza de una gacela, acechando al depredador para que este no acabase alimentándose de ella. Con una sonrisa en el rostro y una mirada azul tan profunda como el cielo, la sombra salió corriendo, alejándose de quien la pueda cazar. Se alejó y se alejó, hasta llegar a un edificio algo maltrecho. En el letrero se leía a duras penas lo de “supermercado”, a pesar de toda la suciedad acumulada por el paso del tiempo y que nadie se preocupase de su manutención.
La sombra se quitó la capucha, dejando ver su rostro, el rostro de un joven que había pasado mil penurias, de cabellos castaños y desordenados, que no pensaba preocuparse de peinárselos.
-Necesito algo para afeitarme -Se dijo a sí mismo. Lo dijo en voz alta solo por el simple hecho de que oír su voz le resultaba reconfortante.
Suspiró mientras se mesaba la escasa barba. Se encontraba exhausto, no sabía si quería seguir con toda esta pantomima. Pero se esforzó, había alguien que dependía de él.
Antes los veinticinco era una edad en la que se estaba en la flor de la vida, ahora… Ahora era incierto lo que deparaba el futuro, fuera para quien fuera. “La muerte te espera en cada esquina”, le dijeron los que poco después la encontraron. Mil penurias, mil perdidas, y que poco a poco iban aumentando de una manera u otra. “Las penurias te hacen más fuerte”, le dijo su padre, antes de que todo esto empezara.
Hacía tiempo ya que no rememoraba aquella época en la que todo era normal, resultaba deprimente. Aún así, de vez en cuando, algún recuerdo de aquella época se colaba y jugaba con su mente, recordándole el agua corriente, la gente perdida, el no estar eternamente en peligro… Pensar en ello, recordarlo, hacía que le diesen verdaderas ganas de llorar, como cuando era un niño.
Volvió a suspirar, empujó las puertas, pero al ser automáticas no cedieron. Metió los dedos por la escasa separación entre ambas y se propuso separarlas del todo. No pudo evitar pensar en lo fácil que era en el pasado, te acercabas y se te abrían solas. No consiguió separarlas mucho, pero si lo suficiente como para que entrase sin problemas.
Al entrar se vio en un supermercado con muchas estanterías tiradas, saqueado casi al completo, impregnado de una absoluta oscuridad. Seguramente no encontraría nada más allá de una lata de conservas caducada o algo similar. Maldiciendo por lo bajo sacó de su bolsillo una pequeña linterna auto recargable y la encendió. La oscuridad se disipó, pero no encontró a la vista mucho que le pudiera servir.
Cogió un par de botellas de agua que no estaban abiertas, no se fiaba del otro par que si lo estaban. Rebuscó por las estanterías caídas, repasó un poco todo, pero no encontró nada. Miró la caja registradora, el dinero no le serviría, pero… Miró la mesa y el archivador, ahí podría encontrar lo que realmente buscaba.
Se puso a rebuscar de nuevo, pero esta vez entre los cajones de la mesa y el archivador. ¡Bingo! Miró el objeto que tanta falta le hacía, miró su medicina. La medicina que todos necesitaban.
Metió todo lo que había encontrado en su mochila, salió del supermercado y miró el eterno cielo, el ocaso… La muerte del día. Se colocó la capucha y volvió a convertirse en una gacela acechando a su depredador, huyendo de el sin que llegara a saber de su presencia. Sigiloso, rápido… Iba tan rápido, no podía perder ni un segundo, no le gustaba la noche en el nuevo mundo.
Llegó a su destino, un gran edificio de unos siete pisos, antes era un bloque de oficinas, ahora, un refugio. Miró la puerta, cerrada y reforzada a base de tablas de madera, las apartó y abrió la puerta, pasando al interior, no sin antes recolocar las tablas y cerrar tras de él. Unas acciones que le resultaban ya automáticas.
Miró las infinitas escaleras, después de todo, el ascensor no funcionaba, como todo lo electrónico. Encendió la linterna y fue subiendo poco a poco, bajo la escasa iluminación que le daba la linterna con la batería a medio descargar, no le merecía la pena recargarla, se decía a sí mismo.
Llegó al quinto piso, la linterna emitió un último centelleo débil y se apagó, para siempre. Algunas velas iluminaban el pasillo, lo siguiente era una zona de oficinas, de lo más típica, pero con las mesas movidas y una especie de campamento a base de maderos para quemar y sacos de dormir ahí en medio. Los ojos del joven se posaron en los de una joven que estaba contra la pared.
-¿Encendiste tú las velas? –Preguntó, notablemente preocupado por ella.
La chica le dedicó una sonrisa, una sonrisa en su cara pálida, con la frente llena de perlas de sudor, causadas por una clara fiebre. El alma se le cayó a los pies con esa visión, pero aguantó el tipo, no podía llorar, tenía que disfrutar de esos momentos.
-Vale, no pasa nada, tenías que iluminar el sitio… Por cierto, encontré agua y… Lo que hablamos. –Dijo, con una cara de circunstancias, mientras se quitaba la capucha y dejaba en el suelo la mochila. –Nada más…
Ella alargó la mano, dejando que la sabana con la que se tapaba callera un poco, dejando ver en su brazo una venda algo manchada por la sangre. Él puso mala cara al ver eso, pero simplemente se agachó y aceptó agradecido la caricia de esa persona a la que quería tanto.
-Oye… Si lo has encontrado… ¿Cuantas hay? –Preguntó, algo preocupada, mientras perdía las fuerzas en el brazo y lo dejaba caer.
-Solo una… No necesitamos más, ¿no? –Dijo, con una mueca de rota seguridad en el rostro. Simplemente no soportarla verla así.
Ella asintió, con una mirada entristecida, no le gustaba lo que sucedía…
La noche fue transcurriendo, él fue al baño, ella bebió un poco de agua, y contempló la lata con agua y un paño que él había dejado ahí hacía unos momentos. Cuando él volvió, con una camisa cambiada y una amplia sonrisa, tenía una decisión muy clara, disfrutar del momento.
-Me he afeitado, la cuchilla no podrá servirme más, pero bueno, ya me las apañaré… Sé que te gusto más sin tantos pelos de por medio, así que creí que era buena idea. –Dijo, mirándola con cierta remolonería. Ella rió, y alargó la mano como antes, esperando que él se agachase, cosa que hizo de inmediato. Ella le acarició la mejilla, disfrutando de la suavidad de su piel.
-Me gusta… Mucho. –Concluyó, con una sonrisa amplia.
Él alargó la mano y cogió la lata y el paño, lo escurrió y lavó la frente de la chica, retirando el sudor, refrescándola un poco.
-Hay tantas cosas que queríamos hacer, ¿eh? Y la hemos cumplido todas… -Dijo él, cambiando a su manera de tema.
-Es cierto, como la vez… que estuvimos en la Estatua de la Libertad. Me… encantó. –Susurró, mientras su mirada vagaba por el infinito, a través de las paredes vidriadas de la oficina. Suspiró. –Hay algo que aún no hemos hecho… No hemos visto el amanecer juntos. –La mirada de él se paró sobre ella, sorprendida.
-Es verdad… Decíamos que teníamos tanto tiempo… Si no hubiéramos hecho esa idiotez de pasear agarrados de la mano por el parque. Si esa mala bestia no hubiera salido de la nada y te hubiera mordido… -Dijo él, maldiciéndose así mismo por ser el culpable de lo que le había pasado a ella. Sin embargo, ella le acarició la cara, con una sonrisa, negando.
-No tienes la culpa de nada, recuérdalo. Además, aún podemos ver el amanecer juntos, recuerda. –Le alentó ella.
Sin mediar palabras, él se sentó al lado de ella, y se quedó ahí, esperando.
Horas más tarde, ambos contemplaron con muda expectación como el sol salía de la nada, como el cielo se iluminaba, como el día nacía. Ella derramó unas lágrimas, de manera silenciosa, mientras su respiración se hacía cada vez más débil.
Él la contemplo, con los ojos humedecidos por las lágrimas. Se puso delante de ella, expectante, mientras veía que su respiración se hacía tan débil que… Desapareció. Solo entonces dejó que su tristeza saliera, sollozando, mirándola.
Cogió su mochila y sacó el objeto tan preciado que había encontrado, la medicina los males de ella. Una pistola. La contempló en silencio, mientras acercaba su frente a la suya, mientras unas lágrimas se derramaban por su rostro. Mientras los sollozos llenaban la habitación.
Y entonces, puso el arma en su nuca, mirando el rostro de ella desde cerca, incumpliendo su trato.
-Te amo. –Dijo.
Y un sonido rompedor sonó por toda la oficina, y dos cuerpos cayeron muertos, para siempre, de manera inalterable…
Porque en un mundo donde los muertos no permanecen muertos, porque en un mundo donde la única medicina infalible es una pistola… Porque quizás en un mundo así no se pueda ser feliz.
Porque estas son… Historias de un Mundo Desordenado.
No dejes que nada malo le pase
Miré a mi derecha y seguidamente a mi izquierda. Desde que había empezado la “contaminación” como lo había llamado mi padre me había vuelto más cuidadosa y eso me había llevado a encargarme de un pequeño niño al que no le quedaba familia salvo un hermano perdido, no como a mi que ya no me quedaba nadie. Ande rápidamente hacia un supermercado al que ya le había echado el ojo pero por falta de medios no había podido entrar. Hoy llevaba conmigo un trozo alargado de madera que iba a utilizar como palanca, la noche de anterior me la había pasado buscando posibles palancas y fue lo mejor que encontré. Metí el trozo de madera entre las puertas y apoyé todo mi peso sobre el trozo de madera que había en mi lado. Poco a poco comenzó a ceder hasta que llegó un punto en el que el madero empezó a caerse y con el, yo detrás. Perfecto, me encontraba en el suelo, boca abajo y sucia de nuevo, pero al menos había logrado mi objetivo, la puerta estaba abierta y había un hueco suficiente para entrar y salir con bolsas hasta los topes. Miré la tierra del suelo donde estaba tumbada, tenía ganas de no moverme de ahí, quedarme hasta morir pero no iba a dejar que Jack, el niño al que cuidaba, se volviese a quedar solo. Jack estaba inválido, aún no sabía como se las había arreglado para sobrevivir en una silla de ruedas, pero el caso es que lo había echo y por algo sería ¿no? Me levanté rápidamente, me sacudí el polvo de la ropa vieja y entré en el supermercado. El sol aún estaba en lo más alto del cielo, lo cual aún me daba bastante tiempo para poder mirar cada lata en la tienda y asegurarme de su “calidad” pero siempre anochecía demasiado temprano y era algo, que superaba mis fuerzas. Me dirigí a la estantería más alejada, mi plan era barrer con todo desde lo más alejado hasta llegar a la puerta para irme y parecía un muy buen plan. Empecé a remover todo lo que había en las estanterías con cuidado de no hacer ruido, buscaba algo comestible, caducado o no, mientras fuera comestible me valía, Jack necesitaba tener todas las fuerzas que le pudiesen ofrecer todos los alimentos que le llevaba. Jack decía que lo último que se perdía eran la fe y la esperanza pero eran cosas que yo había perdido hace ya mucho tiempo atrás. Una lata de melocotón. No parecía en mal estado y estaba bien cerrada aún. Me lo llevé a la nariz para olisquearlo un poco y tampoco olía muy mal, quizá aún podría salvar algunos trozos de melocotón. Sería una gran cena después de todo lo que habíamos tenido que comer.
-Dame eso- siseó una voz detrás de mi mientras cargaba su pistola.
-No- dije fríamente mientras guardaba la lata en mi bandolera y me daba la vuelta para mirar a mi atacante.
Si no me había matado ya no lo haría dijese o hiciese lo que fuera, eso decía el libro de psicología o eso logré entender de ese maldito y condenado libro. El hombre era alto, moreno tanto de piel como de cabello, estaba delgado pero no en los huesos y era atractivo. Estábamos en época zombie y yo no había visto a un hombre que me superase en edad, este era el primero en mucho tiempo y no iba a negar lo que mi cuerpo me pedía a gritos. El hombre se pegó a mi empujándome hasta acorralarme entre la estantería y su cuerpo, me puso el arma en la sien y la mano que tenía libre rodeó mi cuello. Sus ojos marrones me recorrían de arriba a abajo, de hito en hito, me mordí el labio con las manos en el brazo que tenía en mi cuello, pese a ser un mínimo contacto físico el ambiente estaba caldeado y yo no tendría problema alguno en montármelo ahí mismo.
-¿Viajas sola?- preguntó intentando aparentar seriedad, cuando lo más seguro es que estuviera tan caliente como yo.
-N... no- musité con dificultad.
-Oh, perdón- dijo relajando más la mano que tenía en mi cuello para ponerla en la estantería.
-¿Gracias?- pregunté un poco dubitativa.
Él intentó no reírse por mi respuesta y segundos después de meditación apartó la pistola y le puso el seguro de nuevo. Pese a eso no se movió un milímetro de donde estaba, recorrió con la yema de sus dedos desde mi cintura hasta mi mentón y se estiró hasta llegar a una lata de guisantes que al parecer tenía detrás de mi al fondo de la estantería. La guardó en su mochila riéndose entre dientes y yo volví a respirar con cierta dificultad aún.
-¿Dónde vives?- preguntó ronroneando en mi oreja mientras se estiraba a por más alimentos pegándose más a mi.
-Donde puedo- dije tragando saliva mientras giraba un poco la cabeza para verle.
-¿Y ahora?- preguntó de nuevo divertido mientras guardaba las latas en su mochila.
-Eso sería mio si no hubieras llegado- bufé recostándome en la estantería.
-No importa, hoy cargo yo con las compras y tú, pones la casa- susurró en mi oído mientras cogía otra lata.
Miré al hombre sorprendida y guardé mis manos en los bolsillos. Bueno, así si se apiadaba de mi me ayudaría con la silla de Jack y no me vendría nada mal su compañía. Mientras yo le daba vueltas al asunto, él se iba moviendo por toda la tienda moviéndome junto a él, como si yo no supiera andar sola y fue llenando poco a poco su mochila.
-¿Cómo te llamas?- pregunté con curiosidad mientras me disponía a ayudarle con las latas. Estaba empezando a oscurecer y no me hacía mucha gracia.
-Nick- dijo él parándome mientras me quitaba las latas que tenía en la mano.
-Pues Nick, o te das prisa o seremos la comida de los zombies esos y Jack se estará preocupando- gruñí levemente cruzada de brazos.
-Jack... ¿es guapo?- preguntó Nick divertido mientras cerraba su mochila.
-Pues hombre, la pederastia no me mola mucho pese a estar en los tiempos que estamos- dije alzando una ceja -¿celoso?- pregunté divertida.
-Tu hermano pequeño entonces- dijo sonriéndome divertido, dándolo por sentado.
No le iba a sacar de su equivocación, ahora mismo Jack era como mi hermano pequeño así que su error no era tan erróneo. De repente Nick me cogió en brazos y fue corriendo a su coche que se encontraba delante del supermercado. ¿Por qué puñetas se me había olvidado mirar en los coches? Y eso que ayer ese coche no estaba ahí, viva mi observación tardía... Me metió en el coche con delicadeza y pronto ya estábamos en dirección al edificio en el que estaba Jack. Le guié hasta la puerta y una vez ahí salí corriendo, quité los trozos de madera que había puesto cuando salí y le hice señas para que entrase rápido. Nick hizo lo que le pedí, cogió sus mochilas y entró rápidamente al edificio. Miré a los lados y cuando me aseguré de que nada ni nadie nos veía cerré con cuidad y una vez dentro atranqué la puerta y puse de nuevo unos trozos de madera que bloqueaban la puerta. Nick dio un par de pasos por el vestíbulo y silbó gratamente alucinado.
-¿Lisa?- preguntó Jack desde el piso de arriba.
-Si cielo, ya subo- dije alzando un poco la voz -¿Vamos?- pregunté a Nick sonriendo.
Por fin estaba en casa, hogar dulce hogar, habíamos logrado llegar cuando aún había unos rayos de sol así que estaba bien, Jack no se debería haber preocupado excesivamente. De repente Nick había dejado de hablar y parecía bastante preocupado, pero ahora no tenía tiempo para fijarme en lo que le preocupaba. Jack sabía que estaba en casa y por tanto tenía que subir a toda prisa o se empezaría a preocupar. Solo había tres pisos y había decidido instalarnos en el tercero, solo por si acaso, el segundo estaría mejor pero nunca se sabía pero el tercero parecía más cómodo. Unos minutos después llegamos al tercer piso, empecé a andar con paso más ligero hasta llegar a Jack, lo cogí en brazos y le bese la mejilla mientras él me abrazaba y se quedaba sin decir nada. Solo tenía siete años pero era bastante maduro para algunas cosas como la comida, no me ponía pegas a nada, lo único que le preocupaba más y por tanto era más crío era cuando tardaba en llegar o en subir las escaleras. Se preocupaba demasiado. En pocas palabras me contó lo que había echo en mi ausencia y yo mientras iba caminando hasta la puerta buscando a Nick que se había quedado rezagado. Cuando lo encontré estaba sentado en el pasillo con la cabeza entre las piernas, me agache ligeramente sin dejar que Jack se resbalase y acaricié el pelo de Nick. Este levantó la cabeza y sonrió despreocupado, levantándose rápidamente para luego ayudarme a mi.
-¿Lis? ¿Qué pasa?- preguntó Jack intentando darse la vuelta.
-Un amigo que he echo hoy- dije girando al niño en mis brazos.
En cuanto se vieron Jack empezó a llorar, musitando que no era verdad, se giró a mi y me abrazó de lleno escondiendo su cara en mi pelo. Nick por el contrario se quedó mirando a Jack alargando los brazos. Miré dubitativa a Nick y negué abrazando a Jack mientras le acunaba y acariciaba su pelo. Me daba miedo que Nick pudiese hacerle algo pero no lo veía posible, Jack estaba temblando y seguía murmurando cosas incomprensibles. Nick me puso mala cara y siguió con los brazos extendidos esperando a que yo le pasara a Jack. Dubitativa abracé de forma protectora a Jack y me empecé a alejar de Nick dando ligeros y cortos pasos hacia atrás. Nick gruñó y me cogió del brazo rápidamente.
-Mira por donde andas Lisa- gruñó Nick tirándome hacia la pared.
-Lo siento- musité resbalándome por la pared hasta sentarme. El golpe no había sido muy duro pero intentar proteger a Jack del golpe me había dejado bastante tocada.
-¿Lis?- preguntó el pequeño Jack cogiéndome la cara con su manitas.
-Estoy bien peque, solo necesito descansar un poco- musité intentando no cerrar los ojos mientras sonreía.
-Jack déjame ver a Lisa- dijo Nick agachándose.
-Estoy bien, de verdad- dije molesta mientras apartaba la mano de Nick y cogía a Jack de nuevo levantándome.
-Así te caerás- gruñó Nick.
-Pues así sea- dije de forma testaruda mientras avanzaba hacia la habitación pegada a la pared.
-Lis, hazle caso, es mi hermano mayor ¿lo recuerdas?- musitó Jack nervioso mientras se abrazaba a mi cuello.
-¿T... tú qué?- pregunté dubitativa mientras Nick cogía a Jack.
-Espera aquí y no te muevas- dijo Nick en tono amenazador.
Me encogí de hombros y esperé. No sabía cuanto tiempo había pasado pero estaba en un colchón al lado de una pequeña fogata que había echo Nick, la cabeza seguía dándome vueltas pero iba lo suficientemente bien como para ver el peligro que nos acechaba. Nick y Jack estaban a lo suyo riendo mientras que una de esas cosas iba hacia ellos. Me empecé a levantar medio grogi, el bicho ese vio mi movimiento y empezó a acercarse más rápido, cada vez le quedaba menos para llegar al cuerpo de Jack. No le iba a dejar tocarle, antes me mordería a mi. Decidida me tiré encima de esa cosa, Nick se levantó rápidamente sacando su pistola y Jack empezó a gritar. Me mantuve lo más lejos que pude de sus uñas y boca, no sabía como se transmitía eso pero muchos me habían dicho que con un simple mordisco o arañazo habían acabado como ellos. Esperé a escuchar el disparo de Nick pero no llegaba, pegué un puñetazo a la cosa esa y en cuanto me lo saqué de encima otro se me tiró. En ese momento escuché dos disparos, uno por cada bicho de esos supuse pero el que estaba encima de mi aprovecho y me mordió en la pierna. Lancé un grito ahogado mientras me echaba hacia atrás y me cogía la pierna. Me estaba volviendo a dormir o a quedar inconsciente como mejor se viese. Vi como Nick corría con Jack a mi lado, me decían cosas, les veía mover sus labios pero yo no escuchaba nada, cada vez les veía más lejos, luchaba desesperada por volver pero todos sabíamos en que terminaría ese mordico. Me iba a morir y más les valía meterme una bala antes de que me convirtiera en una cosa de esas, me horrorizaría saber que podía hacerles daño siendo una cosa de esas. Me giré lentamente a donde supuse que estaba Nick e intenté acariciar su rostro. Respiraba pesadamente, en un momento de claridad en el que pude ver bien a ambos chicos vi las similitudes que compartían. Antes había estado tan ciega. Despeiné a Jack sonriendo y miré a Nick como lo había echo en el supermercado.
-No dejes que nada malo le pase-
Escasos segundos después, todo se volvió negro.
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