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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Mientras los tiburones se alimentan [BalioN]
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Recuerdo del primer mensaje :
Los paparazzis los esperaban en el aeropuerto. Incesables "clicks" y flashes que obligaban a Maeve a llevar gafas de sol polarizadas. Debería haberse acostumbrado, pero jamás lograba sentirse a gusto con toda esa atención. Su cara, sin embargo, reflejaba lo contrario. Seducía a esos paparazzis y a las gentes con una radiante sonrisa y un ligero saludo a todos los presentes. Su indumentaria acabaría en las portadas de las revistas, aún cuando fuera un simple vestido blanco.
—¿Cómo permiten entrar a toda esa gente? —Bromeó el conductor cuando Maeve, su esposo y sus suegros entraron en el vehículo que los esperaba en el parking. Lo increparon y agachó la mirada.
—Bueno, es un sitio público. —Respondió la irlandesa—. Lo preocupante sería encontrártelos en la pista de aterrizaje.
Soltó una pequeña risa y luego se hizo silencio durante todo el trayecto desde el aeropuerto de Virginia Beach hasta la base de los Navy Seals, donde debían procurar un acto público, visitando a las fuerzas especiales que tanta admiración les procuraba su suegro, un reconocido veterano de guerra. Sólo Dios sabía cuánto odiaba la joven lo bélico y aquellas presentaciones. Si bien su suegro era un fanático de todo eso, su esposo sólo estaba allí con el fin de recaudar más votos. Le hubiera gustado gritar que pararan el coche, bajarse en el medio de la ciudad y dar una nota de prensa repugnando al gobierno. Pero no podía.
No fue mucho más de media hora hasta que llegaron. Si bien los esperaban, toda precaución era poca. Sobretodo teniendo en cuenta las últimas amenazas que la familia había recibido. Todo transcurrió con normalidad, se saludaron unos a otros, se dieron la mano y recitaron un extenso discurso plagado de patriotismo y patrañas varias para motivar a los muchachos. Por suerte sólo era un trofeo y, como tal, estaba allí para mostrar su apoyo incondicional. Luego de tanta seriedad, habían montado un banquete. Reunidos allí estaban los altos cargos de las fuerzas especiales, peces gordos de la política y algún enclenque que había logrado una invitación. Y periodistas.
Fotos por todos lados. Posar, sonreír y repetir, hasta que el pase de prensa se acabó y los hombres trajeados se reunieron en una sala a tratar cuestiones que debían escapar al oído de los pequeños. En aquella reunión había entrado el Comandante Jack Skrooger, que se había presentado muy amablemente frente a la rubia.
Cuando se hubieron ido y su suegra y ella quedaron rodeadas de soldados, Maeve se dedicó a charlar dulcemente con algunos de ellos, más que nada de política y actualidad. Uno en especial llamó la atención de la irlandesa. Recordaba su nombre: Adam Jensen. Uno de los capitanes, de los perros grandes. Al contrario que ella, el hombre sí demostraba su descontento con la situación. Pensó que él tendría una conversación mil veces mejor que el resto. Se acercó, con una copa extra en la mano y se la cedió.
—Esto no es lo tuyo, ¿verdad? —Comenzó diciendo—. Soy Maeve Fitzgerald, un gusto.
Fitzgerald... Uno de los requisitos que había impuesto su padre al casarla: Se conservaría su apellido.
Los paparazzis los esperaban en el aeropuerto. Incesables "clicks" y flashes que obligaban a Maeve a llevar gafas de sol polarizadas. Debería haberse acostumbrado, pero jamás lograba sentirse a gusto con toda esa atención. Su cara, sin embargo, reflejaba lo contrario. Seducía a esos paparazzis y a las gentes con una radiante sonrisa y un ligero saludo a todos los presentes. Su indumentaria acabaría en las portadas de las revistas, aún cuando fuera un simple vestido blanco.
—¿Cómo permiten entrar a toda esa gente? —Bromeó el conductor cuando Maeve, su esposo y sus suegros entraron en el vehículo que los esperaba en el parking. Lo increparon y agachó la mirada.
—Bueno, es un sitio público. —Respondió la irlandesa—. Lo preocupante sería encontrártelos en la pista de aterrizaje.
Soltó una pequeña risa y luego se hizo silencio durante todo el trayecto desde el aeropuerto de Virginia Beach hasta la base de los Navy Seals, donde debían procurar un acto público, visitando a las fuerzas especiales que tanta admiración les procuraba su suegro, un reconocido veterano de guerra. Sólo Dios sabía cuánto odiaba la joven lo bélico y aquellas presentaciones. Si bien su suegro era un fanático de todo eso, su esposo sólo estaba allí con el fin de recaudar más votos. Le hubiera gustado gritar que pararan el coche, bajarse en el medio de la ciudad y dar una nota de prensa repugnando al gobierno. Pero no podía.
No fue mucho más de media hora hasta que llegaron. Si bien los esperaban, toda precaución era poca. Sobretodo teniendo en cuenta las últimas amenazas que la familia había recibido. Todo transcurrió con normalidad, se saludaron unos a otros, se dieron la mano y recitaron un extenso discurso plagado de patriotismo y patrañas varias para motivar a los muchachos. Por suerte sólo era un trofeo y, como tal, estaba allí para mostrar su apoyo incondicional. Luego de tanta seriedad, habían montado un banquete. Reunidos allí estaban los altos cargos de las fuerzas especiales, peces gordos de la política y algún enclenque que había logrado una invitación. Y periodistas.
Fotos por todos lados. Posar, sonreír y repetir, hasta que el pase de prensa se acabó y los hombres trajeados se reunieron en una sala a tratar cuestiones que debían escapar al oído de los pequeños. En aquella reunión había entrado el Comandante Jack Skrooger, que se había presentado muy amablemente frente a la rubia.
Cuando se hubieron ido y su suegra y ella quedaron rodeadas de soldados, Maeve se dedicó a charlar dulcemente con algunos de ellos, más que nada de política y actualidad. Uno en especial llamó la atención de la irlandesa. Recordaba su nombre: Adam Jensen. Uno de los capitanes, de los perros grandes. Al contrario que ella, el hombre sí demostraba su descontento con la situación. Pensó que él tendría una conversación mil veces mejor que el resto. Se acercó, con una copa extra en la mano y se la cedió.
—Esto no es lo tuyo, ¿verdad? —Comenzó diciendo—. Soy Maeve Fitzgerald, un gusto.
Fitzgerald... Uno de los requisitos que había impuesto su padre al casarla: Se conservaría su apellido.
El tiempo pasa tan despacio y al mismo tiempo tan deprisa cuando haces lo que más te gusta, tanto que te engancha más que cualquier droga. Puede que el sino de Adam sea matar, puede que haya desarollado la personalidad e Balion para ser más eficiente en ello, pero eso no implica que sea su pasatiempo favorita ni que solo tenga esa clase de pensamientos arcaícos, antes de esa vida, él había sido músico y dirigido un imperio del crimen que te cagas, cosas de la vida, por ello, disfruta como nunca con esa musa, es capaz de tener una sensibilidad muy elevada en ese aspécto.
No puede evitar soltar una risilla cuando escucha lo que oye dice al respecto tras el beso, no se puede negar que se ha ofendido, todos tenemos un orgullo, a veces cuando creemos tener la guardia más alta es cuando más desprotegidos estamos, en ese aspécto social Adam no es distinto ni superior al resto de personas.
-Y no queremos que eso pase verdad?-Decide mantener una actitud un tanto más fría con ella a pesar de ser un maestro de la mentira. Se ha duchado incontables veces con desconocidos, para él no es nada extraño, todo su cuerpo es un portento, atestiguado por muchos tatuajes y cicatrices, se termina poniendo un recambio de ropa militar del barracón.
Mientras termina de vestirse ella le da un beso y le inquiere unas palabras que ya ha escuchado demasiadas veces, unas de las cuales está muy cansado, por lo que decide hundirse en sus pensamientos antes que aceptar la realidad, al menos hasta que ella se marche.
-Quizá...De todas formas no todos los días puedo besar a una diosa-Le sonríe e independientemente de lo que ella decida hacer o los gritos de la puerta él quiere marcharse igual, no sabe porque no o si cree que su marido es mejor que él, cosa que duda bastante pero no le queda otra que aceptar su decisión, prefiere tomar el aire y despejarse.
-Ya va joder...-Cuando abre, su comandante le espera, pero él cierra la puerta tras de sí impidiendo que pueda verla a ella, se puede escuchar como va acompañado de varios policias militares, parecen decirle algo de que como se le ocurre entrenar con la hija del candidato a senador y encerrarse con ella, si aquello llegara a salir a la luz...
-Lo acepto, sacadme de una puta vez de aquí...-Extiende las muñecas, queriendo olvidar la situación, esa noche acabaría borracho y tirado en la enfermería, conocería a su futura mujer y tendría una hija, aunque al final lo perderia todo, parece que en algún punto encontró lo que buscaba, solo el apocalipsis sabe si se volverán a encontrar para esa carrera de revancha.
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