Un nuevo comienzo [Sylvia Weis]

La monotonía era lo peor. El paso del tiempo era lento y asesino. Para Ethan los segundos pasaban tan lento que podrían ser horas perfectamente. No sabía cuánto tiempo había pasado desde que se despertó. Ni cuánto llevaba dormido. Lo tuvieron un par de días en una camilla, lo que parecía un hospital. Mientras que se recuperaba, cuando despertó tuvo que asimilar demasiado. Uno de los médicos le explicó que estaba en Umbrella y que Sylvia Weis le había salvado la vida.

Irónico.

Le faltaba el brazo izquierdo y acostumbrarse a ello... no, no había forma de acostumbrarse a ello. Ni siquiera sabía cómo sentirse. Pero se limitó a estar, sin pensar en mucho. Le habían traído un libro, uno de los enfermeros. La Divina Comedia de Dante Alighieri, no era la primera vez que lo leía. Pero como no tenía otra cosa que hacer lo empezó a leer de nuevo. Sabía perfectamente que Sylvia se lo había mandando. Ni siquiera fue a verlo.

Leer con una sola mano había sido raro y al principio difícil, seguir en adelante, si hasta eso le costaba... De nuevo no sabía cómo sentirse. Estaba furioso, y la teoría de que morir habría sido lo más sencillo comenzaba a parecerle lo más fácil. Cobarde, pero lo más fácil.

Ahora Sylvia trabajaba para Umbrella y casi que ni le extrañó. Ella y la forma de adaptarse a cualquier cosa. Si al principio le pareció extraño, luego hasta le resultó lo más normal. Sabía que no le iban a dejar irse, por lo que simplemente estaba a la espera de ver qué pasaba a continuación.

Al día siguiente, el doctor volvió a visitarlo. Le iban a dar el alta. Y lo llevaron a una especie de celda blanca con una camilla. A determinadas horas lo visitaba un enfermero para revisar el muñón y limpiarlo. Observaba la herida con fijeza y aún así no era capaz de asimilar lo que había ocurrido, de hecho, a veces, sentía que le dolía el brazo o que le picaba y cuando trataba de rascarse... no había nada. Sentía que se estaba volviendo loco.

Se quedó sentado en el suelo, sin saber qué hacer, le habían traído el desayuno, por eso, sabía que sería por la mañana. Comió algo, pero estaba desganado. ¿Qué le esperaba ahora?

Había pasado una semana desde su llegada. Sylvia aún recordaba la sangre, el olor, el dolor en sus extremidades… y por más que le pasara era imposible olvidarlo.

Trajo a Ethan Wake medio inconsciente. Creyendo incluso que había muerto desangrado, pero eso no la frenó. Los hombres de Umbrella que la recibieron en el hangar creyeron que estaba herida, pues al bajar del vehículo la sangre de Wake salpicaba su rostro, manos y ropas. Cuando abrió la parte del copiloto y empezó a tirar del hombre, mientras gritaba pidiendo ayuda el desconcierto se apoderó de ellos. Pues aquello no tenía nada de habitual o cotidiano. Ella siempre solía salir sola, y traía consigo a un extraño, un superviviente del fin del mundo. Claro que se rumoreaba que lo conocía, pero solo hablaría con White Queen.

Y así fue, lo llevaron a curar mientras ella, aún con restos de su sangre hablaba en privado con un ente que no tenía nada de humano.

Por extraño que parezca, le contó toda la verdad y la inteligencia artificial de la base aceptó que se quedase con la condición de que trabajara para ellos más adelante.

Los días fueron pasando y aunque la pelirroja visitaba a su invitado todos los días, ella no se dejó ver.

— El virus está en su cuerpo, igual que tú, ¿lo sabes? — se quedó en shock, porque entonces… lo había condenado por nada. Le entregó a uno de los enfermeros un libro que le traía y se marchó, no sin antes pedir que no se lo contaran aún.

Los días siguieron pasando, hasta una semana. Aún no le había visitado, por lo menos sabiéndolo él.

Aquel día, sin pensar demasiado en ello bajó las escaleras hacia las celdas. Se quedó en la entrada viendo como el personal salía, le habían llevado el desayuno.

Tras un rato allí, regresó sobre sus pasos. Aquel día lo tenía libre, por lo que decidió ir a entrenar un rato. El ejercicio calmaría su mente y la ayudaría a enfrentar mejor la situación. Antes de llegar a subir a la siguiente planta se maldijo a sí misma, volvió a bajar las escaleras y con su característico mal humor volvió hasta la entrada de las celdas, sin pensarlo abrió las puertas y se adentró en el pasillo de bloques. Fue directa hasta el cristal que la separaba de Ethan. No lo había pensado, pero estaba molesta por no ser capaz de enfrentarse a él.

— Hola Ethan — habló al cristal, allí estaba él sentado en el suelo. No entendía por qué le había costado tanto bajar, verlo... Era un cúmulo de situaciones que prefería evitar. ¿Le contaría la verdad sobre su sangre, su brazo? Había perdido su brazo para nada. ¿Cómo podía explicar aquello? la mataría, la odiaría más de lo que ya seguramente lo hacía. Y por curioso que fuera, le pesaba. No acabaron bien la última vez, ella solo acató las órdenes de su familia y sí, sí que había arrepentido de ello.

La bandeja estaba prácticamente intacta, había comido apenas un poco de cada cosa y luego se sentó en el suelo, apoyado en una de las paredes para pasar un rato leyendo. Aquel libro lo había leído tantas veces que prácticamente se lo sabía de memoria, pero aún así disfrutó de la lectura.

Cuando escuchó el saludo alzó rápidamente la mirada para toparse con los ojos de Sylvia sobre él. La pelirroja estaba allí de pie.

— Hola Sylvia — respondió en el mismo tono. Por fin se había dignado a ir a verle. Ethan cerró el libro y se puso en pie. Caminó lentamente hacia el cristal y se quedó frente a ella. Su mirada se desvió al muñón envuelto en vendas. — Al parecer me has salvado la vida — su voz sonó calmada. Durante los últimos días le había estado dando vueltas a todo aquello y aunque una parte de él querría haber muerto, entendía que aquello era lo que había hecho que no acabase convertido en una de esas cosas.

— ¿Por qué lo hiciste? — fue directo al grano. Sabía que la pelirroja no lo había salvado sin más, solo por salvarlo, seguro que había algo detrás y creía entender por qué. ¿Por qué si no iba a estar encerrado en Umbrella? No lo había cuestionado, porque estaba seguro de ello. Sin embargo a ella si le quería escuchar una respuesta.

No le había salvado la vida, aunque ella creía que lo hacía. Por lo que aquellas palabras cayeron sobre ella con pesadez. Respiró hondo. ¿Por qué lo había hecho? Aquella era una buena pregunta, la última vez que se vieron lo dejó tirado. Y cuando lo volvió a encontrar...

— No podía dejarte morir — respondió secamente al recordar aquel momento. Cuando Sylvia se lo encontró no lo reconoció de primeras, y a punto estuvo de acabar con su vida en un momento de compasión. Ella hubiese querido que al contrario hubieran hecho lo mismo con ella, pero entonces se fijó en sus ojos, sus rasgos... y no se lo podía creer, era él de verdad. La última persona con la que esperaba encontrarse. Angy era la única persona de su pasado que seguía con vida y aunque se hubieran separado sabía que seguía viva, pero no estaban juntas. Y se encontró con Ethan, no le podía dejar morir.

— Yo... de haber sido al revés, es lo que hubiese querido — tragó saliva. La pelirroja se acercó al panel de botones que había al lado de la celda, pulsó unas combinaciones y el cristal se abrió. — ¿Habrías preferido morir? — Sylvia se acercó a él. pasando al interior de la celda. Lo miró fijamente, la verdad es que no hubiese muerto y aquello le pesaba enormemente. Pero no lo admitiría, ya que hizo lo que hizo pensando en las estadísticas y en cómo funcionaba el virus.

Sus palabras hicieron eco en sus oídos y tuvo que asimilar lo que escuchaba. Sus labios se curvaron en una sonrisa entre divertida e incrédula. La miró esperando ver algo en su rostro que denotara la broma que acababa de soltar, pero no fue así.

El silencio se apoderó de la sala, durante unos largos segundos, mientras que Ethan preparaba una respuesta para la pelirroja. Porque en su mente había tanto que quería soltar... y no, no lo haría de la forma que estaba esperando. Respiró hondo y relajó todo su cuerpo.

Escuchó sus siguientes palabras, cuando abrió el cristal, él también se puso en pie y avanzó lentamente hacia ella, quedando a escasos centímetros de la mujer que le había destrozado la vida.

— Maldita sea, se me había olvidado lo manipuladora y puta mentirosa que eras — pronunció cada palabra con todo el odio del mundo, aunque sus labios seguían mostrando una sonrisa.  — Me lo hubiese creído, pero entonces recordé los tres años que pasé pudriéndome en prisión por tu culpa — hizo una pausa. — Lo que hubieses querido — repitió. — Creo que era más bien lo que tú querías, porque no sé por qué extraña razón ahora me querías con vida. Es así, Sylvia Weis siempre hace y deshace a su antojo y esa fue tu maldita elección, no la mía.

Se dio la vuelta y regresó al mismo sitio de antes, volviendo a sentarse con cuidado.

— Estaba listo para morir — sentenció.

La pelirroja se mordió el interior del labio mientras que Ethan hablaba. Escuchó atentamente cada palabra y esperó hasta que se sentó en el suelo, su rostro seguía inexpresivo. Aunque sus palabras la hubieran molestado no lo mostraría. ¿Esa era su respuesta después de haberlo querido ayudar?

— Al parecer pasar esos tres años en prisión te han hecho aún más débil Ethan — avanzó un par de pasos hasta su altura y se agachó para mirarlo fijamente a los ojos. — Si tengo que perder un brazo para seguir con vida, lo haría, evidentemente no es algo que quisiera, pero de no quedar más remedio me adaptaría a ello, en lugar de... auto compadecerme — se apartó con suavidad, desviando la mirada hacia la bandeja de comida casi intacta, el libro... todo lo que señalaba que Ethan se estaba dejando.

— Te creía de otra forma Ethan, pensé que escaparías, que harías las cosas de otra manera, pero te dejaste atrapar y encima me culpas a mi, no sabía que eras tan patético — ahora fue ella la que habló con bastante molestia, casi odio, puesto que eso sí la había molestado. Claro que se sintió culpable en su momento, quiso ayudarlo, ¿cómo lo iba a dejar a posta que lo atraparan? Pero también estaba su hermana... y luego su padre. Él no quiso que el nombre de su empresa se manchara. Ni la dejó a ella arriesgarse, por mucho que intentó hacer algo, pero eso no se lo iba a decir a él, era muy orgullosa. Y por encima de todo, estaba el respeto y miedo que sentía hacia su padre. Se arrepentiría siempre de aquella acción, al igual que lamentó que el propio Ethan no intentase nada, porque creyó de verdad que regresaría con ella, y aquello también le pesó, así que sí, se alegró de volver a verlo y le aterró creer que iba a morir. Por eso le salvó.

Que manipuladora podía llegar a ser, cuanto odio, veneno podía soltar. Ethan permaneció inmóvil con la mirada fija en la pared de en frente escuchando las palabras de la pelirroja. Giró su cabeza para mirarla fijamente, la tenía tan cerca, que tuvo que hacer un esfuerzo abismal por no golpearla. Quiso golpearla, y no, no se arrepentiría de nada, pero sentía que eso era lo que ella quería, hacerle perder el control.

— ¿Disfrutas queriendo hacerme daño, verdad? — aunque al principio todos sus músculos estaban tensos, Ethan consiguió volver a calmarse, e incluso hablar de forma tranquila y pausada. — Es la única explicación que puedo encontrar Sylvia — añadió. — Siempre he sabido que pecabas de querer sentirte superior a todo el mundo y lo justificaba con que no era tu culpa, con que te enseñaron eso desde el principio. Lo más gracioso es que yo también lo pensaba — hizo una breve pausa para mirarla a sus ojos. — Besaba el suelo por el que pisabas, si había un dios al que rezarle esa eras tú — se rió en silencio al pensar en toda aquella época. — Y lo más irónico, es que seguramente si me lo hubieras pedido yo me habría sacrificado por ti, me habría entregado por tu hermana, habría cargado con gusto con todo el peso del mundo por ti, porque durante una época lo eras todo para mi — los ojos de él se clavaron con fuerza en la mirada de ella. — Así que te doy las gracias de que tú eligieras por mi, así me di cuenta de lo insignificante que era para mi diosa pelirroja — se quedó unos segundos más mirándola y desvió la mirada con desgana. Se sentía extraño tenerla de nuevo frente a él. No sabía en qué pensaba Sylvia Weis, pero esos ojos... le seguían quemando la piel y él lo odiaba.

Absurdas fueron las palabras de ella. Aquella justificación. ¿Un cobarde que se dejó atrapar? Sintió la ira de nuevo, querer florecer en lo más hondo de su interior. Aquello era una broma. Lo decía como si lo hubiera esperado, como si de verdad... Maldita harpía. No, Sylvia Weis era todo lo malo que había habido en su vida y que le detuvieran fue lo mejor que pudo haberle pasado, se rompió la magia, se le cayó la máscara... y hasta estuvo tranquilo durante un tiempo. Al menos hasta la propagación del virus T. Sí, vivir en prisión había sido más tranquilo que trabajar para Weis.

— ¿Qu-qué? — tartamudeó por un segundo, lo cual la hizo sentirse como una niña pequeña. Sylvia apretó con furia sus puños, en un intento de controlarse y lo más importante, de calmarse. ¿Hacerle daño? No, pero había una parte, había una parte de ella que estaba furiosa con él por no haber vuelto. Sabía que no habría sido fácil, pero si tanto alardeaba de haberla alabado tanto...

Las palabras se le hicieron un nudo en la garganta cuando él dijo que se hubiera entregado libremente por ella. Sabía que era cierto, pero no lo quería creer, era más fácil pensar que era un inútil que no había luchado lo suficiente por volver a su lado. Y aquella era la mentira más grande que se estaba diciendo nunca. Porque siempre se sintió mal por lo que hizo, pero ahora era la única forma de justificarse, de alguna forma.

— Podrías haber vuelto, pero no lo hiciste, o tal vez... no pudiste... — soltó todo aquel veneno y se giró para marcharse. Una vez fuera de la celda, pulsó los botones para que el cristal se volviera a cerrar, se quedó de pie frente a él observándolo hasta que la celda estuvo sellada por completo. Sylvia se mostraba seria firme, su respiración era notablemente algo superior, a causa del enfado.

No quiso hablar más. ¿No tenía razón? Ella quería sentir que sí, convencerse, maldita sea, quiso salvarle la vida cuando le vio... ¿Y se enfadaba con ella? No sabía cuántos argumentos sacar más. Y hasta para salvarle la vida le había condenado. Se sintió tan pesada en aquel instante que no pudo más, se fue rápidamente de la sala sin decir más, subió las escaleras con toda la velocidad que pudo y solo cuando supo que estaba sola se permitió gritar y hasta golpear la pared. En su vida todo había estado tan reglado, que cuando las cosas salían de su control y más aún sin entenderlas, como le estaba pasando ahora... la ira era la única salida de escape.

No se lo podía creer, si no fuera porque la conocía bien creería que vio algo de duda en ella. Algo casi imperceptible que asomó en ella apenas unos segundos. Hasta se puso en pie y se acercó, al tiempo de ver bajar la mampara de cristal que lo retenía del mundo. Sylvia Weis volvió a ser la misma, siempre fue esa mujer fría llena de ira.

— Espera — susurró. — ¡Sylvia! — gritó pegándose al cristal al tiempo de ver como se marchaba. Volvió a gritar enfadado. — ¿Hasta cuándo me vas a tener aquí? — gritó, pero no obtuvo respuesta. Ethan golpeó el cristal con furia, no sirvió para absolutamente nada.

¿Por qué lo retenían? Aquella pregunta era la que ahora comenzaba a inquietarle, no tenía sentido. ¿Tenía Sylvia algo que ver en aquello? Miles de preguntas aparecieron en su cabeza y hasta tuvo que sentarse de nuevo porque se sintió bastante abrumado.

La bandeja de la comida estaba a medio escaso metro de distancia de él. Ethan, al verla gritó la lanzó con todas sus fuerzas, tirando el contenido por toda la sala. Ahora sí que había perdido los papeles, cosa que deseaba evitar, pero el hecho de seguir encerrado, la conversación con Sylvia. No pudo más.

«Podrías haber vuelto, pero no lo hiciste, o tal vez... no pudiste...» Esas palabras flotaban en su mente. ¿No había podido o no había querido? No, no había querido volver, se rindió. No se planteó absolutamente nada tras que Sylvia lo dejase tirado, simplemente cumplir su condena. ¿Tenía razón, se había dejado derrotar? Y aquel sencillo pensamiento le hizo enfadarse mucho más. Siempre había ido una persona con unos objetivos claros y entre ellos había estado vivir su vida tal y como él quisiera, pero como siempre la maldita pelirroja lo había puesto todo del revés. ¿Se había perdido en el camino? Aceptar su sentencia y cumplirla. Por Dios... tal vez, solo tal vez ella tenía razón. ¿Hasta ese punto le había afectado? Se dejó caer en el suelo, con un fuerte suspiro y la mirada gacha.