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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Sangre y teorías [Sylvia y Ethan]
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La doctora Harper había pasado los últimos días sumida en su trabajo, analizando y comparando las diferentes muestras que había obtenido de Ethan. Había pasado horas examinando su sangre, comparándola con la de otros portadores del virus T que había tenido la oportunidad de estudiar, buscando cualquier patrón o diferencia que pudiera arrojar luz sobre el extraño comportamiento de Ethan.
Sin embargo, por más que lo analizara, la clave seguía estando fuera de su alcance. La estabilidad de Ethan en los últimos días la sorprendía, pues no había mostrado más brotes extraños ni cambios en su comportamiento. De alguna manera, parecía estar más controlado, más... humano. Los cuidados que le había proporcionado, forzándole a comer y tratar de mantener una rutina más saludable, parecían haber tenido un efecto positivo. Lo cual solo alimentaba más su teoría.
Lo que había descubierto, por accidente, al leer los informes de Maddox, fue lo que la había mantenido tan ocupada. En las últimas páginas del diario personal del médico, se mencionaba algo peculiar sobre Sylvia. Al parecer, el virus también había llegado a ella, aunque de una forma sutil... La revelación la sorprendió, pero también la intrigó. No podía ignorarlo. En Umbrella había otras personas que habían entrado en contacto con el virus y seguían vivas. Harper había pedido un par de muestras de sangre aleatorias, pero todas eran diferentes a las de Ethan, así que quería ahora analizar a Sylvia. Si solo encontrase otra persona con las mismas características que Ethan...
Con esa información en mente, Harper decidió que necesitaba una muestra de sangre de Sylvia. Si el virus estaba presente en su organismo, podría confirmar sus sospechas sobre cómo la alimentación y el ejercicio influían en la forma en que el virus se desarrollaba en el cuerpo. Si Sylvia aceptaba someterse a las pruebas, todo encajaría. Pero antes debía encontrarla.
Salió de su laboratorio, el eco de sus pasos resonando en los pasillos vacíos del complejo de Umbrella. Un soldado que se cruzó con ella la saludó brevemente, y Harper aprovechó para preguntarle por Sylvia. El soldado, aparentemente desconcertado, le informó que no sabía exactamente dónde estaba, pero que posiblemente estaría en el gimnasio, entrenando.
"Entrenando... ¿acaso no se ha preocupado por Ethan?" pensó Harper, extrañada por la aparente indiferencia de Sylvia. No era como ella, mantenerse alejada y sin mostrar el mínimo interés en lo que había sucedido. Pero Harper no tenía tiempo para cuestionar las motivaciones de Sylvia; la ciencia tenía que venir antes.
La idea de hablar con sus padres sobre este descubrimiento la mantuvo ocupada mientras caminaba hacia el gimnasio. Imaginar cómo sus padres, antiguos científicos de Umbrella, habrían reaccionado al escuchar sus hallazgos era algo que la impulsaba a seguir adelante. Lo que ella había encontrado no solo podría cambiar su entendimiento del virus T, sino también ofrecer respuestas que Umbrella llevaba años buscando. Era una pena que ellos no pudieran verlo.
Con su mente llena de pensamientos y teorías, Harper se dirigió al gimnasio, sabiendo que lo que sucediera a partir de ahí podría ser el punto de inflexión que tanto había estado buscando.
Sin embargo, por más que lo analizara, la clave seguía estando fuera de su alcance. La estabilidad de Ethan en los últimos días la sorprendía, pues no había mostrado más brotes extraños ni cambios en su comportamiento. De alguna manera, parecía estar más controlado, más... humano. Los cuidados que le había proporcionado, forzándole a comer y tratar de mantener una rutina más saludable, parecían haber tenido un efecto positivo. Lo cual solo alimentaba más su teoría.
Lo que había descubierto, por accidente, al leer los informes de Maddox, fue lo que la había mantenido tan ocupada. En las últimas páginas del diario personal del médico, se mencionaba algo peculiar sobre Sylvia. Al parecer, el virus también había llegado a ella, aunque de una forma sutil... La revelación la sorprendió, pero también la intrigó. No podía ignorarlo. En Umbrella había otras personas que habían entrado en contacto con el virus y seguían vivas. Harper había pedido un par de muestras de sangre aleatorias, pero todas eran diferentes a las de Ethan, así que quería ahora analizar a Sylvia. Si solo encontrase otra persona con las mismas características que Ethan...
Con esa información en mente, Harper decidió que necesitaba una muestra de sangre de Sylvia. Si el virus estaba presente en su organismo, podría confirmar sus sospechas sobre cómo la alimentación y el ejercicio influían en la forma en que el virus se desarrollaba en el cuerpo. Si Sylvia aceptaba someterse a las pruebas, todo encajaría. Pero antes debía encontrarla.
Salió de su laboratorio, el eco de sus pasos resonando en los pasillos vacíos del complejo de Umbrella. Un soldado que se cruzó con ella la saludó brevemente, y Harper aprovechó para preguntarle por Sylvia. El soldado, aparentemente desconcertado, le informó que no sabía exactamente dónde estaba, pero que posiblemente estaría en el gimnasio, entrenando.
"Entrenando... ¿acaso no se ha preocupado por Ethan?" pensó Harper, extrañada por la aparente indiferencia de Sylvia. No era como ella, mantenerse alejada y sin mostrar el mínimo interés en lo que había sucedido. Pero Harper no tenía tiempo para cuestionar las motivaciones de Sylvia; la ciencia tenía que venir antes.
La idea de hablar con sus padres sobre este descubrimiento la mantuvo ocupada mientras caminaba hacia el gimnasio. Imaginar cómo sus padres, antiguos científicos de Umbrella, habrían reaccionado al escuchar sus hallazgos era algo que la impulsaba a seguir adelante. Lo que ella había encontrado no solo podría cambiar su entendimiento del virus T, sino también ofrecer respuestas que Umbrella llevaba años buscando. Era una pena que ellos no pudieran verlo.
Con su mente llena de pensamientos y teorías, Harper se dirigió al gimnasio, sabiendo que lo que sucediera a partir de ahí podría ser el punto de inflexión que tanto había estado buscando.
Sylvia estaba en el gimnasio, su cuerpo se movía con precisión y furia mientras golpeaba el saco de boxeo. Cada puño que lanzaba estaba impregnado de una ira contenida, una furia que había estado alimentando en silencio desde la última vez que vio a Ethan. El golpe resonaba en el aire con cada impacto, el cuero del saco crujía con la fuerza de sus puños. No pensaba en nada más que en la siguiente combinación, en la siguiente secuencia, en el siguiente golpe.
Los músculos de sus brazos ardían, pero no se detenía. Cada golpe era una forma de liberar lo que sentía: frustración, impotencia, rabia. La última vez que había estado cerca de Ethan, se había sentido completamente fuera de control, como si el maldito virus fuera lo único que determinara su futuro. No podía permitirse pensar en eso ahora. No podía permitirse pensar en cómo él estaba, o en lo que había hecho.
Había pasado días en misiones, en entrenamientos, en todo lo que pudiera mantener su mente alejada de esos recuerdos. Y cuando no estaba ocupada, estaba aquí, descargando toda su ira y su preocupación en el saco de boxeo. El sudor recorría su frente mientras las gotas caían por su cuello.
“Él no es tu problema”, se repitió mentalmente. Sylvia no quería ser vulnerable. No quería dejarse afectar. No había espacio para ello en su vida. Tenía un trabajo que hacer y no podía seguir arrastrando ese peso.
Los golpes se hicieron más rápidos, más fuertes, casi desesperados. La ira había comenzado a transformarse en algo más oscuro. Cada puño lanzado era una reafirmación de su distancia emocional, una forma de evitar el dolor que sentía en el fondo.
No se percató del tiempo que había pasado hasta que el saco dejó de moverse, colgando por el cansancio de su fuerza. Respiró pesadamente, pero su rostro seguía inmutable, sin mostrar signos de debilidad.
“Esto es lo único que puedo controlar”, pensó, sin darse cuenta de que en el fondo deseaba que algo más pudiera arreglarse, pero sin tener ni idea de cómo empezar.
Fue entonces cuando, en el reflejo del espejo, vio a Harper entrar en el gimnasio. El simple hecho de verla hizo que su cuerpo se tensara de inmediato. Algo en la mirada de la doctora le hizo comprender que venía a hablar sobre Ethan. Sus pensamientos, por un instante, se nublaron y el aire en la habitación pareció volverse más denso.
Sylvia dejó de respirar por un momento, la tensión recorriéndole los músculos. ”¿Qué querrá ahora?” se preguntó. La última vez que la había visto, había sido tras la fatídica noche en la celda de Ethan, y la imagen de ambos todavía la perseguía.
Se giró lentamente, sin mostrar ninguna expresión, pero con la tensión evidente en su postura. Harper, sin duda, traería noticias, y no podía decidir si quería escuchar lo que tenía que decir.
Los músculos de sus brazos ardían, pero no se detenía. Cada golpe era una forma de liberar lo que sentía: frustración, impotencia, rabia. La última vez que había estado cerca de Ethan, se había sentido completamente fuera de control, como si el maldito virus fuera lo único que determinara su futuro. No podía permitirse pensar en eso ahora. No podía permitirse pensar en cómo él estaba, o en lo que había hecho.
Había pasado días en misiones, en entrenamientos, en todo lo que pudiera mantener su mente alejada de esos recuerdos. Y cuando no estaba ocupada, estaba aquí, descargando toda su ira y su preocupación en el saco de boxeo. El sudor recorría su frente mientras las gotas caían por su cuello.
“Él no es tu problema”, se repitió mentalmente. Sylvia no quería ser vulnerable. No quería dejarse afectar. No había espacio para ello en su vida. Tenía un trabajo que hacer y no podía seguir arrastrando ese peso.
Los golpes se hicieron más rápidos, más fuertes, casi desesperados. La ira había comenzado a transformarse en algo más oscuro. Cada puño lanzado era una reafirmación de su distancia emocional, una forma de evitar el dolor que sentía en el fondo.
No se percató del tiempo que había pasado hasta que el saco dejó de moverse, colgando por el cansancio de su fuerza. Respiró pesadamente, pero su rostro seguía inmutable, sin mostrar signos de debilidad.
“Esto es lo único que puedo controlar”, pensó, sin darse cuenta de que en el fondo deseaba que algo más pudiera arreglarse, pero sin tener ni idea de cómo empezar.
Fue entonces cuando, en el reflejo del espejo, vio a Harper entrar en el gimnasio. El simple hecho de verla hizo que su cuerpo se tensara de inmediato. Algo en la mirada de la doctora le hizo comprender que venía a hablar sobre Ethan. Sus pensamientos, por un instante, se nublaron y el aire en la habitación pareció volverse más denso.
Sylvia dejó de respirar por un momento, la tensión recorriéndole los músculos. ”¿Qué querrá ahora?” se preguntó. La última vez que la había visto, había sido tras la fatídica noche en la celda de Ethan, y la imagen de ambos todavía la perseguía.
Se giró lentamente, sin mostrar ninguna expresión, pero con la tensión evidente en su postura. Harper, sin duda, traería noticias, y no podía decidir si quería escuchar lo que tenía que decir.
Ethan estaba sentado en el suelo de la celda, mirando fijamente el cuerpo de Maddox. El hombre ya no se movía, pero la imagen de su rostro, retorcido en la agonía, permanecía grabada en su mente como una maldición. "¿Qué he hecho?" pensó por milésima vez, pero no encontraba respuestas. La sensación de horror seguía tan viva en él como el primer instante en que vio la sangre brotar del cuello de Maddox.
Había tratado de controlar lo que sentía, de luchar contra la ansiedad, pero la imagen del médico muerto no lo dejaba tranquilo. "Me he convertido en un animal" se dijo, sus manos temblando ligeramente mientras las observaba. Había devorado a un hombre. No había forma de racionalizarlo. "¿Cómo pude hacer eso?" Cada vez que pensaba en ello, una ola de asco y desesperación lo invadía.
Lo peor de todo era que se sentía tan atrapado, como si estuviera mirando desde fuera, incapaz de detenerse. El miedo de convertirse en algo que no podría controlar lo consumía. Había sido un hombre, un soldado, pero ahora, después de todo lo ocurrido, ¿qué quedaba de él?
Sintió el peso de la soledad a su alrededor, más pesado que nunca. La celda estaba vacía, y aunque el edificio estaba lleno de gente, él se sentía más aislado que nunca. "¿Por qué nadie me busca?" Su mente giraba en círculos, pasando de un pensamiento a otro, sin encontrar un descanso. "¿Acaso ya no les importa?"
De repente, se dio cuenta de algo: nadie había venido a verlo en días. Sylvia, la única persona que podía haberlo detenido, había desaparecido. Y él, que la había creído capaz de comprender su dolor, estaba allí, olvidado. "¿A qué está jugando?" se preguntó, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Estaba claro que se mantenía al margen, se mantenía distante. Y, aunque sabía que ella era fuerte, no pudo evitar sentirse abandonado.
Su cabeza se giró lentamente hacia la pared, donde la sombra de su propio reflejo se proyectaba. "Soy un monstruo. Me lo merezco" pensó, pero no quería aceptarlo. No quería rendirse, pero cada vez sentía más cerca el peso de la culpa.
De repente, un ruido desde el pasillo interrumpió su tren de pensamientos. "¿Quién…? ¿Sylvia?" La esperanza se encendió en su pecho, solo para apagarse al instante. Si era ella, no parecía tener la más mínima intención de entrar. Lo último que necesitaba era más indiferencia. No podía soportarlo.
"¿Para qué?" murmuró para sí mismo, sintiendo que sus fuerzas se desvanecían. "¿Qué caso tiene seguir luchando?" Se recostó contra la pared, los ojos fijos en el techo. En ese momento, el dolor era lo único real. El resto, la confusión y las preguntas, solo aumentaban el vacío.
Había tratado de controlar lo que sentía, de luchar contra la ansiedad, pero la imagen del médico muerto no lo dejaba tranquilo. "Me he convertido en un animal" se dijo, sus manos temblando ligeramente mientras las observaba. Había devorado a un hombre. No había forma de racionalizarlo. "¿Cómo pude hacer eso?" Cada vez que pensaba en ello, una ola de asco y desesperación lo invadía.
Lo peor de todo era que se sentía tan atrapado, como si estuviera mirando desde fuera, incapaz de detenerse. El miedo de convertirse en algo que no podría controlar lo consumía. Había sido un hombre, un soldado, pero ahora, después de todo lo ocurrido, ¿qué quedaba de él?
Sintió el peso de la soledad a su alrededor, más pesado que nunca. La celda estaba vacía, y aunque el edificio estaba lleno de gente, él se sentía más aislado que nunca. "¿Por qué nadie me busca?" Su mente giraba en círculos, pasando de un pensamiento a otro, sin encontrar un descanso. "¿Acaso ya no les importa?"
De repente, se dio cuenta de algo: nadie había venido a verlo en días. Sylvia, la única persona que podía haberlo detenido, había desaparecido. Y él, que la había creído capaz de comprender su dolor, estaba allí, olvidado. "¿A qué está jugando?" se preguntó, sintiendo una mezcla de frustración y tristeza. Estaba claro que se mantenía al margen, se mantenía distante. Y, aunque sabía que ella era fuerte, no pudo evitar sentirse abandonado.
Su cabeza se giró lentamente hacia la pared, donde la sombra de su propio reflejo se proyectaba. "Soy un monstruo. Me lo merezco" pensó, pero no quería aceptarlo. No quería rendirse, pero cada vez sentía más cerca el peso de la culpa.
De repente, un ruido desde el pasillo interrumpió su tren de pensamientos. "¿Quién…? ¿Sylvia?" La esperanza se encendió en su pecho, solo para apagarse al instante. Si era ella, no parecía tener la más mínima intención de entrar. Lo último que necesitaba era más indiferencia. No podía soportarlo.
"¿Para qué?" murmuró para sí mismo, sintiendo que sus fuerzas se desvanecían. "¿Qué caso tiene seguir luchando?" Se recostó contra la pared, los ojos fijos en el techo. En ese momento, el dolor era lo único real. El resto, la confusión y las preguntas, solo aumentaban el vacío.
...
Harper entró en el gimnasio sin hacer ruido, sus pasos medidos y controlados, como siempre. La tensión en el aire era palpable, pero su mente estaba concentrada en los resultados, en los datos que aún necesitaba analizar. Al ver a Sylvia entrenando con tanta furia, un destello de curiosidad la recorrió. "¿Realmente está bien?" pensó, observando cómo golpeaba el saco con una fuerza que casi parecía querer destruirlo. Pero no era el momento para distracciones.
El gimnasio estaba vacío, excepto por Sylvia, que no parecía haber notado su presencia de inmediato. Harper observó en silencio, evaluando la escena. Sabía que no debía sentirse mal por estar allí. Había un propósito más grande: lo que había encontrado en los informes de Maddox sobre Sylvia no era algo que pudiera ignorar. "Es un riesgo necesario," se dijo a sí misma, "el conocimiento que puedo obtener de esto podría cambiar todo."
— Sylvia — llamó con calma, finalmente rompiendo el silencio. Su tono era el mismo de siempre: directo, seguro. No había lugar para la duda. — Necesito hablar contigo. Hay algo que debo saber.
Se acercó un paso más, sin perder la compostura.
— No te preocupes, no es una emergencia — continuó, mientras observaba la expresión de la mujer, esperando ver una respuesta, cualquier indicio de sorpresa o interés. — Pero tengo algo importante que discutir. He encontrado algo interesante en los informes de Maddox, algo que no podemos dejar pasar. Es sobre tu sangre.
Harper pausó, mirando fijamente a Sylvia. Sabía que había una conexión entre ella y lo que sucedía con Ethan. Si la teoría que estaba desarrollando era correcta, la respuesta a sus preguntas podría estar justo frente a ella.
— Sé que ya lo sabes — dijo finalmente, con una claridad casi fría. — Pero necesito una muestra de tu sangre. Necesito saber si el virus ha afectado a tu organismo de una forma diferente a la de Ethan, no podemos ignorarlo.
Se detuvo un momento, observando a Sylvia con una mirada inquisitiva. La doctora sabía que esto no sería fácil, pero su voz no titubeó ni un segundo.
— Si eres tan amable de colaborar, podré confirmarlo todo. Hay patrones en las muestras de sangre que he estudiado, y la tuya podría ser la clave para entender cómo funciona esto.
No había emoción en sus palabras, solo la pura lógica de su enfoque científico.
— Tu colaboración podría acelerar el proceso, Sylvia. Si aceptas, podríamos finalmente obtener la respuesta que todos necesitamos.
El gimnasio estaba vacío, excepto por Sylvia, que no parecía haber notado su presencia de inmediato. Harper observó en silencio, evaluando la escena. Sabía que no debía sentirse mal por estar allí. Había un propósito más grande: lo que había encontrado en los informes de Maddox sobre Sylvia no era algo que pudiera ignorar. "Es un riesgo necesario," se dijo a sí misma, "el conocimiento que puedo obtener de esto podría cambiar todo."
— Sylvia — llamó con calma, finalmente rompiendo el silencio. Su tono era el mismo de siempre: directo, seguro. No había lugar para la duda. — Necesito hablar contigo. Hay algo que debo saber.
Se acercó un paso más, sin perder la compostura.
— No te preocupes, no es una emergencia — continuó, mientras observaba la expresión de la mujer, esperando ver una respuesta, cualquier indicio de sorpresa o interés. — Pero tengo algo importante que discutir. He encontrado algo interesante en los informes de Maddox, algo que no podemos dejar pasar. Es sobre tu sangre.
Harper pausó, mirando fijamente a Sylvia. Sabía que había una conexión entre ella y lo que sucedía con Ethan. Si la teoría que estaba desarrollando era correcta, la respuesta a sus preguntas podría estar justo frente a ella.
— Sé que ya lo sabes — dijo finalmente, con una claridad casi fría. — Pero necesito una muestra de tu sangre. Necesito saber si el virus ha afectado a tu organismo de una forma diferente a la de Ethan, no podemos ignorarlo.
Se detuvo un momento, observando a Sylvia con una mirada inquisitiva. La doctora sabía que esto no sería fácil, pero su voz no titubeó ni un segundo.
— Si eres tan amable de colaborar, podré confirmarlo todo. Hay patrones en las muestras de sangre que he estudiado, y la tuya podría ser la clave para entender cómo funciona esto.
No había emoción en sus palabras, solo la pura lógica de su enfoque científico.
— Tu colaboración podría acelerar el proceso, Sylvia. Si aceptas, podríamos finalmente obtener la respuesta que todos necesitamos.
Sylvia dejó de golpear el saco cuando escuchó la voz de Harper. La intensidad de su entrenamiento disminuyó instantáneamente, pero no dejó de respirar con pesadez. Cada golpe había sido una forma de ahogar pensamientos que no quería enfrentar, pero Harper no parecía darle opción. La doctora siempre tenía una forma de aparecer en el momento más inoportuno.
Se giró lentamente, su mirada tan impasible como siempre. Sylvia no dejó que su rostro revelara ni un atisbo de sorpresa; estaba acostumbrada a que las personas aparecieran cuando menos lo deseaba.
— ¿De qué estás hablando? — preguntó con voz controlada, sin apartar los ojos de Harper. El sudor aún perlaba su frente, pero su actitud no flaqueó.
La solicitud de una muestra de sangre no la sorprendió tanto como el hecho de que Harper mencionara sus informes, las últimas páginas de Maddox, y todo lo que implicaba. Sylvia no necesitaba que nadie le recordara lo que ya sabía: estaba infectada. Pero había algo en el tono de Harper, algo en su mirada, que la hizo sentir una ligera incomodidad. Suspiró molesta, ¿por qué Umbrella tuvo que llevar un control de contagios? Hacía tiempo de los análisis y, aunque al principio la dejaron en paz, sabía que tarde o temprano la molestarían.
— ¿Para qué te va a servir eso con Ethan? — sujetaba el saco con ambas manos y la observó fijamente. — ¿Temes que me vaya a pasar lo mismo?
No tendría sentido, porque a él le acababan de morder y yo ya llevaba contagiada desde hacía bastante tiempo.
— ¿Crees que es algo diferente? — Sylvia se alejó del saco y fue a recoger la toalla para secarse el sudor. — Está bien, hagámoslo — aceptó. Si eso le ayudaría a él y también a averiguar si ella estaba en la misma situación y peligro de volverse... ¿Medio zombie?
Se giró lentamente, su mirada tan impasible como siempre. Sylvia no dejó que su rostro revelara ni un atisbo de sorpresa; estaba acostumbrada a que las personas aparecieran cuando menos lo deseaba.
— ¿De qué estás hablando? — preguntó con voz controlada, sin apartar los ojos de Harper. El sudor aún perlaba su frente, pero su actitud no flaqueó.
La solicitud de una muestra de sangre no la sorprendió tanto como el hecho de que Harper mencionara sus informes, las últimas páginas de Maddox, y todo lo que implicaba. Sylvia no necesitaba que nadie le recordara lo que ya sabía: estaba infectada. Pero había algo en el tono de Harper, algo en su mirada, que la hizo sentir una ligera incomodidad. Suspiró molesta, ¿por qué Umbrella tuvo que llevar un control de contagios? Hacía tiempo de los análisis y, aunque al principio la dejaron en paz, sabía que tarde o temprano la molestarían.
— ¿Para qué te va a servir eso con Ethan? — sujetaba el saco con ambas manos y la observó fijamente. — ¿Temes que me vaya a pasar lo mismo?
No tendría sentido, porque a él le acababan de morder y yo ya llevaba contagiada desde hacía bastante tiempo.
— ¿Crees que es algo diferente? — Sylvia se alejó del saco y fue a recoger la toalla para secarse el sudor. — Está bien, hagámoslo — aceptó. Si eso le ayudaría a él y también a averiguar si ella estaba en la misma situación y peligro de volverse... ¿Medio zombie?
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