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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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A Second Chance || Axl Fitzgerald
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02 de abril de 2015. Al noroeste de Oklahoma.
Habían pasado ya tres semanas. Creí que iba a morir, que todo se acabaría en aquella tienda y huí, tenía que alejarme de Ryder para no herirla. Porque sino sabía que la joven correría peligro y tras lo bien que se había portado conmigo lo último que deseaba era hacerle daño. Así que la dejé sin decirle nada, sin despedirme siquiera, pero sabía que estaría bien, que en el fondo era fuerte y eso me ayudaba.Tras dejar la tienda me marché de allí lo más rápido posible, antes de que acabara muriendo a causa de la fiebre, antes de que todo se acabara, para no terminar muerta en cualquier esquina. Fue así como di a las afueras de aquel pueblo con este lugar. Era una presa y en la parte de arriba había una pequeña habitación en la que seguramente durmió antes algún encargado del lugar. Ahora serviría como refugio para esperar a la muerte llegar. Sin embargo no ocurrió nada.
Terminaron por pasar las horas y después los días y no moría. Las heridas comenzaban a cicatrizar, pero muy lentamente, no eran heridas normales. Pero eso daba igual, porque seguía viva, ¿pero cómo era eso posible? No podía ser, me habían mordido y por tanto me habían contagiado. Tenía dos mordeduras que lo confirmaban. Una en el brazo y la otra en mi hombro. Tal vez todo fuera a pasar, pero no en veinticuatro horas exactas...
Así que esperé, pero entonces pasaron dos días, tres, cuatro, cinco... Y yo seguía esperando una muerte que no llegaba. Encerrada en aquel cuartucho sucio y polvoriento, casi sin comer, casi sin beber siquiera, tumbada sobre aquel viejo colchón, con la mirada fija en el techo esperando, dejando pasar el tiempo, pero la muerte seguía sin llegar.
Amaneció por fin otro día más, lo taché en la pared con un viejo rotulador y conté los trazos de nuevo para asegurarme. Quince días tras que me mordieran y aún seguía viva. ¿Por qué? Decidí levantarme y salir fuera: el sol se encontraba en lo más alto del cielo y sus rayos me molestaron bastante, por lo que tuve que interponer mi mano entre ellos. Respiré aquel aire puro y cerré los ojos apenas un instante. Desde mi llegada había salido tan solo lo justo y necesario, ya que en aquella caseta tenía comida y apenas la aprovechaba, solo lo preciso para no morir de inanición.
Me costaba moverme, así que estiré mis extremidades y me asomé a uno de los bordes de la presa. Una caída de más de cincuenta metros me separaba de las aguas. Observé estas sin pensar en gran cosa, solo la única pregunta de las últimas semanas: ¿por qué no era una de ellos? ¿Era aquella mi segunda oportunidad? ¿Para qué, qué debía hacer ahora?, ¿qué cometido tenía mi vida? Apoyé los codos sobre la barandilla, ver apenas la herida aún en mi brazo no ayudó y entrecerré los ojos a la vez que tapaba mi rostro con ambas manos. Sollocé. ¿Qué estaba pasando conmigo?
Decidí bajar abajo y acercarme a la orilla del río. Me agaché para rellenar una botella con algo de agua, fue entonces cuando vi mi rostro en el reflejo del agua: ¿qué había cambiado en mi? Sentía que algo había cambiado, porque no había sucumbido al virus. Peiné mi cabello con mi mano derecha, me veía cansada, seria y sobre todo bastante desaliñada. Creer que iba a morir me había hecho abandonarme. Golpeé el agua dejando caer la botella.
Subí de nuevo por la escalera de mano a por mi mochila y volví a bajar hasta la orilla del río. Algo había cambiado en mi, tal vez fuera más fuerte de lo creía, así que sí, aceptaría mi segunda oportunidad, no podía dejarme morir del asco si resultaba que era tan testaruda al final de todo para que el virus me matara. Dejé mis viejas y sucias ropas atrás y me zambullí en el agua. Un baño no me vendría mal si por fin había decidido emprender de nuevo mi camino.
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Llevaba casi una semana huyendo de aquella cosa. Desde que abandonó Kansas su travesía se tornó complicada, y es que al dejar atrás el invierno había olvidado que la primavera podía ser igual de cruda: las lluvias torrenciales habían aumentado el nivel de los ríos, imposibilitando muchos accesos por lo que se vio forzado a dar un amplio rodeo. Orientándose, se internó en un amplio bosque para dar con los restos de una vieja reserva amerindia y allí fue donde comenzó su problema. Se asentó en una cabaña, refugiándose de la lluvia para también intentar encontrar algo mínimamente comestible, cuando escuchó un rugido en el bosque. No era estúpido. Salir desarmado y exponerse a un peligro desconocido no estaba entre sus prioridades, de modo que permaneció escondido... al menos hasta que esa bestia dio con él.
Perseguido en la oscuridad, procuró hacerle perder su propio rastro en vano y aquel enfermizo juego de "ratón que te pilla el gato" se prolongó durante seis días más. Cuando creía haberle perdido, deteniéndose lo justo para comer de lo que encontraba en medio de la nada y también descansar un poco, la criatura volvía a aparecer tal si un primitivo orgullo le prohibiera dejarle escapar. No obstante pronto alcanzó el final del camino. Llegando hasta una elevación rocosa de corta extensión, a ras del río al que tantas trabas encontró hacía una semana, se vio en un callejón sin salida justo cuando la criatura oscilaba en torno a él. Lanzando zarpazos al aire, la bestia le iba restando el poco espacio que tenía para evitar que intentase escapar de nuevo. Desde su posición calculó unos cuarenta metros de descenso hasta el río si decidía saltar, corriendo con las consecuencias de lo que ello implicaba: posible pérdida de consciencia, fractura de huesos... y si la corriente era lo suficientemente fuerte, la muerte en el peor de los casos. Por no contar con las posibles criaturas mutadas que pudieran habitar en el lecho del río. No obstante, viendo la cada vez menor distancia que le separaba de las zarpas y colmillos de aquella bestia, tomó su decisión y acertada o no, saltó justo cuando la criatura se precipitaba hacia él.
Cayó abrazándose a sí mismo, con los brazos rodeando su ya de por sí descuidado y maltrecho cuerpo para sumergirse profundamente en el río. La cabeza le palpitaba, teniendo la sensación de que su cerebro se había hecho papilla ante el impacto a pesar de haber caído de pie. No obstante peor fue cuando su pierna derecha no respondió cuando empezó a nadar. Aún consciente, movió sus brazos para alcanzar así la superficie, mientras iba siendo arrastrado con fuerza corriente abajo. Ante el movimiento del agua recuperó parte de la movilidad, guiando su cuerpo con las manos para evitar chocar contra los troncos diseminados...pero el cansancio era extremo. Sin apenas haber dormido durante demasiado tiempo o comido más que setas, raíces y algunas bayas, sus fuerzas se habían esfumado y extenuado por la caída, por lo que simplemente se dejó llevar. Manteniéndose a flote con facilidad, solo tuvo que quitarse las botas para que éstas no le hundiesen. En ese instante se percató de que el peso de su mochila era inexistente. Parte de lo que contenía —medicinas, algunos desinfectantes y restos de raíces y setas— se habían escurrido por el hueco abierto de la tela raída por lo que apoyando la cabeza en ella se mantuvo estático en tanto la corriente iba perdiendo fuerza.
Dormido durante algunas horas, su cuerpo fue a la deriva hasta que arribó a la orilla donde entonces abrió los ojos. Pensando que habían pasado días, cuando tan solo transcurrieron unas horas, intentó levantarse descubriendo entonces como una rama de unos dos o quizá tres centímetros de grosor le atravesaba el muslo derecho. De ahí que no le hubiese respondido anteriormente. Aunque no había dolor, veía que la sangre goteaba abundante. ¿Quizás se había dañado la arteria? De ser así no le iba a quedar mucho de vida, por lo que desquitándose la mochila abrió el bolsillo más pequeño donde guardaba algunas agujas y algo de hilo. Debía coser la propia arteria. No obstante, y sin que su travesía pudiese conocer aún el descanso, una figura que se tambaleaba y gruñía en los arbustos reveló con prontitud a un recién convertido. Hubiera pasado fácilmente por un hombre normal salvo por esos gruñidos, los ojos vacíos y la sangre que manchaba sus manos.
Alejándose de él, gateando hacia atrás, buscó algo de apoyo con lo que auparse de una vez, pero demasiado lento por la herida, la criatura le alcanzó antes para caer encima suya. Aún con algo de fuerza en los brazos, la empujó y su cuerpo cayó al agua, chapoteando para intentar auparse y volver a la carga. En tanto él aprovechaba para alejarse, el zombie gateaba ansioso, siguiendo el reguero de sangre mientras el hombre, finalmente pudo tenerse en pie para renquear con torpeza hacia el extremo de la orilla que conectaba con la estructura de la presa. El barro le hizo resbalar entonces, quedando a merced del resurgido para de nuevo verse sujetándole de las muñecas para intentar alejar sus mordiscos de sí.
Perseguido en la oscuridad, procuró hacerle perder su propio rastro en vano y aquel enfermizo juego de "ratón que te pilla el gato" se prolongó durante seis días más. Cuando creía haberle perdido, deteniéndose lo justo para comer de lo que encontraba en medio de la nada y también descansar un poco, la criatura volvía a aparecer tal si un primitivo orgullo le prohibiera dejarle escapar. No obstante pronto alcanzó el final del camino. Llegando hasta una elevación rocosa de corta extensión, a ras del río al que tantas trabas encontró hacía una semana, se vio en un callejón sin salida justo cuando la criatura oscilaba en torno a él. Lanzando zarpazos al aire, la bestia le iba restando el poco espacio que tenía para evitar que intentase escapar de nuevo. Desde su posición calculó unos cuarenta metros de descenso hasta el río si decidía saltar, corriendo con las consecuencias de lo que ello implicaba: posible pérdida de consciencia, fractura de huesos... y si la corriente era lo suficientemente fuerte, la muerte en el peor de los casos. Por no contar con las posibles criaturas mutadas que pudieran habitar en el lecho del río. No obstante, viendo la cada vez menor distancia que le separaba de las zarpas y colmillos de aquella bestia, tomó su decisión y acertada o no, saltó justo cuando la criatura se precipitaba hacia él.
Cayó abrazándose a sí mismo, con los brazos rodeando su ya de por sí descuidado y maltrecho cuerpo para sumergirse profundamente en el río. La cabeza le palpitaba, teniendo la sensación de que su cerebro se había hecho papilla ante el impacto a pesar de haber caído de pie. No obstante peor fue cuando su pierna derecha no respondió cuando empezó a nadar. Aún consciente, movió sus brazos para alcanzar así la superficie, mientras iba siendo arrastrado con fuerza corriente abajo. Ante el movimiento del agua recuperó parte de la movilidad, guiando su cuerpo con las manos para evitar chocar contra los troncos diseminados...pero el cansancio era extremo. Sin apenas haber dormido durante demasiado tiempo o comido más que setas, raíces y algunas bayas, sus fuerzas se habían esfumado y extenuado por la caída, por lo que simplemente se dejó llevar. Manteniéndose a flote con facilidad, solo tuvo que quitarse las botas para que éstas no le hundiesen. En ese instante se percató de que el peso de su mochila era inexistente. Parte de lo que contenía —medicinas, algunos desinfectantes y restos de raíces y setas— se habían escurrido por el hueco abierto de la tela raída por lo que apoyando la cabeza en ella se mantuvo estático en tanto la corriente iba perdiendo fuerza.
Dormido durante algunas horas, su cuerpo fue a la deriva hasta que arribó a la orilla donde entonces abrió los ojos. Pensando que habían pasado días, cuando tan solo transcurrieron unas horas, intentó levantarse descubriendo entonces como una rama de unos dos o quizá tres centímetros de grosor le atravesaba el muslo derecho. De ahí que no le hubiese respondido anteriormente. Aunque no había dolor, veía que la sangre goteaba abundante. ¿Quizás se había dañado la arteria? De ser así no le iba a quedar mucho de vida, por lo que desquitándose la mochila abrió el bolsillo más pequeño donde guardaba algunas agujas y algo de hilo. Debía coser la propia arteria. No obstante, y sin que su travesía pudiese conocer aún el descanso, una figura que se tambaleaba y gruñía en los arbustos reveló con prontitud a un recién convertido. Hubiera pasado fácilmente por un hombre normal salvo por esos gruñidos, los ojos vacíos y la sangre que manchaba sus manos.
Alejándose de él, gateando hacia atrás, buscó algo de apoyo con lo que auparse de una vez, pero demasiado lento por la herida, la criatura le alcanzó antes para caer encima suya. Aún con algo de fuerza en los brazos, la empujó y su cuerpo cayó al agua, chapoteando para intentar auparse y volver a la carga. En tanto él aprovechaba para alejarse, el zombie gateaba ansioso, siguiendo el reguero de sangre mientras el hombre, finalmente pudo tenerse en pie para renquear con torpeza hacia el extremo de la orilla que conectaba con la estructura de la presa. El barro le hizo resbalar entonces, quedando a merced del resurgido para de nuevo verse sujetándole de las muñecas para intentar alejar sus mordiscos de sí.
Las nubes eran empujadas lentamente por el viento, formaban figuras extrañas, algunas me recordaban objetos cotidianos y otras no eran más que manchas en la bóveda celeste. Flotaba en el agua con la mirada fija en el cielo, ajena a mi alrededor. Pensaba en todo lo que me había pasado... ¿Podría ser inmune al virus T? Había escuchado rumores de personas que eran contagiadas pero no sucumbían a él, ¿tendría yo esa suerte? Sin duda sería una segunda oportunidad, mi última oportunidad para hacer todo aquello que había dejado en el aire.
Mis compañeros, Umbrella... aquella sería una nueva forma de ver las cosas, de enfocar el problema. Definitivamente sería mi segunda oportunidad, mi última oportunidad. No entendía del todo aún lo que había pasado conmigo, pero por primera vez desde hacía mucho tiempo empezaba a ver las cosas de forma más positiva.
Me sobresalté repentinamente al escuchar un ruido fuera de lo común, eso me hizo zambullirme en el agua y que esta me tragara por un momento hacia las profundidades. Nadé de nuevo a la superficie y observé como en una de las orillas había un tipo forcejeando contra un zombie. Hacía días que no me topaba con los no muertos, al igual que con personas, la última había sido Ryder. Nadé rápidamente hacia la orilla, corrí hacia ellos dos, pasando primero por mi vieja mochila para recoger una camiseta, bastante grande, que me puse rápidamente y uno de los kukri. Cuando llegué hasta ellos dos ayudé al hombre. Hundí la afilada hoja en la cabeza del zombie y empujé el cadáver lejos de él.
- ¿Estás bi...? - No llegué a terminar la pregunta, pues era evidente que aquel tipo no estaba bien. Tenía una herida bastante fea en uno de los muslos, además de diversos golpes y magulladuras que recorrían todo su cuerpo. - ¿Cómo te has hecho todo eso? - Exclamé al ver mejor las heridas. - ¿Puedes ponerte en pie? Te ayudaré a salir del agua, vamos - Le sujeté por el brazo. - Apóyate en mi - Pedí para así ayudarle a ir a suelo seco, donde estaba mi mochila, en ella tenía algunas gasas, vendas... y podría ayudarle a curar las heridas.
El lugar aún parecía tranquilo, no se veían a más zombies en los alrededores y esperaba que continuara así al menos un buen rato más. Al menos el tiempo justo para curar sus heridas, luego tal vez pudiera quedarse en la caseta de la presa a descansar y en cuanto pudiera irme me marcharía para proseguir con mi viaje, pues volvía a recobrar las fuerzas que había perdido, aquellos días no solo me habían servido para descansar, a parte de compadecerme inútilmente. Ahora me daba cuenta de lo que debía hacer y era seguir mi camino y no descansar hasta cumplir mis objetivos. Empezaba a pensar que todo pasaba en la vida por alguna razón, tal vez si no me hubiera separado del grupo no habría ocurrido lo de la tienda y por tanto todo seguiría igual, ahora algo me decía que iba a ser diferente y pudiera ser, que incluso mejor. Pero ahora lo primero era ayudar a aquel hombre, aunque no conociera nada de él, mi vena altruista por lo visto seguía intacta.
Mis compañeros, Umbrella... aquella sería una nueva forma de ver las cosas, de enfocar el problema. Definitivamente sería mi segunda oportunidad, mi última oportunidad. No entendía del todo aún lo que había pasado conmigo, pero por primera vez desde hacía mucho tiempo empezaba a ver las cosas de forma más positiva.
Me sobresalté repentinamente al escuchar un ruido fuera de lo común, eso me hizo zambullirme en el agua y que esta me tragara por un momento hacia las profundidades. Nadé de nuevo a la superficie y observé como en una de las orillas había un tipo forcejeando contra un zombie. Hacía días que no me topaba con los no muertos, al igual que con personas, la última había sido Ryder. Nadé rápidamente hacia la orilla, corrí hacia ellos dos, pasando primero por mi vieja mochila para recoger una camiseta, bastante grande, que me puse rápidamente y uno de los kukri. Cuando llegué hasta ellos dos ayudé al hombre. Hundí la afilada hoja en la cabeza del zombie y empujé el cadáver lejos de él.
- ¿Estás bi...? - No llegué a terminar la pregunta, pues era evidente que aquel tipo no estaba bien. Tenía una herida bastante fea en uno de los muslos, además de diversos golpes y magulladuras que recorrían todo su cuerpo. - ¿Cómo te has hecho todo eso? - Exclamé al ver mejor las heridas. - ¿Puedes ponerte en pie? Te ayudaré a salir del agua, vamos - Le sujeté por el brazo. - Apóyate en mi - Pedí para así ayudarle a ir a suelo seco, donde estaba mi mochila, en ella tenía algunas gasas, vendas... y podría ayudarle a curar las heridas.
El lugar aún parecía tranquilo, no se veían a más zombies en los alrededores y esperaba que continuara así al menos un buen rato más. Al menos el tiempo justo para curar sus heridas, luego tal vez pudiera quedarse en la caseta de la presa a descansar y en cuanto pudiera irme me marcharía para proseguir con mi viaje, pues volvía a recobrar las fuerzas que había perdido, aquellos días no solo me habían servido para descansar, a parte de compadecerme inútilmente. Ahora me daba cuenta de lo que debía hacer y era seguir mi camino y no descansar hasta cumplir mis objetivos. Empezaba a pensar que todo pasaba en la vida por alguna razón, tal vez si no me hubiera separado del grupo no habría ocurrido lo de la tienda y por tanto todo seguiría igual, ahora algo me decía que iba a ser diferente y pudiera ser, que incluso mejor. Pero ahora lo primero era ayudar a aquel hombre, aunque no conociera nada de él, mi vena altruista por lo visto seguía intacta.
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Pensó en lo estúpido de su situación: sobrevivir los últimos seis días a esa criatura mutada para caer muerto por un simple zombie. Y por ello lo mantuvo a raya, pegando su cabeza contra el fango para reunir fuerzas y volver a lanzarlo lejos de él. Pero su mala alimentación, su nulo descanso, la pérdida de sangre..., tales factores estaban disminuyendo sus energías y el pesado sujeto no parecía querer rendirse. «Un solo esfuerzo más», pensó, «y me haré con alguna piedra con la que golpearle la cabeza». No obstante su plan nunca llegó a cumplirse. La oportuna aparición de la mujer, tan mojada como él, hizo que su postura se relajara. Cayendo rendidos los brazos a ambos lados de su cuerpo, cuando se vio finalmente liberado, suspiró para empezar a escuchar a su acompañante.
Al intentar auparse por sí solo, antes de recibir la ayuda externa, alargó el brazo hacia el asa de su maltrecha bolsa pero siquiera pudo recuperarla. Sus ojos le engañaron y empezó a ver borroso. Meneó la mano, tanteando el embarrado suelo hasta que finalmente la agarró con fuerza. No tenía gran valor después de haber perdido los medicamentos, y de solo conservar la cantimplora de agua, algunas raíces y ese kit de costura con hilos y agujas, pero era cuanto disponía y eso le bastaba.
–La art... arteria... –llegó a mascullar, apoyándose en ella para dejarse guiar mientras no apartaba la vista del suelo y de la rama que sentía cómo se movía a cada paso que apoyaba–. Teng... tengo aguja e...hilo.
Su voz, débil y susurrante, apenas dejaba ir balbuceos de entre los que sobresalieron dichas palabras. El hombre se controlaba para guardar las pocas fuerzas que le quedaban, manteniendo los ojos abiertos y parpadeando repetidas veces como para que su vista no volviera a enturbiarse de nuevo.
Sus ojeras, el pelo casi putrefacto, la palidez de la piel, su propio aspecto y olor corporal..., no eran agradable desde luego, y era consciente de que no se diferenciaba demasiado de aquel zombie al que la mujer mató. Sabía que estaba a su merced; que podría matarle y quedarse con lo poco de lo que disponía bajo la excusa de una posible infección..., pues las heridas recientes que presentaba también compartían espacio con viejas mordeduras diseminadas por brazos y piernas. Pero deslizando su cansada mirada hacia la mujer, de reojo, atisbó preocupación, abnegación, nobleza... El simple hecho de haberse acercado hasta él y eliminado a la amenaza para alejarlo del agua, ya dejaba más que claras sus intenciones. Unas que no dudó en aprovechar para llevar tan desfavorable situación a un terreno en el que podría jugar sus cartas..., si es que llegaba a tener la ocasión.
–Gracias– murmuró quedamente, cabeceando hacia abajo justo cuando veía hacia donde le había conducido.
Echándose en el suelo, de costado, tuvo especial cuidado con su pierna herida y poco a poco fue quedando bocarriba para soltar la mochila. Sin querer estar tumbado, se sentó y acercó las manos a la rama clavada en su pierna para determinar la gravedad de la situación. Ahora que se encontraba alejado del agua, y con alguien que podía supervisar su estado, introdujo un dedo de cada mano en la fisura de la tela para tirar a ambos lados de la misma. Abierta una brecha en los pantalones, descubriendo la herida aseveró que, pese al grosor, la rama solo penetraba la carne sin salir por el otro extremo y que mantenía el "grifo" obstruido.
Demostrando impasibilidad ante lo grotesco de la ensangrentada y mojada herida, manteniendo su rostro concentrado en la rama clavada, deslizó sus temblorosos dedos a la misma contemplativo de la mujer.
–Voy a necesitar su ayuda, se...ñorita... algo para... cortar la hemorragia – comenzó, inspirando al notar su pulso en los oídos y las muñecas justo cuando cabeceaba hacia su propia mochila–. Enhebre una aguja. Debe presionar la herida, mientras me encargo de... coserla, ¿de acuerdo?
Dando una visual alrededor, contempló el hecho de buscar algunas plantas silvestres para un emplaste con el que cubrir la zona tras el cosido, pero desechó la idea ante los síntomas que estaba percibiendo en su cuerpo. Al margen de su insensibilidad al dolor, sabía que la visión borrosa y el pulso acelerado no eran síntomas demasiado positivos.
Al intentar auparse por sí solo, antes de recibir la ayuda externa, alargó el brazo hacia el asa de su maltrecha bolsa pero siquiera pudo recuperarla. Sus ojos le engañaron y empezó a ver borroso. Meneó la mano, tanteando el embarrado suelo hasta que finalmente la agarró con fuerza. No tenía gran valor después de haber perdido los medicamentos, y de solo conservar la cantimplora de agua, algunas raíces y ese kit de costura con hilos y agujas, pero era cuanto disponía y eso le bastaba.
–La art... arteria... –llegó a mascullar, apoyándose en ella para dejarse guiar mientras no apartaba la vista del suelo y de la rama que sentía cómo se movía a cada paso que apoyaba–. Teng... tengo aguja e...hilo.
Su voz, débil y susurrante, apenas dejaba ir balbuceos de entre los que sobresalieron dichas palabras. El hombre se controlaba para guardar las pocas fuerzas que le quedaban, manteniendo los ojos abiertos y parpadeando repetidas veces como para que su vista no volviera a enturbiarse de nuevo.
Sus ojeras, el pelo casi putrefacto, la palidez de la piel, su propio aspecto y olor corporal..., no eran agradable desde luego, y era consciente de que no se diferenciaba demasiado de aquel zombie al que la mujer mató. Sabía que estaba a su merced; que podría matarle y quedarse con lo poco de lo que disponía bajo la excusa de una posible infección..., pues las heridas recientes que presentaba también compartían espacio con viejas mordeduras diseminadas por brazos y piernas. Pero deslizando su cansada mirada hacia la mujer, de reojo, atisbó preocupación, abnegación, nobleza... El simple hecho de haberse acercado hasta él y eliminado a la amenaza para alejarlo del agua, ya dejaba más que claras sus intenciones. Unas que no dudó en aprovechar para llevar tan desfavorable situación a un terreno en el que podría jugar sus cartas..., si es que llegaba a tener la ocasión.
–Gracias– murmuró quedamente, cabeceando hacia abajo justo cuando veía hacia donde le había conducido.
Echándose en el suelo, de costado, tuvo especial cuidado con su pierna herida y poco a poco fue quedando bocarriba para soltar la mochila. Sin querer estar tumbado, se sentó y acercó las manos a la rama clavada en su pierna para determinar la gravedad de la situación. Ahora que se encontraba alejado del agua, y con alguien que podía supervisar su estado, introdujo un dedo de cada mano en la fisura de la tela para tirar a ambos lados de la misma. Abierta una brecha en los pantalones, descubriendo la herida aseveró que, pese al grosor, la rama solo penetraba la carne sin salir por el otro extremo y que mantenía el "grifo" obstruido.
Demostrando impasibilidad ante lo grotesco de la ensangrentada y mojada herida, manteniendo su rostro concentrado en la rama clavada, deslizó sus temblorosos dedos a la misma contemplativo de la mujer.
–Voy a necesitar su ayuda, se...ñorita... algo para... cortar la hemorragia – comenzó, inspirando al notar su pulso en los oídos y las muñecas justo cuando cabeceaba hacia su propia mochila–. Enhebre una aguja. Debe presionar la herida, mientras me encargo de... coserla, ¿de acuerdo?
Dando una visual alrededor, contempló el hecho de buscar algunas plantas silvestres para un emplaste con el que cubrir la zona tras el cosido, pero desechó la idea ante los síntomas que estaba percibiendo en su cuerpo. Al margen de su insensibilidad al dolor, sabía que la visión borrosa y el pulso acelerado no eran síntomas demasiado positivos.
Ambos logramos llegar hasta suelo seco, el hombre se recostó en él y yo me quedé a un lado. Hasta aquel momento no fui realmente consciente de la gravedad de sus heridas. Lo más impresionante era la cantidad no solo de cortes, sino de arañazos y mordeduras que tenía diseminadas a lo largo de su piel. Por un momento me quedé absorta en aquellas marcas, creyendo que aquel tipo estaba condenado a morir en breve, sucumbiendo al virus, pero entonces me di cuenta de que algunas de esas mordeduras ya habían más que cicatrizado. Coloqué uno de mis dedos sobre una de las marcas y luego lo miré a él. Tal vez sea cierto, tal vez algunas cosas pasen por una razón. No me hizo falta atar más cabos, el virus no le iba a matar.
- Yo... - Logré reaccionar por fin. - Mierda, no sé qué hacer - Miré fijamente la herida de su pierna, se había clavado una rama y aunque esta sangraba, no lo hacía en demasiada abundancia gracias precisamente a la misma rama. Comenzaba a ponerme nerviosa por momentos, eché el pelo mojado hacia un lado para ver mejor y estiré mi mochila para poder sacar el pequeño botiquín, también recogí el hilo y la aguja de él.
No tenía apenas nociones en enfermería. ¡Si me costaba poner hasta las tiritas! Siendo mi madre enfermera, teniendo a Dallas que más o menos se defendía cosiendo heridas, luego Taylor... hasta ahora no me había hecho falta casi nunca aprender nada de eso. Lo bueno y más sorprendente aún, era que él, pese a estar ene se estado, parecía bastante independiente, casi diría hasta que parecía seguro de poder hacerlo... Así que si él estando así era capaz... respiré hondo, yo también haría todo lo que pudiera.
- Está bien, tengo gasas, vendas, un bote de antiséptico... - Abrí el botiquín para que viera las cosas. - Creo que después de esto, ya puedes tratarme de tú... - Iba diciendo mientras que lograba enhebrar el hilo en la aguja y se la pasaba. Luego con el kukri hice más grande el corte del pantalón para que tuviera más acceso a la herida, saqué las gasas y el antiséptico y me preparé para lo que viniera ahora a continuación. - ¿Crees que podrás hacerlo tú? - Pregunté con un evidente tono de preocupación en mi voz, no entendía como aquel hombre no había perdido el conocimiento hacía un buen rato, porque de estar yo en su lugar...
- Sí, está bien, pero dime qué hacer en caso de que caigas desmayado - Sabía que debía coser la herida, era consciente de que también tenía que evitar que se desangrara allí mismo, por lo que podría tratar de presionar con las vendas para evitar una hemorragia, también sabía coser, evidentemente, pero en caso de que se desmayara, ¿cómo y por dónde hacerlo? Quería estar segura por lo que pudiera pasar. Y ojalá que aquello no pasara, por favor, no podría seguir sola con eso, sobre todo por la presión de saber que su vida quedaba en mis manos, últimamente me había costado hasta cuidar de mi, como para hacerlo de otra persona también. Todo eso contando con que no se nos acercara ningún maldito zombie.
- Yo... - Logré reaccionar por fin. - Mierda, no sé qué hacer - Miré fijamente la herida de su pierna, se había clavado una rama y aunque esta sangraba, no lo hacía en demasiada abundancia gracias precisamente a la misma rama. Comenzaba a ponerme nerviosa por momentos, eché el pelo mojado hacia un lado para ver mejor y estiré mi mochila para poder sacar el pequeño botiquín, también recogí el hilo y la aguja de él.
No tenía apenas nociones en enfermería. ¡Si me costaba poner hasta las tiritas! Siendo mi madre enfermera, teniendo a Dallas que más o menos se defendía cosiendo heridas, luego Taylor... hasta ahora no me había hecho falta casi nunca aprender nada de eso. Lo bueno y más sorprendente aún, era que él, pese a estar ene se estado, parecía bastante independiente, casi diría hasta que parecía seguro de poder hacerlo... Así que si él estando así era capaz... respiré hondo, yo también haría todo lo que pudiera.
- Está bien, tengo gasas, vendas, un bote de antiséptico... - Abrí el botiquín para que viera las cosas. - Creo que después de esto, ya puedes tratarme de tú... - Iba diciendo mientras que lograba enhebrar el hilo en la aguja y se la pasaba. Luego con el kukri hice más grande el corte del pantalón para que tuviera más acceso a la herida, saqué las gasas y el antiséptico y me preparé para lo que viniera ahora a continuación. - ¿Crees que podrás hacerlo tú? - Pregunté con un evidente tono de preocupación en mi voz, no entendía como aquel hombre no había perdido el conocimiento hacía un buen rato, porque de estar yo en su lugar...
- Sí, está bien, pero dime qué hacer en caso de que caigas desmayado - Sabía que debía coser la herida, era consciente de que también tenía que evitar que se desangrara allí mismo, por lo que podría tratar de presionar con las vendas para evitar una hemorragia, también sabía coser, evidentemente, pero en caso de que se desmayara, ¿cómo y por dónde hacerlo? Quería estar segura por lo que pudiera pasar. Y ojalá que aquello no pasara, por favor, no podría seguir sola con eso, sobre todo por la presión de saber que su vida quedaba en mis manos, últimamente me había costado hasta cuidar de mi, como para hacerlo de otra persona también. Todo eso contando con que no se nos acercara ningún maldito zombie.
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Paladeó su propia saliva, temblándole las manos en torno a la rama mientras continuaba con la mirada sobre la floresta que colindaba con el río. No muy lejos, entre unos arbustos, creyó ver los componentes naturales que necesitaba por lo que giró su atención hacia la joven. En silencio contempló el nerviosismo impreso en su rostro, recordando entonces la fuerte impresión que solían demostrar las personas ante algo tan perturbador como la pérdida progresiva de sangre... en especial si era en puntos claves que favorecieran una proximidad a la muerte.
Cuando mencionó el tratamiento que debía darle, cabeceó para esbozar una débil sonrisa. Una de sus muchas máscaras que ya creyó olvidada:
–Entonces respira, ¿de acuerdo? No tengo entre... mis prioridades morir hoy –intentó bromear para calmarla y que se centrase en sus palabras, al tiempo que tomaba la aguja–. Ya lo he hecho otras veces. Aunque no en estas circunstancias.
No quiso entrar en detalles. Había pasado por mucho y prueba de ello era la cantidad de cicatrices y nuevos hematomas repartidos por su cuerpo. Pese a ello tenía que reconocer que el altruismo de la mujer le venía de perlas. Desconocía cuánto le quedaba a su cuerpo para que se desconectara de su mente a causa del posible shock, una vez la operación diera comienzo, y por ello decidió darle instrucción al respecto. Contemplando la rama, la agarró con la mano libre:
–Es importante que presiones la herida con una gasa. Va a salir mucha sangre, así que no te asustes: el ser humano tiene unos cinco o seis litros y no debo haber perdido ni un cuarto –comentaba en un tono monocorde, sin apartar la vista del objeto clavado contra su piel–. Debes dejar un espacio para que pueda proceder, por lo que con la presión la sangre se filtrará hacia mis manos.
Inclinó la cabeza, justo cuando flexionaba su izquierda para apoyar la cabeza en la rodilla, tomando aire:
–Si me desmayo, antes de... que pueda cerrar la herida, tienes que saber que serán dos procesos de cosida y también tendrás que diferenciar la arteria de la carne –bufando, tal si le pareciera estúpido, añadió–. Pero la verás. Destaca, ¿sabes? Es de un... tono violáceo. Tendrás que coserla paralela, enlazando... la parte dañada con la otra. No cosas en cruz. Eso presionaría el vaso sanguíneo. Si lo coses en paralelo el flujo parará.
Desconocía si realmente perdería el sentido. Todo dependía de cuánta sangre se echara a perder durante el proceso. Tomó aire pesadamente para negar, manteniendo el rostro contra la rodilla de su pierna sana:
–Intentaré acabar con esa parte antes de... –sabía que no era algo agradable y por su nerviosismo previo apostaba que, en su anterior vida, la mujer no debió formar parte de ningún equipo sanitario–. Luego tendrás que coser la carne para cerrar definitivamente la herida; pero... procura que el hilo de la arteria queda por fuera del segundo cosido. Si no, más adelante, tendrá que abrirme de nuevo para liberar la arteria del hilo. Necesitarás otra aguja, aparte de la que tengo.
Incorporando su cuerpo, vencido por el cansancio de hablar y recuperar de su memoria la última vez que le ocurrió algo parecido en medio de la nada, señaló un arbusto que parecía aspirar a árbol y que se erigía sobre unos espesos matorrales:
–Después de aplicarme un poco del antiséptico... –parpadeó pesadamente, justo cuando la mano con la que señalaba iba cayendo para ir a apoyase en el suelo y así evitar que su cuerpo cayese a ese lado–. Coge algunas hojas y flores, lávalas y triturarlas. Luego... aplica el cataplasma sobre la herida y cúbrela. El hamalelis hará el resto. ¿Prep... preparada?
Aún con la pierna sana flexionada, hundido su pie desnudo en el humedecido suelo como anclaje para que su cuerpo no se tambalease, sostuvo la aguja con la diestra en tanto su izquierda se mantenía sobre la rama a punto para extraerla.
Cuando mencionó el tratamiento que debía darle, cabeceó para esbozar una débil sonrisa. Una de sus muchas máscaras que ya creyó olvidada:
–Entonces respira, ¿de acuerdo? No tengo entre... mis prioridades morir hoy –intentó bromear para calmarla y que se centrase en sus palabras, al tiempo que tomaba la aguja–. Ya lo he hecho otras veces. Aunque no en estas circunstancias.
No quiso entrar en detalles. Había pasado por mucho y prueba de ello era la cantidad de cicatrices y nuevos hematomas repartidos por su cuerpo. Pese a ello tenía que reconocer que el altruismo de la mujer le venía de perlas. Desconocía cuánto le quedaba a su cuerpo para que se desconectara de su mente a causa del posible shock, una vez la operación diera comienzo, y por ello decidió darle instrucción al respecto. Contemplando la rama, la agarró con la mano libre:
–Es importante que presiones la herida con una gasa. Va a salir mucha sangre, así que no te asustes: el ser humano tiene unos cinco o seis litros y no debo haber perdido ni un cuarto –comentaba en un tono monocorde, sin apartar la vista del objeto clavado contra su piel–. Debes dejar un espacio para que pueda proceder, por lo que con la presión la sangre se filtrará hacia mis manos.
Inclinó la cabeza, justo cuando flexionaba su izquierda para apoyar la cabeza en la rodilla, tomando aire:
–Si me desmayo, antes de... que pueda cerrar la herida, tienes que saber que serán dos procesos de cosida y también tendrás que diferenciar la arteria de la carne –bufando, tal si le pareciera estúpido, añadió–. Pero la verás. Destaca, ¿sabes? Es de un... tono violáceo. Tendrás que coserla paralela, enlazando... la parte dañada con la otra. No cosas en cruz. Eso presionaría el vaso sanguíneo. Si lo coses en paralelo el flujo parará.
Desconocía si realmente perdería el sentido. Todo dependía de cuánta sangre se echara a perder durante el proceso. Tomó aire pesadamente para negar, manteniendo el rostro contra la rodilla de su pierna sana:
–Intentaré acabar con esa parte antes de... –sabía que no era algo agradable y por su nerviosismo previo apostaba que, en su anterior vida, la mujer no debió formar parte de ningún equipo sanitario–. Luego tendrás que coser la carne para cerrar definitivamente la herida; pero... procura que el hilo de la arteria queda por fuera del segundo cosido. Si no, más adelante, tendrá que abrirme de nuevo para liberar la arteria del hilo. Necesitarás otra aguja, aparte de la que tengo.
Incorporando su cuerpo, vencido por el cansancio de hablar y recuperar de su memoria la última vez que le ocurrió algo parecido en medio de la nada, señaló un arbusto que parecía aspirar a árbol y que se erigía sobre unos espesos matorrales:
–Después de aplicarme un poco del antiséptico... –parpadeó pesadamente, justo cuando la mano con la que señalaba iba cayendo para ir a apoyase en el suelo y así evitar que su cuerpo cayese a ese lado–. Coge algunas hojas y flores, lávalas y triturarlas. Luego... aplica el cataplasma sobre la herida y cúbrela. El hamalelis hará el resto. ¿Prep... preparada?
Aún con la pierna sana flexionada, hundido su pie desnudo en el humedecido suelo como anclaje para que su cuerpo no se tambalease, sostuvo la aguja con la diestra en tanto su izquierda se mantenía sobre la rama a punto para extraerla.
- Respiro - Resultaba de lo más irónico que fuera él quien me tuviera que tranquilizar a mi, pero eso estaba pasando. - Me alegra oír eso - Añadí de forma distraída, al menos tenía fuerza de voluntad y al parecer la tenía por los dos. Yo trataba de prestar atención a todo cuanto me dijera. Aunque en aquel momento solo me acordaba de Taylor y Dallas, habría sido tan fácil con ellas dos... o no, lo más seguro fuera que empezaran a discutir sobre el mejor procedimiento para curar a aquel tipo, otro gritaría para que se centraran y al final acabarían peleadas entre ellas o con él. Los echaba tanto de menos...
- De acuerdo - Prestaba atención a todas sus palabras, concentrando la mirada en la herida además. Todo lo que debía o no hacer en caso de que él perdiera el conocimiento. Se me hacía duro verlo así, ¿cómo podía tan siquiera seguir hablando?
- De acuerdo - Asentí de nuevo, en el interior de mi cabeza me repetía una y otra vez el proceso a seguir,todo cuanto me había dicho él, para que no se me olvidase absolutamente nada. Afortunadamente la segunda parte la conocía mejor, Dallas una vez se empeñó en enseñarme como se cosía una herida del brazo y aunque me faltase poco para vomitar más o menos recordaba un par de cosas. Lo absurdo era que no me hubiera molestado en aprender un poco de aquellas cosas hasta ahora, no estaba bien y menos dedicándome a lo que me dedicaba.
- En el botiquín hay otra aguja - Era curva, perfecta para cerrar la herida después, como las que usaban Dallas y Taylor. Finalmente el hombre pareció decidido a sacar la rama, observé sus manos, había que hacerlo ya, no podíamos esperar más o moriría. Rápidamente saqué un par de gasas de una de las bolsas.
- Yo lo haré, trata de coser - Aparté su mano de la rama, no estaba segura aún de aquello, pero sería lo mejor, que él se centrara en coser, si es que antes no perdía el conocimiento. Coloqué la gasa sobre la herida y parte del extremo de la rama, de tal forma que en cuanto la sacara pudiera presionar la herida para evitar que se desangrara y dejarle margen a él para coser. - A la de tres, uno, dos y tres - A la vez que tomaba aire extraía la maldita rama, con el mayor cuidado posible, y entonces presioné tal y como me dijo, abriendo mucho los ojos al ver la sangre. Él ya me había avisado de lo que iba a pasar, pero aún tenía mis reservas sobre si estaría actuando bien o no.
Escuchaba el rumor del agua, sentía la suave brisa del viento acariciar mi piel... y realmente no me enteraba de nada de aquello, mi cerebro estaba completamente concentrado en tratar de ayudar a aquel hombre a salvar su vida. Una pequeña parte de mi aún estaba alerta por si llegaba cualquier amenaza, ya que ambos habíamos quedado muy expuestos a los peligros del bosque. El problema era que con él en aquel estado no habríamos podido llegar muy lejos.
- De acuerdo - Prestaba atención a todas sus palabras, concentrando la mirada en la herida además. Todo lo que debía o no hacer en caso de que él perdiera el conocimiento. Se me hacía duro verlo así, ¿cómo podía tan siquiera seguir hablando?
- De acuerdo - Asentí de nuevo, en el interior de mi cabeza me repetía una y otra vez el proceso a seguir,todo cuanto me había dicho él, para que no se me olvidase absolutamente nada. Afortunadamente la segunda parte la conocía mejor, Dallas una vez se empeñó en enseñarme como se cosía una herida del brazo y aunque me faltase poco para vomitar más o menos recordaba un par de cosas. Lo absurdo era que no me hubiera molestado en aprender un poco de aquellas cosas hasta ahora, no estaba bien y menos dedicándome a lo que me dedicaba.
- En el botiquín hay otra aguja - Era curva, perfecta para cerrar la herida después, como las que usaban Dallas y Taylor. Finalmente el hombre pareció decidido a sacar la rama, observé sus manos, había que hacerlo ya, no podíamos esperar más o moriría. Rápidamente saqué un par de gasas de una de las bolsas.
- Yo lo haré, trata de coser - Aparté su mano de la rama, no estaba segura aún de aquello, pero sería lo mejor, que él se centrara en coser, si es que antes no perdía el conocimiento. Coloqué la gasa sobre la herida y parte del extremo de la rama, de tal forma que en cuanto la sacara pudiera presionar la herida para evitar que se desangrara y dejarle margen a él para coser. - A la de tres, uno, dos y tres - A la vez que tomaba aire extraía la maldita rama, con el mayor cuidado posible, y entonces presioné tal y como me dijo, abriendo mucho los ojos al ver la sangre. Él ya me había avisado de lo que iba a pasar, pero aún tenía mis reservas sobre si estaría actuando bien o no.
Escuchaba el rumor del agua, sentía la suave brisa del viento acariciar mi piel... y realmente no me enteraba de nada de aquello, mi cerebro estaba completamente concentrado en tratar de ayudar a aquel hombre a salvar su vida. Una pequeña parte de mi aún estaba alerta por si llegaba cualquier amenaza, ya que ambos habíamos quedado muy expuestos a los peligros del bosque. El problema era que con él en aquel estado no habríamos podido llegar muy lejos.
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Jadeaba cansado. La extensa explicación de lo que la mujer debía y no hacer le había pasado factura y pronto aparecieron los primeros fogonazos de luz. Su visión empezó a desbordarse con ella, escuchando el pitido en sus oídos con más insistencia. Pero volviendo a inspirar, con los ojos apretados fuertemente, logró recomponerse. Sabía que tal práctica era peligrosa: su cuerpo necesitaba "reiniciarse" para una total recuperación, y él se la estaba negando. De aquella forma era como combatía contra los deseos que su cuerpo manifestaba al margen de su mente. Cada vez que sufría algún traumatismo que le llevaba al borde de la inconsciencia, la reprimía atando en corto esos indicios para solo postergarlos un poco más. Era consciente de que a largo plazo semejante práctica no debía ser beneficiosa. Sin embargo, en aquel medio en el que se movía, pensar en el futuro resultaba algo relativo dadas las circunstancias.
Sosteniendo su aguja firmemente, observó como la mujer se prestaba a retirar la rama por él para que se centrase en coser. De ese modo, permitiéndoselo, retiró la mano libre de la rama para posicionarla a un lado de la herida. A la espera de que la mujer reuniera el valor para desprenderla de su carne, asintió entonces para coser en cuanto la sangre empezó a salir a borbotones. Sintiendo únicamente como la rama se deslizaba hacia afuera de forma limpia, sin dejar restos que pudieran entorpecer la operación, el hombre procedió con rapidez.
Su cuerpo encorvado se tambaleaba un poco, merced de un mareo que se estaba apoderando de su cabeza; pero adentrando y sacando la aguja con pericia, tirando del hilo para unir los extremos dañados de la arteria, de unas puntadas aquel primer proceso pronto se encontró listo. La sangre dejó de salir con tanta afluencia y él, sin perder demasiado tiempo, empujó levemente la mano de la mujer para así poder apartar la gasa empapada y coser la brecha externa.
Estaba visiblemente pálido, más de lo habitual en él. El sudor se entremezclaba con el agua que le caía del empapado cabello azabache, deslizándose así por la nariz, y es que apenas era consciente de nada que ocurriese a su alrededor. El pitido insistente en sus oídos lo llenaba todo, justo cuando se encontraba procediendo en el segundo cosido. Su izquierda iba y venía de la herida al suelo, donde tomaba el papel del ancla que mantenía su cuerpo sentado para que no se venciera a un lado u otro. Pasados escasos minutos, constató su propia torpeza. Las manos le temblaban. Su cuerpo se revelaba contra él mismo, exigiéndole el descanso que arrastraba desde hace días; pero el hombre seguía sin ceder.
Cerraba los ojos. Los volvía a abrir. Y tal proceso lo repitió varias veces justo cuando ya llevaba media brecha bien cosida. Entonces llegaron los jadeos y la visión borrosa. Cabeceando hacia abajo, colgando parte de sus cabellos de manera que se le pegasen algunos al rostro, paladeó su saliva y negó. Intentaba salir de ese estado. Siquiera se permitió soltar la aguja, cuyo hilo tirante mantenía parte de la herida cerrada y supurando la sangre que anteriormente salió de la arteria. Sin embargo su lucha no duró mucho y, dejando el cosido a la mitad con la aguja colgando del hilo sujeto a su piel, su cuerpo cayó hacia atrás. Vencido por el mareo, con aquel pitido extendiéndose a su alrededor, se mantuvo en un estado de semiconsciencia. Con los ojos claros clavados en el cielo, percibió su pulso en las muñecas, los tobillos, en sus oídos y su corazón. Y aunque quiso volver a incorporarse para seguir con su labor, tras aquel descanso de sentidos segundos, sus manos solo alcanzaron a deslizarse por la hojarrasca húmeda del lugar.
Sosteniendo su aguja firmemente, observó como la mujer se prestaba a retirar la rama por él para que se centrase en coser. De ese modo, permitiéndoselo, retiró la mano libre de la rama para posicionarla a un lado de la herida. A la espera de que la mujer reuniera el valor para desprenderla de su carne, asintió entonces para coser en cuanto la sangre empezó a salir a borbotones. Sintiendo únicamente como la rama se deslizaba hacia afuera de forma limpia, sin dejar restos que pudieran entorpecer la operación, el hombre procedió con rapidez.
Su cuerpo encorvado se tambaleaba un poco, merced de un mareo que se estaba apoderando de su cabeza; pero adentrando y sacando la aguja con pericia, tirando del hilo para unir los extremos dañados de la arteria, de unas puntadas aquel primer proceso pronto se encontró listo. La sangre dejó de salir con tanta afluencia y él, sin perder demasiado tiempo, empujó levemente la mano de la mujer para así poder apartar la gasa empapada y coser la brecha externa.
Estaba visiblemente pálido, más de lo habitual en él. El sudor se entremezclaba con el agua que le caía del empapado cabello azabache, deslizándose así por la nariz, y es que apenas era consciente de nada que ocurriese a su alrededor. El pitido insistente en sus oídos lo llenaba todo, justo cuando se encontraba procediendo en el segundo cosido. Su izquierda iba y venía de la herida al suelo, donde tomaba el papel del ancla que mantenía su cuerpo sentado para que no se venciera a un lado u otro. Pasados escasos minutos, constató su propia torpeza. Las manos le temblaban. Su cuerpo se revelaba contra él mismo, exigiéndole el descanso que arrastraba desde hace días; pero el hombre seguía sin ceder.
Cerraba los ojos. Los volvía a abrir. Y tal proceso lo repitió varias veces justo cuando ya llevaba media brecha bien cosida. Entonces llegaron los jadeos y la visión borrosa. Cabeceando hacia abajo, colgando parte de sus cabellos de manera que se le pegasen algunos al rostro, paladeó su saliva y negó. Intentaba salir de ese estado. Siquiera se permitió soltar la aguja, cuyo hilo tirante mantenía parte de la herida cerrada y supurando la sangre que anteriormente salió de la arteria. Sin embargo su lucha no duró mucho y, dejando el cosido a la mitad con la aguja colgando del hilo sujeto a su piel, su cuerpo cayó hacia atrás. Vencido por el mareo, con aquel pitido extendiéndose a su alrededor, se mantuvo en un estado de semiconsciencia. Con los ojos claros clavados en el cielo, percibió su pulso en las muñecas, los tobillos, en sus oídos y su corazón. Y aunque quiso volver a incorporarse para seguir con su labor, tras aquel descanso de sentidos segundos, sus manos solo alcanzaron a deslizarse por la hojarrasca húmeda del lugar.
No sabría cómo describir la situación, aún no podía pensar con claridad, no con toda esa sangre, no sabiendo que aquel hombre estaba al borde de la muerte. Observaba cada uno de sus movimientos como si estos me hubieran paralizado, como si andara en una especie de trance, no podía apartar la vista de la herida. El hombre lo estaba haciendo, estaba consiguiendo cerrar la herida sin desmayarse y yo casi ni me lo podía creer.
- Ya casi está - Susurré a modo de ánimo. Sujetaba su pierna y miraba como comenzaba a cerrar el corte. Solo faltaba eso. Mis manos estaban manchadas de su sangre, pero en aquel momento nada de aquello me importó. Pensaba en otra cosa: debía preguntarle después por sus heridas, las mordeduras, aquellas que ya habían cicatrizado. Podríamos habernos encontrado tal vez por esa razón, no creía en el destino, pero era demasiada casualidad, que precisamente aquel día nuestros caminos se cruzaran.
- No, mierda... - DIje en voz baja al ver como sus manos comenzaban a temblar, alcé la mirada hasta su rostro, mucho más pálido de lo que le había visto al principio. Él parecía querer proseguir, pero no podía. Sujeté su mano con fuerza, para quitarle la aguja, en el preciso instante en el que su cuerpo cayó hacia atrás. - Vamos - No quedaba demasiado, era poco y ya había visto como lo estaba haciendo, así que solo seguí el procedimiento, como mejor pude. Tratando de dejar la mente en blanco, porque tal vez en otra ocasión hubiera hasta vomitado al ver todo aquello. Pero me mantuve firme y terminé de cerrar la herida. Corté el hilo y dejé la aguja junto al sobrante en el botiquín, más bien los lancé a este de cualquier forma. Porque seguidamente me lancé a por el hombre.
- ¿Hola? - Sujeté su rostro entre mis manos y lo miré fijamente. - Ya está hecho - Me acerqué para ver si respiraba y comprobé su pulso, seguía ahí y eso me hizo respirar de forma aliviada. Ahora me tocaba limpiar la herida con el antiséptico y las gasas. Todo de forma muy cuidadosa, eso me recordaba a aquella vez... cuando me hirieron en el alamcén. Me curaron, pero posteriormente tenía que hacerme yo misma las curas.
Hasta aquel preciso instante no pensé en la suerte que estábamos teniendo, aunque no lo pareciera. Hasta el momento nada se había acercado a nosotros y eso era todo un logro. Había recogido algunas plantas y flores, las que él mismo me había señalado, las limpié en la orilla del río, y las trituré con ayuda de mi navaja, una que solo utilizaba para la comida. Improvisé una cataplasma que coloqué sobre un extremo de la venda, la herida y luego vendé como mejor pude, sin apretar demasiado, para evitar cortar la circulación, al menos eso lo sabía... Una vez que acabé miré hacia mi alrededor, aparentemente seguíamos ambos solos. Y eso comenzaba a parecerme bastante raro.
- Ya casi está - Susurré a modo de ánimo. Sujetaba su pierna y miraba como comenzaba a cerrar el corte. Solo faltaba eso. Mis manos estaban manchadas de su sangre, pero en aquel momento nada de aquello me importó. Pensaba en otra cosa: debía preguntarle después por sus heridas, las mordeduras, aquellas que ya habían cicatrizado. Podríamos habernos encontrado tal vez por esa razón, no creía en el destino, pero era demasiada casualidad, que precisamente aquel día nuestros caminos se cruzaran.
- No, mierda... - DIje en voz baja al ver como sus manos comenzaban a temblar, alcé la mirada hasta su rostro, mucho más pálido de lo que le había visto al principio. Él parecía querer proseguir, pero no podía. Sujeté su mano con fuerza, para quitarle la aguja, en el preciso instante en el que su cuerpo cayó hacia atrás. - Vamos - No quedaba demasiado, era poco y ya había visto como lo estaba haciendo, así que solo seguí el procedimiento, como mejor pude. Tratando de dejar la mente en blanco, porque tal vez en otra ocasión hubiera hasta vomitado al ver todo aquello. Pero me mantuve firme y terminé de cerrar la herida. Corté el hilo y dejé la aguja junto al sobrante en el botiquín, más bien los lancé a este de cualquier forma. Porque seguidamente me lancé a por el hombre.
- ¿Hola? - Sujeté su rostro entre mis manos y lo miré fijamente. - Ya está hecho - Me acerqué para ver si respiraba y comprobé su pulso, seguía ahí y eso me hizo respirar de forma aliviada. Ahora me tocaba limpiar la herida con el antiséptico y las gasas. Todo de forma muy cuidadosa, eso me recordaba a aquella vez... cuando me hirieron en el alamcén. Me curaron, pero posteriormente tenía que hacerme yo misma las curas.
Hasta aquel preciso instante no pensé en la suerte que estábamos teniendo, aunque no lo pareciera. Hasta el momento nada se había acercado a nosotros y eso era todo un logro. Había recogido algunas plantas y flores, las que él mismo me había señalado, las limpié en la orilla del río, y las trituré con ayuda de mi navaja, una que solo utilizaba para la comida. Improvisé una cataplasma que coloqué sobre un extremo de la venda, la herida y luego vendé como mejor pude, sin apretar demasiado, para evitar cortar la circulación, al menos eso lo sabía... Una vez que acabé miré hacia mi alrededor, aparentemente seguíamos ambos solos. Y eso comenzaba a parecerme bastante raro.
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Las nubes que hace días le sorprendieron con una tormenta en aquel momento eran blancas y rasgaban el azul del cielo, moviéndose con imperante pereza. En su estado, semejante detalle le pareció sumamente curioso. Frente al frenetismo de sobrevivir día a día, el mundo seguía girando y las estaciones pasaban impertérritas mientras las heridas y la propia muerte se abría camino en aquella tierra baldía. En contraposición a ello, esas nubes le devolvieron a un tiempo más sosegado y seguro por breves momentos en tanto su mente volvía a tomar las riendas dentro de lo mínimamente posible. Después de todo, su cuerpo había aguantado el shock con una inquebrantable resistencia física derivada de su desapego mental... y es que algo positivo tenía que tener su cuadro clínico.
Al caer al suelo húmedo había sentido la aguja clavarse de nuevo en su piel. No le dolía, como era de esperar, pero le animó ver que seguía sintiendo el tacto de las cosas... de ahí que no dejara de abrir y cerrar las manos, aprisionando y liberando la hojarasca bajo ellas. Entonces, cuando la mujer le tomó del rostro para comprobar su estado parpadeó un segundo y se limitó a asentir de manera ausente. No escuchaba demasiado bien. El pitido seguía obstruyendo sus oídos, de modo que la voz de su acompañante la oía opacada, tal si estuviera de nuevo bajo el agua de aquel río a sus pies.
Inclinando la cabeza adelante, viendo fugazmente como la mujer se ocupaba de la herida, intentó moverse; incorporarse para darle más indicaciones acerca de cómo debía hacerlo correctamente. Pero se sentía demasiado torpe y lento. Su cuerpo volvió a ceder al poco, apenas de estar medio minuto sentado, y contemplativo del cielo suspiró mudamente. Era un enfermo terrible y lo sabía, pues nada le oprimía más que ser consciente de su debilidad física frente a la independencia que su mente manifestaba. De hecho, no muy pocas veces se le podía escuchar decir que era un lastre para sí mismo..., pero imaginó que a esas alturas poco importaba. Lo que estaba claro era que si había sobrevivido desde la Hora Cero, no estaba por la labor de dejarse morir a manos de una simple ramita.
Una vez el sicario percibió que había terminado de remendarle, ladeó la mirada hacia el extremo naciente del río para lentamente intentar de nuevo incorporarse. Esta vez, retorció su torso para apoyar el codo en el medio fangoso suelo logrando quedarse sentado para observar el apaño. Había hecho un buen trabajo, sin duda, y siquiera tuvo la necesidad de manosearlo para comprobarlo.
– Tenemos que salir de aquí – logró decir, jadeante, mientras se echaba el pelo hacia atrás tiznándose la frente y el mismo de sangre y tierra mojada–. Estamos expuestos y...
Un rugido en la lejanía, más allá del río y los árboles de la zona, provocó que el hombre alzase la vista con parsimonia. Una media sonrisa asomó en la comisura de sus labios de forma irónica, pues reconoció aquel reclamo: el de un cazador que no iba a dejar escapar a su presa. Entonces negó para, sin apenas esperar a que la mujer le prestase ayuda, flexionar su pierna sana para comenzar a levantarse no sin una clara dificultad.
Al caer al suelo húmedo había sentido la aguja clavarse de nuevo en su piel. No le dolía, como era de esperar, pero le animó ver que seguía sintiendo el tacto de las cosas... de ahí que no dejara de abrir y cerrar las manos, aprisionando y liberando la hojarasca bajo ellas. Entonces, cuando la mujer le tomó del rostro para comprobar su estado parpadeó un segundo y se limitó a asentir de manera ausente. No escuchaba demasiado bien. El pitido seguía obstruyendo sus oídos, de modo que la voz de su acompañante la oía opacada, tal si estuviera de nuevo bajo el agua de aquel río a sus pies.
Inclinando la cabeza adelante, viendo fugazmente como la mujer se ocupaba de la herida, intentó moverse; incorporarse para darle más indicaciones acerca de cómo debía hacerlo correctamente. Pero se sentía demasiado torpe y lento. Su cuerpo volvió a ceder al poco, apenas de estar medio minuto sentado, y contemplativo del cielo suspiró mudamente. Era un enfermo terrible y lo sabía, pues nada le oprimía más que ser consciente de su debilidad física frente a la independencia que su mente manifestaba. De hecho, no muy pocas veces se le podía escuchar decir que era un lastre para sí mismo..., pero imaginó que a esas alturas poco importaba. Lo que estaba claro era que si había sobrevivido desde la Hora Cero, no estaba por la labor de dejarse morir a manos de una simple ramita.
Una vez el sicario percibió que había terminado de remendarle, ladeó la mirada hacia el extremo naciente del río para lentamente intentar de nuevo incorporarse. Esta vez, retorció su torso para apoyar el codo en el medio fangoso suelo logrando quedarse sentado para observar el apaño. Había hecho un buen trabajo, sin duda, y siquiera tuvo la necesidad de manosearlo para comprobarlo.
– Tenemos que salir de aquí – logró decir, jadeante, mientras se echaba el pelo hacia atrás tiznándose la frente y el mismo de sangre y tierra mojada–. Estamos expuestos y...
Un rugido en la lejanía, más allá del río y los árboles de la zona, provocó que el hombre alzase la vista con parsimonia. Una media sonrisa asomó en la comisura de sus labios de forma irónica, pues reconoció aquel reclamo: el de un cazador que no iba a dejar escapar a su presa. Entonces negó para, sin apenas esperar a que la mujer le prestase ayuda, flexionar su pierna sana para comenzar a levantarse no sin una clara dificultad.
No estábamos solos, por fin comenzaba a distinguir ciertos ruidos en el bosque que me lo señalaban. Rápidamente fui a por mis cosas, para terminar de secarme y ponerme algo de ropa limpia, o al menos la más limpia que tenía. Mi cabello estaba aún mojado, pero ya no tanto como de primeras. No importaba, ya que no hacía tanto frío como en las últimas semanas. Cuando recogí mi mochila y cargué con ella me topé con que el hombre ya se encontraba sentado y se disponía a ponerse en pie.
- En lo alto de la presa hay una habitación con un camastro, podrás descansar en ella si eres capaz de subir por la escalera de mano - Me acerqué hasta él y le ofrecí mi hombro para que se apoyase en él. - No sé si deberías moverte tanto, pero... - Desvié la mirada hacia el bosque. Más peligroso sería quedarse allí.
- Por cierto... - Empecé a decir mientras que revisaba que no me hubiera dejado nada. Aparentemente hablaba de forma distraída, pero solo podía centrarme en aquella conversación que iniciaba. - He visto las marcas de mordduras en tu piel... ¿Cómo es que sigues vivo? - Al terminar de hacer la pregunta si que no pude evitar alzar el rostro para mirarle fijamente. En aquel momento de incertidumbre sentía como si las cicatrices de mi brazo y hombro comenzaran a arder con fuerza bajo la piel. ¿Era posible que aquel tipo se encontrara en la misma situación que yo?
- No te juzgaré, ni perderé la cabeza tratando de matarte - En aquel momento me acerqué a él y levanté la manga de mi camiseta que mostraba la cicatriz de mi brazo. - Han pasado tres semanas de esto y sigo viva - Respiré hondo, aún me costaba entenderlo. Rápida volví a bajar la prenda para tapar la herida, realmente sentía una especie de miedo irracionable a aquellas marcas. En las últimas semanas había analizado cada teoría que se me ocurría y una de ellas era que simplemente me iba a acabar convirtiendo, pero no de la forma común, no en veinticuatro horas, sino en cualquier momento y eso me aterraba.
- Vamos, apóyate en mi hombro, trataremos de subir - Cambién de tema rápidamente, ya que aquel no era el mejor momento para hablar de eso. Estábamos totalmene desprotegidos. Comencé a caminar a paso calmado hacia la enorme arquitectura de la presa, exactamente a donde estaban las escaleras de mano. - ¿Podrás subir? - Señalé estas. Tenía mis dudas, pero tras ver como había soportado aquella improvisada "operación" ya no me quedaba nada seguro sobre aquel tipo.
- En lo alto de la presa hay una habitación con un camastro, podrás descansar en ella si eres capaz de subir por la escalera de mano - Me acerqué hasta él y le ofrecí mi hombro para que se apoyase en él. - No sé si deberías moverte tanto, pero... - Desvié la mirada hacia el bosque. Más peligroso sería quedarse allí.
- Por cierto... - Empecé a decir mientras que revisaba que no me hubiera dejado nada. Aparentemente hablaba de forma distraída, pero solo podía centrarme en aquella conversación que iniciaba. - He visto las marcas de mordduras en tu piel... ¿Cómo es que sigues vivo? - Al terminar de hacer la pregunta si que no pude evitar alzar el rostro para mirarle fijamente. En aquel momento de incertidumbre sentía como si las cicatrices de mi brazo y hombro comenzaran a arder con fuerza bajo la piel. ¿Era posible que aquel tipo se encontrara en la misma situación que yo?
- No te juzgaré, ni perderé la cabeza tratando de matarte - En aquel momento me acerqué a él y levanté la manga de mi camiseta que mostraba la cicatriz de mi brazo. - Han pasado tres semanas de esto y sigo viva - Respiré hondo, aún me costaba entenderlo. Rápida volví a bajar la prenda para tapar la herida, realmente sentía una especie de miedo irracionable a aquellas marcas. En las últimas semanas había analizado cada teoría que se me ocurría y una de ellas era que simplemente me iba a acabar convirtiendo, pero no de la forma común, no en veinticuatro horas, sino en cualquier momento y eso me aterraba.
- Vamos, apóyate en mi hombro, trataremos de subir - Cambién de tema rápidamente, ya que aquel no era el mejor momento para hablar de eso. Estábamos totalmene desprotegidos. Comencé a caminar a paso calmado hacia la enorme arquitectura de la presa, exactamente a donde estaban las escaleras de mano. - ¿Podrás subir? - Señalé estas. Tenía mis dudas, pero tras ver como había soportado aquella improvisada "operación" ya no me quedaba nada seguro sobre aquel tipo.
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Por fin de pie, con ayuda de la mujer, recogió su mochila del suelo y entonces pudo ver donde había estado echado. El fango marrón se había vuelto algo rojizo fruto de la sangre derramada, y eso no era bueno. Mientras escuchaba a la mujer, dejó caer el peso de su cuerpo sobre la pierna sana. La mochila reposaba aún a sus pies mientras se deshacía del chaleco mojado que le cubría, quedando así en una camisa interior que únicamente se sostenía con la estrecha manga izquierda. La derecha estaba rota, raída de un pico al otro y que exponía así un hombro morado, pero el resto de su cuerpo no estaba mucho mejor. El hombre las había pasado canutas sin lugar a dudas y es que, al deshacerse de la prenda que cubría su torso, expuso en mayor y menor medida la gravedad variante de heridas, quemaduras y cortes diseminados por cuello, brazos y pecho. No obstante, lo que más destacaba era el mordisco en el lateral derecho de su cuello. Aunque ya cicatrizado, las marcas de los dientes se apreciaban a la perfección y no fue una sorpresa que la mujer reparase en ellas.
Mientras la escuchaba en silencio, él se preocupó en arrojar la prenda al suelo embarrado para fregar con ella la sangre. Luego tomó el chaleco y dando unos pesarosos pasos lo arrojó con fuerza hacia el bosque donde se enganchó en una rama alta desde la que empezó a gotear. Justo cuando regresaba junto a la mujer, para ayudarse de ella y empezar a caminar con cierta prisa, dirigiéndose a la orilla para de ahí seguir hacia la presa. Se veía que no quería dejar huellas y confiaba en que el agua del río cumpliese con su cometido. Ante la cuestión planteada por la mujer, se detuvo y la miró de soslayo justo cuando esta le enseñaba el mordisco. Al instante, inclinó la cabeza y esbozó un amago de sonrisa en el que sus cabellos cubrieron la mitad de su rostro:
–Hace tiempo hice un trato con la Muerte... – comentó sin más, emprendiendo la marcha mientras el agua del río iba y venía bajo sus rodillas.– Supongo que tú también lo hiciste, a tu manera, hace tres semanas.
Era una explicación parca, a la par que enigmática. Pero dadas las circunstancias no iba a detenerse en uno de sus argumentos grandilocuentes. Al menos no hasta que estuviesen a salvo, y su acompañante pareció captarlo cuando se apresuró a prestarle de nuevo apoyo. Encaminándose ambos hacia la estructura de la presa hasta que llegaron a las escaleras. Ante la pregunta que planteó la mujer, el sicario inspiró para encabezar aquel ascenso:
–Comprobémoslo.
Aferrándose con sendas manos a las escaleras, flexionó su pierna sana y comenzó a subir dejando la otra recta. Sentía la tirantez y cómo los hilos mantenían la carne unida, de ahí que no quisiera flexionar o tensar demasiado los músculos de su pierna herida para no romperlos y tener que volver a coser. Derivado de tal hecho, su subida se prolongó durante bastante más tiempo del requerido para subir. Una vez su pierna sana pisaba una balda, se impulsaba hacia arriba de un salto para alcanzar con las manos las siguientes y así hasta la cumbre. Hubiera preferido que la mujer subiese primero, pues no se fiaba que el acceso a la cabina-refugio estuviese despejado. Pese a ello, ya no había marcha atrás.
Cuando alcanzó la cima un nuevo rugido se escuchó en las inmediaciones y él tuvo a bien apartarse del acceso de las escaleras para echar un vistazo y tenderle la mano a la mujer, esperando a que subiese.
Mientras la escuchaba en silencio, él se preocupó en arrojar la prenda al suelo embarrado para fregar con ella la sangre. Luego tomó el chaleco y dando unos pesarosos pasos lo arrojó con fuerza hacia el bosque donde se enganchó en una rama alta desde la que empezó a gotear. Justo cuando regresaba junto a la mujer, para ayudarse de ella y empezar a caminar con cierta prisa, dirigiéndose a la orilla para de ahí seguir hacia la presa. Se veía que no quería dejar huellas y confiaba en que el agua del río cumpliese con su cometido. Ante la cuestión planteada por la mujer, se detuvo y la miró de soslayo justo cuando esta le enseñaba el mordisco. Al instante, inclinó la cabeza y esbozó un amago de sonrisa en el que sus cabellos cubrieron la mitad de su rostro:
–Hace tiempo hice un trato con la Muerte... – comentó sin más, emprendiendo la marcha mientras el agua del río iba y venía bajo sus rodillas.– Supongo que tú también lo hiciste, a tu manera, hace tres semanas.
Era una explicación parca, a la par que enigmática. Pero dadas las circunstancias no iba a detenerse en uno de sus argumentos grandilocuentes. Al menos no hasta que estuviesen a salvo, y su acompañante pareció captarlo cuando se apresuró a prestarle de nuevo apoyo. Encaminándose ambos hacia la estructura de la presa hasta que llegaron a las escaleras. Ante la pregunta que planteó la mujer, el sicario inspiró para encabezar aquel ascenso:
–Comprobémoslo.
Aferrándose con sendas manos a las escaleras, flexionó su pierna sana y comenzó a subir dejando la otra recta. Sentía la tirantez y cómo los hilos mantenían la carne unida, de ahí que no quisiera flexionar o tensar demasiado los músculos de su pierna herida para no romperlos y tener que volver a coser. Derivado de tal hecho, su subida se prolongó durante bastante más tiempo del requerido para subir. Una vez su pierna sana pisaba una balda, se impulsaba hacia arriba de un salto para alcanzar con las manos las siguientes y así hasta la cumbre. Hubiera preferido que la mujer subiese primero, pues no se fiaba que el acceso a la cabina-refugio estuviese despejado. Pese a ello, ya no había marcha atrás.
Cuando alcanzó la cima un nuevo rugido se escuchó en las inmediaciones y él tuvo a bien apartarse del acceso de las escaleras para echar un vistazo y tenderle la mano a la mujer, esperando a que subiese.
Me quedé paralizada ante las palabras de aquel hombre. Yo no había pedido nada de eso, es más, me resigné a morir, lo acepté y en los últimos días era lo único que había pedido.
- Pues todo trato siempre tiene un precio... - Mis palabras sonaron pesarosas. ¿Tendría aquello un precio y cuál sería? Traté de dejar de pensar en ello, pero en su lugar los recuerdos de aquel supermercado, la sangre... y luego el propio mordisco. Respiré hondo y desvié la mirada hacia el bosque en un intento de despejar mi mente, de hacer olvidar aquello.
El hombre ascendía lentamente hacia lo alto de la construcción. En ningún momento le perdí de vista, aunque no podría hacer mucho si caía. Observé con paciencia hasta que llegó a lo alto, aquel hombre debía haber recibido entrenamiento o algo por el estilo. La resistencia mostrada anteriormente, la forma de subir... todo indicaba que aquel tipo contaba con nociones.
En cuanto llegó arriba comencé a subir tras él. No tardé mucho más que él, incluso con esa herida había sido rápido. - Tranquilo, todo está despejado - Dije al ver en su rostro cierto deje de desconfianza hacia el lugar, ya que no dejaba de mirar en varias direcciones.
- Llevo aquí los últimos días, desde... desde que me mordieron - Caminé hacia la puerta de la habitación del vigilante. - Y he estado a salvo desde entonces, claro que tampoco he salido mucho - Abrí la puerta para dejarle paso. No era una habitación muy grande, contaba con una pequeña ventana, una mesa, un estante y la camilla a un lado. - Túmbate, no es tan incómoda como parece - Me acerqué a la ventana y subí la persiana. - Siento el olor... esperaba morir - Hice una mueca y me encogí de hombros. Claro que me había descuidado en las últimas semanas, esperaba la muerte, todo señalaba que iba a morir. - Pero no todo es culpa mía, esa cama ya apestaba antes de que yo llegase - Añadí posteriormente.
- Dame un momento, apenas me ha dado tiempo a nada - Salí fuera para terminar de secarme y de vestirme como era debido. Con su repentina aparición apenas había tenido tiempo de hacer nada. Mientras que cambiaba de ropa pensaba en cuál sería mi próximo paso. Tal vez sí que hubiera hecho un trato con la muerte, cuando creía que iba a morir solo era capaz de pensar en una cosa: en que no los volvería a ver y en que mis promesas iban a quedar atrás.
- ¿Qué tal te sientes? deberías tratar de dormir algo - Entré con cuidado a la vez que terminaba de secar mi cabello con ayuda de una toalla vieja. - No tardaré en irme, empiezo a darle sentido a esto: lo veo como una segunda oportunidad y debo aprovecharla - Señalé la cicatriz con la mirada. Había decidido cual sería mi próximo paso y ahora me sentía con fuerzas para seguir. Estaba totalmente convencida.
- Pues todo trato siempre tiene un precio... - Mis palabras sonaron pesarosas. ¿Tendría aquello un precio y cuál sería? Traté de dejar de pensar en ello, pero en su lugar los recuerdos de aquel supermercado, la sangre... y luego el propio mordisco. Respiré hondo y desvié la mirada hacia el bosque en un intento de despejar mi mente, de hacer olvidar aquello.
El hombre ascendía lentamente hacia lo alto de la construcción. En ningún momento le perdí de vista, aunque no podría hacer mucho si caía. Observé con paciencia hasta que llegó a lo alto, aquel hombre debía haber recibido entrenamiento o algo por el estilo. La resistencia mostrada anteriormente, la forma de subir... todo indicaba que aquel tipo contaba con nociones.
En cuanto llegó arriba comencé a subir tras él. No tardé mucho más que él, incluso con esa herida había sido rápido. - Tranquilo, todo está despejado - Dije al ver en su rostro cierto deje de desconfianza hacia el lugar, ya que no dejaba de mirar en varias direcciones.
- Llevo aquí los últimos días, desde... desde que me mordieron - Caminé hacia la puerta de la habitación del vigilante. - Y he estado a salvo desde entonces, claro que tampoco he salido mucho - Abrí la puerta para dejarle paso. No era una habitación muy grande, contaba con una pequeña ventana, una mesa, un estante y la camilla a un lado. - Túmbate, no es tan incómoda como parece - Me acerqué a la ventana y subí la persiana. - Siento el olor... esperaba morir - Hice una mueca y me encogí de hombros. Claro que me había descuidado en las últimas semanas, esperaba la muerte, todo señalaba que iba a morir. - Pero no todo es culpa mía, esa cama ya apestaba antes de que yo llegase - Añadí posteriormente.
- Dame un momento, apenas me ha dado tiempo a nada - Salí fuera para terminar de secarme y de vestirme como era debido. Con su repentina aparición apenas había tenido tiempo de hacer nada. Mientras que cambiaba de ropa pensaba en cuál sería mi próximo paso. Tal vez sí que hubiera hecho un trato con la muerte, cuando creía que iba a morir solo era capaz de pensar en una cosa: en que no los volvería a ver y en que mis promesas iban a quedar atrás.
- ¿Qué tal te sientes? deberías tratar de dormir algo - Entré con cuidado a la vez que terminaba de secar mi cabello con ayuda de una toalla vieja. - No tardaré en irme, empiezo a darle sentido a esto: lo veo como una segunda oportunidad y debo aprovecharla - Señalé la cicatriz con la mirada. Había decidido cual sería mi próximo paso y ahora me sentía con fuerzas para seguir. Estaba totalmente convencida.
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Desde luego no podía negar la insistencia de aquella criatura, que le había venido siguiendo durante tanto tiempo. En cierto modo llegó a sentir incluso admiración por la determinación de querer darle caza y destriparle como a un Pavo en Acción de Gracias. Sin embargo, esperaba que las medidas que tomó al ensuciar su camisa con el barro y su sangre fueran suficientes como para redirigir a la peligrosa mutación hacia otro lugar lejos de allí. Después de todo, suficiente martirio había tenido en aquella última e infernal semana, aunque lejos estaba esta de acabar. Desde la cumbre de la presa pudo divisar los bosques cercanos y la silueta de lo que parecía un pueblo, perfilado en el horizonte. La BOW, en alguna parte de aquellos profundos árboles, volvió a rugir. Con suerte, de haber en el pueblo el suficiente ruido, aquella criatura se dejaría arrastrar hasta aquellas lejanas calles mientras él se limitaba a seguir río abajo.
La presencia de su enfermera provisional le alertó. Si bien era cierto que allí no parecía haber ningún peligro, aún sentía cierto recelo al respecto. Por supuesto no iba a dudar de que contó con la suerte de encontrarse con una buena samaritana, quien le ayudó a curar sus heridas y llegar hasta a un lugar relativamente a salvo. La idea de que fuera a matarle o robarle, tras aquel sobreesfuerzo durante la improvisada operación, se le antojaba superfluo e innecesario. Además, por la naturaleza benévola que despedía la mujer, todo apuntaba a que los problemas no saldrían de ella. Por ello caminó tras sus pasos, con una visible cojera que ante nada parecía perturbar su rostro. Inmutable a la posible tirantez y ardor de la herida bajo el vendaje, contempló la nueva estancia y se adentró en ella para un repaso más minucioso. Lo cierto era que hasta que la mujer no mencionó el olor, él no se percató de tal detalle. Su propio cuerpo y ropas constituían un buen ejemplo de mal olor frente a lo que su nariz captaba en aquella habitación, pero emulando una leve sonrisa negó para girarse y ver como su acompañante se encargaba de la persiana:
– Descuida, he estado en lugares más apestosos y, desde luego, esa cama no será mucho peor que dormir bajo la hojarasca húmeda mientras apoyas la cabeza en una piedra.
Cuando la escuchó, viendo por el rabillo del ojo como se dirigía hacia el exterior, se limitó a asentir mudamente al tiempo que revisaba el estante. Aparte de algunos libros que solo servirían para una hoguera, no encontró nada útil. Apostaba que la mujer ya se había encargado de limpiar el sitio una vez se dio cuenta de que su cita con la Muerte se posponía indefinidamente. Tomando asiento, aquella última premisa le hizo sonreír de medio lado, tal si hubiera escuchado la mejor de las ironías. Aunque su cita sí que se había dado después de todo... solo que la mujer confundió a la Muerte con un vagabundo demasiado malherido como para corresponder a su deseo de morir. O al menos así era cómo el sicario veía las cosas.
Apoyando la espalda en la pared, sin tumbarse por tanto en la camilla, contempló el regreso de la mujer y atendió a sus palabras para no tardar en añadir, concienzudo:
– Ve río abajo... –tomó aire para explicar tanto sus palabras como el por qué había arrojado en el bosque su camisa manchada de sangre–. La criatura que se escucha ahí fuera lleva persiguiéndome un tiempo. Si rastrea mi sangre y te encuentra a ti, merodeando por aquí, tu segunda oportunidad se verá... truncada y quizá si vuelvas a ver a la Muerte.
Por supuesto no había hablado de cuánto tiempo llevaba huyendo de aquella mutación genética, pero en sus ojeras se adivinaba una aproximación.
La presencia de su enfermera provisional le alertó. Si bien era cierto que allí no parecía haber ningún peligro, aún sentía cierto recelo al respecto. Por supuesto no iba a dudar de que contó con la suerte de encontrarse con una buena samaritana, quien le ayudó a curar sus heridas y llegar hasta a un lugar relativamente a salvo. La idea de que fuera a matarle o robarle, tras aquel sobreesfuerzo durante la improvisada operación, se le antojaba superfluo e innecesario. Además, por la naturaleza benévola que despedía la mujer, todo apuntaba a que los problemas no saldrían de ella. Por ello caminó tras sus pasos, con una visible cojera que ante nada parecía perturbar su rostro. Inmutable a la posible tirantez y ardor de la herida bajo el vendaje, contempló la nueva estancia y se adentró en ella para un repaso más minucioso. Lo cierto era que hasta que la mujer no mencionó el olor, él no se percató de tal detalle. Su propio cuerpo y ropas constituían un buen ejemplo de mal olor frente a lo que su nariz captaba en aquella habitación, pero emulando una leve sonrisa negó para girarse y ver como su acompañante se encargaba de la persiana:
– Descuida, he estado en lugares más apestosos y, desde luego, esa cama no será mucho peor que dormir bajo la hojarasca húmeda mientras apoyas la cabeza en una piedra.
Cuando la escuchó, viendo por el rabillo del ojo como se dirigía hacia el exterior, se limitó a asentir mudamente al tiempo que revisaba el estante. Aparte de algunos libros que solo servirían para una hoguera, no encontró nada útil. Apostaba que la mujer ya se había encargado de limpiar el sitio una vez se dio cuenta de que su cita con la Muerte se posponía indefinidamente. Tomando asiento, aquella última premisa le hizo sonreír de medio lado, tal si hubiera escuchado la mejor de las ironías. Aunque su cita sí que se había dado después de todo... solo que la mujer confundió a la Muerte con un vagabundo demasiado malherido como para corresponder a su deseo de morir. O al menos así era cómo el sicario veía las cosas.
Apoyando la espalda en la pared, sin tumbarse por tanto en la camilla, contempló el regreso de la mujer y atendió a sus palabras para no tardar en añadir, concienzudo:
– Ve río abajo... –tomó aire para explicar tanto sus palabras como el por qué había arrojado en el bosque su camisa manchada de sangre–. La criatura que se escucha ahí fuera lleva persiguiéndome un tiempo. Si rastrea mi sangre y te encuentra a ti, merodeando por aquí, tu segunda oportunidad se verá... truncada y quizá si vuelvas a ver a la Muerte.
Por supuesto no había hablado de cuánto tiempo llevaba huyendo de aquella mutación genética, pero en sus ojeras se adivinaba una aproximación.
- Entonces esto será como el Ritz en comparación - Sonreí con un deje de ironía y me apoyé en una de las paredes viendo como él se manejaba con la situación. - Bueno, si te persigue a ti... ¿por qué se iba a contentar conmigo? - Me encogí de hombros y me acerqué hasta donde descansaban mis pocas pertenencias. Estas eran escasas debido a que me había ido desprendiendo de ellas en cuanto creí que iba a morir.
- ¿Podrás apañarte solo? - Negué rápidamente, la verdad es que no era necesario que respondiera a esa pregunta, visto lo visto ya daba por hecho que sí y que mi ayuda de poca utilidad le sería. Tal vez debiera quedarme para asegurarme de que se recuperaba, pero algo me decía que no era necesario y que yo debía continuar, o más bien empezar, mi camino.
- Tienes algo de comida ahí y bebida en esa mesa - Solo me llevaría algo para mi viaje, ya que seguramente encontraría más cosas en el siguiente pueblo. Tal vez fuera muy optimista, pero era lo único que me quedaba ahora. Señalé la mesa, allí había una botella de agua y un par de latas de comida. Yo me llevaría conmigo lo poco que quedaba de lo que había encontrado en aquel supermercado la última vez.
- Espero volver a verte otra vez - Dije a modo de despedida. - Supongo que eso será buena señal, ¿no? - Pregunté mientras que me colocaba la mochila. Ya estaba todo preparado. - Descansa y cuídate - Antes de salir por la puerta me despedí con aquellas palabras y un leve gesto de cabeza, luego cerré la puerta.
Al observar el bosque solo pensé en el largo camino que me quedaba por delante. En los últimos meses había dudado de mis posibilidades y en cambio ahora, nunca había estado tan segura de mi misma: los iba a encontrar, volveríamos seguir juntos. Si yo seguía viva, ellos también.
Partí de la presa siguiendo las indicaciones de aquel hombre. Era curioso, le había ayudado y ni siquiera habíamos intercambiado nuestros nombres. Aunque hoy en día aquello era algo casi sin relevancia. Lo más seguro es que jamás nos volviéramos a ver, pero quién sabría eso. El destino era caprichoso.
- ¿Podrás apañarte solo? - Negué rápidamente, la verdad es que no era necesario que respondiera a esa pregunta, visto lo visto ya daba por hecho que sí y que mi ayuda de poca utilidad le sería. Tal vez debiera quedarme para asegurarme de que se recuperaba, pero algo me decía que no era necesario y que yo debía continuar, o más bien empezar, mi camino.
- Tienes algo de comida ahí y bebida en esa mesa - Solo me llevaría algo para mi viaje, ya que seguramente encontraría más cosas en el siguiente pueblo. Tal vez fuera muy optimista, pero era lo único que me quedaba ahora. Señalé la mesa, allí había una botella de agua y un par de latas de comida. Yo me llevaría conmigo lo poco que quedaba de lo que había encontrado en aquel supermercado la última vez.
- Espero volver a verte otra vez - Dije a modo de despedida. - Supongo que eso será buena señal, ¿no? - Pregunté mientras que me colocaba la mochila. Ya estaba todo preparado. - Descansa y cuídate - Antes de salir por la puerta me despedí con aquellas palabras y un leve gesto de cabeza, luego cerré la puerta.
Al observar el bosque solo pensé en el largo camino que me quedaba por delante. En los últimos meses había dudado de mis posibilidades y en cambio ahora, nunca había estado tan segura de mi misma: los iba a encontrar, volveríamos seguir juntos. Si yo seguía viva, ellos también.
Partí de la presa siguiendo las indicaciones de aquel hombre. Era curioso, le había ayudado y ni siquiera habíamos intercambiado nuestros nombres. Aunque hoy en día aquello era algo casi sin relevancia. Lo más seguro es que jamás nos volviéramos a ver, pero quién sabría eso. El destino era caprichoso.
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