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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Ireth Haven
04 de diciembre de 2012.
— ¡Maldita sea Mark! — gritó una y otra vez la rubia. — ¡Hijo de puta! — no dejaba de insultar al hombre, estaba tan furiosa que incluso trató de golpearlo, pero sus enormes manazas sujetaron las delgadas muñecas de Ireth y la obligaron a echarse hacia atrás. — Déjame salir, por favor... — y comenzó a llorar, ya desesperada, porque solo podía pensar en su pequeña, en su bonita Audrey... ¿Estaría bien, estaría junto a Sophie? — Por favor Ireth, no me lo hagas más difícil, no quiero hacerte daño, es por tu bien. Jason nos mataría si te pasara algo — el hombre, a quien se le podía confundir con un armario empotrado pareció apenado, pero no cedió, por más que ella se lo suplicara.— Es mi niña, no puedo dejarla sola... — su voz se rompió entre lágrimas más fuertes, ya había pretendido darles pena antes, pero ahora lloraba de verdad. Sentía que le estaban arrancando el alma al no permitirle salir. — Tus hermanas estarán bien, Sophie estará cuidando de Audrey, ya verás — explicó él.
— Sí, mis hermanas... — tragó saliva. Para todos Audrey era su hermana pequeña. Claro que se preocupaba por Sophie también, pero ella era mayor, sabía defenderse. Sin embargo su pequeña Audrey... ¿Y si no estaba con Sophie? Sentía que hasta le faltaba el aire de solo pensarlo y la desesperación aumentó, hasta el punto de que logró zafarse de Mark y abrir la puerta. ¡Mala idea! Lo que vio la dejó helada, eran esas personas, cubiertas de sangre. Ireth no lo pensó dos veces, le arrebató a Mark el machete que descansaba en su cinturón y apuñaló a la criatura varias veces. Mark le gritaba que se echara hacia atrás, el hombre iba a sacar su arma. Ireth retrocedió, aún con el machete en la mano, Mark logró cerrar la puerta.
— ¡Vete a la puta sala ya, vas a conseguir que nos maten joder! — gritó él mientras se limpiaba la mordedura que le acababan de hacer en la muñeca al echar a las personas. Ireth se fijó en ella, durante esos primeros días no eran conscientes de lo que suponía una mordedura, así que no le dio importancia porque era una herida muy leve. — Que lástima que no lo hayan hecho ahora — habló llena de rabia mientras se marchaba hacia la sala. No sabía, no era consciente, más tarde se arrepentiría de aquellas palabras por siempre y la muerte de Mark cargaría sobre sus hombros eternamente.
La mujer ni quiso hablar con Jason o ninguno de sus compañeros, subió a la planta de arriba, al desván del club, allí entre las cajas y el polvo se senté en una esquina para romper a llorar desconsoladamente. Estaba tan preocupada por Audrey y Sophie... y ella no podía hacer absolutamente nada. Se sentía horrible.
Ireth Haven
17 de junio de 1998.
— ¡Por favor Camila, por favor... ayúdame! — las manos de Ireth golpeaban temblorosas la puerta de la vivienda de su tía. La puerta se había cerrado de par en par hacía menos de un minuto y ella seguía llorando desconsolada y con la voz rota por culpa del llanto. No había respuesta. Sophie se asomó a la ventana y miró a su prima llorando también, pero Camila la apartó bruscamente cerrando la cortina.Ireth comprendió que estaba sola. ¿A dónde iba a ir ahora? No podía regresar a casa de Murray, su madre era una persona horrible y no podía volver a verla, no después de lo que le había dicho y hecho. Los golpes aún dolían, pero no tanto como las palabras tan atroces que le había soltado. Ireth no veía luz al final del túnel, se sentía tan perdida que incluso la idea de quitarse la vida comenzó a asomar en su mente. ¿Qué le esperaba a ella? ¿Qué le esperaba a su bebé? Esa segunda pregunta le dolió incluso más que la primera. Ireth no deseaba la misma vida que ella había tenido para su hijo, pero no le quedaba de otra que regresar a casa de Murray, aunque le pesara.
Sus pies la arrastraron hacia una cafetería no muy lejos de la casa de Camila, tenía que esperar al próximo bus para volver a casa. Apenas llevaba más de diez dólares en su bolsillo y una mochila con sus pocas pertenencias. Era lo que tenía vivir con dos drogadictos, lo vendían todo. Ireth había estado consumiendo también, pero cuando se enteró de que estaba embarazada algo la hizo detenerse.
Se encontraba sentada en una mesa del fondo de la cafetería, tomaba una taza de chocolate y un sandwich, creyó que el café no sería bueno para el bebé y además necesitaba comer. Se apoyó en la mesa y trató de dormir algo, aunque no era capaz. No quería regresar a casa de Murray, estaba aterrada y solo quería seguir llorando, porque no se le ocurría otra alternativa. La cabeza aún le daba vueltas por culpa de lo ocurrido con su madre y posteriormente con su tía. Que Camila le cerrase de aquella forma la puerta había sido incluso peor que el hecho de que su madre la golpease.
— Hey, ¿no eres muy joven para estar a estas horas aquí sola? — Ireth alzó la mirada y a punto estuvo de mandar a la mujer a sus propios asuntos, pero no precisamente de la forma más delicada posible, pero se calló al ver el plato que traía. — A esta invita la casa tesoro — depositó el plato en la mesa y se marchó. Ireth observó el dulce de chocolate y arándanos con tanta hambre que no tardó en comerselo, apurando lo poco que quedaba de chocolate.
La noche se hacía menos oscura, las primeras luces asomaban en lo alto de la ciudad y faltaría una hora para que pasara el primer autobús que podría llevarla a casa de Murray. Suspiró. De nuevo se acercó la camarera de antes, aunque en esta ocasión con ropa de calle.
— ¿Te importa? — preguntó mientras tomaba asiento delante de ella, Ireth se encogió de hombros, ya que ni le había dado tiempo a responder. — Sé cuando alguien ha tenido no un mal día, y el tuyo ha sido horrible, ¿verdad tesoro? — le pasó un papel para que se limpiara la cara, Ireth lo tomó en silencio. — Todo en esta vida tiene solución, menos la muerte, y tú tienes la suerte de estar aquí ahora, ¿verdad? — sonrió con cariño. — Por cierto, mi nombre es Marjorie.
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