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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Terapia de grupo [Octavia y Aidan]
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Desperté despacio, casi como si no creyera que podía permitírmelo. La cama bajo mi cuerpo era demasiado cómoda, un lujo que no había tenido en… ni siquiera sé cuánto tiempo. El Agujero no te deja muchas referencias temporales. Dormir allí era otra forma de mantenerse alerta, de estar siempre preparado para lo peor. Ahora, sin embargo, en esta cabaña de madera, mi cuerpo insistía en relajarse mientras mi mente seguía recorriendo círculos interminables de recuerdos y preocupaciones.
Abrí los ojos y observé las vigas de madera del techo. Era un lugar sencillo, pero para mí era como un palacio. El aroma a tierra mojada y árboles me rodeaba, y por un momento casi pude sonreír. Había algo en volver a Silver Lake que me hacía sentir… bien. ¿Qué más podía pedir? Pero aún así, no pude evitar una punzada de tristeza.
Rosalie. Mi caravana. Ya no la tenía. En el Agujero, había fantaseado tantas veces con volver a ella. No era solo un vehículo, era mi hogar, mi refugio. En ella guardaba toda mi vida, y me había acompañado en los peores momentos. No era incómoda, todo lo contrario, era perfecta para mí. Ahora solo era un recuerdo lejano, y eso me dejaba un vacío que no sabía cómo llenar.
Me senté en el borde de la cama, dejando que los pies tocaran el suelo de madera fría. Me estiré, sintiendo cada músculo un poco más tenso de lo que recordaba. "Vamos, Leo", me dije a mí mismo. "Ya no estás en el Agujero. Esto es diferente." Pero aún así, mi cuerpo se negaba a creerlo del todo.
Después de un rato de pelear con mi cabeza, decidí que era mejor ponerme en movimiento. Me levanté, me vestí con la ropa que encontré sobre una silla y me dirigí hacia el comedor. La noche anterior había quedado con Aidan y Octavia para desayunar. Me hacía ilusión verlos, compartir un desayuno decente por fin. Aunque aún sentía esa incomodidad de fondo, como si no pudiera permitirme bajar la guardia del todo.
El comedor de la cabaña estaba más iluminado de lo que recordaba, los rayos del sol se filtraban a través de las ventanas, bañando todo con una luz cálida. Mis tripas rugieron en cuanto entré, un recordatorio de cuánto tiempo había pasado desde que disfruté de una comida tranquila. Me dejé caer en una de las mesas, jugueteando con mis dedos en la superficie de madera mientras esperaba a que Aidan y Octavia aparecieran.
Estaba nervioso, pero emocionado. Volver a Silver Lake significaba que podía empezar de nuevo. Trabajo, proyectos… ¡ideas! Estaba lleno de ellas. Con un poco de suerte, podríamos ponerlas en marcha pronto. Aunque claro, también sabía que debía tener paciencia. El mundo seguía siendo un lugar peligroso, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que estábamos en el lugar adecuado para hacer algo grande.
Solo quedaba esperar a mis compañeros y empezar el día. El primero de muchos.
Abrí los ojos y observé las vigas de madera del techo. Era un lugar sencillo, pero para mí era como un palacio. El aroma a tierra mojada y árboles me rodeaba, y por un momento casi pude sonreír. Había algo en volver a Silver Lake que me hacía sentir… bien. ¿Qué más podía pedir? Pero aún así, no pude evitar una punzada de tristeza.
Rosalie. Mi caravana. Ya no la tenía. En el Agujero, había fantaseado tantas veces con volver a ella. No era solo un vehículo, era mi hogar, mi refugio. En ella guardaba toda mi vida, y me había acompañado en los peores momentos. No era incómoda, todo lo contrario, era perfecta para mí. Ahora solo era un recuerdo lejano, y eso me dejaba un vacío que no sabía cómo llenar.
Me senté en el borde de la cama, dejando que los pies tocaran el suelo de madera fría. Me estiré, sintiendo cada músculo un poco más tenso de lo que recordaba. "Vamos, Leo", me dije a mí mismo. "Ya no estás en el Agujero. Esto es diferente." Pero aún así, mi cuerpo se negaba a creerlo del todo.
Después de un rato de pelear con mi cabeza, decidí que era mejor ponerme en movimiento. Me levanté, me vestí con la ropa que encontré sobre una silla y me dirigí hacia el comedor. La noche anterior había quedado con Aidan y Octavia para desayunar. Me hacía ilusión verlos, compartir un desayuno decente por fin. Aunque aún sentía esa incomodidad de fondo, como si no pudiera permitirme bajar la guardia del todo.
El comedor de la cabaña estaba más iluminado de lo que recordaba, los rayos del sol se filtraban a través de las ventanas, bañando todo con una luz cálida. Mis tripas rugieron en cuanto entré, un recordatorio de cuánto tiempo había pasado desde que disfruté de una comida tranquila. Me dejé caer en una de las mesas, jugueteando con mis dedos en la superficie de madera mientras esperaba a que Aidan y Octavia aparecieran.
Estaba nervioso, pero emocionado. Volver a Silver Lake significaba que podía empezar de nuevo. Trabajo, proyectos… ¡ideas! Estaba lleno de ellas. Con un poco de suerte, podríamos ponerlas en marcha pronto. Aunque claro, también sabía que debía tener paciencia. El mundo seguía siendo un lugar peligroso, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que estábamos en el lugar adecuado para hacer algo grande.
Solo quedaba esperar a mis compañeros y empezar el día. El primero de muchos.
Había sido una madrugada intensa. Octavia se había reunido con su madre y con Ashley poco antes del amanecer, y por primera vez en mucho tiempo pudo ponerse al día con ellas. Compartieron lo que cada una había vivido, permitiéndose unos momentos de alivio y entendimiento tras todo lo que habían pasado. Poco después, Octavia se excusó; su madre se fue a descansar y Ashley se dirigió a sus tareas habituales, mientras ella tenía un compromiso con Leo y Aidan para desayunar.
Cuando llegó al comedor de la cabaña, la luz del amanecer ya empezaba a entrar por las ventanas, llenando la estancia de un calor suave y acogedor. Octavia se detuvo un segundo, asimilando la tranquilidad del lugar, aunque la sensación aún se le hacía extraña después de tanto tiempo en el Agujero. Al acercarse a la mesa, vio que Leo ya estaba allí, aparentemente inmerso en sus pensamientos.
—¿Ya despierto? —dijo, con una suavidad que no siempre usaba en su tono—. Creí que ibas a aprovechar para dormir un poco más, después de todo lo que pasamos.
Tomó asiento frente a él y lo observó en silencio por unos segundos. Sabía que la transición a Silver Lake no sería fácil para ninguno de ellos, y que todavía quedaban muchas heridas por sanar. Había ciertas cosas, ciertos recuerdos, que probablemente nunca dejarían de estar presentes.
Octavia desvió la mirada un instante, pensando en lo que sabía que Leo había perdido.
—Rosalie… —empezó, eligiendo sus palabras con cuidado—. Siento mucho que la hayas perdido. Sé que para ti era más que una caravana, era tu hogar. —Hizo una pausa, recordando cómo siempre hablaba de ella, y mantuvo la voz suave—. Sé que no hay nada que la reemplace, pero al menos ahora estamos aquí, y puedes empezar a sentirte seguro otra vez.
Dejó que el silencio se asentara, sin añadir más de lo necesario. Sabía lo que Rosalie significaba para él y no quería minimizarlo, pero esperaba que Silver Lake pudiera llegar a ofrecerle una sensación similar de pertenencia.
Su vista se dirigió a la ventana, donde la luz del sol continuaba iluminando la habitación.
—Aidan no debe tardar en llegar —comentó después de un rato, buscando una transición más ligera—. Será mejor que desayunemos antes de que empieces a lanzarnos todas esas ideas tuyas.
Esbozó una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero con un dejo de calidez. Era su manera de decirle que, a pesar de todo, aún estaban juntos y podían intentar encontrar algo de normalidad.
Cuando llegó al comedor de la cabaña, la luz del amanecer ya empezaba a entrar por las ventanas, llenando la estancia de un calor suave y acogedor. Octavia se detuvo un segundo, asimilando la tranquilidad del lugar, aunque la sensación aún se le hacía extraña después de tanto tiempo en el Agujero. Al acercarse a la mesa, vio que Leo ya estaba allí, aparentemente inmerso en sus pensamientos.
—¿Ya despierto? —dijo, con una suavidad que no siempre usaba en su tono—. Creí que ibas a aprovechar para dormir un poco más, después de todo lo que pasamos.
Tomó asiento frente a él y lo observó en silencio por unos segundos. Sabía que la transición a Silver Lake no sería fácil para ninguno de ellos, y que todavía quedaban muchas heridas por sanar. Había ciertas cosas, ciertos recuerdos, que probablemente nunca dejarían de estar presentes.
Octavia desvió la mirada un instante, pensando en lo que sabía que Leo había perdido.
—Rosalie… —empezó, eligiendo sus palabras con cuidado—. Siento mucho que la hayas perdido. Sé que para ti era más que una caravana, era tu hogar. —Hizo una pausa, recordando cómo siempre hablaba de ella, y mantuvo la voz suave—. Sé que no hay nada que la reemplace, pero al menos ahora estamos aquí, y puedes empezar a sentirte seguro otra vez.
Dejó que el silencio se asentara, sin añadir más de lo necesario. Sabía lo que Rosalie significaba para él y no quería minimizarlo, pero esperaba que Silver Lake pudiera llegar a ofrecerle una sensación similar de pertenencia.
Su vista se dirigió a la ventana, donde la luz del sol continuaba iluminando la habitación.
—Aidan no debe tardar en llegar —comentó después de un rato, buscando una transición más ligera—. Será mejor que desayunemos antes de que empieces a lanzarnos todas esas ideas tuyas.
Esbozó una pequeña sonrisa, casi imperceptible, pero con un dejo de calidez. Era su manera de decirle que, a pesar de todo, aún estaban juntos y podían intentar encontrar algo de normalidad.
Entré al comedor con pasos lentos, dejando que el crujido de la puerta marcara mi llegada. A pesar de que estábamos de vuelta en Silver Lake, no podía evitar sentir que algo todavía estaba fuera de lugar. Quizá era porque mi cabeza seguía atrapada en el Agujero, o quizá simplemente no sabía cómo volver a encajar en este lugar. Pero ahí estaba, con la mochila colgando floja de un hombro y un leve peso en el pecho que no terminaba de disiparse.
Vi a Octavia y a Leo ya sentados. Ellos parecían estar en medio de una conversación, aunque no pude captar mucho más que el tono bajo de sus voces. Mi mirada se posó en Leo por un momento, en la forma en que tamborileaba los dedos sobre la mesa. Sabía que había estado pensando en Rosalie. Todos sabíamos lo que esa caravana significaba para él.
— P-p-parece que llegué justo a t-t-tiempo — dije mientras me acercaba a la mesa y me dejaba caer en una silla. Mi voz sonaba tranquila, pero incluso yo podía notar el cansancio detrás de las palabras.
Dejé la mochila a un lado y me incliné hacia atrás en la silla, frotándome la nuca. Había salido temprano a caminar, intentando despejarme, pero las sensaciones del Agujero seguían agarradas a mi piel como una segunda capa imposible de quitar. Por más que quisiera, esas cosas no desaparecían de la noche a la mañana.
Miré a ambos, intentando no quedarme atrapado en el silencio.
— E-e-espero que no me hayan… ha-hayan esperado mucho para empezar — forcé una sonrisa ligera mientras mis ojos pasaban de Octavia a Leo. No era bueno llenando silencios, pero tampoco me gustaba dejarlos crecer demasiado. A veces, solo hacía que los recuerdos regresaran.
Mis ojos se detuvieron en Leo por un momento. Su rostro todavía tenía algo de esa sombra que todos habíamos traído con nosotros desde el Agujero. Me aclaré la garganta, intentando que las palabras salieran bien, aunque siempre me costaba más cuando las cosas eran importantes.
— Leo… — comencé, y luego bajé un poco la voz, buscando que sonara más firme — S-siento lo de Rosalie. S-sé que era im-impo-importante para ti — me detuve un segundo, tragando saliva antes de continuar — P-pero ahora estamos aquí… y eso t-t-tiene que contar, ¿no?
No estaba seguro de si mis palabras ayudaban, pero al menos quería intentarlo. Sabía lo que era perder algo que te hacía sentir en casa, aunque no lo dijera en voz alta. Todos llevábamos algo así encima.
Volví la mirada hacia Octavia, que siempre parecía tener todo bajo control, aunque sabía que eso era más fachada que realidad.
— ¿C-c-café? — pregunté, señalando hacia la cafetera al fondo del comedor. Fue lo único que se me ocurrió para romper un poco el ambiente cargado. Siempre había algo en el ritual de un café que ayudaba, aunque fuera solo un poco.
Me apoyé en el respaldo de la silla, cruzando los brazos y dejando que el silencio tomara su lugar. Sabía que este desayuno no iba a resolver todo, pero era un inicio. Después de lo que habíamos pasado, cualquier pequeño paso hacia adelante ya era una victoria.
Vi a Octavia y a Leo ya sentados. Ellos parecían estar en medio de una conversación, aunque no pude captar mucho más que el tono bajo de sus voces. Mi mirada se posó en Leo por un momento, en la forma en que tamborileaba los dedos sobre la mesa. Sabía que había estado pensando en Rosalie. Todos sabíamos lo que esa caravana significaba para él.
— P-p-parece que llegué justo a t-t-tiempo — dije mientras me acercaba a la mesa y me dejaba caer en una silla. Mi voz sonaba tranquila, pero incluso yo podía notar el cansancio detrás de las palabras.
Dejé la mochila a un lado y me incliné hacia atrás en la silla, frotándome la nuca. Había salido temprano a caminar, intentando despejarme, pero las sensaciones del Agujero seguían agarradas a mi piel como una segunda capa imposible de quitar. Por más que quisiera, esas cosas no desaparecían de la noche a la mañana.
Miré a ambos, intentando no quedarme atrapado en el silencio.
— E-e-espero que no me hayan… ha-hayan esperado mucho para empezar — forcé una sonrisa ligera mientras mis ojos pasaban de Octavia a Leo. No era bueno llenando silencios, pero tampoco me gustaba dejarlos crecer demasiado. A veces, solo hacía que los recuerdos regresaran.
Mis ojos se detuvieron en Leo por un momento. Su rostro todavía tenía algo de esa sombra que todos habíamos traído con nosotros desde el Agujero. Me aclaré la garganta, intentando que las palabras salieran bien, aunque siempre me costaba más cuando las cosas eran importantes.
— Leo… — comencé, y luego bajé un poco la voz, buscando que sonara más firme — S-siento lo de Rosalie. S-sé que era im-impo-importante para ti — me detuve un segundo, tragando saliva antes de continuar — P-pero ahora estamos aquí… y eso t-t-tiene que contar, ¿no?
No estaba seguro de si mis palabras ayudaban, pero al menos quería intentarlo. Sabía lo que era perder algo que te hacía sentir en casa, aunque no lo dijera en voz alta. Todos llevábamos algo así encima.
Volví la mirada hacia Octavia, que siempre parecía tener todo bajo control, aunque sabía que eso era más fachada que realidad.
— ¿C-c-café? — pregunté, señalando hacia la cafetera al fondo del comedor. Fue lo único que se me ocurrió para romper un poco el ambiente cargado. Siempre había algo en el ritual de un café que ayudaba, aunque fuera solo un poco.
Me apoyé en el respaldo de la silla, cruzando los brazos y dejando que el silencio tomara su lugar. Sabía que este desayuno no iba a resolver todo, pero era un inicio. Después de lo que habíamos pasado, cualquier pequeño paso hacia adelante ya era una victoria.
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