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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Nuevos aires [Octavia Orue]
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11 de junio de 2015.
Apenas llevaba un par de semanas en el refugio, y la mayoría de sus habitantes ya me habían recibido bastante bien. Algunos me conocían de alguna que otra conferencia por Canadá, Nueva York... por mi trabajo... aunque yo a ellos, lamentablemente, no. A lo largo de mi carrera en Terra Save me habían presentado a muchas personas, tantas que solo recordaba a aquellas con las que había tenido un mayor trato.
El sol acababa de salir y aunque no era necesario que me levantase tan temprano, ya había arraigado bien aquella costumbre, por lo que resultaba inevitable. Cuando viajaba con Amanda y posteriormente solo, había llevado siempre esa rutina; aprovechaba todas las horas de sol, y me retiraba cuando este caía, para evitar la oscuridad y por tanto lo que apenas veía.
— Bu-buenos dí-as — saludé a un hombre mayor que estaba sentado en el sol, me extrañó porque apenas había salido el sol y él estaba allí sentado ya. — ¿Se-se en-en-cu-cu-cuentra bien caballero? — me acerqué a él colocando una mano sobre su hombro. Me explicó que sí, que le gustaba salir a aquellas horas para aprovechar el sol, que le encantaba tomar el aire fresco de la mañana porque solía dolerle la cabeza y le aliviaba.
— ¿Sssa-be? mi-mi es-poposa to-to-maba algo pa-para las mi-gra-ñas, ¿por qué no-no se-se pa-pasa por mi ca-ca-baña con el cre-pús-culo y se lo do-doy? — el hombre asintió con una sonrisa. — Nos vemos más tarde entonces, que disfrute del día — le di una leve palmada en la espalda y salí hacia el bosque cargando con una bolsa de tela vacía.
Si había quedado con él más tarde era por unas razones bien lógicas. Era consciente de que los medicamentos comenzaban a escasear, las fechas de caducidad eran cada vez más cercanas a la actual y eso si estos no habían caducado ya. Gracias al tiempo que había vivido con Eveline había aprendido muchas cosas, ella se negaba a utilizar la medicina corriente, hasta que no fuera de vital importancia y si podía curarse con remedios naturales lo hacía. Por lo que aprendí un sin fin de cosas muy interesantes, entre ellas que la albahaca era un remedio increíble para el dolor de cabeza y otras tantas cosas, así que trataría de conseguir una buena cantidad plantas que me pudieran servir de utilidad en el campamento. Tenía pensado tratar de ayudar a todas aquellas personas con mis conocimientos.
Caminaba entre los árboles del bosque, armado tan solo con mi cuchillo, uno que encontré hacía ya tiempo. Con él cortaba las plantas y las iba echando en bolsas de plástico que posteriormente dejaba en mi mochila. Llevaría un par de horas desde mi salida, había encontrado ya una buena lista de plantas, además de unas bayas comestibles que podría darle más tarde a los más pequeños del refugio, ellos solían disfrutarlas más y aún más ahora que no tenían golosinas.
Seguí el sonido del rumor del agua, hasta llegar a la orilla de un río, descansé en esta y llené mi cantimplora, dejé caer el agua sobre mi rostro, pues comenzaba a hacer calor, luego bebí y volví a rellenar la cantimplora con agua. Al alzar la mirada observé con atención, puesto por aquella zona seguramente encontraría plantas interesantes, que se encontraban en zonas húmedas como aquella.
Apenas llevaba un par de semanas en el refugio, y la mayoría de sus habitantes ya me habían recibido bastante bien. Algunos me conocían de alguna que otra conferencia por Canadá, Nueva York... por mi trabajo... aunque yo a ellos, lamentablemente, no. A lo largo de mi carrera en Terra Save me habían presentado a muchas personas, tantas que solo recordaba a aquellas con las que había tenido un mayor trato.
El sol acababa de salir y aunque no era necesario que me levantase tan temprano, ya había arraigado bien aquella costumbre, por lo que resultaba inevitable. Cuando viajaba con Amanda y posteriormente solo, había llevado siempre esa rutina; aprovechaba todas las horas de sol, y me retiraba cuando este caía, para evitar la oscuridad y por tanto lo que apenas veía.
— Bu-buenos dí-as — saludé a un hombre mayor que estaba sentado en el sol, me extrañó porque apenas había salido el sol y él estaba allí sentado ya. — ¿Se-se en-en-cu-cu-cuentra bien caballero? — me acerqué a él colocando una mano sobre su hombro. Me explicó que sí, que le gustaba salir a aquellas horas para aprovechar el sol, que le encantaba tomar el aire fresco de la mañana porque solía dolerle la cabeza y le aliviaba.
— ¿Sssa-be? mi-mi es-poposa to-to-maba algo pa-para las mi-gra-ñas, ¿por qué no-no se-se pa-pasa por mi ca-ca-baña con el cre-pús-culo y se lo do-doy? — el hombre asintió con una sonrisa. — Nos vemos más tarde entonces, que disfrute del día — le di una leve palmada en la espalda y salí hacia el bosque cargando con una bolsa de tela vacía.
Si había quedado con él más tarde era por unas razones bien lógicas. Era consciente de que los medicamentos comenzaban a escasear, las fechas de caducidad eran cada vez más cercanas a la actual y eso si estos no habían caducado ya. Gracias al tiempo que había vivido con Eveline había aprendido muchas cosas, ella se negaba a utilizar la medicina corriente, hasta que no fuera de vital importancia y si podía curarse con remedios naturales lo hacía. Por lo que aprendí un sin fin de cosas muy interesantes, entre ellas que la albahaca era un remedio increíble para el dolor de cabeza y otras tantas cosas, así que trataría de conseguir una buena cantidad plantas que me pudieran servir de utilidad en el campamento. Tenía pensado tratar de ayudar a todas aquellas personas con mis conocimientos.
Caminaba entre los árboles del bosque, armado tan solo con mi cuchillo, uno que encontré hacía ya tiempo. Con él cortaba las plantas y las iba echando en bolsas de plástico que posteriormente dejaba en mi mochila. Llevaría un par de horas desde mi salida, había encontrado ya una buena lista de plantas, además de unas bayas comestibles que podría darle más tarde a los más pequeños del refugio, ellos solían disfrutarlas más y aún más ahora que no tenían golosinas.
Seguí el sonido del rumor del agua, hasta llegar a la orilla de un río, descansé en esta y llené mi cantimplora, dejé caer el agua sobre mi rostro, pues comenzaba a hacer calor, luego bebí y volví a rellenar la cantimplora con agua. Al alzar la mirada observé con atención, puesto por aquella zona seguramente encontraría plantas interesantes, que se encontraban en zonas húmedas como aquella.
Me levanté en silencio para tratar de no despertar a mi madre, al menos no aún, ya que era todavía temprano y quisiera que durmiera algo más. Por las noches le costaba mucho dormir, la escuchaba dando vueltas en la cama, inquieta, pensativa... sabía que le pasaba y aún tenía problemas con ello. Las pesadillas, los malos pensamientos...
Logré salir de la cabaña sin despertarla, me sabría mal, pues sabía que lo más seguro era que hubiera logrado conciliar el sueño haría poco. Me senté en los escalones de la cabaña para colocarme las botas. Vestía unos pantalones vaqueros cortos, y una camiseta de tirantes beige, ya que a aquellas horas comenzaba a hacer calor. Las botas eran de estilo militar, perfectas para aquellos bosques, correr, pelear y todo lo que necesitaría en un día normal como aquel. Coloqué el cinturón de mis armas en torno a mi cintura, tristemente en él solo portaba un sencillo hacha. Pero desde luego era mucho mejor que nada.
—Buenos días, señor Howards —saludé al anciano, este ya recogía sus cosas para marcharse a su cabaña. Todas las mañanas salía fuera a tomar el aire y conforme el sol iba avanzando, él se marchaba a su casa. Pero esta vez el señor me detuvo, le miré con curiosidad, ya que por lo general era muy poco hablador. Según decía había visto a alguien muy temprano salir al bosque, un médico. Lo miré extrañada.
—Me toca hacer guardia, así que no se preocupe, cambiaré el turno y veré si el médico está bien —sonreí con amabilidad y marché en aquella dirección. ¿Qué médico? Pensaba una y otra vez, hasta que caí en la cuenta: hacía poco había llegado un nuevo miembro al refugio, y yo no tenía ni idea de que fuera médico. Tan solo sabía, gracias a los cotilleos, que había sido miembro de Terra Save en Canadá.
Caminaba entre los árboles, siguiendo la ruta habitual, ya me conocía aquella zona, a base de perderme una y otra vez. No tardé nada, gracias a ello, en llegar hasta el chico que había estado haciendo guardia las últimas horas.
—Hola, muy buenos días, ¿qué tal todo, bien? —pregunté al chico mientras que sacaba mi cantimplora de la mochila—. ¿Quieres un poco de agua? —le ofrecí el recipiente para que diera un trago y luego lo recuperé—. Genial, pues ya puedes ir a descansar —él asintió y sin decir mucho más se marchó. Me dejó sola entre los árboles, por lo que comencé a seguir mi ruta de costumbre, pero esta vez atenta a si veía a aquel tipo.
—Ay, diantres... se me olvidó preguntar si había visto al médico —me llevé una mano a la cabeza al recordarlo. Igualmente seguí con mi ruta, pues debía asegurar el perímetro y que nada ni nadie se acababa colando en nuestro tranquilo "hogar".
No sabría decir cuanto tiempo exactamente llevaba caminando, podía ser perfectamente media hora o diez minutos, aquello de calcular el tiempo se me daba fatal. Solo sabía que por fin escuchaba el rumor del agua, así que debía de estar cerca de la orilla del río. Decidí acercarme para rellenar la cantimplora y asegurar que no había ningún caminante por allí. Conforme salía de entre los árboles pude distinguir dos siluetas, la primera pertenecía a un hombre, altura media, camisa hecha jirones... no hacía falta sumar dos más dos. El otro en cambio se encontraba de espaldas, arrodillado junto al río y por su aspecto juraría que se trataba de el médico.
—¡Doc, apártese! —salí a la carrera, empuñando mi machete. Gracias a mi voz el zombie no continuó avanzando, sino que se detuvo para mirarme a mi, eso me ayudó. Estiró los brazos en mi dirección, con ansias de comer, logré propinarle un golpe con el hacha que no fue del todo acertado. La sangre coagulada brotó del tajo, apenas una poca. Fue asqueroso. El zombie logró sujetar el hacha, provocando que me desestabilizara y me escurriese con el barro de la orilla. Caí al río de golpe con el zombie encima sobre mi. Cuando este mordió con furia en mi hombro palidecí, por un instante sentí que moriría. Grité de pura rabia empujando al no muerto, entre el golpe y ahora aquello... podía ver la sangre fluir. Si hubiera mordido un poco más arriba habría tocado mi cuello y quien sabe si seguiría respirando. Alcé el hacha y le golpeé en plena frente con todas mis fuerzas.
Cayó definitivamente muerto.
—No... —susurré al tocarme la herida y ver la sangre en mis dedos—. ¿Estás bien? —respiraba de forma agitada y estiré mi mano en su dirección. Estaba en serios problemas.
—Maldita sea... —sollocé y tambaleándome me fui lejos de la orilla dejándome caer sobre la base de uno de los árboles. No me lo podía creer, se acabó, fin del juego... con todo lo que había soportado, para acabar así.
Logré salir de la cabaña sin despertarla, me sabría mal, pues sabía que lo más seguro era que hubiera logrado conciliar el sueño haría poco. Me senté en los escalones de la cabaña para colocarme las botas. Vestía unos pantalones vaqueros cortos, y una camiseta de tirantes beige, ya que a aquellas horas comenzaba a hacer calor. Las botas eran de estilo militar, perfectas para aquellos bosques, correr, pelear y todo lo que necesitaría en un día normal como aquel. Coloqué el cinturón de mis armas en torno a mi cintura, tristemente en él solo portaba un sencillo hacha. Pero desde luego era mucho mejor que nada.
—Buenos días, señor Howards —saludé al anciano, este ya recogía sus cosas para marcharse a su cabaña. Todas las mañanas salía fuera a tomar el aire y conforme el sol iba avanzando, él se marchaba a su casa. Pero esta vez el señor me detuvo, le miré con curiosidad, ya que por lo general era muy poco hablador. Según decía había visto a alguien muy temprano salir al bosque, un médico. Lo miré extrañada.
—Me toca hacer guardia, así que no se preocupe, cambiaré el turno y veré si el médico está bien —sonreí con amabilidad y marché en aquella dirección. ¿Qué médico? Pensaba una y otra vez, hasta que caí en la cuenta: hacía poco había llegado un nuevo miembro al refugio, y yo no tenía ni idea de que fuera médico. Tan solo sabía, gracias a los cotilleos, que había sido miembro de Terra Save en Canadá.
Caminaba entre los árboles, siguiendo la ruta habitual, ya me conocía aquella zona, a base de perderme una y otra vez. No tardé nada, gracias a ello, en llegar hasta el chico que había estado haciendo guardia las últimas horas.
—Hola, muy buenos días, ¿qué tal todo, bien? —pregunté al chico mientras que sacaba mi cantimplora de la mochila—. ¿Quieres un poco de agua? —le ofrecí el recipiente para que diera un trago y luego lo recuperé—. Genial, pues ya puedes ir a descansar —él asintió y sin decir mucho más se marchó. Me dejó sola entre los árboles, por lo que comencé a seguir mi ruta de costumbre, pero esta vez atenta a si veía a aquel tipo.
—Ay, diantres... se me olvidó preguntar si había visto al médico —me llevé una mano a la cabeza al recordarlo. Igualmente seguí con mi ruta, pues debía asegurar el perímetro y que nada ni nadie se acababa colando en nuestro tranquilo "hogar".
No sabría decir cuanto tiempo exactamente llevaba caminando, podía ser perfectamente media hora o diez minutos, aquello de calcular el tiempo se me daba fatal. Solo sabía que por fin escuchaba el rumor del agua, así que debía de estar cerca de la orilla del río. Decidí acercarme para rellenar la cantimplora y asegurar que no había ningún caminante por allí. Conforme salía de entre los árboles pude distinguir dos siluetas, la primera pertenecía a un hombre, altura media, camisa hecha jirones... no hacía falta sumar dos más dos. El otro en cambio se encontraba de espaldas, arrodillado junto al río y por su aspecto juraría que se trataba de el médico.
—¡Doc, apártese! —salí a la carrera, empuñando mi machete. Gracias a mi voz el zombie no continuó avanzando, sino que se detuvo para mirarme a mi, eso me ayudó. Estiró los brazos en mi dirección, con ansias de comer, logré propinarle un golpe con el hacha que no fue del todo acertado. La sangre coagulada brotó del tajo, apenas una poca. Fue asqueroso. El zombie logró sujetar el hacha, provocando que me desestabilizara y me escurriese con el barro de la orilla. Caí al río de golpe con el zombie encima sobre mi. Cuando este mordió con furia en mi hombro palidecí, por un instante sentí que moriría. Grité de pura rabia empujando al no muerto, entre el golpe y ahora aquello... podía ver la sangre fluir. Si hubiera mordido un poco más arriba habría tocado mi cuello y quien sabe si seguiría respirando. Alcé el hacha y le golpeé en plena frente con todas mis fuerzas.
Cayó definitivamente muerto.
—No... —susurré al tocarme la herida y ver la sangre en mis dedos—. ¿Estás bien? —respiraba de forma agitada y estiré mi mano en su dirección. Estaba en serios problemas.
—Maldita sea... —sollocé y tambaleándome me fui lejos de la orilla dejándome caer sobre la base de uno de los árboles. No me lo podía creer, se acabó, fin del juego... con todo lo que había soportado, para acabar así.
- DADOS:
- MI ATAQUE: 04 + 01 = 05.
MI DEFENSA: 05 + 02 = 07.
SU ATAQUE: 03 + 06 = 09.
SU DEFENSA: 02 + 03 = 05.
MI ATAQUE: 04 + 04 = 08.
MI DEFENSA: 05 + 02 = 07.
SU ATAQUE: 03 + 10 = 13.
SU DEFENSA: 02 + 05 = 07.
Le causo dos ataques, restando 15 puntos del daño del arma más 3 de mi fuerza: -36 pts. Él consigue dañarme, uno de ellos ataque doble. Qué bien empezamos
Vida del zombie 20 - 36 = -16.
Mi vida 50 - 30 = 20.
El miembro 'Octavia Orue' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
#1 'Números' :
#1 Resultados :
--------------------------------
#2 'Números' :
#2 Resultados :
#1 'Números' :
#1 Resultados :
--------------------------------
#2 'Números' :
#2 Resultados :
PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
El calor comenzaba a ser insoportable, así que volví a repetir la acción anterior. Dejé caer el agua de la cantimplora sobre mi rostro, limpié mi cara, brazos y manos con el agua y luego recogí agua para llenar la cantimplora de la parte más alta, por donde venía la corriente, para evitar el agua sucia. Suspiré y observé las plantas que se encontraban a mi alrededor. En la orilla había un poco de musgo. Saqué la bolsa un tarro de vidrio, y con ayuda del cuchillo quité diversas porciones que guardé en el tarro.
En ese momento, observé algo en el agua, concretamente en el reflejo borroso de alguien, una mancha que retrocedió al escucharse una voz. Instintivamente me eché a un lado, a la vez que giraba mi cuerpo para ver como el zombie se volvía hacia la mujer que me había llamado. Caí sentado en la orilla del río, manchándome de barro y mojando los pantalones a partes iguales. Al menos la bolsa seguía en tierra seca.
Palidecí, todo ocurrió tan rápido que no pude hacer nada. La sangre brotaba y sentí auténtico pánico. Sabía lo que significaba, aquella mujer, iba a morir.
— Yo-yo... — no sabía que decir, me había salvado, a costa de su propia vida. Me levanté con su ayuda y observé como se dejaba caer contra un árbol.
— Es-es-pe-pera, ha-hay que cor-cortar la-la he-mo-morragia — me agaché frente a ella para observar la herida. La sangre brotaba, así que rebusqué en mi bolsa hasta dar con un trozo papel que había cogido por la mañana con la intención de envolver plantes. Coloqué el papel, eran servilletas, sobre la herida y presioné.
— Me-mejor — mantuve la mano presionando la herida, era lo único que tenía, aparte el papel y eché un poco de agua de mi cantimplora para limpiarla, volviendo a colocar el papel. — No-no es pro-profunda — expliqué. — So soy Ai-aidan — añadí al final. La había visto por el campamento, pero no recordaba o más bien no sabía su nombre.
— Es-ta-taba reco-cogiendo al-algugu-nas plan-tas, mu-chas de e-ellas sese pupu-eden utilizar para cucurar diveversas heheridas — quise explicar por qué me encontraba medio perdido por el bosque. Señalé la bolsa. — ¿Y-y tú...? — pregunté mientras que colocaba bien la improvisada venda, para evitar que cayera. Aún me quedaba encontrar albahaca para aquel señor con el que había hablado aquella mañana. Pero sentía que eso no iba a poder ser.
En ese momento, observé algo en el agua, concretamente en el reflejo borroso de alguien, una mancha que retrocedió al escucharse una voz. Instintivamente me eché a un lado, a la vez que giraba mi cuerpo para ver como el zombie se volvía hacia la mujer que me había llamado. Caí sentado en la orilla del río, manchándome de barro y mojando los pantalones a partes iguales. Al menos la bolsa seguía en tierra seca.
Palidecí, todo ocurrió tan rápido que no pude hacer nada. La sangre brotaba y sentí auténtico pánico. Sabía lo que significaba, aquella mujer, iba a morir.
— Yo-yo... — no sabía que decir, me había salvado, a costa de su propia vida. Me levanté con su ayuda y observé como se dejaba caer contra un árbol.
— Es-es-pe-pera, ha-hay que cor-cortar la-la he-mo-morragia — me agaché frente a ella para observar la herida. La sangre brotaba, así que rebusqué en mi bolsa hasta dar con un trozo papel que había cogido por la mañana con la intención de envolver plantes. Coloqué el papel, eran servilletas, sobre la herida y presioné.
— Me-mejor — mantuve la mano presionando la herida, era lo único que tenía, aparte el papel y eché un poco de agua de mi cantimplora para limpiarla, volviendo a colocar el papel. — No-no es pro-profunda — expliqué. — So soy Ai-aidan — añadí al final. La había visto por el campamento, pero no recordaba o más bien no sabía su nombre.
— Es-ta-taba reco-cogiendo al-algugu-nas plan-tas, mu-chas de e-ellas sese pupu-eden utilizar para cucurar diveversas heheridas — quise explicar por qué me encontraba medio perdido por el bosque. Señalé la bolsa. — ¿Y-y tú...? — pregunté mientras que colocaba bien la improvisada venda, para evitar que cayera. Aún me quedaba encontrar albahaca para aquel señor con el que había hablado aquella mañana. Pero sentía que eso no iba a poder ser.
—Creía que eras más médico y menos curandero... —hice rodar mis ojos al decir aquello—. Quiero decir que... bueno ya sabes —terminé de limpiar el hacha y la deposité en mi cinturón—. Yo soy Octavia —hice una mueca de dolor, cuando comenzó a tratar mi herida.
— Yo estoy haciendo una ronda de vigilancia, por el perímetro... ya sabes, evitar que tipos como este se cuelen en el campamento —señalé el zombie y me crucé de brazos—. Parece que no ha sido tan exitosa —respondí poniendo la mirada en blanco.
—Ten cuidado cuando salgas, esta zona suele estar despejada, pero a veces llegan algunos como este y no querrás acabar como yo... —observé de reojo la herida. Aidan no parecía un mal tipo, me habían dicho poco de él, que era médico y que había trabajado en Terra Save—. ¡Ah! Espera, me dijeron que trabajabas en Terra Save, ¿por casualidad conociste a Wilhelmina Allen? Una chica más o menos de mi misma estatura, pelo castaño y como una cabra... —hice un par de gestos para especificar mejor las descripciones de Will. Ella había desaparecido antes del brote, tal vez andara en alguna de las suyas junto a sus compañeros, solía meterse bastante en líos y bueno... Aidan no había llegado a el campamento hasta hacía muy poco, tal vez hubieran estado juntos en alguna ocasión.
—Éramos amigas y desapareció poco antes del brote, vivíamos en Detroit y... estoy muy preocupada, sé que es raro, pero ella jamás se iría así, pensé que podría haberse metido en líos por alguna de vuestras absurdas... —de primeras me costaba hablar y callé al decir aquello último, había metido la pata y era consciente de ello, hice una mueca de fastidio—. Lo siento, quería decir que... ella solía ser algo más radical y casi siempre se metía en líos con alguna manifestación o algo del estilo, verás, yo era policía y tenía que ir siempre detrás a salvarle el culo —sonreí de forma amarga—. No he querido decir que vuestra labor fuera absurda, todo lo contrario, sé que hacíais muchísimas obras buenas, es solo que ella a veces me sacaba de quicio —hice una mueca, mostrando cansancio. Había preguntado por ella a todos en aquel campamento, algunos miembros de Terra Save que estaban allí la habían llegado a conocer, pero no sabían nada de ella, de que le pasó o en qué andaba metida y... no podía más, no quería pensar en que pudiera estar muerta.
—Lo siento, estoy hablando demasiado y nos acabamos de conocer... —me llevé una mano a la frente, podría echarme a llorar allí mismo—. Will es como una hermana para mi y llevo tanto buscándola, sin saber de ella... y eso es lo peor, ¿sabes?, que no sé nada, nadie sabe nada, nadie me dice nada... ni siquiera estaba en Detroit cuando ocurrió todo, no tengo ninguna pista, menuda policía estoy hecha... —chasqueé la lengua y seguía hablando, como si aquel tipo fuera mi psicólogo particular. Pero definitivamente exploté, había estado reprimiendo aquello por mucho tiempo ya, sentía incluso los ojos húmedos, pero me contuve. Había perdido a Diane, no podía perder a Will y aún así ella ya no estaba, yo la echaba de menos y la necesitaba allí. Mi madre no dejaba de tirarme indirectas para que asumiera su muerte, pero no podía, no podía hacerlo, porque era esa maldita incertidumbre la que me ahogaba y a su vez me daba esperanzas. Definitivamente horrible.
—Bueno ya... —empecé a decir—. ...da igual, hasta aquí ha llegado mi camino —le miré. No entendía lo que estaba haciendo—. Oye... no tienes por qué hacer eso, voy a morir de todas formas —expliqué con los ojos húmedos.
—Qué patético llegar hasta aquí para morir así, con todo lo que he aguantado, peleado... —resoplé con fastidio—. Aidan... sé que nos acabamos de conocer, pero... ¿Me podrías hacer dos favores, tal vez tres?
— Yo estoy haciendo una ronda de vigilancia, por el perímetro... ya sabes, evitar que tipos como este se cuelen en el campamento —señalé el zombie y me crucé de brazos—. Parece que no ha sido tan exitosa —respondí poniendo la mirada en blanco.
—Ten cuidado cuando salgas, esta zona suele estar despejada, pero a veces llegan algunos como este y no querrás acabar como yo... —observé de reojo la herida. Aidan no parecía un mal tipo, me habían dicho poco de él, que era médico y que había trabajado en Terra Save—. ¡Ah! Espera, me dijeron que trabajabas en Terra Save, ¿por casualidad conociste a Wilhelmina Allen? Una chica más o menos de mi misma estatura, pelo castaño y como una cabra... —hice un par de gestos para especificar mejor las descripciones de Will. Ella había desaparecido antes del brote, tal vez andara en alguna de las suyas junto a sus compañeros, solía meterse bastante en líos y bueno... Aidan no había llegado a el campamento hasta hacía muy poco, tal vez hubieran estado juntos en alguna ocasión.
—Éramos amigas y desapareció poco antes del brote, vivíamos en Detroit y... estoy muy preocupada, sé que es raro, pero ella jamás se iría así, pensé que podría haberse metido en líos por alguna de vuestras absurdas... —de primeras me costaba hablar y callé al decir aquello último, había metido la pata y era consciente de ello, hice una mueca de fastidio—. Lo siento, quería decir que... ella solía ser algo más radical y casi siempre se metía en líos con alguna manifestación o algo del estilo, verás, yo era policía y tenía que ir siempre detrás a salvarle el culo —sonreí de forma amarga—. No he querido decir que vuestra labor fuera absurda, todo lo contrario, sé que hacíais muchísimas obras buenas, es solo que ella a veces me sacaba de quicio —hice una mueca, mostrando cansancio. Había preguntado por ella a todos en aquel campamento, algunos miembros de Terra Save que estaban allí la habían llegado a conocer, pero no sabían nada de ella, de que le pasó o en qué andaba metida y... no podía más, no quería pensar en que pudiera estar muerta.
—Lo siento, estoy hablando demasiado y nos acabamos de conocer... —me llevé una mano a la frente, podría echarme a llorar allí mismo—. Will es como una hermana para mi y llevo tanto buscándola, sin saber de ella... y eso es lo peor, ¿sabes?, que no sé nada, nadie sabe nada, nadie me dice nada... ni siquiera estaba en Detroit cuando ocurrió todo, no tengo ninguna pista, menuda policía estoy hecha... —chasqueé la lengua y seguía hablando, como si aquel tipo fuera mi psicólogo particular. Pero definitivamente exploté, había estado reprimiendo aquello por mucho tiempo ya, sentía incluso los ojos húmedos, pero me contuve. Había perdido a Diane, no podía perder a Will y aún así ella ya no estaba, yo la echaba de menos y la necesitaba allí. Mi madre no dejaba de tirarme indirectas para que asumiera su muerte, pero no podía, no podía hacerlo, porque era esa maldita incertidumbre la que me ahogaba y a su vez me daba esperanzas. Definitivamente horrible.
—Bueno ya... —empecé a decir—. ...da igual, hasta aquí ha llegado mi camino —le miré. No entendía lo que estaba haciendo—. Oye... no tienes por qué hacer eso, voy a morir de todas formas —expliqué con los ojos húmedos.
—Qué patético llegar hasta aquí para morir así, con todo lo que he aguantado, peleado... —resoplé con fastidio—. Aidan... sé que nos acabamos de conocer, pero... ¿Me podrías hacer dos favores, tal vez tres?
— So-oy médico, p-pero me ense-ñaron unos cuantos tru-cos — especifiqué con una sonrisa de medio lado, algo cabizbaja debido a que comencé a trabarme con las palabras. — Piensa al fin y al cabo, ¿de qué están hechos la mayoría de los medicamentos? — alcé ambas manos ante lo obvio. Escuché sus palabras con atención, tenía bastante razón con todo lo que decía, sin embargo hacía tiempo que había dejado de tener tanto cuidado, aunque no debería... descubrir que no sucumbía al virus me había hecho mostrarme más descuidado.
— Lo-lo sé, me distraje — pero ella no sabía nada de aquello, así que simplemente le di la razón, que realmente la tenía. Octavia se llamaba, traté de recordarlo y memorizar su rostro para no confundirla en un futuro. — Tra-taré de recor-darlo, pero si no lo hago no te molestes demasiado conmigo, soy malí-simo para los nombres... — me explicaba, pero callé al escuchar como mencionaba mi antiguo trabajo. Asentí. — Sí, pe-pero via-ja-ba mu-mucho, no-no sa-sabría decirte si la lle-legué a cono-nocer, co-mo te he di-dicho se me da mu-muy mal re-recor-dar nnno-nombres, lo-lo sisi-ento — no podía hacer nada más por ella.
— ¿A-a-absur-da? — mi expresión cambió radicalmente, me crucé de brazos y la miré enarcando una ceja. — ¿A-a-así que-que eres de esas que nos veía como cu-atro hippies i-i-idiotas que iban a hacer pi-pintadas por ahí? — mis palabras sonaron tal vez más molestas de la cuenta, pero entonces me di cuenta de que seguramente me había precipitado. Octavia parecía bastante afligida por la desaparición de la tal Wilhelmina. La escuché con atención, mi semblante se relajó algo. No pude evitarlo, pues había dedicado mi vida a Terra Save, que viniera ahora ella diciendo que hacíamos payasadas no me agradaba nada, pero sin embargo comencé a entenderla algo.
— E-es cicierto queque a ve-ces he-hemos te-tenido aaalgún que o-otro cho-que con la poli-cía, y en-tiendo vuvuestro pupu-nto de vivi-sta, a veces armá-mabamos dema-siado escá-ca-candalo, no de la me-jor ffforma, pe-ero da-dos nu-nuestros rere-cursos e-e-e-eran s-s-sin du-duda la me-mejor ff-forma de de ha-cernos escuchar, aaa-aunque y-yo t-tampoco lo vi-viera co-mo la más indicada... — mi repentino enfado comenzó a disminuir conforme ella se iba mostrando peor por lo que acababa de decir. Pero no solo aquello, tal vez de haber sido otra persona seguiría aún molesto con ella, pero dijo algo que provocó que me viniera abajo y que no pudiera enfadarme más por criticar nuestros métodos. Realmente siempre me había molestado aquella gente, pero Octavia estaba de veras preocupada por su amiga, y no sabía lo que le había pasado. Recitando todo lo que yo sentía con la desaparición de mi esposa. Tragué saliva y agaché ligeramente la mirada. Tampoco ayudaba saber que se iba a morir, la herida en su hombro no era profunda y pude limpiarla rápido.
— Sé de lo que estás ha-hablando — tal vez fuera eso, que me sentía identificado. — Mi-mi esposa desapareció en Nu-nueva York, ta-mbién ee-era de Terra Save y fue a a-ayudar en lo que pu-do a las víctimas, a los pocos días pe-perdimos el contacto con ella y desde entonces no he vuelto a saber nada más — aquella era una de las pocas veces que le contaba eso a alguien. La segunda para ser más exactos.
Improvisé una venda y la observé.
— N-no vo-voy a-a de-ejar que pa-pases ttt-tus ú-últi-timas ho-horas de-de ma-las ma-maneras — expliqué. Le ofrecí mi mano para ayudarla a ponerse en pie. No muy lejos, quedando fuera del perímetro había una cabaña, que seguramente había pertenecido a un guarda bosques. La había visto en uno de mis paseos. Creí que era una buena idea llevarla allí, estaría lejos de Silver Lake y podría descansar y acabar con aquello sin poner en peligro a nadie. — Ven co-conmigo — le hice un gesto para que me siguiera.
— Lo-lo sé, me distraje — pero ella no sabía nada de aquello, así que simplemente le di la razón, que realmente la tenía. Octavia se llamaba, traté de recordarlo y memorizar su rostro para no confundirla en un futuro. — Tra-taré de recor-darlo, pero si no lo hago no te molestes demasiado conmigo, soy malí-simo para los nombres... — me explicaba, pero callé al escuchar como mencionaba mi antiguo trabajo. Asentí. — Sí, pe-pero via-ja-ba mu-mucho, no-no sa-sabría decirte si la lle-legué a cono-nocer, co-mo te he di-dicho se me da mu-muy mal re-recor-dar nnno-nombres, lo-lo sisi-ento — no podía hacer nada más por ella.
— ¿A-a-absur-da? — mi expresión cambió radicalmente, me crucé de brazos y la miré enarcando una ceja. — ¿A-a-así que-que eres de esas que nos veía como cu-atro hippies i-i-idiotas que iban a hacer pi-pintadas por ahí? — mis palabras sonaron tal vez más molestas de la cuenta, pero entonces me di cuenta de que seguramente me había precipitado. Octavia parecía bastante afligida por la desaparición de la tal Wilhelmina. La escuché con atención, mi semblante se relajó algo. No pude evitarlo, pues había dedicado mi vida a Terra Save, que viniera ahora ella diciendo que hacíamos payasadas no me agradaba nada, pero sin embargo comencé a entenderla algo.
— E-es cicierto queque a ve-ces he-hemos te-tenido aaalgún que o-otro cho-que con la poli-cía, y en-tiendo vuvuestro pupu-nto de vivi-sta, a veces armá-mabamos dema-siado escá-ca-candalo, no de la me-jor ffforma, pe-ero da-dos nu-nuestros rere-cursos e-e-e-eran s-s-sin du-duda la me-mejor ff-forma de de ha-cernos escuchar, aaa-aunque y-yo t-tampoco lo vi-viera co-mo la más indicada... — mi repentino enfado comenzó a disminuir conforme ella se iba mostrando peor por lo que acababa de decir. Pero no solo aquello, tal vez de haber sido otra persona seguiría aún molesto con ella, pero dijo algo que provocó que me viniera abajo y que no pudiera enfadarme más por criticar nuestros métodos. Realmente siempre me había molestado aquella gente, pero Octavia estaba de veras preocupada por su amiga, y no sabía lo que le había pasado. Recitando todo lo que yo sentía con la desaparición de mi esposa. Tragué saliva y agaché ligeramente la mirada. Tampoco ayudaba saber que se iba a morir, la herida en su hombro no era profunda y pude limpiarla rápido.
— Sé de lo que estás ha-hablando — tal vez fuera eso, que me sentía identificado. — Mi-mi esposa desapareció en Nu-nueva York, ta-mbién ee-era de Terra Save y fue a a-ayudar en lo que pu-do a las víctimas, a los pocos días pe-perdimos el contacto con ella y desde entonces no he vuelto a saber nada más — aquella era una de las pocas veces que le contaba eso a alguien. La segunda para ser más exactos.
Improvisé una venda y la observé.
— N-no vo-voy a-a de-ejar que pa-pases ttt-tus ú-últi-timas ho-horas de-de ma-las ma-maneras — expliqué. Le ofrecí mi mano para ayudarla a ponerse en pie. No muy lejos, quedando fuera del perímetro había una cabaña, que seguramente había pertenecido a un guarda bosques. La había visto en uno de mis paseos. Creí que era una buena idea llevarla allí, estaría lejos de Silver Lake y podría descansar y acabar con aquello sin poner en peligro a nadie. — Ven co-conmigo — le hice un gesto para que me siguiera.
—No, yo no quería decir eso —me apresuré a decir, tratando de explicarme—. Es solo que a veces no estaba de acuerdo con los métodos que usábais, algunos... —miré al hombre bastante apurada por mi comentario anterior, lo había dicho sin pensar—. Por favor, no me malentiendas, yo estaba muy orgullosa del trabajo que hacía Will y por tanto de vuestro trabajo, teníais mucho arrojo realmente —y ya no sabía que más decirle. Me quedé allí mirándolo fijamente, deseando que se abriera la tierra y me tragase. Aindan parecía nervioso, ni siquiera sabía que tartamudease y ahora no paraba de hacerlo—. Discúlpame, lo siento de veras, lo dije sin pensar —mis palabras sonaron bastante arrepentidas.
Y lo que me reveló a continuación no ayudó a mitigar mi culpa. Lo miré con los ojos abiertos de par en par, sintiendo su pena casi como mía—. Lo siento mucho —su mujer seguramente había dado la vida por aquella causa e iba yo y decía que hacían cosas absurdas. Definitivamente estaba esperando que la tierra me tragase en aquel mismo instante. Miraba a Aidan fijamente sin saber que decir. ¿Podía convertirme ya en zombie? Gracias. Jamás creí que pensaría algo así. Y eso me hizo recordar la herida. Por culpa de la vergüenza y tensión hasta me había olvidado por un momento. Iba a morir y no volvería a ver a mi madre, mucho menos a Will. Suspiré.
—Eh, escúchame... —insistí—. Necesito que me hagas un favor —quería despedirme de mi madre, bueno, que él lo hiciera por mi, no deseaba que me viera así. Observé como curó la herida y me puse en pie—. No puedo ir al refugio, pondría a mucha gente en peligro —pero él siguió caminado y yo fui tras él. Tampoco me sentía bien dejándolo solo.
—Aidan, espera —caminamos juntos durante un rato, me relajé cuando me di cuenta de que nos alejábamos de Silver Lake. Llegamos a una especie de claro y allí había una pequeña cabaña de madera—. ¿Y esto? Creo que me han dicho de este sitio... era el puesto de vigilancia del guardabosques —me acerqué hasta la puerta—. Durante un tiempo lo usamos como puesto de avanzada, pero al estar tan alejado... lo abandonamos —me asomé a los cristales, el polvo no dejaba ver el interior. Me giré a Aidan y supuse en lo que estaba pensando. Un bonito lugar tranquilo para morir sin poner a nadie en riesgo. Al volver a observar la cabaña vi la tumba más lúgubre del mundo.
Y lo que me reveló a continuación no ayudó a mitigar mi culpa. Lo miré con los ojos abiertos de par en par, sintiendo su pena casi como mía—. Lo siento mucho —su mujer seguramente había dado la vida por aquella causa e iba yo y decía que hacían cosas absurdas. Definitivamente estaba esperando que la tierra me tragase en aquel mismo instante. Miraba a Aidan fijamente sin saber que decir. ¿Podía convertirme ya en zombie? Gracias. Jamás creí que pensaría algo así. Y eso me hizo recordar la herida. Por culpa de la vergüenza y tensión hasta me había olvidado por un momento. Iba a morir y no volvería a ver a mi madre, mucho menos a Will. Suspiré.
—Eh, escúchame... —insistí—. Necesito que me hagas un favor —quería despedirme de mi madre, bueno, que él lo hiciera por mi, no deseaba que me viera así. Observé como curó la herida y me puse en pie—. No puedo ir al refugio, pondría a mucha gente en peligro —pero él siguió caminado y yo fui tras él. Tampoco me sentía bien dejándolo solo.
—Aidan, espera —caminamos juntos durante un rato, me relajé cuando me di cuenta de que nos alejábamos de Silver Lake. Llegamos a una especie de claro y allí había una pequeña cabaña de madera—. ¿Y esto? Creo que me han dicho de este sitio... era el puesto de vigilancia del guardabosques —me acerqué hasta la puerta—. Durante un tiempo lo usamos como puesto de avanzada, pero al estar tan alejado... lo abandonamos —me asomé a los cristales, el polvo no dejaba ver el interior. Me giré a Aidan y supuse en lo que estaba pensando. Un bonito lugar tranquilo para morir sin poner a nadie en riesgo. Al volver a observar la cabaña vi la tumba más lúgubre del mundo.
Parecía bastante arrepentida de lo que había dicho. Así que no tenía motivos para enfadarme con ella y no perdonarla. Aunque realmente aún seguía algo molesto por su comentario. Sería porque en cierto modo tenía razón, pero en cierto modo solo. De todas formas no merecía la pena seguir discutiendo por algo que había pasado hacía años.
— D-da igual, en serio, d-déjalo estar — dije, pues sinceramente no me apetecía seguir hablando de ello. A la mierda todo, tampoco deseaba hablar de lo ocurrido con mi esposa, ya me había estado atormentado con todo aquello desde que pasó, día tras día y necesitaba olvidar por din, dejar la mente en blanco. Había muerto, debía asumirlo o perdería el juicio.
Negué de nuevo cuando se disculpó, no era necesario. Observé el suelo, como si hubiera algo de interés ahí, no sabía que decir y ya no era por mi, sino por la incomodidad de aquella conversación.
— Claro, te-e a-yu-yudaré — no tenía pensado dejarla sola. Asentí, claro que era mejor que no se acercara al refugio y la entendía perfectamente. ¿Necesitaría algo, o... alguien? Esperaba que no fuera la segunda opción porque sería poner en peligro a más gente y ya me la iba a jugar yo. Cuando llegamos a la cabaña ella también la reconoció, yo asentí. Fui directo hacia la puerta y me estiré, me lo había dicho alguien hacía unos días. Las llaves las escondían en una tabla del porche y claro, quien lo sabía las encontraría allí. Saqué las llaves y se las mostré a Octavia, después fui directo a abrir la puerta. Allí podría estar a resguardo, descansar y bueno, esperar su muerte. La puerta abrió con la llave y yo pasé al interior tranquilamente, puesto que lo creía un lugar seguro y en principio estaba todo en orden. Observé a nuestro alrededor.
— To-todo bien — comenté, esperando que me siguiera.
— D-da igual, en serio, d-déjalo estar — dije, pues sinceramente no me apetecía seguir hablando de ello. A la mierda todo, tampoco deseaba hablar de lo ocurrido con mi esposa, ya me había estado atormentado con todo aquello desde que pasó, día tras día y necesitaba olvidar por din, dejar la mente en blanco. Había muerto, debía asumirlo o perdería el juicio.
Negué de nuevo cuando se disculpó, no era necesario. Observé el suelo, como si hubiera algo de interés ahí, no sabía que decir y ya no era por mi, sino por la incomodidad de aquella conversación.
— Claro, te-e a-yu-yudaré — no tenía pensado dejarla sola. Asentí, claro que era mejor que no se acercara al refugio y la entendía perfectamente. ¿Necesitaría algo, o... alguien? Esperaba que no fuera la segunda opción porque sería poner en peligro a más gente y ya me la iba a jugar yo. Cuando llegamos a la cabaña ella también la reconoció, yo asentí. Fui directo hacia la puerta y me estiré, me lo había dicho alguien hacía unos días. Las llaves las escondían en una tabla del porche y claro, quien lo sabía las encontraría allí. Saqué las llaves y se las mostré a Octavia, después fui directo a abrir la puerta. Allí podría estar a resguardo, descansar y bueno, esperar su muerte. La puerta abrió con la llave y yo pasé al interior tranquilamente, puesto que lo creía un lugar seguro y en principio estaba todo en orden. Observé a nuestro alrededor.
— To-todo bien — comenté, esperando que me siguiera.
Resultó de lo más frustrante para Octavia. No se sentía a gusto por culpa del comentario que había hecho, pero claro, se estaba muriendo. Así que decidió no pensar más en ello, y sí en lo que estaba por llegar.
Al entrar en el interior de la cabaña, el fuerte olor a cerrado inundó sus fosas nasales. Un olor desagradable al que no tardaría en acostumbrarse. Deslizó los dedos por una mesa y luego se fijó en la gruesa capa de polvo que cubría ahora las yemas de sus dedos. Después observó el sofá en el centro de la sala, estaba cubierto con una sábana, lo cual agradeció. Quitó la tela, la dejó caer a un lado y Octavia se dejó caer sobre el antiguo mueble.
—Supongo que aquí será —comentó analizando su alrededor—. Mi tumba — susurró. Pensativa volvió la mirada hacia el viejo mueble que tenía en frente, parecía una pequeña oficina y creyó que podría escribir algo, por lo menos para despedirse de su madre.
—¿Le dejarías una carta a Helena Alter? — se giró en búsqueda de Aidan. Octavia pensó que si no se despedía de su madre en persona, por lo menos lo haría de una forma u otra. Y aquella, aunque triste, era la más segura.
Tomó asiento en la silla y rebuscó entre lo cajones hasta dar con boli y papel.
—Cuando acabe te aviso —anunció, sin más. Tras llevar un buen rato pensando, comenzó a escribir. Le costó bastante plasmar sus sentimientos, pero lo hizo y cuando terminó de doblar el papal y de entregárselo a Aidan. Ahora tocaba esperar.
Al entrar en el interior de la cabaña, el fuerte olor a cerrado inundó sus fosas nasales. Un olor desagradable al que no tardaría en acostumbrarse. Deslizó los dedos por una mesa y luego se fijó en la gruesa capa de polvo que cubría ahora las yemas de sus dedos. Después observó el sofá en el centro de la sala, estaba cubierto con una sábana, lo cual agradeció. Quitó la tela, la dejó caer a un lado y Octavia se dejó caer sobre el antiguo mueble.
—Supongo que aquí será —comentó analizando su alrededor—. Mi tumba — susurró. Pensativa volvió la mirada hacia el viejo mueble que tenía en frente, parecía una pequeña oficina y creyó que podría escribir algo, por lo menos para despedirse de su madre.
—¿Le dejarías una carta a Helena Alter? — se giró en búsqueda de Aidan. Octavia pensó que si no se despedía de su madre en persona, por lo menos lo haría de una forma u otra. Y aquella, aunque triste, era la más segura.
Tomó asiento en la silla y rebuscó entre lo cajones hasta dar con boli y papel.
—Cuando acabe te aviso —anunció, sin más. Tras llevar un buen rato pensando, comenzó a escribir. Le costó bastante plasmar sus sentimientos, pero lo hizo y cuando terminó de doblar el papal y de entregárselo a Aidan. Ahora tocaba esperar.
— Cla-ro — dije desde el otro extremo de la sala, no quería molestarla mucho. Sentía que aquel momento era bastante difícil, ¿compartirlo con un extraño? Sentía pena, pero ella no quería avisar a su madre. Me acerqué a los muebles con la intención de ver si quedaba algo por allí. La cabaña era amplia, pero albergaba todo en la misma estancia, salvo el baño que parecía estar en un extremo, en una pequeña habitación.
— Ha-hay... al-go — encontré una camiseta, un libro sobre plantas, el cual me resultó super interesante y algunos sobres de comida. En la cocina además había algunos utensilios de cocinar, los cuales serían útiles para poder calentar los sobres.
Deposité todo en la mesa principal que hacía de comedor y guardé el libro en mi bolsa.
Tras ello, le dije a Octavia que saldría a buscar al pueblo algunas cosas y que no tardaría en regresar, iba a cuidar de ella. Pero también quería darle algo de intimidad mientras escribía. Sentía una sensación en el interior del pecho extraña, apenas conocía a la mujer pero sentía mucha lástima por ella y más que ocurriese en la situación que había sucedido. Mientras regresaba al refugio estuve pensando en todo aquello. Qué angustia, vivir sus últimas horas sin que pudiera hacer nada, qué impotencia... Al llegar a la zona de cabañas fui directo al consultorio. De allí saqué algo de antiséptico, gasas y vendas. También algunos analgésicos para el dolor, que ella pudiera estar lo más cómoda posible.
Regresé luego al comedor y pedí una botella de agua para llevarme. Comida había allí, por lo que creí que no sería necesario nada más. Después me acerqué a mi propia cabaña. ¿Qué podía llevarme, tal vez algunos libros? Octavia podría esperar con más calma. ¿Si supiera que estaba a punto de morir qué me gustaría hacer? Era una muy difícil situación.
— Ha-hay... al-go — encontré una camiseta, un libro sobre plantas, el cual me resultó super interesante y algunos sobres de comida. En la cocina además había algunos utensilios de cocinar, los cuales serían útiles para poder calentar los sobres.
Deposité todo en la mesa principal que hacía de comedor y guardé el libro en mi bolsa.
Tras ello, le dije a Octavia que saldría a buscar al pueblo algunas cosas y que no tardaría en regresar, iba a cuidar de ella. Pero también quería darle algo de intimidad mientras escribía. Sentía una sensación en el interior del pecho extraña, apenas conocía a la mujer pero sentía mucha lástima por ella y más que ocurriese en la situación que había sucedido. Mientras regresaba al refugio estuve pensando en todo aquello. Qué angustia, vivir sus últimas horas sin que pudiera hacer nada, qué impotencia... Al llegar a la zona de cabañas fui directo al consultorio. De allí saqué algo de antiséptico, gasas y vendas. También algunos analgésicos para el dolor, que ella pudiera estar lo más cómoda posible.
Regresé luego al comedor y pedí una botella de agua para llevarme. Comida había allí, por lo que creí que no sería necesario nada más. Después me acerqué a mi propia cabaña. ¿Qué podía llevarme, tal vez algunos libros? Octavia podría esperar con más calma. ¿Si supiera que estaba a punto de morir qué me gustaría hacer? Era una muy difícil situación.
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Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
No se sentía nada bien de hacer aquello, pero no quería poner a nadie en peligro y menos a su madre.
Aidan se marchó, así que Octavia siguió con la tarea de escribir una despedida a su madre. Se sentía fatal y casi que no sabía ni por dónde comenzar. No paraba de cambiar las hojas de romperlas... y al final se echó a llorar sobre el escritorio. No se quería morir, pero al menos sabía que había tratado de aprovechar su vida, igual no al máximo como hubiese deseado, era lo único de lo que se podía arrepentir.
Tras un rato en el que el silencio era invadido por sus propios llantos, Octavia se levantó, se limpió las lágrimas y dobló la hoja en blanco, solo ponía: Mamá, te quiero. No había podido escribir más, pero era sincero. Luego trataría de escribir algo más.
Sacó una silla al porche aprovechando que daba el sol en él, se sentó y apoyó los pies en la barandilla de madera. Octavia cerró los ojos y dejó que la calidez del sol acariciase su cuerpo. Lo adoraba, la paz que le daba aquello, era única.
Allí estuvo un rato disfrutando del olor del bosque, del sol, la tranquilidad. No había tenido la mejor vida, la muerte de su hermana y abuela la marcaron muy temprano, pero luego conoció a Will, trabajó en lo que quiso, y el mundo se fue a la mierda. Había viajado, había conocido a mucha gente, no había estado del todo mal.
Aidan se marchó, así que Octavia siguió con la tarea de escribir una despedida a su madre. Se sentía fatal y casi que no sabía ni por dónde comenzar. No paraba de cambiar las hojas de romperlas... y al final se echó a llorar sobre el escritorio. No se quería morir, pero al menos sabía que había tratado de aprovechar su vida, igual no al máximo como hubiese deseado, era lo único de lo que se podía arrepentir.
Tras un rato en el que el silencio era invadido por sus propios llantos, Octavia se levantó, se limpió las lágrimas y dobló la hoja en blanco, solo ponía: Mamá, te quiero. No había podido escribir más, pero era sincero. Luego trataría de escribir algo más.
Sacó una silla al porche aprovechando que daba el sol en él, se sentó y apoyó los pies en la barandilla de madera. Octavia cerró los ojos y dejó que la calidez del sol acariciase su cuerpo. Lo adoraba, la paz que le daba aquello, era única.
Allí estuvo un rato disfrutando del olor del bosque, del sol, la tranquilidad. No había tenido la mejor vida, la muerte de su hermana y abuela la marcaron muy temprano, pero luego conoció a Will, trabajó en lo que quiso, y el mundo se fue a la mierda. Había viajado, había conocido a mucha gente, no había estado del todo mal.
Cuando regresé a la cabaña me topé con Octavia sentada en el porche, disfrutando de la mañana.
Aquella era una buena forma de pasar el día, pensé.
— Octa-tavia — la llamé dubitativo, ya que por un momento me temí lo peor. Me adentré en el interior de la cabaña y deposité las cosas que había traído sobre la mesa, pero dos las mantuve en el interior del bolso. Las sacaría más tarde y dependiendo de cómo estaban los ánimos.
Esperé respuesta, por un momento me asusté. ¿Y si había muerto ya? Pero entonces pude ver como su pecho bajaba y subía, tomando aire y expulsándolo. Los zombies no respiraban.
— ¿E-es-ss-tás bi-bi-bien? — fue lo único que se me ocurrió preguntar, y al instante me arrepentí de preguntar aquello. ¿Cómo iba a estar bien? Me fijé en los dos dedos que me faltaban de la mano izquierda y en lo que sentí cuando vi que seguía con vida. Los recuerdos eran muy borrosos, pero yo quería morir y no me importó en su momento lo ocurrido. Ahora la culpa y el asco habían pasado a un primer lugar. No había de otra, quería seguir, quería continuar con vida, porque sentía que había un propósito para mi, era ayudar a otras personas. Todo aquello por lo que no fui capaz de defender. Aquel era mi castigo, haber muerto supondría un descanso que no merecía. Ver a Octavia morir era parte del castigo, de no poder hacer absolutamente nada.
— ¿A-gua? — saqué una botella de agua y se la entregué, por lo menos haría que estuviera lo más cómoda posible, era lo único que podía hacer. Ayudarla a pasar ese mal trago, cogerla de la mano mientras exhalaba su último aliento y tranquilizarla, ya que no había podido ayudarla a salvarla. El nudo en mi pecho golpeó con furia mi interior. No, aquella sería otra piedra más sobre mi.
Aquella era una buena forma de pasar el día, pensé.
— Octa-tavia — la llamé dubitativo, ya que por un momento me temí lo peor. Me adentré en el interior de la cabaña y deposité las cosas que había traído sobre la mesa, pero dos las mantuve en el interior del bolso. Las sacaría más tarde y dependiendo de cómo estaban los ánimos.
Esperé respuesta, por un momento me asusté. ¿Y si había muerto ya? Pero entonces pude ver como su pecho bajaba y subía, tomando aire y expulsándolo. Los zombies no respiraban.
— ¿E-es-ss-tás bi-bi-bien? — fue lo único que se me ocurrió preguntar, y al instante me arrepentí de preguntar aquello. ¿Cómo iba a estar bien? Me fijé en los dos dedos que me faltaban de la mano izquierda y en lo que sentí cuando vi que seguía con vida. Los recuerdos eran muy borrosos, pero yo quería morir y no me importó en su momento lo ocurrido. Ahora la culpa y el asco habían pasado a un primer lugar. No había de otra, quería seguir, quería continuar con vida, porque sentía que había un propósito para mi, era ayudar a otras personas. Todo aquello por lo que no fui capaz de defender. Aquel era mi castigo, haber muerto supondría un descanso que no merecía. Ver a Octavia morir era parte del castigo, de no poder hacer absolutamente nada.
— ¿A-gua? — saqué una botella de agua y se la entregué, por lo menos haría que estuviera lo más cómoda posible, era lo único que podía hacer. Ayudarla a pasar ese mal trago, cogerla de la mano mientras exhalaba su último aliento y tranquilizarla, ya que no había podido ayudarla a salvarla. El nudo en mi pecho golpeó con furia mi interior. No, aquella sería otra piedra más sobre mi.
Octavia escuchó su nombre, apenas un susurro en medio del silencio que dominaba sus pensamientos. Aidan había regresado, y una parte de ella se sintió aliviada, aunque no podía ignorar la cruda realidad que se cernía sobre su situación. Abrió los ojos lentamente, dejando que la luz del sol la cegara por un instante mientras veía a Aidan acercarse. No se había dado cuenta de lo mucho que temblaba hasta que intentó moverse para responderle. Sentía su cuerpo más pesado de lo habitual, pero aún no estaba completamente vencida.
—Hey, Aidan... —respondió con la voz ronca, esbozando una sonrisa amarga, pero sincera—. Supongo que estoy lo mejor que puedo estar dadas las circunstancias.
Aceptó la botella de agua que Aidan le ofrecía y tomó un pequeño sorbo, apenas lo suficiente para humedecer su garganta. Sabía que no debía beber mucho, pero ese simple acto la hacía sentir un poco más humana. Le dio las gracias con un leve gesto de cabeza y cerró los ojos de nuevo, intentando mantener su respiración calmada.
—Nunca pensé que llegaría a este punto... —murmuró, sin mirarlo directamente—. Toda mi vida he luchado para mantenerme viva, para seguir adelante, ¿y ahora qué? —Su voz se quebró ligeramente al final, aunque trató de mantenerse firme—. Pero al menos... no estoy sola, ¿no?
Guardó silencio unos segundos antes de abrir los ojos nuevamente y fijar su mirada en Aidan. Verlo allí, preocupado por ella, hizo que algo en su interior se removiera. Quería decir algo que aliviara la tensión del momento, pero no había palabras que pudieran cambiar la situación.
—Gracias, Aidan. Sé que no puedes hacer mucho más por mí, pero te agradezco que estés aquí —esbozó una débil sonrisa—. Supongo que lo que más me aterra ez estar sola al final.
Se acomodó un poco en la silla, sintiendo el calor del sol en su piel por lo que probablemente sería la última vez. Sabía que no quedaba mucho tiempo, pero prefería concentrarse en los pequeños momentos de paz que todavía podía disfrutar, sin pensar demasiado en lo que inevitablemente vendría.
—Hey, Aidan... —respondió con la voz ronca, esbozando una sonrisa amarga, pero sincera—. Supongo que estoy lo mejor que puedo estar dadas las circunstancias.
Aceptó la botella de agua que Aidan le ofrecía y tomó un pequeño sorbo, apenas lo suficiente para humedecer su garganta. Sabía que no debía beber mucho, pero ese simple acto la hacía sentir un poco más humana. Le dio las gracias con un leve gesto de cabeza y cerró los ojos de nuevo, intentando mantener su respiración calmada.
—Nunca pensé que llegaría a este punto... —murmuró, sin mirarlo directamente—. Toda mi vida he luchado para mantenerme viva, para seguir adelante, ¿y ahora qué? —Su voz se quebró ligeramente al final, aunque trató de mantenerse firme—. Pero al menos... no estoy sola, ¿no?
Guardó silencio unos segundos antes de abrir los ojos nuevamente y fijar su mirada en Aidan. Verlo allí, preocupado por ella, hizo que algo en su interior se removiera. Quería decir algo que aliviara la tensión del momento, pero no había palabras que pudieran cambiar la situación.
—Gracias, Aidan. Sé que no puedes hacer mucho más por mí, pero te agradezco que estés aquí —esbozó una débil sonrisa—. Supongo que lo que más me aterra ez estar sola al final.
Se acomodó un poco en la silla, sintiendo el calor del sol en su piel por lo que probablemente sería la última vez. Sabía que no quedaba mucho tiempo, pero prefería concentrarse en los pequeños momentos de paz que todavía podía disfrutar, sin pensar demasiado en lo que inevitablemente vendría.
La observé en silencio, notando cada pausa en sus palabras, sintiendo el peso de lo que decía. Sabía bien lo que era pensar que el final estaba cerca, pero verla ahí, con esa calma forzada, me rompía por dentro. Quería decir algo, lo que fuera, pero nada me parecía suficiente.
— Lo-lo siento... mu-mu-mucho, Oc-Octavia... — murmuré evitando sus ojos por un momento, mientras mis manos jugaban nerviosamente con la botella de agua que aún sostenía— Sé que... sé que e-es fá-fá-fácil de-decirlo, pe-pero... no es-tás so-sola. Yo... yo es-es-taré aquí... contigo — y era importante, puesto que no era la primera vez que pasaba por algo así.
Me sentí impotente. Todo lo que había aprendido como médico no servía de nada ahora. Respiré hondo, intentando controlar el temblor en mi voz, mientras la desesperación me golpeaba desde dentro.
— Yo... yo no p-pu-pu-pu-puedo hacer m-mucho más que es-es-tar aquí... — dije intentando sonar más calmado de lo que realmente estaba — A-a-segurarme de que es-estés lo más có-có-moda posible... hasta el fi-fi-final — recordar a mi hija me partía en mil pedazos, pero no podía dejar a Octavia sola.
Me obligué a sonreírle, aunque era más un intento fallido de dar ánimos que una sonrisa real. Coloqué una mano con suavidad sobre su hombro, intentando transmitirle algo de consuelo, aunque en ese momento me sentía tan perdido como ella.
— No vo-voy a de-de-jar que en-enfrentes esto... so-so-sola, te lo pro-prometo.
Aunque lo dije, en el fondo me consumía la duda. No sabía si realmente podía hacer algo más, pero en ese momento, lo único que me quedaba era estar con ella.
— Lo-lo siento... mu-mu-mucho, Oc-Octavia... — murmuré evitando sus ojos por un momento, mientras mis manos jugaban nerviosamente con la botella de agua que aún sostenía— Sé que... sé que e-es fá-fá-fácil de-decirlo, pe-pero... no es-tás so-sola. Yo... yo es-es-taré aquí... contigo — y era importante, puesto que no era la primera vez que pasaba por algo así.
Me sentí impotente. Todo lo que había aprendido como médico no servía de nada ahora. Respiré hondo, intentando controlar el temblor en mi voz, mientras la desesperación me golpeaba desde dentro.
— Yo... yo no p-pu-pu-pu-puedo hacer m-mucho más que es-es-tar aquí... — dije intentando sonar más calmado de lo que realmente estaba — A-a-segurarme de que es-estés lo más có-có-moda posible... hasta el fi-fi-final — recordar a mi hija me partía en mil pedazos, pero no podía dejar a Octavia sola.
Me obligué a sonreírle, aunque era más un intento fallido de dar ánimos que una sonrisa real. Coloqué una mano con suavidad sobre su hombro, intentando transmitirle algo de consuelo, aunque en ese momento me sentía tan perdido como ella.
— No vo-voy a de-de-jar que en-enfrentes esto... so-so-sola, te lo pro-prometo.
Aunque lo dije, en el fondo me consumía la duda. No sabía si realmente podía hacer algo más, pero en ese momento, lo único que me quedaba era estar con ella.
Las horas habían pasado lentamente, casi de manera tortuosa. La fiebre había comenzado a apoderarse de su cuerpo, y cada minuto que pasaba sentía que la temperatura subía más, sofocándola desde dentro. Afuera, el sol comenzaba a ocultarse tras los árboles, tiñendo el cielo de tonos anaranjados, y la cabaña se sumía poco a poco en las sombras del atardecer. Octavia se había tumbado en el viejo sofá, pero no encontraba alivio; el dolor y la incomodidad eran constantes, y su respiración se volvía cada vez más entrecortada.
El sudor perlaba su frente, y su piel ardía como si estuviera atrapada en llamas. Los temblores sacudían su cuerpo, y aunque Aidan estaba cerca, ella no podía evitar sentirse completamente desamparada. Cerró los ojos un momento, intentando sobrellevar el malestar, pero el simple acto de moverse se había vuelto una tortura.
Intentó girarse ligeramente para poder verlo, notando la mirada preocupada de Aidan, que no la había perdido de vista desde que empezó a empeorar. Sabía que él estaba haciendo todo lo posible por ayudarla, pero ahora solo había una cosa que realmente le importaba. Algo que no había terminado y que no podía dejar pasar.
— Aidan... —susurró, su voz quebrada por el esfuerzo de hablar—. La carta...
Intentó alargar la mano hacia el trozo de papel que había comenzado a escribir, pero la debilidad en su cuerpo la detuvo. Sabía que no podría terminarlo sola. La desesperación crecía dentro de ella, no solo por lo que le estaba ocurriendo, sino por lo que estaba dejando atrás sin terminar.
— No sé si podré... —dijo, con un jadeo doloroso. Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos, y cada segundo que pasaba la acercaba más a lo inevitable.
— Necesito que me... ayudes a terminarla —logró decir, sus palabras apenas un hilo de voz—. Mi madre... no quiero que se quede sin una despedida. No quiero que piense que me fui sin decirle adiós.
Oprimida por el dolor y la fiebre, Octavia cerró los ojos de nuevo, luchando contra las lágrimas. Abrió los ojos lentamente, buscando la mirada de Aidan, confiando en que él la ayudaría a cumplir su último deseo.
— Por favor... —susurró con voz débil—. Ayúdame.
El sudor perlaba su frente, y su piel ardía como si estuviera atrapada en llamas. Los temblores sacudían su cuerpo, y aunque Aidan estaba cerca, ella no podía evitar sentirse completamente desamparada. Cerró los ojos un momento, intentando sobrellevar el malestar, pero el simple acto de moverse se había vuelto una tortura.
Intentó girarse ligeramente para poder verlo, notando la mirada preocupada de Aidan, que no la había perdido de vista desde que empezó a empeorar. Sabía que él estaba haciendo todo lo posible por ayudarla, pero ahora solo había una cosa que realmente le importaba. Algo que no había terminado y que no podía dejar pasar.
— Aidan... —susurró, su voz quebrada por el esfuerzo de hablar—. La carta...
Intentó alargar la mano hacia el trozo de papel que había comenzado a escribir, pero la debilidad en su cuerpo la detuvo. Sabía que no podría terminarlo sola. La desesperación crecía dentro de ella, no solo por lo que le estaba ocurriendo, sino por lo que estaba dejando atrás sin terminar.
— No sé si podré... —dijo, con un jadeo doloroso. Sentía que el tiempo se le escapaba de las manos, y cada segundo que pasaba la acercaba más a lo inevitable.
— Necesito que me... ayudes a terminarla —logró decir, sus palabras apenas un hilo de voz—. Mi madre... no quiero que se quede sin una despedida. No quiero que piense que me fui sin decirle adiós.
Oprimida por el dolor y la fiebre, Octavia cerró los ojos de nuevo, luchando contra las lágrimas. Abrió los ojos lentamente, buscando la mirada de Aidan, confiando en que él la ayudaría a cumplir su último deseo.
— Por favor... —susurró con voz débil—. Ayúdame.
Las palabras de Octavia me golpearon de lleno. El solo hecho de verla ahí, indefensa y tan vulnerable, era una imagen que me desgarraba el corazón, pero escucharla pedir ayuda para despedirse… Sentí que el aire se volvía denso a mi alrededor, y, sin poder evitarlo, una serie de recuerdos arremetieron contra mí como una tormenta implacable.
Por un instante, no estaba allí, sino en otro tiempo, sosteniendo entre mis brazos el cuerpo frío de Amanda. Recordé sus últimos susurros, su mirada perdida, y esa impotencia, esa desgarradora impotencia de saber que no había nada que pudiera hacer para salvarla. Había perdido todo, y ahora veía a Octavia en una situación similar, tan frágil y rota… esa misma desesperación comenzaba a consumirme de nuevo, como un nudo frío en el pecho que apenas me dejaba respirar.
Mis manos temblaban y mi mente se nublaba, como si volviera a revivir aquella tragedia. Pero entonces, vi los ojos de Octavia, buscando los míos, necesitándome en ese momento. Logré enfocar mi atención en ella, sacudiendo la niebla de mis propios pensamientos. Ella estaba aquí, y necesitaba mi ayuda. No podía volver a quedarme inmóvil.
Me acerqué al sofá, intentando contener el temblor en mis manos, y asentí con un esfuerzo, mostrándole una sonrisa débil, aunque dolida.
— E-es-e-estoy aquí… Oc-Octavia. Te-te ayu-daré… — conseguí decir, mi voz apenas un susurro lleno de emoción contenida.
Me arrodillé a su lado y tomé el papel con delicadeza, listo para escribir por ella. Me forcé a concentrarme en su carta, en sus palabras, y no en el dolor que brotaba en mi pecho, en los recuerdos de lo que había perdido.
— Di-me qué quieres que... que es-criba — mi voz aún rota, pero firme en mi decisión de estar allí para ella, para que no enfrentara su final sin esa despedida tan importante.
Por un instante, no estaba allí, sino en otro tiempo, sosteniendo entre mis brazos el cuerpo frío de Amanda. Recordé sus últimos susurros, su mirada perdida, y esa impotencia, esa desgarradora impotencia de saber que no había nada que pudiera hacer para salvarla. Había perdido todo, y ahora veía a Octavia en una situación similar, tan frágil y rota… esa misma desesperación comenzaba a consumirme de nuevo, como un nudo frío en el pecho que apenas me dejaba respirar.
Mis manos temblaban y mi mente se nublaba, como si volviera a revivir aquella tragedia. Pero entonces, vi los ojos de Octavia, buscando los míos, necesitándome en ese momento. Logré enfocar mi atención en ella, sacudiendo la niebla de mis propios pensamientos. Ella estaba aquí, y necesitaba mi ayuda. No podía volver a quedarme inmóvil.
Me acerqué al sofá, intentando contener el temblor en mis manos, y asentí con un esfuerzo, mostrándole una sonrisa débil, aunque dolida.
— E-es-e-estoy aquí… Oc-Octavia. Te-te ayu-daré… — conseguí decir, mi voz apenas un susurro lleno de emoción contenida.
Me arrodillé a su lado y tomé el papel con delicadeza, listo para escribir por ella. Me forcé a concentrarme en su carta, en sus palabras, y no en el dolor que brotaba en mi pecho, en los recuerdos de lo que había perdido.
— Di-me qué quieres que... que es-criba — mi voz aún rota, pero firme en mi decisión de estar allí para ella, para que no enfrentara su final sin esa despedida tan importante.
Octavia observó a Aidan acercarse, viendo en su rostro el rastro de una emoción profunda que reconoció de inmediato como un reflejo de su propia pena. Cuando él finalmente se arrodilló a su lado y sostuvo el papel con manos temblorosas, algo en su corazón se sintió reconfortado. Aidan la miraba con una mezcla de dolor y firmeza, y eso le dio la fuerza que necesitaba para continuar, aunque su voz era apenas un susurro.
— Aidan... escribe que... —hizo una pausa, su respiración entrecortada mientras luchaba contra las lágrimas—. Que la quiero... que siempre la quise...
Oprimida por el peso de lo que no había dicho durante tanto tiempo, apartó la mirada hacia el techo de la cabaña, tratando de encontrar las palabras correctas. El calor de la fiebre le nublaba los pensamientos, pero había algo que necesitaba decirle a su madre, algo que no podía callar.
— Y... —prosiguió, con voz temblorosa— dile que lo siento… que siento todo… que nunca fue culpa suya… lo que pasó con Diane y… con la abuela…
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero no intentó detenerlas. Se mordió el labio para contener el llanto, pero la carga de años de culpa era imposible de contener en ese momento. Las palabras, aunque lentas, brotaban de su corazón.
— Que siempre... siempre quise ser la hija que ella merecía… y que lo intenté, a pesar de todo… —susurró, su voz deshaciéndose en apenas un hilo.
Sabía que Aidan estaba escribiendo cada palabra, y en medio de la tristeza sintió un leve alivio. Sabía que su madre recibiría ese último mensaje, que entendería lo mucho que la quería, y que sabría que, hasta el final, pensaba en ella.
— Por favor, Aidan… dile que no se rinda… que siga adelante —finalizó, exhalando un suspiro profundo, agotada, pero sintiendo algo de paz al saber que, al menos, sus últimas palabras serían las que siempre había querido decir.
— Aidan... escribe que... —hizo una pausa, su respiración entrecortada mientras luchaba contra las lágrimas—. Que la quiero... que siempre la quise...
Oprimida por el peso de lo que no había dicho durante tanto tiempo, apartó la mirada hacia el techo de la cabaña, tratando de encontrar las palabras correctas. El calor de la fiebre le nublaba los pensamientos, pero había algo que necesitaba decirle a su madre, algo que no podía callar.
— Y... —prosiguió, con voz temblorosa— dile que lo siento… que siento todo… que nunca fue culpa suya… lo que pasó con Diane y… con la abuela…
Las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas, pero no intentó detenerlas. Se mordió el labio para contener el llanto, pero la carga de años de culpa era imposible de contener en ese momento. Las palabras, aunque lentas, brotaban de su corazón.
— Que siempre... siempre quise ser la hija que ella merecía… y que lo intenté, a pesar de todo… —susurró, su voz deshaciéndose en apenas un hilo.
Sabía que Aidan estaba escribiendo cada palabra, y en medio de la tristeza sintió un leve alivio. Sabía que su madre recibiría ese último mensaje, que entendería lo mucho que la quería, y que sabría que, hasta el final, pensaba en ella.
— Por favor, Aidan… dile que no se rinda… que siga adelante —finalizó, exhalando un suspiro profundo, agotada, pero sintiendo algo de paz al saber que, al menos, sus últimas palabras serían las que siempre había querido decir.
Sostuve el papel con cuidado, como si fuera algo frágil, casi tanto como ella en ese momento. Mis manos seguían temblando, pero no podía detenerme. Sabía que no podía fallarle. Mientras Octavia hablaba, su voz apenas un susurro, escribí cada palabra con precisión, asegurándome de no omitir nada. Cada frase que decía estaba cargada de emociones, y al escribirlas sentía cómo su culpa y su amor se plasmaban en la página, como si el papel mismo absorbiera todo el peso que ella había llevado durante tanto tiempo.
Cuando terminó, noté que su respiración se volvía más pesada, y el sudor que perlaba su frente brillaba bajo la tenue luz que entraba por las ventanas. Dejé el bolígrafo a un lado y me acerqué un poco más a ella, buscando su mirada.
— O... Oc... Octavia... ya está... — le dije con voz suave, enseñándole el papel doblado — Ha-haré que lle-legue a tu ma-madre. Te... te lo prometo.
Ella me miraba, pero podía ver que estaba al límite. Sabía lo que venía, y aunque traté de prepararme para ello, la verdad era que no estaba listo. No podía soportar la idea de ver morir a alguien más, no otra vez. Sentí ese nudo en el pecho que había estado allí desde el día en que perdí a Amanda, pero esta vez algo era diferente. Octavia aún respiraba, aún estaba aquí, y no podía rendirme mientras ella no lo hiciera.
— Oye... — sentándome a su lado en el suelo, manteniendo una distancia respetuosa — Sé que crees que... que e-es el final, pe-pero... ¿y si no lo es? — mi voz estaba cargada de una mezcla de esperanza y desesperación — No-no pareces estar... cambiando. Tu fiebre e-es alta, sí, pero pe-pero he vi-visto a otros... ya sabes... que lo-lo hacen más rá-rápido. Tú a-aún es-tás aquí.
Levanté la vista hacia ella, buscando cualquier señal en sus ojos que me indicara que no estaba imaginando cosas. Tal vez me aferraba a algo que no tenía sentido, pero esa posibilidad era mejor que la certeza de perderla. Me recordó a mi, el día que perdí los dedos, aunque no había sufrido malestar alguno, ella ya había superado el tiempo que aguantó Amanda antes de morir. Sentí una punzada en el pecho.
— Puedo... puedo traer algo para ba-ba-jar la fiebre, o buscar albahaca en el bosque para un té. No-no pue-puedo sentarme y... y ver cómo ocurre. Por f-favor, déjame intentarlo. Si no... si no funciona, al menos sa-sabrás que no te dejé sola.
Me levanté lentamente, esperando su respuesta, mientras mi mente ya comenzaba a buscar opciones. No sabía si ella quería aferrarse a esa pequeña posibilidad, pero yo sí. Había perdido demasiado, y no estaba dispuesto a rendirme otra vez.
— Déjame intentarlo... por favor.
Cuando terminó, noté que su respiración se volvía más pesada, y el sudor que perlaba su frente brillaba bajo la tenue luz que entraba por las ventanas. Dejé el bolígrafo a un lado y me acerqué un poco más a ella, buscando su mirada.
— O... Oc... Octavia... ya está... — le dije con voz suave, enseñándole el papel doblado — Ha-haré que lle-legue a tu ma-madre. Te... te lo prometo.
Ella me miraba, pero podía ver que estaba al límite. Sabía lo que venía, y aunque traté de prepararme para ello, la verdad era que no estaba listo. No podía soportar la idea de ver morir a alguien más, no otra vez. Sentí ese nudo en el pecho que había estado allí desde el día en que perdí a Amanda, pero esta vez algo era diferente. Octavia aún respiraba, aún estaba aquí, y no podía rendirme mientras ella no lo hiciera.
— Oye... — sentándome a su lado en el suelo, manteniendo una distancia respetuosa — Sé que crees que... que e-es el final, pe-pero... ¿y si no lo es? — mi voz estaba cargada de una mezcla de esperanza y desesperación — No-no pareces estar... cambiando. Tu fiebre e-es alta, sí, pero pe-pero he vi-visto a otros... ya sabes... que lo-lo hacen más rá-rápido. Tú a-aún es-tás aquí.
Levanté la vista hacia ella, buscando cualquier señal en sus ojos que me indicara que no estaba imaginando cosas. Tal vez me aferraba a algo que no tenía sentido, pero esa posibilidad era mejor que la certeza de perderla. Me recordó a mi, el día que perdí los dedos, aunque no había sufrido malestar alguno, ella ya había superado el tiempo que aguantó Amanda antes de morir. Sentí una punzada en el pecho.
— Puedo... puedo traer algo para ba-ba-jar la fiebre, o buscar albahaca en el bosque para un té. No-no pue-puedo sentarme y... y ver cómo ocurre. Por f-favor, déjame intentarlo. Si no... si no funciona, al menos sa-sabrás que no te dejé sola.
Me levanté lentamente, esperando su respuesta, mientras mi mente ya comenzaba a buscar opciones. No sabía si ella quería aferrarse a esa pequeña posibilidad, pero yo sí. Había perdido demasiado, y no estaba dispuesto a rendirme otra vez.
— Déjame intentarlo... por favor.
Octavia lo miró, agotada, con los párpados medio cerrados. Las palabras de Aidan resonaban en su mente, pero la fiebre y el malestar parecían nublarlo todo. Por un momento, quiso creerle. Quiso aferrarse a esa mínima posibilidad de que quizá no era el final, de que había algo diferente en lo que le estaba ocurriendo. Pero cada respiración le dolía, cada movimiento era una lucha, y la desesperación seguía apretándole el pecho.
—Aidan... —murmuró, con la voz casi quebrada—. Yo... no sé si puedo más. Siento que me quemo por dentro.
Lo miró fijamente, buscando algo en sus ojos, una certeza, una promesa que pudiera sostenerla un poco más. Él hablaba con una mezcla de pánico y esperanza, y ella entendía por qué. Era fácil leer en su rostro que había perdido mucho antes de este momento, y que la idea de perderla a ella, aunque apenas se conocieran, lo destrozaba.
—¿Y si tienes razón? —preguntó más para sí misma que para él, aunque su tono era débil, como si no pudiera permitirse del todo esa esperanza—. ¿Y si... esto no es el final?
Quiso aferrarse a eso, pero el cansancio seguía arrastrándola hacia abajo. Cerró los ojos por un momento, intentando reunir fuerzas. Cuando los abrió, lo encontró aún de pie, observándola con esa determinación que, por un instante, logró calmar el caos en su mente.
—Está bien... —susurró exhalando con dificultad—. Hazlo. Trae lo que necesites, Aidan.
Un atisbo de la Octavia de siempre apareció en su mirada, aunque apenas duró un segundo.
—Pero, escucha... —dijo con una media sonrisa débil, esforzándose por sonar más firme—. Si esto no funciona, no te atormentes. ¿De acuerdo? No es tu culpa... yo ya estaba rota desde hace mucho.
Se llevó una mano al pecho, como si intentara contener el fuego que sentía dentro. Luego desvió la mirada hacia la ventana, donde los últimos rayos de sol pintaban el cielo de tonos anaranjados y dorados. Si este era su final, al menos quería que su último recuerdo fuera de algo tan simple y hermoso como eso.
—Solo... date prisa, ¿vale? —murmuró antes de dejar caer la cabeza sobre el respaldo del sofá, cerrando los ojos para recuperar algo de fuerza.
—Aidan... —murmuró, con la voz casi quebrada—. Yo... no sé si puedo más. Siento que me quemo por dentro.
Lo miró fijamente, buscando algo en sus ojos, una certeza, una promesa que pudiera sostenerla un poco más. Él hablaba con una mezcla de pánico y esperanza, y ella entendía por qué. Era fácil leer en su rostro que había perdido mucho antes de este momento, y que la idea de perderla a ella, aunque apenas se conocieran, lo destrozaba.
—¿Y si tienes razón? —preguntó más para sí misma que para él, aunque su tono era débil, como si no pudiera permitirse del todo esa esperanza—. ¿Y si... esto no es el final?
Quiso aferrarse a eso, pero el cansancio seguía arrastrándola hacia abajo. Cerró los ojos por un momento, intentando reunir fuerzas. Cuando los abrió, lo encontró aún de pie, observándola con esa determinación que, por un instante, logró calmar el caos en su mente.
—Está bien... —susurró exhalando con dificultad—. Hazlo. Trae lo que necesites, Aidan.
Un atisbo de la Octavia de siempre apareció en su mirada, aunque apenas duró un segundo.
—Pero, escucha... —dijo con una media sonrisa débil, esforzándose por sonar más firme—. Si esto no funciona, no te atormentes. ¿De acuerdo? No es tu culpa... yo ya estaba rota desde hace mucho.
Se llevó una mano al pecho, como si intentara contener el fuego que sentía dentro. Luego desvió la mirada hacia la ventana, donde los últimos rayos de sol pintaban el cielo de tonos anaranjados y dorados. Si este era su final, al menos quería que su último recuerdo fuera de algo tan simple y hermoso como eso.
—Solo... date prisa, ¿vale? —murmuró antes de dejar caer la cabeza sobre el respaldo del sofá, cerrando los ojos para recuperar algo de fuerza.
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