NEST Operation | Conway, Harker & Klaus

Una ventisca levanta una cortina de arena que, al llevársela inercialmente la propia marea del viento desértico, revela un poblado de figuras humanoides enterradas en la arena y con ellas los gemidos de lamento que generalmente emitían los no-muertos en el eterno sufrimiento al que estaban condenados. En especial, bajo el azote del infernal sol del Mojave.

—Qué cagada —Emitió un chasquido con la lengua—. Si es fácil, es porque eventualmente será más difícil, Scott —Se planteaba a sí mismo en voz baja sin apartar el ojo del visor holográfico, recordando a lo largo de su jornada de campañas la realidad tan cierta que de aquella premisa se desprendía.

A pesar de que se esperaba algún inconveniente que comprometiese el cumplimiento de las metas en aquella empresa, la nueva circunstancia planteaba un peligro eminente. La imagen de la horda de zombies que se dibujaba frente a sus ojos y al mismo tiempo se desdibujaba vibrante por obra del calor, le decía que podrían ser capaces de arrasar con el campamento entero y sitiarles sin ninguna posibilidad de escapar, si es que llegaban a liberarse del aprisionamiento al que le sometían las arenas.

Se asomó a la pendiente del edificio para ver si había alguien a quien pudiese avisar, pero no rondaba una sola alma en el patio.

Ni él ni el resto del equipo habían traído dispositivos para comunicarse, tal vez porque, en vista de la naturaleza propia de lo que se suponía sería una misión de reconocimiento, subestimaron la dificultad que esta pudiese acarrear. Incluso, desde su posición ni siquiera pudo oír la situación que enfrentaban Conway y Davis. La consecuencia de esa decisión, o falta de la misma —piensa él—, es que ahora se encontraba entre la espada y la pared; no podía gritar para avisar a los demás porque, si es que acaso le llegaban a escuchar, eso atraería a los devora hombres, y a su vez, si estos avanzaban en su dirección, el espía no contaría con la munición y tiempo suficientes para detener semejante caterva pugnante por conseguir carne humana.

¿Su decisión? Permanecer allí donde estaba, en el tejado. Muy a su pesar.

Moverse de allí para avisar al comandante o hacer cualquier otra cosa parecía una solución simple, el remedio, por catalogarlo de alguna forma. Sin embargo, él creía que ese remedio sería más costoso que la enfermedad y dejar abandonado el puesto de vigía sería un craso error.

Mientras las gotas de sudor corrían por su frente y la cabeza le daba vuelta a los mil escenarios en los que todo pudiese acabar mal para él y sus compañeros, además de los distintos planes de acción que maquinaba para evitarlos, también seguia razonando la naturaleza de lo que verdaderamente ocurrió con aquél puesto de avanzada.

«Nah... Aquí hay algo más. Esos caminantes no acabaron con este sitio. ¿Pero de dónde salieron si no?». Vigilaba el resto del perímetro para comprobar si había alguna otra amenaza campante, chequeando todos los ángulos según los puntos cardinales, sin despegar la atención del primer peligro, por supuesto. Para él era una bomba de tiempo que hacía tic, tac en su oído.

Sólo eran la voz del viento en el vacío del valle desértico, sus pensamientos y él. Hasta que una detonación se expandió dejando su eco en todo el lugar. Inmediatamente volteó hacia la dirección del ruido, apuntando a la tienda por si quien salía de allí no fuese alguno de sus compañeros sino algo muerto y andante. Cuando fueron la morena y el veterano los que dieron señales de vida, liberó toda tensión a través de sus fosas nasales.

«Carajo...»

Viendo de nuevo hacia lo lejos, hacia la horda de caminantes aglomerados unos con los otros y sumergidos en la tierra arenosa, notó que por suerte el disparo no los había alarmado lo suficiente como para atraerlos. Conway captó su atención y tomó cercanía hacia el borde para responderle. —Una manada de no-muertos, a cincuenta metros por el oeste. Las dunas se los tragó y aparentemente no se pueden mover. Lo que no entiendo es cómo llegaron allí. No pude distinguir algún distintivo o algo que los relacionase con esta base. ¿Qué pasó allí dentro? Ese disparo pudo haber sido nuestro fin —Dejó descansar los brazos tirando el peso muerto del arma en el portafusil—. No creo que se muevan de allí por ahora. Iré contigo. Si peinamos el resto del lugar en binomios, podremos terminar en menor tiempo y continuar con lo que sigue o irnos de regreso a la base —Con su equipaje encima, descendería a través de la cuerda hasta la planta baja y se prepararía para practicar lo mentado si es que el líder de patrulla no se oponía a ello.

—Entonces, ¿me contarás qué pasó allí dentro? —Dejó caer la pregunta al aire de camino al siguiente objetivo. Cual fuese la respuesta del ex SWAT, Scott pensó en el lado bueno del asunto. Aparentemente, nadie había salido herido, o al menos no hasta ahora, y eso le bastaba para ir sobre la marcha.

Posicionados en la subsecuente locación, presta atención al lenguaje de señas ajeno, consciente de su rol como pointman y con el oído atento a los sospechosos ruidos que se daban a escuchar en el interior. Lo primero que pensó es que tenían compañía. Por lo que a la hora de accionar, cuando su superior despega la solapa de la tienda, da un rápido paso transversal por la izquierda con la luz de su linterna y la boca del cañón por delante.

A medida que avanzaba para despejar cada rincón, cada esquina, y sus ojos se acostumbraban a la penumbra, los escenarios anteriores revivían copiosamente en aquél interior. Aunque, algunas cosas distaban de forma llamativa. Y es que al remover un poco entre las cosas con la punta de su arma, se fue topando con signos indudables de actividad humana allí, sin poder determinar del todo cuán reciente; ropa, alacenas de comida, algunas provisiones, envoltorios y frascos vacíos de medicinas.

Ningún rastro de lucha o combate, al parecer.

Lo que le seguía llamando poderosamente la atención, es la fuente del ruido que escucharon antes de entrar. Se preguntaba si realmente alguien seguía viviendo allí dentro o si había sido obra de algún dispositivo radial o de una vieja grabación en bucle. Con ello en mente, antes de seguir buscando con ojo avizor, le echó un corto vistazo a Jack, advirtiéndole con un movimiento de cabeza su siguiente movimiento; abrir una puerta corrediza que daba acceso a un pequeño cubículo. El baño de la dependencia, seguramente.

Sólo hizo falta un poco de fuerza al tirar con la zurda de la manija, sin abandonar en ningún momento el alza de su fiel carabina con la que prudentemente apuntaba al centro del umbral.

Vacío, fue lo que contemplaron en el cubículo contiguo cuando Scott abrió la puerta. Sin embargo, de uno de los rincones al que el moreno se le había pasado explorar, emergió una silueta misteriosa que los balbuceos de Conway no tardaron en advertir, haciendo que instintivamente el joven espía se girase para apuntarle directamente en el rostro con el cañón de su arma, y en consecuencia, con el chorro de luz que emanaba la linterna montada en el guardamanos del fusil.

Aquél individuo era el doctor encargado de las investigaciones que se llevaban a cabo allí. O lo que quedaba de él. —Cierra la boca —Interrumpió los desvaríos del ermitaño, obligándole a guardar silencio al amagar darle un golpe con la mano. El hombre, que sobrerreaccionaba a cualquier signo de contacto humano e incluso a la propia iluminación, se cubrió la cabeza despavorido al ver la mano alzada del agente.

—Haz algún movimiento raro y te parto en dos —Advertiría en un tono grave al ir rodeándole por un costado para llegar a sus espaldas, sin despegar el dedo del gatillo ni la mira de él en ningún momento. Sus pasos cautos le llevaron por fin a su destino, y una vez parado en la retaguardia del hombre, dejó caer el fusil colgando a sus espaldas para empujar el torso de su amenazado contra la mesa más próxima y empezar a revisarlo de arriba a abajo, tal como habia ordenado el líder de la patrulla.

El hedor que brotaba de aquellas ropas le hizo arrugar la cara y encoger los ojos. Casi ardían sus fosas nasales. Pero lejos de que aquello fuese lo único que pudiese estar haciendo de su día uno desagradable, aún quedaba la incógnita de si aquél hombre decía la verdad y no tenía ninguna mordida encima.