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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Sin city {St. Friedrich}
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Hacía ya un tiempo que había llegado a aquel lugar espantoso, sin ideales, sin conciencia... Y aún así Blake Weis se sentía como en casa. Era volver a la mansión Weis, con familia diferente, pero iguales en cuanto a ideas y personalidad. La mayoría de las mujeres tenían el suficiente carácter como para no dejarse amedrentar por esos patanes y los hombres... En fin, casi era mejor ni hablar de ellos, porque a veces, la rubia se preguntaba si llegaban a sobrepasar la categoría de bestias. Vale estaba en casa, sabía tratar con ellos, no se iba a dejar comer por nada, ni mucho menos nadie tras haber aguantado tanto tiempo sola. Sería absurdo.
Aquel día era una mañana más tras los muros de St. Friedrich. Inconscientemente Blake se hacía la misma pregunta todos los días: ¿Cómo era posible que aquel lugar fuera tan oscuro? Sabía que antes allí había habitado amish, ahora sus muros no encerraban nada puro, era todo lo contrario a lo que habría sido anteriormente. Ella a veces trataba de imaginarse como habría sido aquel lugar y era incapaz de concebirlo. Aún quedaban algunos amish, que se habían adaptado o que prácticamente habían sido secuestrados.
Se había ido de caza prácticamente al alba, con ella traía de vuelta un par de conejos y una ardilla. En los últimos meses había tratado de mejorar mucho en aprender a cazar, puesto que otras cosas no se le daban muy allá y quería algo valioso que pudiera intercambiar en el mercado. Coser la ropa de otras personas, aunque le gustaba, no era opción. Resultaba muy impaciente para coser tantas prendas y la mayoría no valoraban demasiado bien ese trabajo.
Avanzaba por la plaza con calma, cargando sus presas en un cinturón, cuando alguien se interpuso en medio. Blake trató de rodearla, con cara de pocos amigos, pero en lugar de dejarla tranquila se movió para volver a interrumpir su paso.
— ¿Te apartas o tengo que apartarte yo? — las palabras sonaron autoritarias. Blake se irguió hasta quedar recta y miró fijamente al tipo a los ojos. Con aquellas fieras no podías ni vacilar un segundo. Aunque por dentro pensaba que tal vez hubiera debido ir por otro sitio. Colocó sus manos sobre las caderas y observó con altanería al hombre que le sacaba más de dos cabezas, era enorme en comparación a ella. Esa risita suya al verla y al mirar a su colega la hicieron enarcar una ceja.
El hombre se apartó ante la mirada de ella. Que no cedió en su juego estúpido, así eran las cosas allí. Blake llegó al mercado de St. Friedrich ubicado en el centro del poblado y comenzó a ojear los puestos en busca de algo que le interesase para cambiar las piezas de animales.
Aquel día era una mañana más tras los muros de St. Friedrich. Inconscientemente Blake se hacía la misma pregunta todos los días: ¿Cómo era posible que aquel lugar fuera tan oscuro? Sabía que antes allí había habitado amish, ahora sus muros no encerraban nada puro, era todo lo contrario a lo que habría sido anteriormente. Ella a veces trataba de imaginarse como habría sido aquel lugar y era incapaz de concebirlo. Aún quedaban algunos amish, que se habían adaptado o que prácticamente habían sido secuestrados.
Se había ido de caza prácticamente al alba, con ella traía de vuelta un par de conejos y una ardilla. En los últimos meses había tratado de mejorar mucho en aprender a cazar, puesto que otras cosas no se le daban muy allá y quería algo valioso que pudiera intercambiar en el mercado. Coser la ropa de otras personas, aunque le gustaba, no era opción. Resultaba muy impaciente para coser tantas prendas y la mayoría no valoraban demasiado bien ese trabajo.
Avanzaba por la plaza con calma, cargando sus presas en un cinturón, cuando alguien se interpuso en medio. Blake trató de rodearla, con cara de pocos amigos, pero en lugar de dejarla tranquila se movió para volver a interrumpir su paso.
— ¿Te apartas o tengo que apartarte yo? — las palabras sonaron autoritarias. Blake se irguió hasta quedar recta y miró fijamente al tipo a los ojos. Con aquellas fieras no podías ni vacilar un segundo. Aunque por dentro pensaba que tal vez hubiera debido ir por otro sitio. Colocó sus manos sobre las caderas y observó con altanería al hombre que le sacaba más de dos cabezas, era enorme en comparación a ella. Esa risita suya al verla y al mirar a su colega la hicieron enarcar una ceja.
El hombre se apartó ante la mirada de ella. Que no cedió en su juego estúpido, así eran las cosas allí. Blake llegó al mercado de St. Friedrich ubicado en el centro del poblado y comenzó a ojear los puestos en busca de algo que le interesase para cambiar las piezas de animales.
Harvey Black era una mujer de pocos rodeos, si algo no le gustaba cortaba literalmente por lo sano. Aquella mañana se la había pasado haciendo algunas gestiones. Aún no contaban con los Siete en St. Friedrich, faltaba bastante gente, de hecho cuatro personas. Ahora que Erica hacía poco que había decidido quedarse con el puesto. Seguía teniendo mucho trabajo, por mucho que la alemana la ayudase.
— Déjame en paz, necesito ir al mercado a por unas cosas... continuamos mañana — se puso en pie, con un gesto de mano calló a la persona que trataba de explicar sus problemas en el refugio. Harvey tenía que acudir de vez en cuando al ayuntamiento para hacer de juez y escuchar los conflictos de sus ciudadanos. Había cola, pero llevaba ya allí toda la mañana y estaba cansada. Nadie rechistó.
— Siento la espera, pero llevamos aquí toda la mañana... Proseguiremos mañana, a alas ocho en punto estaré aquí — sentenció. Se puso en pie y sin decir mucho más salió del edificio directa hacia la plaza del pueblo. Se echó la capucha por lo alto para pasar desapercibida y se coló entre la gente sin que se fijasen demasiado en que Harvey Black pasaba por allí. A veces le cansaban las falsas sonrisas, el peloteo... Sabía que más que respeto le tenían miedo o pena, por creer seguramente que estaba chalada. A ella le daba igual, consideraba que hacía lo correcto por su gente... y gente nueva, pensó al fijarse, muy tarde, en la chica que pasaba y sobre la que prácticamente se abalanzó.
— Coño, perdona... — soltó sin pensar cuando se tropezó con ella, instintivamente estiró sus manos para agarrarla por si acaso. Harvey, al fijarse mejor en ella, se dio cuenta de que efectivamente llevaba poco por allí, o al menos de que no era de los rostros habituales. No pudo evitar fijarse en las piezas de carne que llevaba en el cinto.
— Oh vaya, cazas... — sonrió. Eso le interesaba. — ¿Qué estás buscando? Me interesa ese conejo — señaló concretamente uno de los dos. — Por cierto puedes llamarme Ziggy — estiró una mano en su dirección, los dedos estaban llenos de anillos y el puño de la sudadera casi cubría el dorso de la mano entera. La prenda le quedaba notablemente grande. Las uñas estaban pintadas de negro, pero toda la pintura se le había empezado a caer.
— Déjame en paz, necesito ir al mercado a por unas cosas... continuamos mañana — se puso en pie, con un gesto de mano calló a la persona que trataba de explicar sus problemas en el refugio. Harvey tenía que acudir de vez en cuando al ayuntamiento para hacer de juez y escuchar los conflictos de sus ciudadanos. Había cola, pero llevaba ya allí toda la mañana y estaba cansada. Nadie rechistó.
— Siento la espera, pero llevamos aquí toda la mañana... Proseguiremos mañana, a alas ocho en punto estaré aquí — sentenció. Se puso en pie y sin decir mucho más salió del edificio directa hacia la plaza del pueblo. Se echó la capucha por lo alto para pasar desapercibida y se coló entre la gente sin que se fijasen demasiado en que Harvey Black pasaba por allí. A veces le cansaban las falsas sonrisas, el peloteo... Sabía que más que respeto le tenían miedo o pena, por creer seguramente que estaba chalada. A ella le daba igual, consideraba que hacía lo correcto por su gente... y gente nueva, pensó al fijarse, muy tarde, en la chica que pasaba y sobre la que prácticamente se abalanzó.
— Coño, perdona... — soltó sin pensar cuando se tropezó con ella, instintivamente estiró sus manos para agarrarla por si acaso. Harvey, al fijarse mejor en ella, se dio cuenta de que efectivamente llevaba poco por allí, o al menos de que no era de los rostros habituales. No pudo evitar fijarse en las piezas de carne que llevaba en el cinto.
— Oh vaya, cazas... — sonrió. Eso le interesaba. — ¿Qué estás buscando? Me interesa ese conejo — señaló concretamente uno de los dos. — Por cierto puedes llamarme Ziggy — estiró una mano en su dirección, los dedos estaban llenos de anillos y el puño de la sudadera casi cubría el dorso de la mano entera. La prenda le quedaba notablemente grande. Las uñas estaban pintadas de negro, pero toda la pintura se le había empezado a caer.
Se encontraba absorta entre sus pensamientos y la realidad. Se estaba planteando qué necesitaba primero con mayor urgencia, si ropa, otros productos alimentarios como queso, pan... Había un poco de todo en las mesas.
— ¡Pero bu...! — no terminó ni de hablar. Todo sucedió muy rápido. Se había chocado con alguien y era esta misma persona quien la sujetaba para evitar que cayera, porque hasta perdió el equilibrio. — Disculpada — susurró al verla, hasta se echó a reír. — Perdona iba absorta mirando los puestos — Blake se llevó una mano a la frente para rascarse pensativa, aquella mujer no le sonaba de nada, ni siquiera de haberla visto por el poblado.
— Bl... Lisbeth, puedes llamarme Liss — estiró su mano para sujetar la de ella a modo de presentación y saludo. Se mostró amable, quitándole hierro al asunto de que casi decía su nombre... bueno realmente ambos eran sus nombres, pero Blake lo había usado más que Lisbeth y era la costumbre.
— Lo intento, hay días que tengo suerte como hoy y otros que... me voy con las manos vacías o si van muy mal puede que algún otro rasguño — Blake alzó el conejo y se lo mostró para que lo viera mejor. — Pues sinceramente un poco de todo, ¿qué tendrías para mi? — la rubia enarcó una ceja en dirección a Ziggy. No pudo evitar fijarse en que algunas personas las observaban con mucha atención y eso la tensó un poco.
— No llevo mucho por aquí, pero... ¿La gente es siempre tan cotilla o es mi imaginación? — preguntó con cierta sorpresa y curiosidad.
— ¡Pero bu...! — no terminó ni de hablar. Todo sucedió muy rápido. Se había chocado con alguien y era esta misma persona quien la sujetaba para evitar que cayera, porque hasta perdió el equilibrio. — Disculpada — susurró al verla, hasta se echó a reír. — Perdona iba absorta mirando los puestos — Blake se llevó una mano a la frente para rascarse pensativa, aquella mujer no le sonaba de nada, ni siquiera de haberla visto por el poblado.
— Bl... Lisbeth, puedes llamarme Liss — estiró su mano para sujetar la de ella a modo de presentación y saludo. Se mostró amable, quitándole hierro al asunto de que casi decía su nombre... bueno realmente ambos eran sus nombres, pero Blake lo había usado más que Lisbeth y era la costumbre.
— Lo intento, hay días que tengo suerte como hoy y otros que... me voy con las manos vacías o si van muy mal puede que algún otro rasguño — Blake alzó el conejo y se lo mostró para que lo viera mejor. — Pues sinceramente un poco de todo, ¿qué tendrías para mi? — la rubia enarcó una ceja en dirección a Ziggy. No pudo evitar fijarse en que algunas personas las observaban con mucha atención y eso la tensó un poco.
— No llevo mucho por aquí, pero... ¿La gente es siempre tan cotilla o es mi imaginación? — preguntó con cierta sorpresa y curiosidad.
St. Friedrich estaba muy bien organizado, o eso quería pensar ella. Había designado a un sin fin de personas para ciertas actividades, entre ellas aceptar nuevos habitantes. Había una especie de "oficina de inmigración" y ellos eran los encargados de aceptar nuevos habitantes, asignarles una casa... Últimamente sabía que no había tanta gente como antes. Lo bueno de aquel refugio era precisamente la liberta de cada uno a poder entrar y salir cuando quisieran. Y eso era una ventaja y desventaja: mucha gente moría y por tanto quedaban huecos, casas libres... como para Lisbeth.
— Mucho gusto Liss — la observó con interés. No la había visto antes, pero si la habían dejado quedarse por algo sería. — Pues... si te quieres venir a mi casa, tengo ropa, mantas, algunas conservas, licores... e incluso verduras y fruta fresca. Tú decides qué te llevas — le hizo una señal para que la siguiera. Harvey comenzó a caminar en dirección a su casa.
— St. Friedrich siempre ha sido y será un pueblo, supongo — comentó con tranquilidad mientras avanzaba por la calle. — Será eso lo que transforme a la gente — se encogió de hombros. — La mayoría hemos sido militares, mercenarios... pero no se pierden las viejas costumbres y el chisme le gusta a todo el mundo — llegaron a la casa de Harvey. No estaba muy lejos de la plaza. Se había quedado con una gran casa de tres plantas. En su momento no quiso la de Edward, que servía ahora de consultorio. Se quedó una vivienda que tenía un poco de todo. Un sótano, primera planta, segunda y desván... Espera, eso eran como... ¿cuatro plantas? No solía contar con la última para nada. Harvey subió los escalones del porche de madera y abrió la puerta.
— Pasa — algunas personas observaron a las dos mujeres, pasaban por la calle y ella saludó como la haría una vecina ejemplar. — ¿A qué te dedicabas antes Liss? — preguntó con curiosidad. Harvey señaló el salón, al final estaba la cocina y por allí había una puerta que daba al sótano.
— En el sótano guardo todas las conservas, cajas con ropa... echa un vistazo y dime lo que te interesa — fue explicando mientras la iba guiando escaleras abajo. Harvey encendió una vela con su mechero, ya que no había mucha luz por ahí. El sótano estaba lleno de cajas por todas partes, en estanterías bastante bien ordenadas. Durante todo el tiempo que había estado en la zona se había abastecido bien un poco de todo, claro que la carne fresca era otra historia.
— Mucho gusto Liss — la observó con interés. No la había visto antes, pero si la habían dejado quedarse por algo sería. — Pues... si te quieres venir a mi casa, tengo ropa, mantas, algunas conservas, licores... e incluso verduras y fruta fresca. Tú decides qué te llevas — le hizo una señal para que la siguiera. Harvey comenzó a caminar en dirección a su casa.
— St. Friedrich siempre ha sido y será un pueblo, supongo — comentó con tranquilidad mientras avanzaba por la calle. — Será eso lo que transforme a la gente — se encogió de hombros. — La mayoría hemos sido militares, mercenarios... pero no se pierden las viejas costumbres y el chisme le gusta a todo el mundo — llegaron a la casa de Harvey. No estaba muy lejos de la plaza. Se había quedado con una gran casa de tres plantas. En su momento no quiso la de Edward, que servía ahora de consultorio. Se quedó una vivienda que tenía un poco de todo. Un sótano, primera planta, segunda y desván... Espera, eso eran como... ¿cuatro plantas? No solía contar con la última para nada. Harvey subió los escalones del porche de madera y abrió la puerta.
— Pasa — algunas personas observaron a las dos mujeres, pasaban por la calle y ella saludó como la haría una vecina ejemplar. — ¿A qué te dedicabas antes Liss? — preguntó con curiosidad. Harvey señaló el salón, al final estaba la cocina y por allí había una puerta que daba al sótano.
— En el sótano guardo todas las conservas, cajas con ropa... echa un vistazo y dime lo que te interesa — fue explicando mientras la iba guiando escaleras abajo. Harvey encendió una vela con su mechero, ya que no había mucha luz por ahí. El sótano estaba lleno de cajas por todas partes, en estanterías bastante bien ordenadas. Durante todo el tiempo que había estado en la zona se había abastecido bien un poco de todo, claro que la carne fresca era otra historia.
La mujer, Ziggy parecía agradable. No había tenido apenas trato con nadie en aquel lugar, salvo un par de charlas sueltas por algún intercambio o sencillamente hablar del tiempo... sí, en eso se reducía ahora su vida.
— Claro — Liss se quedó observando como la mujer le explicaba sobre St. Friedrich y asintió sobre su oferta, por lo que la joven la siguió por la calle hasta llegar a su vivienda. Era bastante amplia y eso le sorprendió.
— Marchante de arte — soltó con total naturalidad. Y es que oficialmente aquel había sido su trabajo, aunque de forma extraoficial fuese un poco más allá. Pese a que la empresa de su padre fuera conocida, a él no le agradaba explicar que sus hijas eran activos de esta, por lo que toda la vida la mayoría de sus hijas habían dicho ser comerciantes de arte. De hecho, a Liss hasta le gustaba aquel trabajo más del real. Muchas veces había tratado con antigüedades, de no haber elegido su padre el camino de su hija, probablemente se había dedicado a algo relacionado. En su familia las antigüedades y el amor por el arte había sido muy importante.
— ¿Y tú? — preguntó mientras que descendía y caminaba entre las estanterías en busca de algo que llamase su atención. — Me vendría bien ropa de cama para la casa; sábanas, mantas limpias sin agujeros... y ropa — se giró hacia ella. — Jabón... ¿Tienes de esos? No quiero registrar entre tus cosas, la verdad — se quedó mirándola desde el centro de la estancia.
— Claro — Liss se quedó observando como la mujer le explicaba sobre St. Friedrich y asintió sobre su oferta, por lo que la joven la siguió por la calle hasta llegar a su vivienda. Era bastante amplia y eso le sorprendió.
— Marchante de arte — soltó con total naturalidad. Y es que oficialmente aquel había sido su trabajo, aunque de forma extraoficial fuese un poco más allá. Pese a que la empresa de su padre fuera conocida, a él no le agradaba explicar que sus hijas eran activos de esta, por lo que toda la vida la mayoría de sus hijas habían dicho ser comerciantes de arte. De hecho, a Liss hasta le gustaba aquel trabajo más del real. Muchas veces había tratado con antigüedades, de no haber elegido su padre el camino de su hija, probablemente se había dedicado a algo relacionado. En su familia las antigüedades y el amor por el arte había sido muy importante.
— ¿Y tú? — preguntó mientras que descendía y caminaba entre las estanterías en busca de algo que llamase su atención. — Me vendría bien ropa de cama para la casa; sábanas, mantas limpias sin agujeros... y ropa — se giró hacia ella. — Jabón... ¿Tienes de esos? No quiero registrar entre tus cosas, la verdad — se quedó mirándola desde el centro de la estancia.
— Ah, no te preocupes, echa un vistazo, sin problema, no me molesta — Harvey se adelantó y se colocó junto a ella. — Mira, aquí tienes una caja que es entera de ropa de cama — se estiró para bajarla de la estantería y se arrodilló junto a ella. La abrió y comenzó a revisar las cosas.
— Aquí hay de todo lo que buscas, quédatela si quieres — se volvió a poner en pie, colocando ambas manos sobre las caderas. — Y si necesitas algo más, adelante, estoy generosa, ahí hay ropa y jabón... — se giró y señaló otra de las cajas. — Llévate una pastilla — la suerte de ser Harvey Black, la dueña de St. Friedrich de cierta manera era aquella, que acumulaba un poco de todo y que nunca le faltaba nada.
— Marchante de arte... — repitió. — ¿Cómo sobrevive una marchante de arte al fin del mundo? — preguntó con curiosidad.
— Yo trabajaba para Umbrella — respondió con tranquilidad, como quien hablaba del tiempo y poco más. — Me cansé de ello cuando toda esa mierda les estalló en la cara — se encogió de hombros. — Y aquí estoy, no es una historia muy compleja, se resumen a eso, la verdad — y no mentía. De hecho no había mentido en ningún momento.
— ¿Lo tienes todo ya? — se acercó a la escalera para proceder a subir. Se cobraría su recompensa y es noche podría cenar algo diferente para variar. Eso estaba bien.
— Aquí hay de todo lo que buscas, quédatela si quieres — se volvió a poner en pie, colocando ambas manos sobre las caderas. — Y si necesitas algo más, adelante, estoy generosa, ahí hay ropa y jabón... — se giró y señaló otra de las cajas. — Llévate una pastilla — la suerte de ser Harvey Black, la dueña de St. Friedrich de cierta manera era aquella, que acumulaba un poco de todo y que nunca le faltaba nada.
— Marchante de arte... — repitió. — ¿Cómo sobrevive una marchante de arte al fin del mundo? — preguntó con curiosidad.
— Yo trabajaba para Umbrella — respondió con tranquilidad, como quien hablaba del tiempo y poco más. — Me cansé de ello cuando toda esa mierda les estalló en la cara — se encogió de hombros. — Y aquí estoy, no es una historia muy compleja, se resumen a eso, la verdad — y no mentía. De hecho no había mentido en ningún momento.
— ¿Lo tienes todo ya? — se acercó a la escalera para proceder a subir. Se cobraría su recompensa y es noche podría cenar algo diferente para variar. Eso estaba bien.
Se sorprendió bastante por varias razones. La primera porque Ziggy tenía bastantes cosas entre las cajas, y segundo porque sabía que lo que le iba a entregar no lo pagaba todo. Así que o era la persona más amable del mundo o había algo que me había perdido.
— ¿No es mucho por lo que me has pedido? — cuestionó, se giró en su dirección y alzó una ceja. — Hagamos una cosa, quédatelo todo, no quiero sentir que me he aprovechado de tu generosidad — explicó con confianza. — Y menos estar intranquila creyendo que te debo una, porque hasta que no lo zanjase no me quedaría tranquila — colocó todas las cosas en la misma caja. La pastilla de jabón, las ropas de cama y algunas prendas.
— Bueno, es evidente que no trabajaba sentada en una oficina, que podría ser... pero me movía bastante por ahí — habló con naturalidad. Seguía siendo real, el problema era que realizaba otros trabajos más y que el arte no siempre solía ser arte.
Blake, que había levantado la caja un poco, tuvo que volver a dejarla cuando Ziggy, con toda la naturalidad del mundo, explicaba que había trabajado para Umbrella. No pudo evitar sentirse incómoda al recordar que sabía que sus hermanas ahora trabajaban para ellos y menos aún con toda la mierda que había pasado. Se giró hacia ella.
— ¿Y te dejaron ir sin más? — había escuchado rumores por el poblado de que muchos miembros de allí e incluso su líder habían sido parte de Umbrella. ¿Era Ziggy parte de los que llegaron al poblado y echaron a los amish? — Eh... sí, sí — le parecía una historia trágica, aunque tampoco los juzgaría. Ella había hecho otras cosas por su supervivencia. Volvió a sujetar la caja entre sus manos y comenzó a subir las escaleras hacia la planta superior.
— Entonces... ¿eras científico o militar? — preguntó mientras subía. Algo le decía que se trataba de la segunda opción.
— ¿No es mucho por lo que me has pedido? — cuestionó, se giró en su dirección y alzó una ceja. — Hagamos una cosa, quédatelo todo, no quiero sentir que me he aprovechado de tu generosidad — explicó con confianza. — Y menos estar intranquila creyendo que te debo una, porque hasta que no lo zanjase no me quedaría tranquila — colocó todas las cosas en la misma caja. La pastilla de jabón, las ropas de cama y algunas prendas.
— Bueno, es evidente que no trabajaba sentada en una oficina, que podría ser... pero me movía bastante por ahí — habló con naturalidad. Seguía siendo real, el problema era que realizaba otros trabajos más y que el arte no siempre solía ser arte.
Blake, que había levantado la caja un poco, tuvo que volver a dejarla cuando Ziggy, con toda la naturalidad del mundo, explicaba que había trabajado para Umbrella. No pudo evitar sentirse incómoda al recordar que sabía que sus hermanas ahora trabajaban para ellos y menos aún con toda la mierda que había pasado. Se giró hacia ella.
— ¿Y te dejaron ir sin más? — había escuchado rumores por el poblado de que muchos miembros de allí e incluso su líder habían sido parte de Umbrella. ¿Era Ziggy parte de los que llegaron al poblado y echaron a los amish? — Eh... sí, sí — le parecía una historia trágica, aunque tampoco los juzgaría. Ella había hecho otras cosas por su supervivencia. Volvió a sujetar la caja entre sus manos y comenzó a subir las escaleras hacia la planta superior.
— Entonces... ¿eras científico o militar? — preguntó mientras subía. Algo le decía que se trataba de la segunda opción.
Sonrió. La respuesta que tuvo le gustó a Harvey, quería gente así en el poblado, que respetasen las normas, y sobre todo, que tuvieran ese mismo sentido de los justo. Evitó su pregunta, aunque no pudo evitar enarcara una ceja y decir:
— ¿Crees que tengo pinta de científico? — sonrió divertida.
— Está bien — aceptó. — Que sepas que valoro mucho ese comportamiento — Harvey fue tras ella. — No dije nada, simplemente me fui, estaba cansada y ya está, supongo que pensarán que estoy muerta — se encogió de hombros.
— Así que viajabas mucho — sonrió de nuevo. Aquella era una bonita forma de decir que era una especie de "mercenaria", si es que no se equivocaba, pero esas formas de explicarlo. — Ese trabajo tiene un nombre, no pasa nada porque lo digas, ya no queda gobierno, ni autoridad que te vaya a juzgar, por... "Buscarle arte a la gente" — hizo el gesto de entrecomillado con las manos. — Era eso, ¿no? Digamos que un ricachón se encaprichaba de un manuscrito original de Baudelaire, tú ibas y se lo conseguías, ¿no? — se cruzó de brazos.
— St. Friedrich te va a encantar, por aquí hay muchos "Marchantes de arte" — sonrió. Sino a santo de qué iba a sobrevivir alguien así al fin del mundo. Ahora, la mujer le parecía hasta más interesante que antes, tenía mucha curiosidad.
— Déjame las piezas, las llevaré a la cocina — estiró la mano.
— Si quieres quédate, puedes comer conmigo, sacaré un buen vino de la bodega, lo puedes elegir tú — comentó con naturalidad. Así podría saciar su curiosidad. Le señaló el sofá y fue directa a la cocina, tenía pensadas varias ideas para hacer que la carne se mantuviera durante más tiempo, pero uno de los pollos lo cocinaría ese mismo día, tal vez con pasta o vete a saber lo que se le ocurría.
— ¿Qué me dices? — preguntó al regresar al salón.
— ¿Crees que tengo pinta de científico? — sonrió divertida.
— Está bien — aceptó. — Que sepas que valoro mucho ese comportamiento — Harvey fue tras ella. — No dije nada, simplemente me fui, estaba cansada y ya está, supongo que pensarán que estoy muerta — se encogió de hombros.
— Así que viajabas mucho — sonrió de nuevo. Aquella era una bonita forma de decir que era una especie de "mercenaria", si es que no se equivocaba, pero esas formas de explicarlo. — Ese trabajo tiene un nombre, no pasa nada porque lo digas, ya no queda gobierno, ni autoridad que te vaya a juzgar, por... "Buscarle arte a la gente" — hizo el gesto de entrecomillado con las manos. — Era eso, ¿no? Digamos que un ricachón se encaprichaba de un manuscrito original de Baudelaire, tú ibas y se lo conseguías, ¿no? — se cruzó de brazos.
— St. Friedrich te va a encantar, por aquí hay muchos "Marchantes de arte" — sonrió. Sino a santo de qué iba a sobrevivir alguien así al fin del mundo. Ahora, la mujer le parecía hasta más interesante que antes, tenía mucha curiosidad.
— Déjame las piezas, las llevaré a la cocina — estiró la mano.
— Si quieres quédate, puedes comer conmigo, sacaré un buen vino de la bodega, lo puedes elegir tú — comentó con naturalidad. Así podría saciar su curiosidad. Le señaló el sofá y fue directa a la cocina, tenía pensadas varias ideas para hacer que la carne se mantuviera durante más tiempo, pero uno de los pollos lo cocinaría ese mismo día, tal vez con pasta o vete a saber lo que se le ocurría.
— ¿Qué me dices? — preguntó al regresar al salón.
Blake ladeó ligeramente la cabeza mientras escuchaba a Ziggy hablar. Había algo en su tono que la hacía dudar si debía tomarse sus palabras como un cumplido o una burla sutil. Aunque, teniendo en cuenta el lugar donde se encontraban, cualquier insinuación parecía más un juego de poder que un comentario casual. Soltó un suave resoplido y sonrió con cierta picardía.
— Marchantes de arte — repitió mientras dejaba la caja sobre una mesa cercana. — Supongo que es una forma elegante de decirlo, sí... aunque lo de Baudelaire me parece un poco ambicioso. A veces eran... cosas más sencillas, pero igual de "valiosas" — hizo un gesto con las manos, imitando las comillas que Ziggy había usado antes, pero luego dejó caer los brazos con tranquilidad. — Digamos que el arte es un término muy subjetivo — se encogió de hombros. No estaba segura de cuánto debía contar, pero aquella mujer parecía lo bastante perspicaz como para entenderlo todo sin necesidad de que lo dijera en voz alta.
Cuando Ziggy se ofreció a encargarse de las piezas de caza y mencionó la invitación a quedarse a comer, Blake alzó una ceja, sorprendida por la propuesta. No porque le molestase, sino porque hasta ahora no había tenido una conversación tan "cómoda" con nadie en el refugio. Generalmente, las interacciones solían ser breves y meramente transaccionales.
— Suena bien — respondió finalmente, dejando escapar una ligera sonrisa que casi parecía genuina. — No voy a decir que no al buen vino, ni a una buena compañía — sus ojos se desviaron un momento hacia la cocina y luego de vuelta a Ziggy. Había algo en su actitud que le recordaba a sus hermanas, esa mezcla de confianza y autoridad que podía ser tan fascinante como intimidante.
— Aunque te aviso, no soy de esas que se quedan calladas mientras comen. Puede que termines arrepintiéndote de la invitación — bromeó, tratando de aligerar el ambiente. Se giró hacia el sofá y se dejó caer en él con un suspiro, estirando las piernas mientras se acomodaba. — Pero tengo que reconocer que la idea de cenar algo que no sea carne seca o sopa de lata es más tentadora de lo que debería — sus dedos tamborilearon un momento sobre el reposabrazos antes de volver a mirar a Ziggy con una expresión ligeramente más seria.
— Por cierto, gracias — soltó de forma casi brusca, como si no estuviera acostumbrada a decirlo. — Por todo esto. No muchos hacen algo así, y menos sin esperar nada a cambio.
Se quedó en silencio un momento, dejando que la gratitud flotara en el aire antes de cambiar rápidamente de tema para no profundizar demasiado en sus emociones.
— Bueno, ¿qué vino recomiendas? Porque si me dejas elegir, voy a ir a por el más caro. Si vamos a cenar como diosas, hagámoslo bien, ¿no? — recuperó su tono sarcástico y desenfadado.
— Marchantes de arte — repitió mientras dejaba la caja sobre una mesa cercana. — Supongo que es una forma elegante de decirlo, sí... aunque lo de Baudelaire me parece un poco ambicioso. A veces eran... cosas más sencillas, pero igual de "valiosas" — hizo un gesto con las manos, imitando las comillas que Ziggy había usado antes, pero luego dejó caer los brazos con tranquilidad. — Digamos que el arte es un término muy subjetivo — se encogió de hombros. No estaba segura de cuánto debía contar, pero aquella mujer parecía lo bastante perspicaz como para entenderlo todo sin necesidad de que lo dijera en voz alta.
Cuando Ziggy se ofreció a encargarse de las piezas de caza y mencionó la invitación a quedarse a comer, Blake alzó una ceja, sorprendida por la propuesta. No porque le molestase, sino porque hasta ahora no había tenido una conversación tan "cómoda" con nadie en el refugio. Generalmente, las interacciones solían ser breves y meramente transaccionales.
— Suena bien — respondió finalmente, dejando escapar una ligera sonrisa que casi parecía genuina. — No voy a decir que no al buen vino, ni a una buena compañía — sus ojos se desviaron un momento hacia la cocina y luego de vuelta a Ziggy. Había algo en su actitud que le recordaba a sus hermanas, esa mezcla de confianza y autoridad que podía ser tan fascinante como intimidante.
— Aunque te aviso, no soy de esas que se quedan calladas mientras comen. Puede que termines arrepintiéndote de la invitación — bromeó, tratando de aligerar el ambiente. Se giró hacia el sofá y se dejó caer en él con un suspiro, estirando las piernas mientras se acomodaba. — Pero tengo que reconocer que la idea de cenar algo que no sea carne seca o sopa de lata es más tentadora de lo que debería — sus dedos tamborilearon un momento sobre el reposabrazos antes de volver a mirar a Ziggy con una expresión ligeramente más seria.
— Por cierto, gracias — soltó de forma casi brusca, como si no estuviera acostumbrada a decirlo. — Por todo esto. No muchos hacen algo así, y menos sin esperar nada a cambio.
Se quedó en silencio un momento, dejando que la gratitud flotara en el aire antes de cambiar rápidamente de tema para no profundizar demasiado en sus emociones.
— Bueno, ¿qué vino recomiendas? Porque si me dejas elegir, voy a ir a por el más caro. Si vamos a cenar como diosas, hagámoslo bien, ¿no? — recuperó su tono sarcástico y desenfadado.
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