Amanecer en Silver Lake ▬ Terra Save

Demasiadas emociones para un mismo día. Había logrado regresar a Silver Lake con todo lo vivido y se sentía extraña. Había buscado a su madre sin mucho éxito. Helena Alter había cambiado, le explicaron, con la marcha de su hija y su desaparición... Helena comenzó a dar clases de tiro, de defensa... según le habían explicado, fue su novio quien la estaba enseñando y entonces salió al exterior. Decían que Helena quería encontrar a Octavia, seguir sus pistas y ahora la joven se sentía tan culpable por lo que le había hecho pasar a su madre. ¿Y si no regresaba? Sería su castigo por todo lo ocurrido.

Octavia seguía sin creerse que Helena se hubiera preparado tanto, pues ahora resultaba que ya ni se encargaba de la cafetería. Era una mujer que se había encargado desde su llegada en cocinar, limpiar, ayudar en las tareas cotidianas de Silver Lake. Ahora, según le habían explicado otros miembros del refugio. Helena hacía turnos de vigilancia, salía a controlar el perímetro o incluso se iba durante días junto a su novio en búsqueda de víveres, medicamentos, cualquier cosa que sirviera para el refugio.

Alucinaba. El día anterior fue bastante movidito en cuanto a sorpresas. Nicholas había desaparecido, al igual que Sutton, Barbara... y su madre. A la que se moría de ganas por ver. Y resulta que estaba por ahí cazando zombies. Le costaba aún asimilarlo.

Le habían dejado una cabaña nueva, aunque alguien se había ofrecido a abrirle la de su madre ella se negó, si estaba viviendo ya con su novio no deseaba burlar su intimidad. Le explicaron que sus cosas las tendría ella aún. No tuvo la misma suerte Aidan, a quien ya le habían explicado que la mayoría de sus cosas las habían donado y ya si nos poníamos en lo peor... Leo directamente no tenía nada. Todo se quedó con Rosalie.

—Oh Rosi, al final hasta yo te tenía cariño... —dijo en un momento. No hubo mejor sensación, pese a todo, que la de poder asearse, un baño largo, ropa limpia que le habían dado y... oler bien, sentirse una persona por fin. Luego se fue a dormir con la idea de hacerlo durante años, y aunque se suponía que iba a ser fácil, no lo fue. No paraba de dar vueltas en la cama. Se había pasado los últimos ocho meses durmiendo con un ojo abierto y otro cerrado... bueno, en realidad, casi nunca dormía y ahora que podía sentirse a salvo, descansar por fin, era incapaz de conciliar el sueño.

—Joder... —se quejó en un momento dado de la noche. Al levantarse, en mitad de la soledad de aquella cabaña vacía, a excepción de su ropa en una silla. Vio en un reloj que eran las seis de la mañana, así que decidió levantarse ya. Vestirse y salir. Podría ir a desayunar tal vez ya. Recordaba que la cafetería comenzaba a funcionar temprano para quienes regresaban de la guardia. Tal vez podría echar una mano o incluso hacer vigilancia. Salió de la cabaña y entonces la vio. Helena Alter. Avanzaba a paso ligero hacia la cabaña de Octavia y cuando se vieron, las dos se quedaron paralizadas.

—Acabo de llegar, me dijeron que habías vuelto y te prometo que no me lo podía crear... vengo corriendo —desde el porche de la cabaña pudo ver como su madre rompía a llorar.

—Mamá —sollozó Octavia nada más verla. Las dos corrieron la distancia entre ambas para fundirse en un abrazo. Octavia la rodeaba con todas sus fuerzas, como si se tratase de una niña pequeña, y Helena hacía lo propio, además llenándola de besos por todas partes—. Mamá, lo siento, lo siento... —repetía ella una y otra vez, carcomida por la culpa que sentía.

—Shhh mi niña, mi niña, me temía lo peor, pero ya estás aquí, mi todo —los besos no cesaban, la fuerza no bajó de nivel. Helena la abrazaba con miedo de que pudiera escaparse. La apretaba contra si por todo el tiempo que habían pasado sin verse, por todos los miedos, por las noches en vela, por los días de búsqueda, por la angustias... había pasado los peores días de su vida, pero ahora los olvidaba, ahora esas heridas curaban con simplemente poder abrazar a su niña.

Los cuchicheos fuera la despertaron. Abrió los ojos de par en par y aunque trató de volver a dormir ya era incapaz. Se giró y observó a Matt dormido a su lado. Observó la marca en su piel y un escalofrío la recorrió por completo. ¿Era real aquello? Todavía se lo preguntaba. Con suavidad se escabulló de la cama, no sin antes besar su brazo.

Ashley se vistió rápidamente con las ropas que había dejado la noche anterior en la silla y salió fuera de la cabaña. ¡¿Quién demonios estaba armando ese jaleo fuera a esas horas?! Aún era hasta temprano para las cocineras de la cafetería que se levantaban a preparar el desayuno. Bajó las escaleras del porche de su cabaña, no muy lejos de ella pudo distinguir dos figuras, parecían abrazarse. Una de ellas sujetaba el rostro de la otra llenándolo de besos. Ashley frunció el ceño, aunque el cielo parecía algo más claro, es decir, amanecía, aún era oscuro como para distinguir algo.

— Shhh... vais a despertar a medio... — chistaba mientras que se acercaba a ellas, eran dos mujeres. Pero cuando distinguió que una de ellas era Helena Alter calló de golpe. — ¿Octavia? — susurró incrédula al reconocer a la otra.

— ¡Ay Dios mío! — y ahora la que alzó la voz fue ella. Corrió hacia ambas mujeres y prácticamente se abalanzó sobre su vieja amiga. — Pensábamos que estabas muerta... ¿qué ha pasado, dónde has estado? — cientos de preguntas aparecieron en su cabeza, pero no podía con todo. La abrazó muy fuerte, tanto que hasta Helena se reía al verlas. — Señor, ¿esto es real? — miró a la madre de Octavia y allí asintió feliz. Ashley tenía miedo de seguir soñando.

— ¿Y, y...? — Ashley se apartó para mirarla, quería preguntar por Leo y Aidan, pero fue incapaz, estaba aterrada por la respuesta.

Octavia se quedó un momento inmóvil, casi incapaz de procesar todas las emociones que se agolpaban en su pecho. Había pasado tanto tiempo temiendo este encuentro, imaginando mil escenarios en los que no lograba regresar, en los que el destino le daba la espalda y nunca volvía a ver a su madre. Y ahora, allí estaba, fundida en un abrazo con Helena, sintiendo cada beso, cada palabra que su madre pronunciaba entre sollozos. Pero, aunque la calidez del momento la envolvía, no podía evitar sentir ese nudo de culpa apretarse más y más.

—Mamá… —repitió con la voz rota, una y otra vez, intentando disculparse entre lágrimas—. Lo siento… lo siento tanto...

Sus disculpas apenas salían con claridad. Sabía que su madre la perdonaría sin pensarlo, pero ese perdón no hacía que el peso de lo que había ocurrido desapareciera. Todo lo que ella había pasado, todo lo que Helena había tenido que soportar sola... había dejado cicatrices.

El sonido de otra voz la sacó de sus pensamientos. Al girarse, vio la figura de Ashley acercándose rápidamente, su incredulidad palpable. Antes de poder procesarlo, Ashley ya la había alcanzado y la envolvía en un abrazo fuerte, como si tampoco pudiera creer que todo aquello era real.

—Ashley… —murmuró Octavia, apretando los ojos, intentando contener el torrente de emociones—. Estoy aquí, estoy bien...

Pero antes de que pudiera decir más, notó cómo el rostro de Ashley se tensaba y su mirada buscaba algo más. Octavia no necesitaba que lo preguntara para saber lo que estaba buscando. Sabía que la pregunta inevitable estaba a punto de salir, la que también la atormentaba a ella desde que escaparon.

—Leo… Aidan… —empezó, su voz temblando ligeramente—. Estamos vivos, los tres. Logramos escapar, pero... ha sido difícil. No sé ni cómo seguimos en pie, pero aquí estamos.

Las palabras salieron apresuradamente, y aunque era un alivio decirlo en voz alta, el recuerdo de lo que habían pasado en el agujero la golpeó de nuevo, llevándose con ello un poco de la alegría del reencuentro. Las noches de pesadillas, los momentos en los que pensaron que nunca saldrían… seguían siendo tan frescos en su memoria.

Miró a Ashley con una mezcla de cansancio y gratitud, sabiendo que la siguiente pregunta sería sobre qué pasó en esos meses de cautiverio, pero también sabiendo que no estaba lista para hablar de ello, al menos no aún.

—Lo importante es que estamos aquí. Estamos aquí —repitió con firmeza, aunque más para convencerse a sí misma que a las demás.