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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Running from the truth| Matthew Kowalski (FB)
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Las piernas comenzaban a flaquearle, fruto del cansancio, el hambre y la deshidratación. Hacía dos días que había acabado con las provisiones que tenía para aguantar el camino hasta encontrar el asentamiento de Silver Lake. Pero, pese a que había echado en su mochila algunas latas de conservas de más, sus cálculos habían sido erróneos. En un intento desesperado por sobrevivir, había intentado coger algo de comida en un supermercado abandonado. Algunos infectados estaban en los alrededores, pero no creía que aquello supusiese un gran contratiempo siempre y cuando se mantuviesen alejados de las entradas principales del local. Sin embargo, no contaba con que una horda de zombies se amontonarían en la puerta de salida de emergencia trasera tras escuchar el ruido del tarro de cristal rodando por el suelo. ¡Menuda estúpida! Si no hubiera tirado aquel tarro ahora tendría algo con lo que alimentar a su estómago aquel día y tal vez días posteriores.
Aquello llamó la atención de sus semejantes, haciendo que la prioridad de Katherina fuese abandonar el lugar lo antes posible. Durante su huida, usó las latas que había logrado recopilar para tirarlas a los pies de los infectados, haciéndolos tropezar los unos sobre los otros. Logró escapar, cerrando la puerta tras de sí y evitando al resto de infectados que se acercaban hacia ella. ¿Cuánto llevarían sin probar a un humano? No tenía ninguna intención de averiguarlo.
Se recostó contra la corteza de un árbol cuando les tuvo lo suficientemente lejos como para relajarse. Observó su mochila, casi vacía. Le consolaba pensar que al menos aún conservaba una botella de agua, que guardaba como si se tratase de un tesoro. Aunque, en aquellas circunstancias, quizás sí que lo era.
Llevaba días, tal vez semanas, siguiendo las pistas que los integrantes de Silver Lake habían ido dejando. Algunas de ellas eran confusas, tal vez para ahuyentar a los que verdaderamente no estuviesen seguros de su causa contra la Corporación Umbrella. Pero ese no era su caso. Los motivos por los que les profesaba un profundo odio eran muchos, demasiados como para poder enumerarlos. Quizás el más evidente fuese la situación a la que les habían llevado. Por su culpa mucha gente había quedado en el camino, entre ellos sus padres. Muchos incluso habían caído en el olvido, pues ya no tenían familiares que pudieran recordarles. Aquello la entristeció. Consciente de que su estado emocional también comenzaba a flaquear, volvió a andar.
A lo lejos observó unos muros. Sobre ellos se ubicaba un varón de estatura media, contemplando el paisaje hasta que la avistó. Entonces la apuntó con una pistola. Acto reflejo, levantó las manos en son de paz.
—¡Eh, no soy una infectada, ni me han mordido! —gritó aún con las manos levantadas, tratando de mostrarle el antebrazo —Apenas llevo un cuchillo, un mechero y una botella de agua. No estoy armada, así que puedes bajar el arm…
Enmudeció en cuanto reconoció aquel rostro. Giró sus talones y tomó el mismo camino por donde había venido para marcharse. Con suerte, él se alegraría de que aquella desconocida se marchase. Porque eso era ella, ¿verdad? ¿O habría sido capaz de reconocerla? En lo más profundo de su ser deseó que no.
Aquello llamó la atención de sus semejantes, haciendo que la prioridad de Katherina fuese abandonar el lugar lo antes posible. Durante su huida, usó las latas que había logrado recopilar para tirarlas a los pies de los infectados, haciéndolos tropezar los unos sobre los otros. Logró escapar, cerrando la puerta tras de sí y evitando al resto de infectados que se acercaban hacia ella. ¿Cuánto llevarían sin probar a un humano? No tenía ninguna intención de averiguarlo.
Se recostó contra la corteza de un árbol cuando les tuvo lo suficientemente lejos como para relajarse. Observó su mochila, casi vacía. Le consolaba pensar que al menos aún conservaba una botella de agua, que guardaba como si se tratase de un tesoro. Aunque, en aquellas circunstancias, quizás sí que lo era.
Llevaba días, tal vez semanas, siguiendo las pistas que los integrantes de Silver Lake habían ido dejando. Algunas de ellas eran confusas, tal vez para ahuyentar a los que verdaderamente no estuviesen seguros de su causa contra la Corporación Umbrella. Pero ese no era su caso. Los motivos por los que les profesaba un profundo odio eran muchos, demasiados como para poder enumerarlos. Quizás el más evidente fuese la situación a la que les habían llevado. Por su culpa mucha gente había quedado en el camino, entre ellos sus padres. Muchos incluso habían caído en el olvido, pues ya no tenían familiares que pudieran recordarles. Aquello la entristeció. Consciente de que su estado emocional también comenzaba a flaquear, volvió a andar.
A lo lejos observó unos muros. Sobre ellos se ubicaba un varón de estatura media, contemplando el paisaje hasta que la avistó. Entonces la apuntó con una pistola. Acto reflejo, levantó las manos en son de paz.
—¡Eh, no soy una infectada, ni me han mordido! —gritó aún con las manos levantadas, tratando de mostrarle el antebrazo —Apenas llevo un cuchillo, un mechero y una botella de agua. No estoy armada, así que puedes bajar el arm…
Enmudeció en cuanto reconoció aquel rostro. Giró sus talones y tomó el mismo camino por donde había venido para marcharse. Con suerte, él se alegraría de que aquella desconocida se marchase. Porque eso era ella, ¿verdad? ¿O habría sido capaz de reconocerla? En lo más profundo de su ser deseó que no.
No hacía mucho tiempo que estaba ejerciendo como jefe de seguridad en el campamento Así que intentaba pasar el mayor tiempo posible con los hombres que vigilaban el perímetro. Balion había sido un excelente jefe y él sabía la perfección que tenía que estar a la altura por lo que era mejor aprender cada detalle del lugar. Siempre era bueno saber cuál eran los puntos débiles y los más fuertes de aquel campamento porque aunque todo parecía medianamente tranquilo había aprendido que las cosas podían terminarse muy rápidamente.
El tiempo que no estaba haciendo su trabajo lo pasaba con Ash, Porque desde el maldito día que lo había mordido se había dado cuenta que era demasiado importante disfrutar lo bueno que tenía la vida. Kal caminaba a su lado, aquel perro se había vuelto un vigilante más y a pesar de que no podía ladrar había encontrado su manera de indicarle Cuando alguien se acercaba al campamento, estironeaba su ropa o movía su cola en una dirección. La mayoría del campamento lo veía como un milagro y lo cuidaban bastante.
Ese día se encontraba en las puertas hablando con Los vigilantes de ella quién es últimamente parecían bastante más tranquilos. Era esa paz y tranquilidad que estaban teniendo todos porque por lo general eso solo podía significar que los problemas estaban Armando y que en cualquier momento iba a estallar algo nuevo.
Fue en ese momento cuando Kal. Estiró su pantalón moviendo la cola y él se giró para ver una persona acercarse hacia el campamento. Uno de los guardias apuntó con su alma y él levantó la mano —solo es una? Espera— no era muy común que las personas se acercaran a la puerta del campamento Porque además de que ellos mantenían en secreto el lugar donde se ubicaba, la verdad es que no era fácil llegar allí.
La mujer comenzó a hablar pero su voz se le hizo familiar y abrió los ojos en par —no disparen— bajo lo más rápido que pudo de aquella torre de vigilancia y pidió que le abrieran las puertas. Tras el salió Kal, el perro que lo acompañaba a todos lados. Sus pasos se apr duraron —¿Lily? Lily ¿Eres tu? — ella le daba la espalda pero en voz había algo de esperanza. Kal el pecho se acercó hasta ella y trato de ladrar pero no salía ningún sonido. ¿Será que Dios al fin lo había escuchado?
El tiempo que no estaba haciendo su trabajo lo pasaba con Ash, Porque desde el maldito día que lo había mordido se había dado cuenta que era demasiado importante disfrutar lo bueno que tenía la vida. Kal caminaba a su lado, aquel perro se había vuelto un vigilante más y a pesar de que no podía ladrar había encontrado su manera de indicarle Cuando alguien se acercaba al campamento, estironeaba su ropa o movía su cola en una dirección. La mayoría del campamento lo veía como un milagro y lo cuidaban bastante.
Ese día se encontraba en las puertas hablando con Los vigilantes de ella quién es últimamente parecían bastante más tranquilos. Era esa paz y tranquilidad que estaban teniendo todos porque por lo general eso solo podía significar que los problemas estaban Armando y que en cualquier momento iba a estallar algo nuevo.
Fue en ese momento cuando Kal. Estiró su pantalón moviendo la cola y él se giró para ver una persona acercarse hacia el campamento. Uno de los guardias apuntó con su alma y él levantó la mano —solo es una? Espera— no era muy común que las personas se acercaran a la puerta del campamento Porque además de que ellos mantenían en secreto el lugar donde se ubicaba, la verdad es que no era fácil llegar allí.
La mujer comenzó a hablar pero su voz se le hizo familiar y abrió los ojos en par —no disparen— bajo lo más rápido que pudo de aquella torre de vigilancia y pidió que le abrieran las puertas. Tras el salió Kal, el perro que lo acompañaba a todos lados. Sus pasos se apr duraron —¿Lily? Lily ¿Eres tu? — ella le daba la espalda pero en voz había algo de esperanza. Kal el pecho se acercó hasta ella y trato de ladrar pero no salía ningún sonido. ¿Será que Dios al fin lo había escuchado?
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