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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Hora de partir [Octavia Orue]
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Recuerdo del primer mensaje :
Ha llegado el día en el cual debo partir y dejar atrás la cabaña en la que me he estado refugiando todo este tiempo atrás. Resulta que ya pasados varios meses, tras dejar a mi familia atrás, decidí refugiarme en una zona segura del bosque. Allí había una cabaña que perteneció a un guarda forestal, ha servido de lugar seguro hasta ahora, que la comida y la bebida ya comienza a escasear. Las viviendas del pueblo ya han sido más que desvalijadas, y la mayoría por mi. Aunque yo solo he tratado de recoger lo que necesitaba y de no abusar de las desgracias de esas gentes. Además, muertos tampoco iban a poder dar cuenta de sus cosas.
Así que ya todo está decidido, buscaré otro lugar, seguiré mi camino y trataré de vivir. He cargado en un saco todas las pocas pertenencias y útiles que me servirán de ayuda para este viaje, son pocas, pero de algo ayudarán.
Salgo fuera de la cabaña cargando con el saco a mi espalda, me coloco bien mi vieja gorra y comienzo a caminar hacia el sur para bajar la colina. Salir de allí me llevará unos minutos, otros más cruzar el pueblo y listo, comenzará mi viaje. El sol se localiza en lo más alto del cielo, acaba de amanecer hace pocos minutos y quiero aprovechar al máximo las horas de luz, he estado revisando algunos mapas y lo más seguro es que me de tiempo a llegar a un pueblo vecino, allí espero poder abastecerme mejor con más comida y tal vez armas para poder proseguir hacia adelante con mi travesía, si es que los zombies no me lo impiden.
El camino para atravesar el bosque es tranquilo, estoy acostumbrado a estos bosques, los conozco como la palma de mi mano, ya que he cazado por estos cuando no encontraba alimento. Es por ello que no tardo demasiado en salir y llegar al pueblo. Realizaré la última parada en el bar, solo para rellenar mi vieja petaca con whisky, no soy muy dado a beber, pero de vez en cuando un trago no viene mal.
El pueblo se encuentra completamente desierto, ni un alma para variar y lo mejor de todo ni una de esas malas bestias. Solo hay lo mismo de siempre, coches abandonados, basura, manchas de sangre reseca, los restos de algún cadáver pudriéndose al sol... Cuando llego a las puertas del bar abro con delicadeza, pese al cuidado la puerta chirría nada más moverla un par de centímetros como consecuencia del paso del tiempo. Camino lentamente por el antiguo bar de Jeremy y lo único que se escucha son mis propios pasos sobre el viejo y desgastado suelo de madera. En la barra está Jeremy, que me mira con cierto brillo en sus cansados ojos... pero no lo hace como el camarero que ve llegar a un antiguo cliente, sino que es porque la comida acaba de llegar. - Mierda Jeremy... tú también - susurro en un suspiro. El zombie se abalanza sobre la barra para tratar de alcanzarme, torpe y descoordinado cae al suelo, al otro lado y antes de que se pueda levantar, me marcho. - Lo siento amigo - digo justo cuando cierro las puertas del bar detrás de mi. Suspiro, atranco la puerta moviendo un banco que estaba al lado, en el porche. Frunzo el ceño.
- ¿Y ahora dónde cojones estaba la dodge? - me rasco la frente mientras hago un barrido por el pueblo. Al haber estado refugiado en una montaña decidí dejar la vieja ranchera en el pueblo, escondida en un garaje, a veces me acercaba para hacerle el mantenimiento. Pero sinceramente la última vez fue hacía tanto tiempo que ya ni me acuerdo de por dónde seguir.
Ha llegado el día en el cual debo partir y dejar atrás la cabaña en la que me he estado refugiando todo este tiempo atrás. Resulta que ya pasados varios meses, tras dejar a mi familia atrás, decidí refugiarme en una zona segura del bosque. Allí había una cabaña que perteneció a un guarda forestal, ha servido de lugar seguro hasta ahora, que la comida y la bebida ya comienza a escasear. Las viviendas del pueblo ya han sido más que desvalijadas, y la mayoría por mi. Aunque yo solo he tratado de recoger lo que necesitaba y de no abusar de las desgracias de esas gentes. Además, muertos tampoco iban a poder dar cuenta de sus cosas.
Así que ya todo está decidido, buscaré otro lugar, seguiré mi camino y trataré de vivir. He cargado en un saco todas las pocas pertenencias y útiles que me servirán de ayuda para este viaje, son pocas, pero de algo ayudarán.
Salgo fuera de la cabaña cargando con el saco a mi espalda, me coloco bien mi vieja gorra y comienzo a caminar hacia el sur para bajar la colina. Salir de allí me llevará unos minutos, otros más cruzar el pueblo y listo, comenzará mi viaje. El sol se localiza en lo más alto del cielo, acaba de amanecer hace pocos minutos y quiero aprovechar al máximo las horas de luz, he estado revisando algunos mapas y lo más seguro es que me de tiempo a llegar a un pueblo vecino, allí espero poder abastecerme mejor con más comida y tal vez armas para poder proseguir hacia adelante con mi travesía, si es que los zombies no me lo impiden.
El camino para atravesar el bosque es tranquilo, estoy acostumbrado a estos bosques, los conozco como la palma de mi mano, ya que he cazado por estos cuando no encontraba alimento. Es por ello que no tardo demasiado en salir y llegar al pueblo. Realizaré la última parada en el bar, solo para rellenar mi vieja petaca con whisky, no soy muy dado a beber, pero de vez en cuando un trago no viene mal.
El pueblo se encuentra completamente desierto, ni un alma para variar y lo mejor de todo ni una de esas malas bestias. Solo hay lo mismo de siempre, coches abandonados, basura, manchas de sangre reseca, los restos de algún cadáver pudriéndose al sol... Cuando llego a las puertas del bar abro con delicadeza, pese al cuidado la puerta chirría nada más moverla un par de centímetros como consecuencia del paso del tiempo. Camino lentamente por el antiguo bar de Jeremy y lo único que se escucha son mis propios pasos sobre el viejo y desgastado suelo de madera. En la barra está Jeremy, que me mira con cierto brillo en sus cansados ojos... pero no lo hace como el camarero que ve llegar a un antiguo cliente, sino que es porque la comida acaba de llegar. - Mierda Jeremy... tú también - susurro en un suspiro. El zombie se abalanza sobre la barra para tratar de alcanzarme, torpe y descoordinado cae al suelo, al otro lado y antes de que se pueda levantar, me marcho. - Lo siento amigo - digo justo cuando cierro las puertas del bar detrás de mi. Suspiro, atranco la puerta moviendo un banco que estaba al lado, en el porche. Frunzo el ceño.
- ¿Y ahora dónde cojones estaba la dodge? - me rasco la frente mientras hago un barrido por el pueblo. Al haber estado refugiado en una montaña decidí dejar la vieja ranchera en el pueblo, escondida en un garaje, a veces me acercaba para hacerle el mantenimiento. Pero sinceramente la última vez fue hacía tanto tiempo que ya ni me acuerdo de por dónde seguir.
El grito la despertó de golpe, como un trueno en medio de un sueño profundo. Octavia abrió los ojos de inmediato, desorientada, su corazón latiendo con fuerza mientras su mente intentaba ponerse al día con lo que estaba sucediendo. El dolor en su cabeza seguía ahí, punzante, pero la adrenalina la sacudió lo suficiente como para ignorarlo por el momento.
Parpadeó varias veces, y lo primero que vio fue a él, de pie junto a la Dodge, golpeando la puerta con furia. Su respiración era rápida, como si intentara contener algo que lo estaba consumiendo desde dentro. Su cuerpo estaba tenso, y cuando se movió, Octavia lo notó. La sangre. Había sangre en su brazo derecho, empapando la tela de su chaqueta, fluyendo con un ritmo que le pareció alarmante.
Alzó la vista hacia su rostro, y lo entendió. No necesitó palabras, ni explicaciones. Lo había visto antes, ese mismo miedo, esa misma rabia. Esa lucha interna entre la esperanza y la realidad. Y aunque su mente aún estaba nublada por el sueño y el dolor, todo se aclaró en un instante: lo habían mordido.
Con esfuerzo, se levantó del mostrador, tambaleándose ligeramente mientras su visión se ajustaba. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero no le importó. No podía quedarse ahí viendo cómo se consumía en su propia furia. Lo entendía demasiado bien. Más de lo que quería admitir.
—Eh… —dijo con voz rasposa, acercándose lentamente hacia él. Sabía que estaba en su límite, que un paso en falso podía romperlo del todo. Se detuvo a una distancia prudente, asegurándose de que la escuchara—. Escucha. Escúchame.
El hombre seguía golpeando la Dodge, como si eso pudiera aliviar la tormenta en su interior. Pero cuando se giró hacia ella, Octavia vio el dolor en su mirada, mucho más profundo que el físico. Y entonces habló, su voz baja pero firme, como si esas palabras fueran lo único que pudiera ofrecerle.
—Sé lo que estás sintiendo ahora. Lo sé porque… porque a mí también me mordieron.
El silencio que siguió fue casi tan fuerte como sus gritos anteriores. Octavia tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho aumentar. No podía detenerse ahora. Dio un paso más hacia él, despacio, con sus ojos buscando los suyos.
—No sé por qué tuve suerte… o qué me hace diferente. Pero entiendo lo que estás pasando. Sé cómo se siente ese miedo, esa rabia… —su voz tembló ligeramente, pero se obligó a seguir—. Y no voy a dejar que lo enfrentes solo.
Se acercó lo suficiente como para que pudiera verla bien, para que entendiera que hablaba en serio.
—No sé ni tu nombre… —dijo con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero yo soy Octavia. Y quiero que lo sepas, porque voy a estar contigo todo el tiempo.
Le ofreció su mano, temblorosa, pero extendida hacia él, como una promesa. No tenía garantías de que pudiera ayudarlo, ni siquiera estaba segura de que él quisiera esa ayuda. Pero una cosa sí sabía: no iba a abandonarlo. No después de lo que había hecho por ella. No después de lo que veía en sus ojos.
Parpadeó varias veces, y lo primero que vio fue a él, de pie junto a la Dodge, golpeando la puerta con furia. Su respiración era rápida, como si intentara contener algo que lo estaba consumiendo desde dentro. Su cuerpo estaba tenso, y cuando se movió, Octavia lo notó. La sangre. Había sangre en su brazo derecho, empapando la tela de su chaqueta, fluyendo con un ritmo que le pareció alarmante.
Alzó la vista hacia su rostro, y lo entendió. No necesitó palabras, ni explicaciones. Lo había visto antes, ese mismo miedo, esa misma rabia. Esa lucha interna entre la esperanza y la realidad. Y aunque su mente aún estaba nublada por el sueño y el dolor, todo se aclaró en un instante: lo habían mordido.
Con esfuerzo, se levantó del mostrador, tambaleándose ligeramente mientras su visión se ajustaba. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero no le importó. No podía quedarse ahí viendo cómo se consumía en su propia furia. Lo entendía demasiado bien. Más de lo que quería admitir.
—Eh… —dijo con voz rasposa, acercándose lentamente hacia él. Sabía que estaba en su límite, que un paso en falso podía romperlo del todo. Se detuvo a una distancia prudente, asegurándose de que la escuchara—. Escucha. Escúchame.
El hombre seguía golpeando la Dodge, como si eso pudiera aliviar la tormenta en su interior. Pero cuando se giró hacia ella, Octavia vio el dolor en su mirada, mucho más profundo que el físico. Y entonces habló, su voz baja pero firme, como si esas palabras fueran lo único que pudiera ofrecerle.
—Sé lo que estás sintiendo ahora. Lo sé porque… porque a mí también me mordieron.
El silencio que siguió fue casi tan fuerte como sus gritos anteriores. Octavia tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho aumentar. No podía detenerse ahora. Dio un paso más hacia él, despacio, con sus ojos buscando los suyos.
—No sé por qué tuve suerte… o qué me hace diferente. Pero entiendo lo que estás pasando. Sé cómo se siente ese miedo, esa rabia… —su voz tembló ligeramente, pero se obligó a seguir—. Y no voy a dejar que lo enfrentes solo.
Se acercó lo suficiente como para que pudiera verla bien, para que entendiera que hablaba en serio.
—No sé ni tu nombre… —dijo con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero yo soy Octavia. Y quiero que lo sepas, porque voy a estar contigo todo el tiempo.
Le ofreció su mano, temblorosa, pero extendida hacia él, como una promesa. No tenía garantías de que pudiera ayudarlo, ni siquiera estaba segura de que él quisiera esa ayuda. Pero una cosa sí sabía: no iba a abandonarlo. No después de lo que había hecho por ella. No después de lo que veía en sus ojos.
Sus palabras me golpean como un maldito ladrillo en el pecho. "Sé lo que estás sintiendo ahora". La miro de reojo, mi cuerpo todavía temblando por la rabia, la impotencia, el dolor. Pero lo que dice después me hace detenerme por completo. ¿A ella también la mordieron?
El cuchillo que había aflojado en mi mano derecha cae al suelo con un leve ruido metálico. La sensación de calor en el brazo parece esfumarse por un segundo, reemplazada por algo más frío, más pesado. No sé si es incredulidad, enojo o simple agotamiento, pero el aire se vuelve más denso a mi alrededor.
- No… no sabes lo que estoy sintiendo - las palabras salen más bruscas de lo que esperaba, y mi propia voz suena extraña incluso para mí. Evan, pienso en Evan, nunca me he olvidado de Evan, pero ahora, esta herida me pone en situación, me recuerda lo que sufrió en mi piel. Me giro lentamente hacia ella, tratando de procesar lo que acaba de decir. La veo allí, débil, tambaleante, con el rostro lleno de sangre seca y los ojos llenos de algo que no reconozco. Algo que hace años que no siento. ¿Es esperanza? No. No puede ser.
Pero entonces dice su nombre. Octavia. Y juro que algo en mi pecho se retuerce. ¿Por qué me importa? ¿Por qué, en este preciso instante, suena tan importante que me diga su nombre, que diga que estará conmigo?
- ¿Por qué? - la pregunta se me escapa antes de poder detenerla. No hay rabia en mi tono, solo una desesperación que no me atrevo a mostrar del todo. - ¿Por qué harías eso? No me conoces. Ni siquiera sabes mi nombre. ¿Qué sentido tiene quedarte? Esto no tiene arreglo.
Mis palabras se quedan flotando en el aire entre nosotros. Por un momento, el silencio me envuelve de nuevo. Pero esta vez no es como antes. Esta vez no estoy solo. Y eso me asusta más que cualquier zombie o mordedura.
- James - el nombre sale de mis labios como un susurro, como si al decirlo estuviera admitiendo algo que no quiero admitir. La miro, y por un segundo, me pregunto si realmente lo está diciendo en serio. Si de verdad se quedará, incluso cuando todo se venga abajo.
Doy un paso atrás, apartándome de la Dodge, apartándome de ella, pero no muy lejos. Mis ojos siguen fijos en los suyos, tratando de leer algo, cualquier cosa que me haga entender por qué alguien querría quedarse.
- No soy un buen tipo, Octavia. Nunca lo he sido. Si buscas alguien a quien salvar, estás perdiendo el tiempo, y más ahora - la voz me tiembla un poco al final, señalo la mordedura con la mirada, y maldigo internamente esa debilidad que no puedo ocultar.
Pero ella no retrocede. No aparta la mirada. Y algo en mí… algo en mí se rompe un poco más.
- Está bien. Haz lo que quieras. Pero no esperes nada de mí, con suerte no te llevaré por delante cuando sea un puto descerebrado - mi tono es seco, casi una defensa automática. Pero el nudo en mi garganta me dice que no estoy tan seguro de mis propias palabras. Me inclino hacia abajo, recojo el cuchillo y lo guardo en mi cinturón. El brazo me late con fuerza, pero no digo nada sobre eso. No necesito compasión ni promesas que no puedan cumplirse.
Me acerco a la Dodge de nuevo y me siento en el capó observando el bosque. Evan, Evan, Evan... no hay un instante en el que no deje de pensar en él, en los recuerdos, en cada escena grabada en mi mente a fuego. Su herida, su rostro asustado al verla, como acabó tendido en ese maldito sofá sin poder moverse... todos esos recuerdos llegan a mi de nuevo, tras tanto tiempo queriendo olvidarlos... y siento que me van a consumir, que van a acabar conmigo antes que el maldito virus.
Bien. Ahora al menos tengo un nombre para gritar si todo se va al infierno. Perfecto.
El cuchillo que había aflojado en mi mano derecha cae al suelo con un leve ruido metálico. La sensación de calor en el brazo parece esfumarse por un segundo, reemplazada por algo más frío, más pesado. No sé si es incredulidad, enojo o simple agotamiento, pero el aire se vuelve más denso a mi alrededor.
- No… no sabes lo que estoy sintiendo - las palabras salen más bruscas de lo que esperaba, y mi propia voz suena extraña incluso para mí. Evan, pienso en Evan, nunca me he olvidado de Evan, pero ahora, esta herida me pone en situación, me recuerda lo que sufrió en mi piel. Me giro lentamente hacia ella, tratando de procesar lo que acaba de decir. La veo allí, débil, tambaleante, con el rostro lleno de sangre seca y los ojos llenos de algo que no reconozco. Algo que hace años que no siento. ¿Es esperanza? No. No puede ser.
Pero entonces dice su nombre. Octavia. Y juro que algo en mi pecho se retuerce. ¿Por qué me importa? ¿Por qué, en este preciso instante, suena tan importante que me diga su nombre, que diga que estará conmigo?
- ¿Por qué? - la pregunta se me escapa antes de poder detenerla. No hay rabia en mi tono, solo una desesperación que no me atrevo a mostrar del todo. - ¿Por qué harías eso? No me conoces. Ni siquiera sabes mi nombre. ¿Qué sentido tiene quedarte? Esto no tiene arreglo.
Mis palabras se quedan flotando en el aire entre nosotros. Por un momento, el silencio me envuelve de nuevo. Pero esta vez no es como antes. Esta vez no estoy solo. Y eso me asusta más que cualquier zombie o mordedura.
- James - el nombre sale de mis labios como un susurro, como si al decirlo estuviera admitiendo algo que no quiero admitir. La miro, y por un segundo, me pregunto si realmente lo está diciendo en serio. Si de verdad se quedará, incluso cuando todo se venga abajo.
Doy un paso atrás, apartándome de la Dodge, apartándome de ella, pero no muy lejos. Mis ojos siguen fijos en los suyos, tratando de leer algo, cualquier cosa que me haga entender por qué alguien querría quedarse.
- No soy un buen tipo, Octavia. Nunca lo he sido. Si buscas alguien a quien salvar, estás perdiendo el tiempo, y más ahora - la voz me tiembla un poco al final, señalo la mordedura con la mirada, y maldigo internamente esa debilidad que no puedo ocultar.
Pero ella no retrocede. No aparta la mirada. Y algo en mí… algo en mí se rompe un poco más.
- Está bien. Haz lo que quieras. Pero no esperes nada de mí, con suerte no te llevaré por delante cuando sea un puto descerebrado - mi tono es seco, casi una defensa automática. Pero el nudo en mi garganta me dice que no estoy tan seguro de mis propias palabras. Me inclino hacia abajo, recojo el cuchillo y lo guardo en mi cinturón. El brazo me late con fuerza, pero no digo nada sobre eso. No necesito compasión ni promesas que no puedan cumplirse.
Me acerco a la Dodge de nuevo y me siento en el capó observando el bosque. Evan, Evan, Evan... no hay un instante en el que no deje de pensar en él, en los recuerdos, en cada escena grabada en mi mente a fuego. Su herida, su rostro asustado al verla, como acabó tendido en ese maldito sofá sin poder moverse... todos esos recuerdos llegan a mi de nuevo, tras tanto tiempo queriendo olvidarlos... y siento que me van a consumir, que van a acabar conmigo antes que el maldito virus.
Bien. Ahora al menos tengo un nombre para gritar si todo se va al infierno. Perfecto.
Octavia apenas podía mantenerse en pie sin que el mundo le diera vueltas. Su cabeza seguía latiendo con un dolor constante, y el esfuerzo por mantenerse despierta la estaba desgastando más rápido de lo que quería admitir. Pero incluso así, lo observó. Lo escuchó. Cada palabra de James caía sobre ella con un peso distinto, como si estuviera tratando de mantenerla a raya. Lo que no entendía era que ella no iba a ceder.
No dijo nada al principio. No porque no tuviera una respuesta, sino porque estaba demasiado cansada para discutir. Aun así, su determinación no disminuyó ni un ápice. Con pasos tambaleantes, pero firmes, se apartó de él sin pronunciar palabra. Cruzó hacia la tienda y comenzó a buscar entre sus pocas cosas. Allí estaba: una camiseta limpia que había guardado como muda de emergencia. También vio una botella de agua a medio llenar que había conseguido horas atrás. No era mucho, pero sería suficiente.
Regresó con él en silencio, y lo encontró sentado en el capó de la Dodge, mirando al bosque con una expresión que no pudo descifrar del todo. Había algo en sus ojos que le hizo apretar más fuerte la botella que llevaba en la mano. Sabía lo que estaba sintiendo, incluso si él no quería admitirlo. Lo había sentido antes. Ese miedo de perderse a uno mismo, de convertirse en algo peor que un cadáver. Y aunque su experiencia había sido diferente, entendía la oscuridad que lo estaba devorando por dentro.
—No voy a discutir contigo, James —dijo rompiendo el silencio mientras se paraba frente a él. Su voz era baja, seria, pero sin rastro de dureza—. Pero tampoco voy a dejarte así.
Le mostró la botella y la camiseta con un movimiento de la mano. No esperó una respuesta. No necesitaba permiso. Simplemente abrió la botella y vertió un poco de agua sobre la tela antes de dar un paso más cerca.
—Te guste o no, te voy a limpiar esa herida. Puedes quedarte sentado gruñendo o intentar apartarme, pero no me importa. —su tono era firme, pero las palabras tenían un trasfondo de preocupación evidente.
Sin esperar objeciones, se acercó al brazo de James y comenzó a levantar con cuidado la tela que cubría la mordedura. La sangre había empapado parte de su chaqueta, y el olor metálico le revolvió el estómago, pero no retrocedió. Mojó más la camiseta y presionó con cuidado alrededor de la herida, intentando limpiar lo mejor que podía.
—Cuando me mordieron… —empezó a decir, su voz más baja, casi en un susurro—... no sabía qué me iba a pasar. Pero hubo alguien que cuidó de mí, aunque yo le dije que no lo hiciera. Me hizo sentir menos… sola. —se detuvo un momento, levantando la mirada hacia él—. No sé si esto cambiará algo para ti, pero no pienso dejarte lidiar con esto solo.
Siguió limpiando la herida en silencio, enfocándose en el trabajo como si fuera lo único que importara en ese momento. Podía sentir el peso de su mirada, su resistencia, pero no iba a rendirse.
Trató de ignorar el nudo en su propio estómago y la sensación de que este viaje estaba lejos de mejorar. Pero si algo podía hacer por él, lo haría, sin importar lo que James pensara al respecto.
No dijo nada al principio. No porque no tuviera una respuesta, sino porque estaba demasiado cansada para discutir. Aun así, su determinación no disminuyó ni un ápice. Con pasos tambaleantes, pero firmes, se apartó de él sin pronunciar palabra. Cruzó hacia la tienda y comenzó a buscar entre sus pocas cosas. Allí estaba: una camiseta limpia que había guardado como muda de emergencia. También vio una botella de agua a medio llenar que había conseguido horas atrás. No era mucho, pero sería suficiente.
Regresó con él en silencio, y lo encontró sentado en el capó de la Dodge, mirando al bosque con una expresión que no pudo descifrar del todo. Había algo en sus ojos que le hizo apretar más fuerte la botella que llevaba en la mano. Sabía lo que estaba sintiendo, incluso si él no quería admitirlo. Lo había sentido antes. Ese miedo de perderse a uno mismo, de convertirse en algo peor que un cadáver. Y aunque su experiencia había sido diferente, entendía la oscuridad que lo estaba devorando por dentro.
—No voy a discutir contigo, James —dijo rompiendo el silencio mientras se paraba frente a él. Su voz era baja, seria, pero sin rastro de dureza—. Pero tampoco voy a dejarte así.
Le mostró la botella y la camiseta con un movimiento de la mano. No esperó una respuesta. No necesitaba permiso. Simplemente abrió la botella y vertió un poco de agua sobre la tela antes de dar un paso más cerca.
—Te guste o no, te voy a limpiar esa herida. Puedes quedarte sentado gruñendo o intentar apartarme, pero no me importa. —su tono era firme, pero las palabras tenían un trasfondo de preocupación evidente.
Sin esperar objeciones, se acercó al brazo de James y comenzó a levantar con cuidado la tela que cubría la mordedura. La sangre había empapado parte de su chaqueta, y el olor metálico le revolvió el estómago, pero no retrocedió. Mojó más la camiseta y presionó con cuidado alrededor de la herida, intentando limpiar lo mejor que podía.
—Cuando me mordieron… —empezó a decir, su voz más baja, casi en un susurro—... no sabía qué me iba a pasar. Pero hubo alguien que cuidó de mí, aunque yo le dije que no lo hiciera. Me hizo sentir menos… sola. —se detuvo un momento, levantando la mirada hacia él—. No sé si esto cambiará algo para ti, pero no pienso dejarte lidiar con esto solo.
Siguió limpiando la herida en silencio, enfocándose en el trabajo como si fuera lo único que importara en ese momento. Podía sentir el peso de su mirada, su resistencia, pero no iba a rendirse.
Trató de ignorar el nudo en su propio estómago y la sensación de que este viaje estaba lejos de mejorar. Pero si algo podía hacer por él, lo haría, sin importar lo que James pensara al respecto.
Su voz me llega como un golpe suave, algo que corta el silencio pero no lo rompe del todo. Estoy tan acostumbrado a los ruidos bruscos, a los ecos que revientan cualquier intento de calma, que su tono bajo y firme es casi desconcertante. No levanto la vista al principio. Siento sus pasos acercándose y el crujido del suelo bajo sus pies. Su determinación es tan palpable que casi puedo tocarla, y una parte de mí, la parte cansada de pelear con todo, se rinde antes de que ella siquiera diga otra palabra.
Cuando finalmente está frente a mí, sé lo que va a hacer incluso antes de que lo diga. La escucho, pero mi mente está en otro lugar. Mis ojos están fijos en el bosque, tratando de enfocarse en cualquier cosa menos en lo que está pasando aquí, en lo que está pasando conmigo. Pero no puedo ignorarla. No cuando está tan cerca.
- Puedes intentarlo, pero no creo que haya mucho que salvar - las palabras salen con más dureza de la que pretendía, un reflejo automático de alguien que no está acostumbrado a dejar que otros se acerquen. Pero ella no se detiene.
Siento el frío de la tela húmeda contra mi piel cuando empieza a limpiar la herida. Suave, cuidadosa, como si no quisiera causar más daño. Y es entonces cuando me doy cuenta de algo que no había notado antes, o más bien que no había tenido tiempo de contemplar o de pensar. Es... es atractiva. Más de lo que me he permitido pensar en mucho tiempo. Hace años, habría dicho algo ingenioso o incluso descarado. Pero ahora... ahora, la idea de que algo tan humano como eso cruce mi mente me parece absurda.
Me río. Es un sonido seco, casi amargo, que sale sin querer.
- ¿Sabes? Hace años, en otro momento, probablemente habría intentado impresionarte. Tal vez decir algo estúpido para que te rieras, para tratar de llevarte a la cama y luego seguramente pasar de todo, como siempre... - hago una pausa, dejando escapar un suspiro - Pero ahora... eso parece tan ridículo. ¿Quién tiene tiempo para eso cuando el mundo se está cayendo a pedazos?
No estoy seguro de por qué lo dije. Tal vez porque estoy cansado de guardarlo todo. Tal vez porque ella está ahí, insistiendo en ayudarme aunque no debería. Mis ojos se fijan en los suyos un instante, y lo veo: no va a retroceder. Es un dolor familiar, el de alguien que ha perdido demasiado y aún así sigue luchando. Por alguna razón, eso me golpea más fuerte que cualquier mordedura.
- No tengo miedo de morir, ¿sabes? - digo de repente, rompiendo el silencio que había empezado a formarse. Mi tono es bajo, casi un murmullo, pero sé que me está escuchando - Lo que me asusta es que esto... - levanto el brazo ligeramente, señalando la herida -... esto es lo que merezco.
Su mano se detiene un segundo, pero no dice nada. No todavía. Así que sigo hablando, porque si no lo digo ahora, nunca lo haré.
- Hace años, antes de todo esto... tenía un hijo. Evan. Era un buen chico, mucho mejor que yo. Pero cuando llegó el momento de hacer lo que un padre debería hacer... - mi voz se quiebra ligeramente, y tengo que detenerme para respirar - No pude. No pude protegerlo, no pude salvarlo. Ni siquiera pude cumplir su última petición.
Mis ojos se fijan en el suelo, incapaces de mirar los suyos.
- Esto, Octavia... esto es lo que me toca. Lo que debería haberme pasado hace mucho tiempo. No es el virus lo que me va a matar. Es todo lo que llevo arrastrando.
Dejo que las palabras se queden ahí, pesadas, antes de levantar la vista. Ella sigue trabajando en mi herida, sin apartarse, sin responder de inmediato. Y eso... eso significa más de lo que quiero admitir. Porque, por un momento, no me siento tan solo.
Cuando finalmente termina, dejo escapar un largo suspiro y me paso una mano por el rostro, tratando de borrar cualquier rastro de la conversación.
- Gracias. Por esto. Por lo que sea que creas que estás haciendo - mi voz es más suave esta vez, aunque todavía hay un filo de cansancio en ella. No sé si me merezco su ayuda, pero no voy a rechazarla. No ahora.
Y con eso, dejo que el silencio vuelva a llenar el espacio entre nosotros. No porque no tenga más que decir, sino porque no sé si puedo seguir hablando sin terminar de desmoronarme del todo.
Cuando finalmente está frente a mí, sé lo que va a hacer incluso antes de que lo diga. La escucho, pero mi mente está en otro lugar. Mis ojos están fijos en el bosque, tratando de enfocarse en cualquier cosa menos en lo que está pasando aquí, en lo que está pasando conmigo. Pero no puedo ignorarla. No cuando está tan cerca.
- Puedes intentarlo, pero no creo que haya mucho que salvar - las palabras salen con más dureza de la que pretendía, un reflejo automático de alguien que no está acostumbrado a dejar que otros se acerquen. Pero ella no se detiene.
Siento el frío de la tela húmeda contra mi piel cuando empieza a limpiar la herida. Suave, cuidadosa, como si no quisiera causar más daño. Y es entonces cuando me doy cuenta de algo que no había notado antes, o más bien que no había tenido tiempo de contemplar o de pensar. Es... es atractiva. Más de lo que me he permitido pensar en mucho tiempo. Hace años, habría dicho algo ingenioso o incluso descarado. Pero ahora... ahora, la idea de que algo tan humano como eso cruce mi mente me parece absurda.
Me río. Es un sonido seco, casi amargo, que sale sin querer.
- ¿Sabes? Hace años, en otro momento, probablemente habría intentado impresionarte. Tal vez decir algo estúpido para que te rieras, para tratar de llevarte a la cama y luego seguramente pasar de todo, como siempre... - hago una pausa, dejando escapar un suspiro - Pero ahora... eso parece tan ridículo. ¿Quién tiene tiempo para eso cuando el mundo se está cayendo a pedazos?
No estoy seguro de por qué lo dije. Tal vez porque estoy cansado de guardarlo todo. Tal vez porque ella está ahí, insistiendo en ayudarme aunque no debería. Mis ojos se fijan en los suyos un instante, y lo veo: no va a retroceder. Es un dolor familiar, el de alguien que ha perdido demasiado y aún así sigue luchando. Por alguna razón, eso me golpea más fuerte que cualquier mordedura.
- No tengo miedo de morir, ¿sabes? - digo de repente, rompiendo el silencio que había empezado a formarse. Mi tono es bajo, casi un murmullo, pero sé que me está escuchando - Lo que me asusta es que esto... - levanto el brazo ligeramente, señalando la herida -... esto es lo que merezco.
Su mano se detiene un segundo, pero no dice nada. No todavía. Así que sigo hablando, porque si no lo digo ahora, nunca lo haré.
- Hace años, antes de todo esto... tenía un hijo. Evan. Era un buen chico, mucho mejor que yo. Pero cuando llegó el momento de hacer lo que un padre debería hacer... - mi voz se quiebra ligeramente, y tengo que detenerme para respirar - No pude. No pude protegerlo, no pude salvarlo. Ni siquiera pude cumplir su última petición.
Mis ojos se fijan en el suelo, incapaces de mirar los suyos.
- Esto, Octavia... esto es lo que me toca. Lo que debería haberme pasado hace mucho tiempo. No es el virus lo que me va a matar. Es todo lo que llevo arrastrando.
Dejo que las palabras se queden ahí, pesadas, antes de levantar la vista. Ella sigue trabajando en mi herida, sin apartarse, sin responder de inmediato. Y eso... eso significa más de lo que quiero admitir. Porque, por un momento, no me siento tan solo.
Cuando finalmente termina, dejo escapar un largo suspiro y me paso una mano por el rostro, tratando de borrar cualquier rastro de la conversación.
- Gracias. Por esto. Por lo que sea que creas que estás haciendo - mi voz es más suave esta vez, aunque todavía hay un filo de cansancio en ella. No sé si me merezco su ayuda, pero no voy a rechazarla. No ahora.
Y con eso, dejo que el silencio vuelva a llenar el espacio entre nosotros. No porque no tenga más que decir, sino porque no sé si puedo seguir hablando sin terminar de desmoronarme del todo.
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