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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Nuevos aires [Octavia Orue]
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Recuerdo del primer mensaje :
11 de junio de 2015.
Apenas llevaba un par de semanas en el refugio, y la mayoría de sus habitantes ya me habían recibido bastante bien. Algunos me conocían de alguna que otra conferencia por Canadá, Nueva York... por mi trabajo... aunque yo a ellos, lamentablemente, no. A lo largo de mi carrera en Terra Save me habían presentado a muchas personas, tantas que solo recordaba a aquellas con las que había tenido un mayor trato.
El sol acababa de salir y aunque no era necesario que me levantase tan temprano, ya había arraigado bien aquella costumbre, por lo que resultaba inevitable. Cuando viajaba con Amanda y posteriormente solo, había llevado siempre esa rutina; aprovechaba todas las horas de sol, y me retiraba cuando este caía, para evitar la oscuridad y por tanto lo que apenas veía.
— Bu-buenos dí-as — saludé a un hombre mayor que estaba sentado en el sol, me extrañó porque apenas había salido el sol y él estaba allí sentado ya. — ¿Se-se en-en-cu-cu-cuentra bien caballero? — me acerqué a él colocando una mano sobre su hombro. Me explicó que sí, que le gustaba salir a aquellas horas para aprovechar el sol, que le encantaba tomar el aire fresco de la mañana porque solía dolerle la cabeza y le aliviaba.
— ¿Sssa-be? mi-mi es-poposa to-to-maba algo pa-para las mi-gra-ñas, ¿por qué no-no se-se pa-pasa por mi ca-ca-baña con el cre-pús-culo y se lo do-doy? — el hombre asintió con una sonrisa. — Nos vemos más tarde entonces, que disfrute del día — le di una leve palmada en la espalda y salí hacia el bosque cargando con una bolsa de tela vacía.
Si había quedado con él más tarde era por unas razones bien lógicas. Era consciente de que los medicamentos comenzaban a escasear, las fechas de caducidad eran cada vez más cercanas a la actual y eso si estos no habían caducado ya. Gracias al tiempo que había vivido con Eveline había aprendido muchas cosas, ella se negaba a utilizar la medicina corriente, hasta que no fuera de vital importancia y si podía curarse con remedios naturales lo hacía. Por lo que aprendí un sin fin de cosas muy interesantes, entre ellas que la albahaca era un remedio increíble para el dolor de cabeza y otras tantas cosas, así que trataría de conseguir una buena cantidad plantas que me pudieran servir de utilidad en el campamento. Tenía pensado tratar de ayudar a todas aquellas personas con mis conocimientos.
Caminaba entre los árboles del bosque, armado tan solo con mi cuchillo, uno que encontré hacía ya tiempo. Con él cortaba las plantas y las iba echando en bolsas de plástico que posteriormente dejaba en mi mochila. Llevaría un par de horas desde mi salida, había encontrado ya una buena lista de plantas, además de unas bayas comestibles que podría darle más tarde a los más pequeños del refugio, ellos solían disfrutarlas más y aún más ahora que no tenían golosinas.
Seguí el sonido del rumor del agua, hasta llegar a la orilla de un río, descansé en esta y llené mi cantimplora, dejé caer el agua sobre mi rostro, pues comenzaba a hacer calor, luego bebí y volví a rellenar la cantimplora con agua. Al alzar la mirada observé con atención, puesto por aquella zona seguramente encontraría plantas interesantes, que se encontraban en zonas húmedas como aquella.
11 de junio de 2015.
Apenas llevaba un par de semanas en el refugio, y la mayoría de sus habitantes ya me habían recibido bastante bien. Algunos me conocían de alguna que otra conferencia por Canadá, Nueva York... por mi trabajo... aunque yo a ellos, lamentablemente, no. A lo largo de mi carrera en Terra Save me habían presentado a muchas personas, tantas que solo recordaba a aquellas con las que había tenido un mayor trato.
El sol acababa de salir y aunque no era necesario que me levantase tan temprano, ya había arraigado bien aquella costumbre, por lo que resultaba inevitable. Cuando viajaba con Amanda y posteriormente solo, había llevado siempre esa rutina; aprovechaba todas las horas de sol, y me retiraba cuando este caía, para evitar la oscuridad y por tanto lo que apenas veía.
— Bu-buenos dí-as — saludé a un hombre mayor que estaba sentado en el sol, me extrañó porque apenas había salido el sol y él estaba allí sentado ya. — ¿Se-se en-en-cu-cu-cuentra bien caballero? — me acerqué a él colocando una mano sobre su hombro. Me explicó que sí, que le gustaba salir a aquellas horas para aprovechar el sol, que le encantaba tomar el aire fresco de la mañana porque solía dolerle la cabeza y le aliviaba.
— ¿Sssa-be? mi-mi es-poposa to-to-maba algo pa-para las mi-gra-ñas, ¿por qué no-no se-se pa-pasa por mi ca-ca-baña con el cre-pús-culo y se lo do-doy? — el hombre asintió con una sonrisa. — Nos vemos más tarde entonces, que disfrute del día — le di una leve palmada en la espalda y salí hacia el bosque cargando con una bolsa de tela vacía.
Si había quedado con él más tarde era por unas razones bien lógicas. Era consciente de que los medicamentos comenzaban a escasear, las fechas de caducidad eran cada vez más cercanas a la actual y eso si estos no habían caducado ya. Gracias al tiempo que había vivido con Eveline había aprendido muchas cosas, ella se negaba a utilizar la medicina corriente, hasta que no fuera de vital importancia y si podía curarse con remedios naturales lo hacía. Por lo que aprendí un sin fin de cosas muy interesantes, entre ellas que la albahaca era un remedio increíble para el dolor de cabeza y otras tantas cosas, así que trataría de conseguir una buena cantidad plantas que me pudieran servir de utilidad en el campamento. Tenía pensado tratar de ayudar a todas aquellas personas con mis conocimientos.
Caminaba entre los árboles del bosque, armado tan solo con mi cuchillo, uno que encontré hacía ya tiempo. Con él cortaba las plantas y las iba echando en bolsas de plástico que posteriormente dejaba en mi mochila. Llevaría un par de horas desde mi salida, había encontrado ya una buena lista de plantas, además de unas bayas comestibles que podría darle más tarde a los más pequeños del refugio, ellos solían disfrutarlas más y aún más ahora que no tenían golosinas.
Seguí el sonido del rumor del agua, hasta llegar a la orilla de un río, descansé en esta y llené mi cantimplora, dejé caer el agua sobre mi rostro, pues comenzaba a hacer calor, luego bebí y volví a rellenar la cantimplora con agua. Al alzar la mirada observé con atención, puesto por aquella zona seguramente encontraría plantas interesantes, que se encontraban en zonas húmedas como aquella.
El tiempo transcurría de forma extraña, como si cada minuto se alargara interminablemente. Me quedé junto a Octavia, sin apartar la vista de ella, observando cómo su pecho subía y bajaba con dificultad. La fiebre la consumía parecía consumirla. Preparé un paño húmedo con agua de una botella y lo coloqué sobre su frente, tratando de aliviar al menos un poco su malestar.
— Aguanta, Oc-Octavia... — susurré más para convencerme a mí mismo de que no la perdería que porque creyera que pudiera escucharme.
A intervalos regulares, le ofrecía pequeños sorbos de agua. Aunque estaba débil, lograba beber lo justo para mantenerse hidratada. Mis manos temblaban mientras las llevaba a su boca, temiendo que cualquier movimiento brusco pudiera lastimarla más.
Me forcé a revisar sus constantes una y otra vez, poniendo dos dedos sobre su muñeca para sentir su pulso. Era débil, pero estaba ahí. Su respiración, aunque pesada y arrítmica, continuaba. Cada vez que pensaba que estaba por detenerse, algo en ella seguía luchando.
La noche avanzó lentamente, y con cada hora que pasaba, sentía el agotamiento apoderarse de mí. Me movía entre el sofá y la mesa, preparando más paños húmedos, ajustando la posición de Octavia cuando parecía estar más incómoda. La idea de rendirme, de cerrar los ojos por un instante, era inconcebible, pero mi cuerpo ya no respondía con la misma energía que al principio.
— No-no voy a de-dejar que esto pase... — murmuré mientras me sentaba junto a ella por enésima vez.
Finalmente, sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a cerrarse. El peso del cansancio era demasiado, y mi cabeza cayó hacia adelante mientras el sueño me vencía.
El amanecer me despertó con un sobresalto. La luz entraba por la ventana, bañando la cabaña con un tenue resplandor dorado. Me levanté de golpe, sintiendo el corazón en la garganta al darme cuenta de que había cedido al sueño. Busqué a Octavia rápidamente, todavía tumbada en el sofá. Parecía tranquila, demasiado tranquila.
— Oc-Octavia... — mi voz tembló mientras me acercaba rápidamente a ella. El miedo me paralizaba, pero forcé mis manos a moverse. Coloqué dos dedos en su cuello, buscando un pulso, conteniendo el aliento mientras lo hacía.
Ahí estaba.
Fuerte, estable.
No podía creerlo. Mi otra mano fue directo a su frente, esperando encontrarla aún ardiendo de fiebre, pero estaba templada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras retiraba el paño húmedo, ahora seco, de su frente.
— ¿Qué... qué di-di-diablos...? — murmuré casi sin aliento.
Octavia seguía dormida, pero respiraba con calma. Era como si el fuego que la había consumido durante la noche hubiera desaparecido por completo. Me senté de golpe en el suelo junto al sofá, todavía tratando de procesar lo que estaba viendo. ¿Cómo era posible?
— Oc-Octavia... — la llamé de nuevo, mi voz ahora cargada de incredulidad y esperanza. Necesitaba que despertara, que me hablara, que me dijera qué demonios estaba pasando.
Toqué su hombro con cuidado, intentando despertarla, el corazón aún latiéndome con fuerza. Algo había cambiado, y aunque no entendía cómo, por primera vez desde que todo esto empezó, sentí una chispa de esperanza.
— Aguanta, Oc-Octavia... — susurré más para convencerme a mí mismo de que no la perdería que porque creyera que pudiera escucharme.
A intervalos regulares, le ofrecía pequeños sorbos de agua. Aunque estaba débil, lograba beber lo justo para mantenerse hidratada. Mis manos temblaban mientras las llevaba a su boca, temiendo que cualquier movimiento brusco pudiera lastimarla más.
Me forcé a revisar sus constantes una y otra vez, poniendo dos dedos sobre su muñeca para sentir su pulso. Era débil, pero estaba ahí. Su respiración, aunque pesada y arrítmica, continuaba. Cada vez que pensaba que estaba por detenerse, algo en ella seguía luchando.
La noche avanzó lentamente, y con cada hora que pasaba, sentía el agotamiento apoderarse de mí. Me movía entre el sofá y la mesa, preparando más paños húmedos, ajustando la posición de Octavia cuando parecía estar más incómoda. La idea de rendirme, de cerrar los ojos por un instante, era inconcebible, pero mi cuerpo ya no respondía con la misma energía que al principio.
— No-no voy a de-dejar que esto pase... — murmuré mientras me sentaba junto a ella por enésima vez.
Finalmente, sin darme cuenta, mis ojos comenzaron a cerrarse. El peso del cansancio era demasiado, y mi cabeza cayó hacia adelante mientras el sueño me vencía.
El amanecer me despertó con un sobresalto. La luz entraba por la ventana, bañando la cabaña con un tenue resplandor dorado. Me levanté de golpe, sintiendo el corazón en la garganta al darme cuenta de que había cedido al sueño. Busqué a Octavia rápidamente, todavía tumbada en el sofá. Parecía tranquila, demasiado tranquila.
— Oc-Octavia... — mi voz tembló mientras me acercaba rápidamente a ella. El miedo me paralizaba, pero forcé mis manos a moverse. Coloqué dos dedos en su cuello, buscando un pulso, conteniendo el aliento mientras lo hacía.
Ahí estaba.
Fuerte, estable.
No podía creerlo. Mi otra mano fue directo a su frente, esperando encontrarla aún ardiendo de fiebre, pero estaba templada. Mis ojos se abrieron de par en par mientras retiraba el paño húmedo, ahora seco, de su frente.
— ¿Qué... qué di-di-diablos...? — murmuré casi sin aliento.
Octavia seguía dormida, pero respiraba con calma. Era como si el fuego que la había consumido durante la noche hubiera desaparecido por completo. Me senté de golpe en el suelo junto al sofá, todavía tratando de procesar lo que estaba viendo. ¿Cómo era posible?
— Oc-Octavia... — la llamé de nuevo, mi voz ahora cargada de incredulidad y esperanza. Necesitaba que despertara, que me hablara, que me dijera qué demonios estaba pasando.
Toqué su hombro con cuidado, intentando despertarla, el corazón aún latiéndome con fuerza. Algo había cambiado, y aunque no entendía cómo, por primera vez desde que todo esto empezó, sentí una chispa de esperanza.
El sonido de mi nombre, suave pero insistente, comenzó a abrirse paso a través del denso velo de mi sueño. Mi cuerpo se sentía pesado, como si aún estuviera atrapado en la fiebre, pero al mismo tiempo había algo diferente. Algo más liviano. Lentamente, mis párpados comenzaron a abrirse, dejando que la luz del amanecer se filtrara en mi visión.
Parpadeé varias veces, intentando enfocar. La primera imagen que vi fue el rostro de Aidan, inclinado sobre mí, con una mezcla de preocupación y sorpresa en sus ojos. No entendía por qué me miraba de esa manera. Entonces, los recuerdos de la noche anterior regresaron como una avalancha: el dolor, la fiebre, la certeza de que no volvería a despertar.
— ¿Aidan...? —mi voz sonó ronca, pero clara, mucho más clara de lo que había esperado. Me llevé una mano a la frente, esperando encontrarla ardiendo como antes, pero mi piel estaba fresca al tacto. No entendía nada.
Me incorporé lentamente, sintiendo la cabeza embotada, como si acabara de despertar de un sueño profundo, pero fuera de eso, me encontraba... bien. Miré mis manos, luego a Aidan, y finalmente alrededor de la cabaña, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo.
— Estoy... estoy viva... —apenas estaba creyendo las palabras que salían de mi boca. Alcé la mirada hacia él, buscando respuestas, pero su expresión reflejaba la misma incredulidad que sentía yo.
Respiré hondo, esperando que algún vestigio de dolor o fiebre regresara, pero no ocurrió. Mi cuerpo se sentía extraño, como si algo en mí hubiera cambiado, aunque no sabía cómo explicarlo. Mis manos temblaron ligeramente mientras las apoyaba en el sofá para estabilizarme.
— ¿Cómo es posible...? —pregunté con un tono que oscilaba entre el asombro y la confusión. Una parte de mí quería creer que se trataba de un milagro, una segunda oportunidad. Pero la otra, la más racional, intentaba encontrar una explicación lógica—. Aidan, yo... estaba segura de que no volvería a abrir los ojos. ¿Qué significa esto?
El silencio entre nosotros era pesado, lleno de preguntas que ninguno parecía saber cómo responder. Miré hacia la ventana, donde los rayos de sol iluminaban la habitación con una calidez que no sentía desde hacía tiempo. Era como si el mundo me estuviera diciendo algo, como si me estuviera dando una señal.
— ¿Es... una segunda oportunidad? —murmuré más bien para mí misma. Volví a mirarlo, intentando encontrar algo en su rostro que me anclara a la realidad—. No sé qué pasó, Aidan, pero estoy aquí. Y te juro que no voy a desaprovechar esto... lo que sea que sea.
Parpadeé varias veces, intentando enfocar. La primera imagen que vi fue el rostro de Aidan, inclinado sobre mí, con una mezcla de preocupación y sorpresa en sus ojos. No entendía por qué me miraba de esa manera. Entonces, los recuerdos de la noche anterior regresaron como una avalancha: el dolor, la fiebre, la certeza de que no volvería a despertar.
— ¿Aidan...? —mi voz sonó ronca, pero clara, mucho más clara de lo que había esperado. Me llevé una mano a la frente, esperando encontrarla ardiendo como antes, pero mi piel estaba fresca al tacto. No entendía nada.
Me incorporé lentamente, sintiendo la cabeza embotada, como si acabara de despertar de un sueño profundo, pero fuera de eso, me encontraba... bien. Miré mis manos, luego a Aidan, y finalmente alrededor de la cabaña, tratando de procesar lo que estaba ocurriendo.
— Estoy... estoy viva... —apenas estaba creyendo las palabras que salían de mi boca. Alcé la mirada hacia él, buscando respuestas, pero su expresión reflejaba la misma incredulidad que sentía yo.
Respiré hondo, esperando que algún vestigio de dolor o fiebre regresara, pero no ocurrió. Mi cuerpo se sentía extraño, como si algo en mí hubiera cambiado, aunque no sabía cómo explicarlo. Mis manos temblaron ligeramente mientras las apoyaba en el sofá para estabilizarme.
— ¿Cómo es posible...? —pregunté con un tono que oscilaba entre el asombro y la confusión. Una parte de mí quería creer que se trataba de un milagro, una segunda oportunidad. Pero la otra, la más racional, intentaba encontrar una explicación lógica—. Aidan, yo... estaba segura de que no volvería a abrir los ojos. ¿Qué significa esto?
El silencio entre nosotros era pesado, lleno de preguntas que ninguno parecía saber cómo responder. Miré hacia la ventana, donde los rayos de sol iluminaban la habitación con una calidez que no sentía desde hacía tiempo. Era como si el mundo me estuviera diciendo algo, como si me estuviera dando una señal.
— ¿Es... una segunda oportunidad? —murmuré más bien para mí misma. Volví a mirarlo, intentando encontrar algo en su rostro que me anclara a la realidad—. No sé qué pasó, Aidan, pero estoy aquí. Y te juro que no voy a desaprovechar esto... lo que sea que sea.
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