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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Someone who can stop the clocks
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Viví bajo un éxodo de mi propia vida. Pasé por la gula, la lujuria y la codicia. Me paré y pequé en ellas hasta que mi cuerpo no pudo más, y luego seguí. Traté de subsanar mis errores, traté de buscar la felicidad y la encontré. Comprendí como vivirla, y lo hice. Pasaron cosas terribles y lo superé, y sonreí. Me dio igual todo, empecé a vivir fuera del infierno cuando otros creían acabar de entrar en él.
Fue un extraño y sin fin camino, caí cientos de veces y… Creo que aprendí a amarlo tal y como era. Me daba igual la de heridas que me hiciera, la de golpes que recibiera por su culpa. En cierta manera, me ayudaba en el paso. Aprender a ser otro ser otro yo distinto. Vivir bañado en agasajos, con gente que dice “amor” cuando quiere decir “interés”, que dicen “tú” cuando quieren decir “dinero”. Jamás desee esa vida. Creía que sí, allí, atrás, me creí feliz. ‘Morí, lo siento’. Mis palabras resuenan en mi cabeza, como un extraño eco del pasado. Mi mente no para de repetir palabras. Suenan mal en conjunto, la prosa se interrumpe y me siento el protagonista de la Divina Comedia por unos segundos. Reconozco que en algunos momentos desee serlo.
Ese frío, ese eterno, doloroso y poderoso frío que se nota por el metal contra la piel. Sonrío, aunque no se entienda, aunque el aire corte mi piel con las esquirlas que lleva. Aunque el cielo se caiga encima nuestra y desaparezcamos para siempre. No hay razones muchas veces para todo. Ser bueno. Ser quien no eres. Ser quien eres, incluso. Todo puede ser motivo para que el mundo se desplome. Adelante, cielo, desaparece delante de nuestros ojos. Demuéstrame lo que hay después de esta extraña vida. ¿El cielo? ¿El purgatorio? No creo que estemos verdaderamente en el infierno, demasiado dulce dentro de lo que cabe. Pero, ¿quién puede realmente saberlo? Supongo que siempre que puedas sonreír hay posibilidad de redención.
Redención. Bonita palabra. Espero poder recibir su significado. Como la crónica de una muerte anunciada. Consciente de que el pulso no tiembla, de que los ojos no parpadean. De que la decisión está tomada. Quizás libero mucho peso de mi alma. ¿Quizás realmente seamos ya almas? Quizás la muerte que creemos aquí solo es una manera de ascender. No sé. Realmente no creo ni en el cielo ni el infierno. Me da igual, la verdad. No siento necesidad de suplicar a un ser del que nunca he tenido evidencia. No tengo necesidad de abrazar una fe para soportar las pérdidas. Ellos, los que se perdieron, tuvieron la suerte de que nunca pasaron por esto. Por el abrazo de la muerte viva. De los que comen carne, de los que una vez fueron amigos y seres amados andando bajo esa hedionda apariencia.
El fiero ángel de la muerte mantiene su brazo erguido con fuerza. Jamás dejará su pose, tampoco perderá el tiempo. Quizás un rápido final después de que termine de fluir las palabras. No me importa mantener estas charlas. No tengo problema alguno con escuchar al que fue y será u ángel de la muerte. Lo siento por él. Lo siento por mí. Quizás lo siento por todos, este mundo es tristemente repugnante cuando aprendes a verlo con todos los sentidos.
No lloraré, ¿para qué? Como dije, tampoco clamaré por algo que veo inútil a un ser que se supone hecho a nuestra imagen y semejanza. Porque, si él se supone que nos hizo tal como es, él está hecho como nosotros. Imperfecto. Temeroso. Triste. Solo. Buscando algo más allá de esto. Sinceramente, me he encontrado muchos “dios” en ese caso. Yo mismo seré mi propio dios, al que le clamaré por mi vida y mi muerte. En el que creeré hasta el final.
—¿Algo más que decir, Dante?
—Supongo que sí, ¿no?
Sonrío con tranquilidad, observando el cielo. No se ha roto. No ha desaparecido. No me asombra. No aparecerá toda mi vida por delante de mí. No saldrá ese dios del que tanto habla para recibirme en el paraíso. Esto es el purgatorio y me toca salir de él, es mi hora. O eso quiero creer. El fiero ángel de la muerte espera pacientemente a una última palabra.
—Gracias, Howlett. —Y así, bajo una mirada confusa, vuelvo a sonreír, por mí, por él. Por todo aquel que conocí. —“Nadie puede parar el tiempo”. Admito que me equivocaba. Adelante, para este reloj, James.
Y apretó el gatillo. El frío se volvió calor y dejé de sentir. Fue… Extraño. No vi mi pasado. No vi a mis seres queridos. No vi una luz. No vi ni a dios, ni a los ángeles… Ni… A nadie. Solo un antiguo reloj que se rompía en mil pedazos con mi nombre grabado.
Adiós, supongo.
Fue un extraño y sin fin camino, caí cientos de veces y… Creo que aprendí a amarlo tal y como era. Me daba igual la de heridas que me hiciera, la de golpes que recibiera por su culpa. En cierta manera, me ayudaba en el paso. Aprender a ser otro ser otro yo distinto. Vivir bañado en agasajos, con gente que dice “amor” cuando quiere decir “interés”, que dicen “tú” cuando quieren decir “dinero”. Jamás desee esa vida. Creía que sí, allí, atrás, me creí feliz. ‘Morí, lo siento’. Mis palabras resuenan en mi cabeza, como un extraño eco del pasado. Mi mente no para de repetir palabras. Suenan mal en conjunto, la prosa se interrumpe y me siento el protagonista de la Divina Comedia por unos segundos. Reconozco que en algunos momentos desee serlo.
Ese frío, ese eterno, doloroso y poderoso frío que se nota por el metal contra la piel. Sonrío, aunque no se entienda, aunque el aire corte mi piel con las esquirlas que lleva. Aunque el cielo se caiga encima nuestra y desaparezcamos para siempre. No hay razones muchas veces para todo. Ser bueno. Ser quien no eres. Ser quien eres, incluso. Todo puede ser motivo para que el mundo se desplome. Adelante, cielo, desaparece delante de nuestros ojos. Demuéstrame lo que hay después de esta extraña vida. ¿El cielo? ¿El purgatorio? No creo que estemos verdaderamente en el infierno, demasiado dulce dentro de lo que cabe. Pero, ¿quién puede realmente saberlo? Supongo que siempre que puedas sonreír hay posibilidad de redención.
Redención. Bonita palabra. Espero poder recibir su significado. Como la crónica de una muerte anunciada. Consciente de que el pulso no tiembla, de que los ojos no parpadean. De que la decisión está tomada. Quizás libero mucho peso de mi alma. ¿Quizás realmente seamos ya almas? Quizás la muerte que creemos aquí solo es una manera de ascender. No sé. Realmente no creo ni en el cielo ni el infierno. Me da igual, la verdad. No siento necesidad de suplicar a un ser del que nunca he tenido evidencia. No tengo necesidad de abrazar una fe para soportar las pérdidas. Ellos, los que se perdieron, tuvieron la suerte de que nunca pasaron por esto. Por el abrazo de la muerte viva. De los que comen carne, de los que una vez fueron amigos y seres amados andando bajo esa hedionda apariencia.
El fiero ángel de la muerte mantiene su brazo erguido con fuerza. Jamás dejará su pose, tampoco perderá el tiempo. Quizás un rápido final después de que termine de fluir las palabras. No me importa mantener estas charlas. No tengo problema alguno con escuchar al que fue y será u ángel de la muerte. Lo siento por él. Lo siento por mí. Quizás lo siento por todos, este mundo es tristemente repugnante cuando aprendes a verlo con todos los sentidos.
No lloraré, ¿para qué? Como dije, tampoco clamaré por algo que veo inútil a un ser que se supone hecho a nuestra imagen y semejanza. Porque, si él se supone que nos hizo tal como es, él está hecho como nosotros. Imperfecto. Temeroso. Triste. Solo. Buscando algo más allá de esto. Sinceramente, me he encontrado muchos “dios” en ese caso. Yo mismo seré mi propio dios, al que le clamaré por mi vida y mi muerte. En el que creeré hasta el final.
—¿Algo más que decir, Dante?
—Supongo que sí, ¿no?
Sonrío con tranquilidad, observando el cielo. No se ha roto. No ha desaparecido. No me asombra. No aparecerá toda mi vida por delante de mí. No saldrá ese dios del que tanto habla para recibirme en el paraíso. Esto es el purgatorio y me toca salir de él, es mi hora. O eso quiero creer. El fiero ángel de la muerte espera pacientemente a una última palabra.
—Gracias, Howlett. —Y así, bajo una mirada confusa, vuelvo a sonreír, por mí, por él. Por todo aquel que conocí. —“Nadie puede parar el tiempo”. Admito que me equivocaba. Adelante, para este reloj, James.
Y apretó el gatillo. El frío se volvió calor y dejé de sentir. Fue… Extraño. No vi mi pasado. No vi a mis seres queridos. No vi una luz. No vi ni a dios, ni a los ángeles… Ni… A nadie. Solo un antiguo reloj que se rompía en mil pedazos con mi nombre grabado.
Adiós, supongo.
···Lo que el tiempo se lleva no debería volver···
Rol Finalizado}#
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Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
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