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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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♬ It's the Mickey Mouse Club House ♬ || Libre
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10 de octubre, 2015
Ya eran poco más de dos semanas desde que había abandonado la prisión en busca de esa meta que un día se había impuesto. Una sin mayor razón, sin sentido, pero que le permitía seguir caminando, luchando, a pesar de estar en un mundo que te invitaba a solo dejarte morir para acabar con la constante angustia que lo consumía todo.
Una caravana más, luego el camino solitario. Ya se había acostumbrado a aquello. Aunque, debía confesar, las horas en la prisión la habían hecho olvidar de que en realidad estaba sola en el mundo. Las risas, la falsa idea de seguridad... La mirada de Jack. Entre el despertar de cada hora llegó a pensar en la posibilidad de quedarse hasta que llegó el hambre y supo que era momento de irse. No se despidió, solo del tipo en la puerta, porque no le quedaba de otra. Debía irse, por su propio bien. Estaba segura de que no saldría con vida de allí si llegaba a morder a alguno. Era mejor así, sola.
El frio aumentaba y la humedad en el ambiente no ayudaba en absoluto. Sus ropas, por más que intentaba cubrirse con todo lo que encontraba, estaban tan mojadas que las bajas temperaturas ya le habían llegado hasta los huesos. Estaba enferma. Ardía en fiebre. Extrañaba su hogar.
Cuando llegó a Orlando ni siquiera lo notó con el entusiasmo que había estado guardando en su pecho. Arrastró sus pies, como si fuese solo una parte más de la horda, hasta que sus ojos se toparon con la punta del castillo. Era Disney World... Los restos de este al menos.
Era difícil ver la gloria de aquellos parques entre la decadencia. Se evidenciaba que las estructuras habían sido utilizadas como refugio en su momento y en lo que quedaba en pie de los resorts se movían miradas paranoicas. Mantuvo la guardia baja, tan baja como la dolorosa tos de perro viejo se lo permitía. ¿Cuándo había sido la última vez que había comido? ¿Bebido agua fresca? No la habían matado los zombies o esas criaturas mutantes que aparecían aquí o allá, para morir por una gripa que no podía cuidar.
Había perdido la consciencia en algún momento, quizás cuando su mirada se cruzó con el letrero de "Walt Disney World" al que le faltaban algunas letras o cuando tuvo que obligarse a reír por la ironía del "where dreams come true", no estaba segura. De lo único de lo que estaba segura era de que estaba bajo techo.
13 de octubre, 2015
Un techo demasiado bajo en una habitación de paredes a rayas azules. En sus años de gloria, no muy atrás, hubiera sido más fácil distinguir la habitación de Mickey Mouse al interior del parque. La había visto millones de veces en fotografías. ¿Cómo había llegado allí? Era una pregunta a la que no tenía respuesta.
Sus sentidos se alertaron al escuchar los graznidos de una bandada de cuervos al exterior y con estos un grito, humano. Había alguien allí. Se incorporó de un solo movimiento solo para ser devuelta de golpe a causa del asqueroso dolor de cabeza y mareo que la azotaron. Quiso vomitar, pero nada salió de su estomago. Fue solo entonces que notó que se encontraba desnuda, envuelta apenas en las sabanas sucias de la cama. Sus mejillas se incendiaron en rojo. Definitivamente no había llegado allí por sus propios métodos ¿Qué demonios?
Lentamente levantó la cabeza y empezó a hacer un poco más de sentido de la situación. La fuente de calor que impedía que se estuviera congelando de frio en aquel momento provenía de una chimenea improvisada en un lateral de la habitación. La misma daba la única luz que había en el lugar. Podía escuchar la llovizna caer sobre el techo, lo cual le hizo pensar que no debía haber pasado mucho tiempo desde que había perdido el conocimiento. Seguía sin encontrar sus pertenencias.
inglés ~ español
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- It's the Mickey Mouse Club House:
La mañana empieza de manera infernal, la noche anterior no ha sido mejor. Está frente al complejo de habitaciones, de espaldas a la puerta, una puerta que ha bloqueado desde fuera con lo que ha encontrado, muebles, decoracion, todo aquello que no estuviera sujeto al parque con tornillos demasiado exquisitos, o remaches.
Se nota que han pasado varios días desde que la niña está ahora a salvo en la habitación. La chimenea de la habitación, las cajas de antibióticos, algunas pastillas de jabón, vendas y gasas, hilo, alguna aguja quemada, vasos llenos de líquido, incluso un par de barreños con la mugre retirada de su nueva huésped, ropa limpia del parque de atracciones de diferentes tallas esperando alrededor, ni rastro de ropa interior limpia o nueva por el momento. Hay varias chocolatinas con proteinas sobre la mesa, de sabor chocolate, una cantimplora cerrada y por último algunos libros viejos sobre supervivencia y primeros auxilios, que a pesar de tener mucho uso parecen haber sido bien conservados aún con el paso del tiempo, son viejos, pero al parecer efectivos.
-Ya van tres días...-Comenta, terminando de ajustarse los guantes. Adam, se mantiene en pié terminando con sus preparativos.
-Tres putos días que no deja de llover!-Grita de nuevo, quizá despierte a esa pobre chiquilla que se ha encontrado enferma, deambulando por el parque, pero ya no le importa. Se nota por su actitud, vestido para la batalla, para morir.
Usa sus viejos pantalones del ejército, rasgados y sucios. Una camiseta negra sucia asoma por encima de un chaleco de cuero, lleno de tachones y plaquillas de acero, ceñido completamente al torso.
-Hasta cuando piensa el destino castigarme?...-Pregunta en voz baja, se ha cubierto los brazos con vendas, para tratar de protegerse de mordeduras, pero no por ello perder libertad de movimiento.
Hay varios cadáveres en el suelo, algunos con fuertes heridas en la cabeza, la lluvia se intensifica ligeramente, Jensen termina de ajustarse sus viejos guantes de Navy Seal. las botas bien atadas, el cinturón en su sitio, así como sus navajas bien preapradas y a mano bajo sus sobacos.
-Y vuelta a empezar...Conforme pare de llover esto si que va a parecer disneylandia...-No tarda en ajustarse las gafas de soldadura, su cabello va recogido en una coleta por encima de la nuca, cubre su rostro con un pañuelo bastante gureso, de color rojo. sin dejar prácticamente ni un centimetro de su cuerpo al descubierto. Lleva la mano a su espalda, en la cual descansa una espada corta, que parece sacada de una tienda de armas de caza moderna, con el filo brillante, limpio, pero se nota que ha sido usada durante bastante tiempo sin poder darle el mantenimiento apropiado, casi apunto de perder su vida útil. La desenvaina con un sonido seco, de una funda a juego, tomada en el mismo lugar, pero arreglada y recurtida con cuero con el paso del tiempo.
Los cadáveres, incluso aquellos con heridas en la cabeza empieza a ponerse en pié, son al menos cinco, obligando al mercenario a ponerse de espaldas a la entrada, ya por tercer día consecutivo, la noche lo complica todo él lo sabe, por eso no le queda otra que quitarse las gafas para poder recurrir a la visión, al menos boca y nariz han sido tapadas, está usando tapones para los oídos.
-¡¿Hasta cuando piensa el destino castigarme!?...-Grita esta vez, presintiendo que de nuevo ha llegado la hora, a pesar de su porte, se nota que está cansado, que ha dormido poco o nada, aprieta los dientes y los dedos con toda la fuerza que puede durante un instante.
-Yo solo quería un poquito de café...-Su voz se oye entre dientes bajo el pañuelo, respira hondo, como siempre todo sucede muy rápido. La espada su mueve veloz, pero no consigue desmbemrarlos, está demasiado usada, tres pasos y avanzando consigue acertar en la cabeza a tres de ellos, decide dar dos pasos atrás para esquivar a sus oponentes, después acaba con ellos usando la navaja mariposa con la mano derecha, previamente habiendolá preparado con la izquierda, la espada pasa a la otra mano, por su derecha clava la navaja en la cabeza del Crimson Head que trata de devorarlo, el cual empieza a caer en peso muerto, mientras que por su izquierda, el filo termina de pasar la boca del zombie en la que se había incrustado haciéndolo caer también.
La lluvía se relaja ligeramente, sus enemigos no le dan tregua, sin apenas tiempo de recuperarse, abandona sus armas para dar otro paso atrás, dos más y chocará con su propia barricada.
-Vamos...-Sus enemigos son más fuertes que otros zombies, por ello mientras aún pueda trata de aprovecharse de la agilidad para moverse entre ellos. Finta al primero de varios, dirctamente toma la espadade la cabeza del zombie caído y la consigue sacar, para con dos movimientos, parar el brazo de un atacante y después del tajo/golpe en la cabeza caer este al suelo.
Respira agitado, cansado, sabe que un solo error y con una herida acabaría infectado.
-Vamos...He visto cosas mucho peores...-Los muertos no conocen el miedo o las provocaciones así que de nuevo se lanzan a por él, sin embargo, no lleva tres días vivo por nada, con su siniestra toma la navaja de nuevo y con seis movimientos, termina abriendo la defensa de tres enemigos y asestándoles golpes mortáles en la cabeza.
-Cada vez son más...-Masculla, jadeante, termina por caer de rodillas, respirando a través del pañuelo, se arrastra contra la barricada, para ponerse ligeramente a cubierto de la lluvia.
-Vamos...Cuanto puedo aguantar así? tres, quizá cuatro veces más?...Todo está mojado...-Niega con la cabeza-Esos cabrones atravesarian la barricada en menos de un día, es todo lo que le queda a esa niña si yo caigo...-Se frota la cabeza-...llevo tres días sin drogarme...-Se rasca la cabeza ligeramente con los guantes, acosado por el síndrome de abstinencia, la espada cae al suelo mientras el tiembla y gruñe por migrañas que lo tienen incluso en un peor estado, parece relajarse contra los escombros de la entrada respirando con mucha fuerza, pero finalmente, por más que se lo repite una y otra vez, lo único que puede hacer es quedarse quieto, reservar las pocas fuerzas que le quedan, por posibles ataques de jaqueca.
-Joder..Seguro que ahora no hay cola para comprarse un puto café...-Comenta, con toda la vestimenta dada de sí, algunas heridas y rasguños, algunos golpes y revolcones, mirándo como si de una ironía la escena se tratara.
- OFF:
Vamos con una tiradita de desafio para ver si pierde la consciencia o no.
Si = Se mantiene consciente
No= Incapacitado
Desafío Ganado.
El miembro 'BalioN' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Desafíos' :
Resultados :
'Desafíos' :
Resultados :
Un segundo grito humano, esta vez mucho más claro en su cabeza que el anterior, la alertó. Venía de la habitación contigua. Su cerebro empezaba a darle más sentido a todo. La fiebre había bajado y el dolor de sus huesos era apenas perceptible. Seguía moqueando y con dolor en la garganta al pasar saliva, pero quien fuese que la hubiera llevado allí le había salvado la vida. Jadeos. El ruido de la hoja que corta el aire y golpea contra la carne en descomposición. El ruido de la horda. Todo tan familiar por aquellos días.
No eran los cuervos afuera de su ventana, eran los muertos vivientes al otro lado de la puerta el verdadero peligro.
Su mirada ansiosa se cruzó, finalmente, con sus pertenencias. Parte de ellas, por lo menos. Allí estaba su mochila, pero ni rastro de sus ropas. Por un instante pasó por su mente la voz histérica de su madre que la alertaba de pervertidos, pero la sacudió, por el momento el sonido de las criaturas era más apremiante que saltarle al tipo que se había atrevido a verla en su traje de eva.
Agitó su brazo izquierdo para pasar la sabana debajo de este y, sin quererlo, mandó a volar la cantimplora que había estado sobre la mesita de noche. Fue cuando se dio cuenta de que le habían dejado chocolates y agua. No, no había tiempo.
Se puso de pie, soportando el mareo y las ganas enormes de su cabeza por estallar. Pastillas. Como pudo, entre temblores, se llevó dos de lo que parecía ser ibuprofeno a la boca y las pasó con saliva. "Nunca tomes ibuprofeno con el estomago vacío" La voz de la señora Ramírez vibró en alguna esquina de su cabeza. Mordió la barra de chocolate, con envoltura y todo, para luego escupir los pedazos de plástico.
Agua, quería beber agua, pero no había tiempo de buscar en dónde demonios había caído la cantimplora. Quizás debajo de la cama o del pedazo de armario que aun se mantenía en pie.
Notó la ropa que descansaba aquí y allá. No, no había tiempo. De dos zancadas alcanzó su mochila y notó a Romeo descansando contra la pared. Ese machete la había acompañado desde la prisión, vaya que le alegraba el no haberse detenido siquiera a preguntar si tenia dueño, le había sido de muchísima ayuda.
Como si se tratara de una toga romana, se amarró la sabana lo mejor que pudo y tomó a Romeo con su mano izquierda. Los sonidos al otro lado de la puerta parecían haber muerto, temió lo peor. Un nuevo gruñido le erizó los vellos de la nuca, debía salir de allí, debía ayudar.
Tiró de la perilla de la puerta con todas sus fuerzas, en espera de realizar una entrada triunfal a la escena que imaginaba se estaba llevando a cabo al otro lado. ¿No sería hermoso si un día, de hecho, podía salvar la vida de alguien? Sin embargo, se encontró con que se encontraba atrapada al interior de la habitación. Alguien había levantado una barricada para mantenerla allí adentro. No supo si era por su propio bien o la servían en bandeja de plata para el enemigo.
- ¡¡¡HEY!!! ¡¡¡HEY!!! DÉJENME SALIR!!! - gritó con todas sus fuerzas. No solía gritar, pero por un momento sintió terror - ¡No quiero estar aquí adentro! ¡Por favor! - golpeó la puerta con sus puños - Puedo ayudar, déjenme ayudar... - la gente siempre solía verla solo como una niña que necesitaba ser protegida, comúnmente porque desconocían por completo que era de ella de quien realmente necesitaban cuidarse - ¿hay alguien allí afuera? - trató de derribar la puerta con su cuerpo, lo cual resultó bastante inútil. Por un momento sintió la terrible angustia de que la única respuesta que recibiría sería los gruñidos de las criaturas. Entonces, entonces estaría perdida.
No eran los cuervos afuera de su ventana, eran los muertos vivientes al otro lado de la puerta el verdadero peligro.
Su mirada ansiosa se cruzó, finalmente, con sus pertenencias. Parte de ellas, por lo menos. Allí estaba su mochila, pero ni rastro de sus ropas. Por un instante pasó por su mente la voz histérica de su madre que la alertaba de pervertidos, pero la sacudió, por el momento el sonido de las criaturas era más apremiante que saltarle al tipo que se había atrevido a verla en su traje de eva.
Agitó su brazo izquierdo para pasar la sabana debajo de este y, sin quererlo, mandó a volar la cantimplora que había estado sobre la mesita de noche. Fue cuando se dio cuenta de que le habían dejado chocolates y agua. No, no había tiempo.
Se puso de pie, soportando el mareo y las ganas enormes de su cabeza por estallar. Pastillas. Como pudo, entre temblores, se llevó dos de lo que parecía ser ibuprofeno a la boca y las pasó con saliva. "Nunca tomes ibuprofeno con el estomago vacío" La voz de la señora Ramírez vibró en alguna esquina de su cabeza. Mordió la barra de chocolate, con envoltura y todo, para luego escupir los pedazos de plástico.
Agua, quería beber agua, pero no había tiempo de buscar en dónde demonios había caído la cantimplora. Quizás debajo de la cama o del pedazo de armario que aun se mantenía en pie.
Notó la ropa que descansaba aquí y allá. No, no había tiempo. De dos zancadas alcanzó su mochila y notó a Romeo descansando contra la pared. Ese machete la había acompañado desde la prisión, vaya que le alegraba el no haberse detenido siquiera a preguntar si tenia dueño, le había sido de muchísima ayuda.
Como si se tratara de una toga romana, se amarró la sabana lo mejor que pudo y tomó a Romeo con su mano izquierda. Los sonidos al otro lado de la puerta parecían haber muerto, temió lo peor. Un nuevo gruñido le erizó los vellos de la nuca, debía salir de allí, debía ayudar.
Tiró de la perilla de la puerta con todas sus fuerzas, en espera de realizar una entrada triunfal a la escena que imaginaba se estaba llevando a cabo al otro lado. ¿No sería hermoso si un día, de hecho, podía salvar la vida de alguien? Sin embargo, se encontró con que se encontraba atrapada al interior de la habitación. Alguien había levantado una barricada para mantenerla allí adentro. No supo si era por su propio bien o la servían en bandeja de plata para el enemigo.
- ¡¡¡HEY!!! ¡¡¡HEY!!! DÉJENME SALIR!!! - gritó con todas sus fuerzas. No solía gritar, pero por un momento sintió terror - ¡No quiero estar aquí adentro! ¡Por favor! - golpeó la puerta con sus puños - Puedo ayudar, déjenme ayudar... - la gente siempre solía verla solo como una niña que necesitaba ser protegida, comúnmente porque desconocían por completo que era de ella de quien realmente necesitaban cuidarse - ¿hay alguien allí afuera? - trató de derribar la puerta con su cuerpo, lo cual resultó bastante inútil. Por un momento sintió la terrible angustia de que la única respuesta que recibiría sería los gruñidos de las criaturas. Entonces, entonces estaría perdida.
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Los golpes y movimientos, lo hacen volver en sí por unos segundos, ido bastante ido, tirado en el suelo boca arriba, sucio y echo polvo, una fuerte y única respiración profunda, provoca que el oxígeno que llega a sus músculos sea suficiente al menos para incorporarse sentado, entre jadeos y frotándose los ojos, parece al menos de forma psicológica olvidar su síndrome de abstinencia, a cambio de escuchar auqe la chica está viva.
-Eso es joder! Grita más alto!...-Levanta la voz un instante, sin mirar arriba ni una sola vez, aparte que tampoco le quedan muchas energías para mucho más. Por un instante, piensa en encenderse el último cigarro que le queda, aceptando que probablemente el siguiente combate sea el último para él, la lluvia no cesa.
-Quieres ayudar? Pues pásame la cantimplora...-Va a decir más pero tiene la garganta tan seca que comienza a toser, intensificandose por su vida de fumador, de rodillas en el suelo, se sujeta el cuello del chaleco mientras deja caer bastante saliva grumoseada, no está infectado, pero sin duda tampoco está en su mejor momento.
A pesar de escuchar los gritos, sabe que hay dos barricadas, una para que puedan entrar o salir de la habitación y otra frente a la puerta del edificio, en principio el interior es seguro, pero nunca se sabe.
-Sin energías no podré...Mover los putos escombros!-Termina gritando de la pura impotencia, arrodillado en el suelo, soñando con el sabor de una chocolatina.
-Yo también quiero resguardarme de la lluvia junto al calor de la hoguera, pero esto es lo que hay...-masculla en voz baja casi más para decirselo a sí mismo que otra cosa.
Mira a su derecha e izquierda, la noche está cayendo y casi hay oscuridad total, se acaba el tiempo y las opciones, como parte del antiguo comando Jericho de los Navy Seals, no muestra miedo o duda, demasiada experiencia, demasiado claro tiene como están las cosas. Estira su mano hasta tomar la empuñadura de la espada y acercarla contra su torso, al menos podrá morir luchando. Empieza a apretar los dientes y a respirar con fuerza, está empezando a tener ligeras alucinaciones debido al síndrome de abstinencia, el hambre y la sed.
-He visto a un tipo, va con gabardina negra, debía medir al menos dos metros, con la piel completamente pálida, calvo, no parecía para nada humano o un caminante, o consigues pasarme provisiones o ninguno saldrá de aquí...-Su mirada sigue perdida, entre las callejuelas, donde cree haberle visto, en rumbo a la zona de hoteles.
Cuando James llega al parque de atracciones, no puede decir que está sorprendido. Treinta y cuatro hectáreas de atracciones, restaurantes, museos y hoteles reducidos al recuerdo de lo que una vez fueron. Si se concentra, todavía puede oler el algodón de azúcar y la comida rápida, de la que venden en los puestecillos en la calle, puede escuchar los ecos distantes de amistad, risas y familia. Ahora solo huele a óxido, decadencia y lluvia. A otoño metálico.
James mantiene el perfil bajo y no se encuentra con nada vivo, vivo de verdad, hasta horas después de llegar al parque. Está empapado por la lluvia y la luz poco favorecedora lo envuelve a él y todo lo demás con un pesado velo de letargo. James se escabulle por callejones maltrechos, bajo la sombra de edificios y atracciones y por suburbios llenos de hierbajos, con el frío lijándole los huesos y atravesando su pelo.
Al principio sólo un susurro distraído fractura la calma, pero a medida que se acerca, aquel ruidito se convierte en gritos vagos, reticentes, y gruñidos que salen a borbotones de gargantas podridas. Puede ver a lo lejos las torres deslucidas del castillo cuyo nombre nunca se molestó en memorizar, y un hombre luchando contra más muertos de los que puede manejar. Está atrincherado detrás de una deficiente barricada, en lo que queda de un complejo hotelero. James se oculta entre los arboles y deja que los doscientos seis huesos de su cuerpo se recoloquen mientras respira hondo.
Los movimientos del conocido son casi naturales, indiferentes a pesar de las armas que usa y James puede ver que su entrenamiento va más allá del apocalipsis. Pero si presta atención, a pesar de la distancia entre ellos, es capaz de darse cuenta que sus movimientos llevan cierto retraso, no demasiado significativo, pero retraso al fin y al cabo. Sacudidas dubitativas de las articulaciones, miedo y deseo mezclados en esa vacilación delatora. Es como si sus músculos estuvieran esforzándose por llegar a algo pero sus tendones los retuvieran. Probablemente el desconocido también se ha dado cuenta, que acaba por arrastrase detrás de la barricada cuando acaba con el pequeño espectáculo.
El sol empieza a ocultarse tras el horizonte y las nubes. Sus escasos destellos se apagan y la oscuridad empieza a inundarlo todo. James supone que ha estado un buen rato observando al desconocido, y considera darse la vuelta y marcharse sin molestarse en mirar atrás. Si nadie ha salido a ayudarle significa que ya nadie lo hará. Por un momento cree que ese hombre está tan sólo como él, pero la forma en la que sus labios forman palabras, aunque no pueda escucharlas, le detiene. James piensa que, quizás, está protegiendo algo, por qué si no quedarse en una situación tan precaria, atrayendo a todos los muertos del parque.
Los segundos vienen y van, escabulléndose a lo largo de una delgada línea de vacilación, hasta que James ve aproximándose a cinco muertos. En algún punto, el desconocido ha dejado de gritar y James se ha acercado lo suficiente para ser capaz de discernirle sin llamar la atención. Con la mirada recorre rápidamente los contornos de unos pómulos afilados y una mandíbula definida. Un milímetro detrás de otro. Unos círculos oscuros ensombrecen sus ojos y su tez está a medio camino entre el blanco y el amarillo. Incluso en la oscuridad, el brillo del miedo que destila su sonrisa torcida es distinguible. Hace que parezca más joven de lo que es, de una forma que casi da lástima.
James no cree que ese hombre pueda seguir luchando, y el desconocido también debe saberlo pero aún así no intenta huir. Esa negación a resignarse a lo mejor le sorprende, y James no pasa por alto el pinchazo de empatía que le sacude el pecho. Considera no involucrarse, pero aún así lo hace.
El sonido de la lluvia oculta sus movimientos y es capaz de acercarse por detrás al muerto más rezagado sin que le detecten. Le clava la hoja de su cuchillo en la nuca en un solo movimiento y recuesta el cadáver en el suelo con el cuidado de alguien que no quiere llamar la atención. Se encarga de la misma forma de otros dos antes de que los restantes le vean.
Se le abalanzan a la vez y James es capaz de apartar a uno con una patada antes de que el otro se le tire encima, casi haciéndole caer. Sin embargo, James gira sobre si mismo y aprovecha el peso y el impulso para empujarle y aplastar su cabeza entre su bota y el asfalto. Cuando alza la mirada, la mandíbula podrida del muerto restante está a centímetros de su cara, y James le hunde el cuchillo hasta la empuñadura por la boca, en un movimiento más instintivo que premeditado.
Pasan varios segundos hasta que James es capaz de calmar los atronadores latidos de su corazón y el aire deja de silbar al entrar y salir de sus pulmones. Entonces salta la barricada, lejos del alcance de la espada de ese hombre pero lo suficientemente cerca para que le pueda ver. Sus miradas chocan y hay una rígida línea que va de un par de ojos al otro. James no tiene el tiempo ni la paciencia para considerar aclaraciones, así que pasa de largo al desconocido cuando considera que no es una amenaza y se acerca a la puerta en dos zancadas. Aparta los escombros que impiden abrirla con un jadeo extenuado que se condensa en el aire, hasta que hay suficiente espacio para que pase una persona adulta. James considera conveniente que se abra hacia afuera. Además, es una puerta de servicio metálica y pesada, y probablemente no cedería frente a una horda.
James sujeta la puerta con la pierna y tira del desconocido por los hombros de su chaqueta hasta que la fuerza le falla y los dos acaban rodando por el suelo al interior del edificio. La puerta se cierra con un chirrido metálico y la oscuridad se lo traga todo.
James mantiene el perfil bajo y no se encuentra con nada vivo, vivo de verdad, hasta horas después de llegar al parque. Está empapado por la lluvia y la luz poco favorecedora lo envuelve a él y todo lo demás con un pesado velo de letargo. James se escabulle por callejones maltrechos, bajo la sombra de edificios y atracciones y por suburbios llenos de hierbajos, con el frío lijándole los huesos y atravesando su pelo.
Al principio sólo un susurro distraído fractura la calma, pero a medida que se acerca, aquel ruidito se convierte en gritos vagos, reticentes, y gruñidos que salen a borbotones de gargantas podridas. Puede ver a lo lejos las torres deslucidas del castillo cuyo nombre nunca se molestó en memorizar, y un hombre luchando contra más muertos de los que puede manejar. Está atrincherado detrás de una deficiente barricada, en lo que queda de un complejo hotelero. James se oculta entre los arboles y deja que los doscientos seis huesos de su cuerpo se recoloquen mientras respira hondo.
Los movimientos del conocido son casi naturales, indiferentes a pesar de las armas que usa y James puede ver que su entrenamiento va más allá del apocalipsis. Pero si presta atención, a pesar de la distancia entre ellos, es capaz de darse cuenta que sus movimientos llevan cierto retraso, no demasiado significativo, pero retraso al fin y al cabo. Sacudidas dubitativas de las articulaciones, miedo y deseo mezclados en esa vacilación delatora. Es como si sus músculos estuvieran esforzándose por llegar a algo pero sus tendones los retuvieran. Probablemente el desconocido también se ha dado cuenta, que acaba por arrastrase detrás de la barricada cuando acaba con el pequeño espectáculo.
El sol empieza a ocultarse tras el horizonte y las nubes. Sus escasos destellos se apagan y la oscuridad empieza a inundarlo todo. James supone que ha estado un buen rato observando al desconocido, y considera darse la vuelta y marcharse sin molestarse en mirar atrás. Si nadie ha salido a ayudarle significa que ya nadie lo hará. Por un momento cree que ese hombre está tan sólo como él, pero la forma en la que sus labios forman palabras, aunque no pueda escucharlas, le detiene. James piensa que, quizás, está protegiendo algo, por qué si no quedarse en una situación tan precaria, atrayendo a todos los muertos del parque.
Los segundos vienen y van, escabulléndose a lo largo de una delgada línea de vacilación, hasta que James ve aproximándose a cinco muertos. En algún punto, el desconocido ha dejado de gritar y James se ha acercado lo suficiente para ser capaz de discernirle sin llamar la atención. Con la mirada recorre rápidamente los contornos de unos pómulos afilados y una mandíbula definida. Un milímetro detrás de otro. Unos círculos oscuros ensombrecen sus ojos y su tez está a medio camino entre el blanco y el amarillo. Incluso en la oscuridad, el brillo del miedo que destila su sonrisa torcida es distinguible. Hace que parezca más joven de lo que es, de una forma que casi da lástima.
James no cree que ese hombre pueda seguir luchando, y el desconocido también debe saberlo pero aún así no intenta huir. Esa negación a resignarse a lo mejor le sorprende, y James no pasa por alto el pinchazo de empatía que le sacude el pecho. Considera no involucrarse, pero aún así lo hace.
El sonido de la lluvia oculta sus movimientos y es capaz de acercarse por detrás al muerto más rezagado sin que le detecten. Le clava la hoja de su cuchillo en la nuca en un solo movimiento y recuesta el cadáver en el suelo con el cuidado de alguien que no quiere llamar la atención. Se encarga de la misma forma de otros dos antes de que los restantes le vean.
Se le abalanzan a la vez y James es capaz de apartar a uno con una patada antes de que el otro se le tire encima, casi haciéndole caer. Sin embargo, James gira sobre si mismo y aprovecha el peso y el impulso para empujarle y aplastar su cabeza entre su bota y el asfalto. Cuando alza la mirada, la mandíbula podrida del muerto restante está a centímetros de su cara, y James le hunde el cuchillo hasta la empuñadura por la boca, en un movimiento más instintivo que premeditado.
Pasan varios segundos hasta que James es capaz de calmar los atronadores latidos de su corazón y el aire deja de silbar al entrar y salir de sus pulmones. Entonces salta la barricada, lejos del alcance de la espada de ese hombre pero lo suficientemente cerca para que le pueda ver. Sus miradas chocan y hay una rígida línea que va de un par de ojos al otro. James no tiene el tiempo ni la paciencia para considerar aclaraciones, así que pasa de largo al desconocido cuando considera que no es una amenaza y se acerca a la puerta en dos zancadas. Aparta los escombros que impiden abrirla con un jadeo extenuado que se condensa en el aire, hasta que hay suficiente espacio para que pase una persona adulta. James considera conveniente que se abra hacia afuera. Además, es una puerta de servicio metálica y pesada, y probablemente no cedería frente a una horda.
James sujeta la puerta con la pierna y tira del desconocido por los hombros de su chaqueta hasta que la fuerza le falla y los dos acaban rodando por el suelo al interior del edificio. La puerta se cierra con un chirrido metálico y la oscuridad se lo traga todo.
Cada vez que se veía enfrentada a situaciones como aquella, cercanas a la muerte, el tiempo parecía desprenderse de la línea temporal común y volverse exageradamente lento en los momentos en que más velocidad se requería. Lo contrario también era cierto.
Por un impulso adquirido con los momentos continuos de supervivencia, Ranza se lanzó -a pesar del maldito dolor de cabeza que taladraba su cabeza- a buscar la cantimplora que se había negado a encontrar antes. Movió un par de cajas y cojines viejos antes de detenerse en seco y quedarse mirando las maderas de la ventana sobre la cama... Era imbécil.
¿Por qué mierdas iba a buscarle algo a una persona al otro lado de una puerta? Aún tenía la idea de que iban a usarla como sacrificio en algún tipo de culto que sobrevivía de alimentar a alguna criatura monstruosa... Su imaginación era más grande que eso, evidentemente. Tomó aire un par de veces, debía ser más racional, estaba siendo estúpida, de nuevo.
El hombre al otro lado de la puerta seguía hablándole, su falta de energías era evidente en cada bocanada de aire que luchaba por tomar. Le costaba incluso formar las palabras. Su corazón de melón se encogió, ¿acaso sería cierto que un completo extraño arriesgaría su propia vida por protegerla a ella? Algo en su interior dolió un poco. Quizás solo algún hueso mal sanado. Con una nueva convicción entre ceja y ceja volvió a la búsqueda de la cantimplora.
- ¡Encontrada! - exclamó, más para si misma que para alguien más por aquello de no volver a gritar y atraer nuevos enemigos. Ahora quedaba el inconveniente de cómo demonios iba a entregarle la cantimplora si no podía abrir la puta puerta.
Pensando que no iba a quedar de otra, se colgó la cantimplora al cuello y levantó a Romeo con ambas manos, tendría que abrirle un boquete a la puerta. El ruido de una pelea renovada detuvo su movimiento en el aire. Podía romper la puerta y tratar de ayudar al hombre o retroceder y esperar por lo mejor. Si el hombre moría ya sería ella la siguiente, no tenía la menor duda. Había escuchado la descripción del hombre de gabardina negra que merodeaba y aquello le trajo memorias de historias donde alguien con una descripción similar era mencionado. Un escalofrío recorrió su cuerpo entero, pero podría ser solo la fiebre.
Por unos instantes, entre sus dudas y el aumento de la lluvia, se hizo un silencio aterrador. Ranza atinó solo a apagar el fuego para reducir el calor, no solo de la habitación pero de su cuerpo, con suerte eso la haría invisible a los hambrientos por tiempo suficiente. Su fiebre no se lo perdonaría, pero algo debía intentar. Se embutió, cantimplora y machete en mano, al interior de lo que quedaba en pie del armario de forma divertida, y se encogió sobre si misma entre los restos de ropas y madera. El fuerte sonido de los escombros siendo retirados al exterior le heló la sangre y causó que su corazón se saltara un par de latidos, al menos moriría en ese lugar donde siempre había querido estar.
¡No, no podía dejarse solo morir así!
Cuando la puerta se abrió y algo -o alguien- entró por esta ella saltó del armario blandiendo a Romeo a diestra y siniestra, pero no golpeó más que el aire. Levantó una ceja y brincó sobre donde sabía que estaba la cama, ya había enfrentado criaturas rastreras - ¿quién está ahí? - no fuera a ser que el tipo si hubiera logrado entrar y por poco le hubiese cortado la cabeza. Tragó saliva y suspiró, es difícil pensar con claridad en medio del frio que llena la recamara con rapidez, la fiebre y el miedo.
Tose un poco, sintiendo que en realidad necesita toser hasta sacarse los pulmones. Agua tibia se resbala por su nariz hacia su boca, pero se niega a limpiarse con la sabana para no quitarle la mirada de encima a lo que sea que haya pasado por la puerta hacía el suelo.
Por un impulso adquirido con los momentos continuos de supervivencia, Ranza se lanzó -a pesar del maldito dolor de cabeza que taladraba su cabeza- a buscar la cantimplora que se había negado a encontrar antes. Movió un par de cajas y cojines viejos antes de detenerse en seco y quedarse mirando las maderas de la ventana sobre la cama... Era imbécil.
¿Por qué mierdas iba a buscarle algo a una persona al otro lado de una puerta? Aún tenía la idea de que iban a usarla como sacrificio en algún tipo de culto que sobrevivía de alimentar a alguna criatura monstruosa... Su imaginación era más grande que eso, evidentemente. Tomó aire un par de veces, debía ser más racional, estaba siendo estúpida, de nuevo.
El hombre al otro lado de la puerta seguía hablándole, su falta de energías era evidente en cada bocanada de aire que luchaba por tomar. Le costaba incluso formar las palabras. Su corazón de melón se encogió, ¿acaso sería cierto que un completo extraño arriesgaría su propia vida por protegerla a ella? Algo en su interior dolió un poco. Quizás solo algún hueso mal sanado. Con una nueva convicción entre ceja y ceja volvió a la búsqueda de la cantimplora.
- ¡Encontrada! - exclamó, más para si misma que para alguien más por aquello de no volver a gritar y atraer nuevos enemigos. Ahora quedaba el inconveniente de cómo demonios iba a entregarle la cantimplora si no podía abrir la puta puerta.
Pensando que no iba a quedar de otra, se colgó la cantimplora al cuello y levantó a Romeo con ambas manos, tendría que abrirle un boquete a la puerta. El ruido de una pelea renovada detuvo su movimiento en el aire. Podía romper la puerta y tratar de ayudar al hombre o retroceder y esperar por lo mejor. Si el hombre moría ya sería ella la siguiente, no tenía la menor duda. Había escuchado la descripción del hombre de gabardina negra que merodeaba y aquello le trajo memorias de historias donde alguien con una descripción similar era mencionado. Un escalofrío recorrió su cuerpo entero, pero podría ser solo la fiebre.
Por unos instantes, entre sus dudas y el aumento de la lluvia, se hizo un silencio aterrador. Ranza atinó solo a apagar el fuego para reducir el calor, no solo de la habitación pero de su cuerpo, con suerte eso la haría invisible a los hambrientos por tiempo suficiente. Su fiebre no se lo perdonaría, pero algo debía intentar. Se embutió, cantimplora y machete en mano, al interior de lo que quedaba en pie del armario de forma divertida, y se encogió sobre si misma entre los restos de ropas y madera. El fuerte sonido de los escombros siendo retirados al exterior le heló la sangre y causó que su corazón se saltara un par de latidos, al menos moriría en ese lugar donde siempre había querido estar.
¡No, no podía dejarse solo morir así!
Cuando la puerta se abrió y algo -o alguien- entró por esta ella saltó del armario blandiendo a Romeo a diestra y siniestra, pero no golpeó más que el aire. Levantó una ceja y brincó sobre donde sabía que estaba la cama, ya había enfrentado criaturas rastreras - ¿quién está ahí? - no fuera a ser que el tipo si hubiera logrado entrar y por poco le hubiese cortado la cabeza. Tragó saliva y suspiró, es difícil pensar con claridad en medio del frio que llena la recamara con rapidez, la fiebre y el miedo.
Tose un poco, sintiendo que en realidad necesita toser hasta sacarse los pulmones. Agua tibia se resbala por su nariz hacia su boca, pero se niega a limpiarse con la sabana para no quitarle la mirada de encima a lo que sea que haya pasado por la puerta hacía el suelo.
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Ha perdido finalmente la consciencia. Es un peso muerto complicado de levar pero se va a dejar arrastrar igualmente, tampoco puede negarse.
Se pierde en sus sueños, debido al insomnio crónico, ya llevaba mucho sin desfallecer por completo, se le nota una sonrisa de felicidad de aquel que cree de la forma más honorable posible, pero lejos de toda preocupación si comprueban sus signos vitales...Sigue vivo, solo está dormido.
[Flashback]
EE.UU. , Año 1.996.
Base de las operaciones especiales, lugar desconocido.
04:30 AM, llueve con fuerza, alerta por congelación.
-Vamos! No os da vergúenza! Os veo temblar como zorras! Pero sois el orgullo de la maldita nación!...-El capitán en aquel entonces Jhon Irvine Skrooger, un cabronazo de primera, al parecer mientras fuera tienen sus propios problemas, Adam está reviviendo momentos de su pasado mientras duerme.
Está en el campamento de entrenamiento para las fuerzas especiales, en mitad del bosque, a menos de 0 grados, en uniforme de verano, tratando de cavar un hoyo lo bastante profundo como para guarecerse, como parte de una maniobra de supervivencia.
-Creeís que en la tierra de esos putos comunistas no hace tanto frío?...-Seguía como siempre desde una torre controlandolo todo, en el centro del espectáculo, 21 marines entrenados y preparados, listos para servir por otra parte, estaba él, aquí obligado por el gobierno para evitar así la cárcel, cavando, congelado de frío, a pesar de su excelente condición física ninguno es inmune al frío, tan solo llevan una semana y ya han abandonado más de la mitad, la mayoría les decía que probablemente solo cuatro o cinco lo lograrían.
-No se supone que e entrenamiento en plan la chaqueta metálica se prohibió hace tiempo?-Comenta un joven adam, rapado y lleno de energía a pesar de estar temblando como una gelatina.
-Noh lo e, 'ero e una mieda iguah...-Ese día conocío a Jimmy, que no se le entendía una puta mierda cuando hablaba...
Se pierde en sus sueños, debido al insomnio crónico, ya llevaba mucho sin desfallecer por completo, se le nota una sonrisa de felicidad de aquel que cree de la forma más honorable posible, pero lejos de toda preocupación si comprueban sus signos vitales...Sigue vivo, solo está dormido.
[Flashback]
EE.UU. , Año 1.996.
Base de las operaciones especiales, lugar desconocido.
04:30 AM, llueve con fuerza, alerta por congelación.
-Vamos! No os da vergúenza! Os veo temblar como zorras! Pero sois el orgullo de la maldita nación!...-El capitán en aquel entonces Jhon Irvine Skrooger, un cabronazo de primera, al parecer mientras fuera tienen sus propios problemas, Adam está reviviendo momentos de su pasado mientras duerme.
Está en el campamento de entrenamiento para las fuerzas especiales, en mitad del bosque, a menos de 0 grados, en uniforme de verano, tratando de cavar un hoyo lo bastante profundo como para guarecerse, como parte de una maniobra de supervivencia.
-Creeís que en la tierra de esos putos comunistas no hace tanto frío?...-Seguía como siempre desde una torre controlandolo todo, en el centro del espectáculo, 21 marines entrenados y preparados, listos para servir por otra parte, estaba él, aquí obligado por el gobierno para evitar así la cárcel, cavando, congelado de frío, a pesar de su excelente condición física ninguno es inmune al frío, tan solo llevan una semana y ya han abandonado más de la mitad, la mayoría les decía que probablemente solo cuatro o cinco lo lograrían.
-No se supone que e entrenamiento en plan la chaqueta metálica se prohibió hace tiempo?-Comenta un joven adam, rapado y lleno de energía a pesar de estar temblando como una gelatina.
-Noh lo e, 'ero e una mieda iguah...-Ese día conocío a Jimmy, que no se le entendía una puta mierda cuando hablaba...
James escucha a otra persona antes que a su pregunta. El sonido de pies moviéndose en la oscuridad y algo cortando el aire con un silbido es inconfundible, y a lo mejor James deja de respirar por un segundo, todo músculos en tensión. La voz del desconocido es tres octavas demasiado aguda y las sílabas suenan bruscas a pesar de esa ansiedad delatora. James no sabe qué responder, así que se quita la mochila, empapada por la lluvia, y busca entre sus pertenencias ligeramente húmedas la linterna que sabe que debería estar ahí. Cuando la encuentra, la manta de luz artificial cubre a James y a la figura inmóvil del desconocido.
La habitación es relativamente amplia y esta vez James sí puede ver a la mujer que le devuelve la mirada. Es joven, tanto que algo dentro de James se encoge y hace que se olvide qué iba a decir. Estudia las sombras esparcidas sobre su rostro, con la mochila en una mano y la linterna en la otra. Al final, el foco de luz cae directamente sobre el desconocido y James se da cuenta que no se mueve.
—Estaba fuera, protegiendo la puerta. — dice al fin. No tarda en encontrarle el pulso, pero eso no tranquiliza a James. —Se ha desmayado.
No sabe por qué le importa, pero aún así lo hace. Por eso, James se echa la mochila al hombro y levanta al desconocido en brazos. El peso adicional hace que sus articulaciones protesten, así que corta la distancia entre él y la cama en rápidas zancadas. El cuerpo de ese hombre le arrastra cuando le deja en el colchón y James se incorpora con un quejido grave.
Solo entonces vuelve a dirigirse a la chica.
—Ayúdame a quitarle la ropa. — dice sin el más mínimo sentido de la intimidad. —A lo mejor le han mordido. Ahí fuera se le veía bastante mal. — aclara ante el escrutinio de la desconocida. Incluso si James no encuentra ninguna mordedura, considera que no debería dejarle puesta toda esa ropa mojada. Ya debe tener suficiente con lo suyo, como para sumar una neumonía a la ecuación.
La habitación es relativamente amplia y esta vez James sí puede ver a la mujer que le devuelve la mirada. Es joven, tanto que algo dentro de James se encoge y hace que se olvide qué iba a decir. Estudia las sombras esparcidas sobre su rostro, con la mochila en una mano y la linterna en la otra. Al final, el foco de luz cae directamente sobre el desconocido y James se da cuenta que no se mueve.
—Estaba fuera, protegiendo la puerta. — dice al fin. No tarda en encontrarle el pulso, pero eso no tranquiliza a James. —Se ha desmayado.
No sabe por qué le importa, pero aún así lo hace. Por eso, James se echa la mochila al hombro y levanta al desconocido en brazos. El peso adicional hace que sus articulaciones protesten, así que corta la distancia entre él y la cama en rápidas zancadas. El cuerpo de ese hombre le arrastra cuando le deja en el colchón y James se incorpora con un quejido grave.
Solo entonces vuelve a dirigirse a la chica.
—Ayúdame a quitarle la ropa. — dice sin el más mínimo sentido de la intimidad. —A lo mejor le han mordido. Ahí fuera se le veía bastante mal. — aclara ante el escrutinio de la desconocida. Incluso si James no encuentra ninguna mordedura, considera que no debería dejarle puesta toda esa ropa mojada. Ya debe tener suficiente con lo suyo, como para sumar una neumonía a la ecuación.
Y el tipo con rasgos asiáticos dijo "hágase la luz" y la luz se hizo. El golpe de la linterna en sus ojos la obligó a desviar la mirada por unos segundos antes de volver sus mirada asustada sobre los dos completos extraños. La afirmación de que el hombre inconsciente había estado afuera protegiendo la puerta le causó un giro en el corazón, pero por el momento solo se mantenía en silencio. Observando. Escuchando.
Dándose cuenta de que, de cierta manera, estaba segura, la adolescente descendió de la cama y se acercó unos pasos hacía las dos personas que estaban bañadas de la sangre de las criaturas que merodeaban al exterior. Tras unos segundos en los que parecía haber olvidado respirar pasó hacía la puerta y arrastró la única silla aún completa para apoyarla contra la perilla de la puerta para generar un bloqueo temporal. Si ellos habían podido entrar, nada estaba impidiendo a los merodeadores hacerlo también.
Cualquiera pensaría que la pelirroja se negaría o dudaría de alguna forma ante la petición del asiático, pero no fue así. Si bien sus mejillas se sonrojaron un poco ante la idea de desnudar al hombre inconsciente que debería tener casi la misma edad del señor Ramírez, no se detuvo ni por un segundo a pensarlo una segunda vez.
Se acomodó la sabana una vez más para impedir que se le cayera o dejar al descubierto la horrible cicatriz en su pierna izquierda que, ahora que caía en cuenta, ya seguramente había notado el desmayado -algo que la hizo sonrojarse aun más que la sola idea de que la había desnudado y tocado mientras ella misma estaba inconsciente-. Tomó aire tres veces y acortó distancia entre ella y la cama para comenzar a quitar las piezas de ropa con rapidez y revisar las partes que quedaban expuestas en busca de heridas preocupantes. Las más leves las pasó sin mayor preocupación.
Una vez habían desnudado al hombre, y haciendo el mayor esfuerzo posible por no quedarse detallando cada una de sus cicatrices o sus bien formadas partes con las que Dios y el ejercicio le habían dotado, lo cubrió con otra de las sucias sabanas mientras buscaba las diferentes partes de un botiquín que descansaban sobre la mesa más alejada.
Seguía sin mediar palabra, solo actuaba, solo observaba, solo escuchaba. Sus respuestas eran movimientos de cabeza o sonidos que emanaban de su garganta, nada más. Se quitó la cantimplora del cuello y la estiró al extraño, seguramente debía tener sed. Ella tenía sed, pero no importaba. Se irguió tan baja como era y se fue a reunir lo que necesitaba para realizar los primeros auxilios. Su madre siempre había dicho que perdía su tiempo con esas "maricadas", pero el apocalipsis se había encargado de decir lo contrario.
- Descanse - dijo al fin mientras volvía al borde de la cama y se ponía de rodillas para limpiar una de las heridas en el brazo. No habían mordiscos ni heridas graves, aun así el "bello durmiente" parecía bastante débil, como si no hubiese comido ni dormido por días. Suspiró, necesitarían algo más fuerte que solo agua para ayudarle.
Dándose cuenta de que, de cierta manera, estaba segura, la adolescente descendió de la cama y se acercó unos pasos hacía las dos personas que estaban bañadas de la sangre de las criaturas que merodeaban al exterior. Tras unos segundos en los que parecía haber olvidado respirar pasó hacía la puerta y arrastró la única silla aún completa para apoyarla contra la perilla de la puerta para generar un bloqueo temporal. Si ellos habían podido entrar, nada estaba impidiendo a los merodeadores hacerlo también.
Cualquiera pensaría que la pelirroja se negaría o dudaría de alguna forma ante la petición del asiático, pero no fue así. Si bien sus mejillas se sonrojaron un poco ante la idea de desnudar al hombre inconsciente que debería tener casi la misma edad del señor Ramírez, no se detuvo ni por un segundo a pensarlo una segunda vez.
Se acomodó la sabana una vez más para impedir que se le cayera o dejar al descubierto la horrible cicatriz en su pierna izquierda que, ahora que caía en cuenta, ya seguramente había notado el desmayado -algo que la hizo sonrojarse aun más que la sola idea de que la había desnudado y tocado mientras ella misma estaba inconsciente-. Tomó aire tres veces y acortó distancia entre ella y la cama para comenzar a quitar las piezas de ropa con rapidez y revisar las partes que quedaban expuestas en busca de heridas preocupantes. Las más leves las pasó sin mayor preocupación.
Una vez habían desnudado al hombre, y haciendo el mayor esfuerzo posible por no quedarse detallando cada una de sus cicatrices o sus bien formadas partes con las que Dios y el ejercicio le habían dotado, lo cubrió con otra de las sucias sabanas mientras buscaba las diferentes partes de un botiquín que descansaban sobre la mesa más alejada.
Seguía sin mediar palabra, solo actuaba, solo observaba, solo escuchaba. Sus respuestas eran movimientos de cabeza o sonidos que emanaban de su garganta, nada más. Se quitó la cantimplora del cuello y la estiró al extraño, seguramente debía tener sed. Ella tenía sed, pero no importaba. Se irguió tan baja como era y se fue a reunir lo que necesitaba para realizar los primeros auxilios. Su madre siempre había dicho que perdía su tiempo con esas "maricadas", pero el apocalipsis se había encargado de decir lo contrario.
- Descanse - dijo al fin mientras volvía al borde de la cama y se ponía de rodillas para limpiar una de las heridas en el brazo. No habían mordiscos ni heridas graves, aun así el "bello durmiente" parecía bastante débil, como si no hubiese comido ni dormido por días. Suspiró, necesitarían algo más fuerte que solo agua para ayudarle.
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En otros tiempos ese hombre sería ahora mismo un botín de un valor incalculable, pero como lo tenía planeado lo único que lleva encima de valor, es un par de cigarillos arrugados en el chaleco. Su torso, pecho y espalda están completamente tatuados, así como sus brazos y manos, hasta los dedos, por las piernas no abundan tanto pero alguno hay, hay una infinidad de cicatrices por su cuerpo que estropean los tatuajes aunque se nota que algunos han sido repasados no hace tanto. Las cicatrices van desde simples cortes a impactos de bala que han curado favorablemente. Se nota que en su día fue un portento físico pero la mala alimentación del apocalipsis es una pega para estar en las mejores condiciones. Huele a tres días peleando, no a semanas sin ducharse, pero su ropa indica que lo ha pasado mal, se aferra a la sábana ligeramente.
Tiene un dedo dislocado de luchar con tanta violencia, traumatismos por todo el cuerpo, no ha sido mordido ni arañado aparamentemente, por la forma en la que respira probablemente se ha roto alguna costilla. Los demás cortes y rasguños que tiene son fruto de caídas y golpes. Su cuerpo está caliente a pesar de la temperatura, aun no han descendido los niveles de adrenalina.
[Mientras tanto en su cabeza /Flashback]
-Quiero que sepais que no hago esto por placer...-Hizo una breve pausa como siempre solía hacer-...Bueno quizá un poco sí, el placer de saber que estoy forjando a los más brutales titanes desde lo más bajo!...-Una y otra vez eran echados a una piscina con el agua cerca del punto de congelación para aguntar la respiración durante varios minutos, teniendo 5 como meta mínima a alcanzar.
De aquellos 21 Marines, al siguiente día quedaban 18, un par de muchachos al ver lo que les esperaba ese día decidieron renunciar, pero como media docena de ellos, se levantaba cada día dispuestos a darlo todo y más, sin un objetivo más que el de fastidiar a sus superiores, unos pocos locos dispuestos a cambiar las cosas.
-Esto nos lo hemos buscado nosotros Jefe...-Temblando Samuel Crow, como siempre metiendo la puntilla. Lo conocía desde antes de entrar por petición del gobierno al programa Jericho, estuvo a su lado peleando contra otras bandas del centro de estados unidos. Camuflados como un grupo de country, por la parte de virginia occidental, eran reyes.
-Que cojones dices...Sam...-Adam contestaba siempre como podía, no era fácil, pero les ayudaba a mantenerse firmes, cosa que aun cabreaba más a sus instructores.
-Tenéis tiempo de hablar!...-Antes de poder escuchar nada, al agua de nuevo, muchos de aquellos hombres eran ex-convictos, jamás tuvieron piedad con ellos.
Tiene un dedo dislocado de luchar con tanta violencia, traumatismos por todo el cuerpo, no ha sido mordido ni arañado aparamentemente, por la forma en la que respira probablemente se ha roto alguna costilla. Los demás cortes y rasguños que tiene son fruto de caídas y golpes. Su cuerpo está caliente a pesar de la temperatura, aun no han descendido los niveles de adrenalina.
[Mientras tanto en su cabeza /Flashback]
-Quiero que sepais que no hago esto por placer...-Hizo una breve pausa como siempre solía hacer-...Bueno quizá un poco sí, el placer de saber que estoy forjando a los más brutales titanes desde lo más bajo!...-Una y otra vez eran echados a una piscina con el agua cerca del punto de congelación para aguntar la respiración durante varios minutos, teniendo 5 como meta mínima a alcanzar.
De aquellos 21 Marines, al siguiente día quedaban 18, un par de muchachos al ver lo que les esperaba ese día decidieron renunciar, pero como media docena de ellos, se levantaba cada día dispuestos a darlo todo y más, sin un objetivo más que el de fastidiar a sus superiores, unos pocos locos dispuestos a cambiar las cosas.
-Esto nos lo hemos buscado nosotros Jefe...-Temblando Samuel Crow, como siempre metiendo la puntilla. Lo conocía desde antes de entrar por petición del gobierno al programa Jericho, estuvo a su lado peleando contra otras bandas del centro de estados unidos. Camuflados como un grupo de country, por la parte de virginia occidental, eran reyes.
-Que cojones dices...Sam...-Adam contestaba siempre como podía, no era fácil, pero les ayudaba a mantenerse firmes, cosa que aun cabreaba más a sus instructores.
-Tenéis tiempo de hablar!...-Antes de poder escuchar nada, al agua de nuevo, muchos de aquellos hombres eran ex-convictos, jamás tuvieron piedad con ellos.
En otros tiempos, James hubiera considerado los tatuajes de ese hombre una obra de arte. Líneas de tinta esparcidas por cada centímetro de piel, ángulos afilados, pasados y futuros de gracia fluida. Ahora, James solo puede fijarse en las antiguas cicatrices y las nuevas contusiones. Un panorama de desolación, la viva imagen de cómo es el mundo hoy. Aún así, cuando no encuentra ninguna mordedura o arañazo, James suelta una bocanada de aire que no sabía que estaba conteniendo.
El desconocido frunce el ceño en la periferia del sueño y la realidad cuando James le palpa las costillas buscando fracturas. Su respiración entra y sale, silbante, de sus pulmones, y James hace una mueca considerando las posibilidades. Si es un hueso roto, no parece haber dañado los órganos, pero incluso en el mejor de los casos James no tiene los recursos para tratarle.
—Es posible que tenga la quinta o sexta costilla rota. — dice sin despegar la vista del desconocido. Cuando sus manos se aferran a la sabana uno de los dedos de su mano derecha no reacciona y James comprueba que está dislocado. Lo coloca en un movimiento seco y esta vez se alegra que esté inconsciente, mientras la chica busca con qué entablillarlo bajo las indicaciones de James. Le ofrece agua de su cantimplora, y no puede evitar encogerse bajo su empapada chaqueta. —Guárdala para vosotros. Tenéis aspecto de necesitarla más.
Su escrutinio termina con la desconocida encargándose de los rasguños y cortes menores del hombre, con el cuidado de alguien a quien le importas, y James se siente como un intruso. Duele verlos así, y hace que su pecho palpite con algo más pesado que la envidia. Es ese tipo de sensación que le vuelve avaricioso y le hace estar enfadado y triste por todo lo que no puede tener.
James se pasa una mano por el pelo y solo entonces se da cuenta que sigue empapado. Está temblando bajo capas de ropa mojada y gotas de lluvia todavía resbalan de las puntas de su pelo. Se aleja varios pasos y recuesta su mochila en la pared antes de quitarse la chaqueta y la camisa, que ya poco pueden hacer para resguardarle del frío. James se sienta en el suelo y casi no puede contener un quejido cuando su piel desnuda toca la pared, pero se olvida cuando encuentra en su mochila lo que estaba buscando.
Son unos caramelos duros para la garganta. De limón. Quedan pocos y James prefiere no mirar la fecha de caducidad, pero han hecho su trabajo las veces que los ha necesitado. Los brazos se le entumecen y el frío se arrastra bajo su piel, pero consigue hablar sin que le castañeteen los dientes.
—Oye. — llama la atención de la chica. James no ha pasado por alto sus ocasionales ataques de tos, así que le lanza el paquete cuando sus miradas se cruzan. —Para la garganta. Te sentará bien.
El desconocido frunce el ceño en la periferia del sueño y la realidad cuando James le palpa las costillas buscando fracturas. Su respiración entra y sale, silbante, de sus pulmones, y James hace una mueca considerando las posibilidades. Si es un hueso roto, no parece haber dañado los órganos, pero incluso en el mejor de los casos James no tiene los recursos para tratarle.
—Es posible que tenga la quinta o sexta costilla rota. — dice sin despegar la vista del desconocido. Cuando sus manos se aferran a la sabana uno de los dedos de su mano derecha no reacciona y James comprueba que está dislocado. Lo coloca en un movimiento seco y esta vez se alegra que esté inconsciente, mientras la chica busca con qué entablillarlo bajo las indicaciones de James. Le ofrece agua de su cantimplora, y no puede evitar encogerse bajo su empapada chaqueta. —Guárdala para vosotros. Tenéis aspecto de necesitarla más.
Su escrutinio termina con la desconocida encargándose de los rasguños y cortes menores del hombre, con el cuidado de alguien a quien le importas, y James se siente como un intruso. Duele verlos así, y hace que su pecho palpite con algo más pesado que la envidia. Es ese tipo de sensación que le vuelve avaricioso y le hace estar enfadado y triste por todo lo que no puede tener.
James se pasa una mano por el pelo y solo entonces se da cuenta que sigue empapado. Está temblando bajo capas de ropa mojada y gotas de lluvia todavía resbalan de las puntas de su pelo. Se aleja varios pasos y recuesta su mochila en la pared antes de quitarse la chaqueta y la camisa, que ya poco pueden hacer para resguardarle del frío. James se sienta en el suelo y casi no puede contener un quejido cuando su piel desnuda toca la pared, pero se olvida cuando encuentra en su mochila lo que estaba buscando.
Son unos caramelos duros para la garganta. De limón. Quedan pocos y James prefiere no mirar la fecha de caducidad, pero han hecho su trabajo las veces que los ha necesitado. Los brazos se le entumecen y el frío se arrastra bajo su piel, pero consigue hablar sin que le castañeteen los dientes.
—Oye. — llama la atención de la chica. James no ha pasado por alto sus ocasionales ataques de tos, así que le lanza el paquete cuando sus miradas se cruzan. —Para la garganta. Te sentará bien.
La pelirroja se encogió de hombros cuando el extraño aun consciente se negó a beber algo de agua fresca, agua que al inconsciente debía haberle costado bastante conseguir. Dejó la cantimplora sobre la mesa de noche al lado de la cama y se puso con lo de sanar lo mejor posible el cuerpo que descansaba sobre las sabanas donde ella había estado antes ardiendo en altísimas fiebres. Su conocimiento no pasaba de "primeros auxilios en tierras salvajes", como decía el señor Ramírez cuando la llevaba a ella y a su familia a campamentos de supervivencia en alguna reserva muy alejada de la civilización. Servía para sobrevivir mientras llegaba la ayuda profesional, pero a ellos no les iba a llegar de esa en ningún momento cercano.
Suspiró. ¿Cómo iban a ayudarlo con las costillas rotas? Era una maravilla que con tanto moverlo no tuviera una costilla atravesándole uno de los pulmo...
Sus pensamientos comenzaron a escaparse entre las lineas de los tatuajes y las cicatrices. Quería intentarlo, quería mantenerse "profesional" y que los ojos no se le perdieran sobre cada curva de aquel cuerpo desconocido, pero era más poderoso que ella y se encontró más de una vez pasando la gaza mojada más de dos veces sobre la misma zona. Sus bíceps, sus tríceps, sus... Suspiró.
Decidió que era más saludable alejarse de su "protector" y ocupar la mente en algo más. Puso la única sabana que aun quedaba por ahí sobre el cuerpo desnudo y comenzó a caminar por la amplia habitación como si buscara algo para ponerse entre las diferentes piezas de ropa que había por ahí. No pretendía quedarse con la sabana para siempre y el frio se le estaba calando de nuevo en los huesos.
- Deberíamos encender la chimenea - comentó al aire mientras pensaba si habría cerillos o un encendedor para lograr ese cometido. En ese momento su mirada se cruzó con la del hombre de rasgos asiáticos sin camisa en una esquina. ¡¿Qué quería el universo de ella?! Se obligó a respirar, no quería que se le notara el revoltijo de hormonas que comenzaba a corretear por su cuerpo y le hacía sudar las manos a pesar del frio de la habitación. Tomó aire profundamente y atrapó la bolsita de dulces en el aire, aunque por poco y se le lleva la cara porque se había distraído en los detalles más abajo del rostro del desconocido.
Abrió la boca para agradecer en una voz muy bajita cuando un ruido horripilante, que parecía el causado por uñas largas sobre una pizarra, se dejó oír por toda la superficie de la pared lateral que la habitación compartía con la habitación contigua del resort. Sus ojos miraron el largo de la pared y luego buscaron los del tipo aun despierto, tan grandes como podían llegar a ser y con evidente temor - él dijo que había algo más merodeando allá afuera, algo más que solo zombies - tembló, pero era dificil saber si era por el frio, la fiebre que volvía o el miedo.
Suspiró. ¿Cómo iban a ayudarlo con las costillas rotas? Era una maravilla que con tanto moverlo no tuviera una costilla atravesándole uno de los pulmo...
Sus pensamientos comenzaron a escaparse entre las lineas de los tatuajes y las cicatrices. Quería intentarlo, quería mantenerse "profesional" y que los ojos no se le perdieran sobre cada curva de aquel cuerpo desconocido, pero era más poderoso que ella y se encontró más de una vez pasando la gaza mojada más de dos veces sobre la misma zona. Sus bíceps, sus tríceps, sus... Suspiró.
Decidió que era más saludable alejarse de su "protector" y ocupar la mente en algo más. Puso la única sabana que aun quedaba por ahí sobre el cuerpo desnudo y comenzó a caminar por la amplia habitación como si buscara algo para ponerse entre las diferentes piezas de ropa que había por ahí. No pretendía quedarse con la sabana para siempre y el frio se le estaba calando de nuevo en los huesos.
- Deberíamos encender la chimenea - comentó al aire mientras pensaba si habría cerillos o un encendedor para lograr ese cometido. En ese momento su mirada se cruzó con la del hombre de rasgos asiáticos sin camisa en una esquina. ¡¿Qué quería el universo de ella?! Se obligó a respirar, no quería que se le notara el revoltijo de hormonas que comenzaba a corretear por su cuerpo y le hacía sudar las manos a pesar del frio de la habitación. Tomó aire profundamente y atrapó la bolsita de dulces en el aire, aunque por poco y se le lleva la cara porque se había distraído en los detalles más abajo del rostro del desconocido.
Abrió la boca para agradecer en una voz muy bajita cuando un ruido horripilante, que parecía el causado por uñas largas sobre una pizarra, se dejó oír por toda la superficie de la pared lateral que la habitación compartía con la habitación contigua del resort. Sus ojos miraron el largo de la pared y luego buscaron los del tipo aun despierto, tan grandes como podían llegar a ser y con evidente temor - él dijo que había algo más merodeando allá afuera, algo más que solo zombies - tembló, pero era dificil saber si era por el frio, la fiebre que volvía o el miedo.
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[Continua el flashback]
De los 18 Marines, tan solo quedaban 11 al acabar el segundo mes. No era de extrañar, tras haber estado siendo puestos al límite tanto en cuerpo y mente empezaron los primeros ejercicios de campo, los interrogatorios eran lo peor para algunos muchachos pero no para Lucas Vessen, mitad estadounidense mitad eslavo.
Siempre conducía el camión cuando estaban de gira, aparte de ser el guardaespaldas de pega en los conciertos.
-Vamos...Dilo, dilo y acabará soldado...-Seguían torturandolo y este no mostraba ni un solo ápice de miedo o subyugación.
-Eres muy guapo porqué no me das un beso?...-Le replicó, de nuevo en aquel zulo quien sabe donde quien sabe cuando exactamente, donde en grupos de tres los interrogaban frente a los demás para optimizar los interrogatorios, nos daban un código o cierta información, debíamos aguantar 3 días sin decir nada, al mes empezó a dejar de tener gracia.
Adam seguía preguntándose una y otra vez que podía hacer para acabar con todo aquello sin rendirse, rendirse no, eso jamás. Como siempre estaban molestando a un chiquillo que había aguantado con ellos hasta ese momento, entre golpes Adam imitó el comportamiento de su compañero.
-Eh porqué no venís los dos a por mí? Hay de sobra para dos pedazos de mierdas como vosotros...-No le importaba recibir el doble, a esas alturas ya estaba demasiado roto como para quejarse por un poquito más. Aunque al principio funcionó, no tardaron en darse cuenta de que lo hacía para que dejaran en paz al chaval.
[Acutalidad]
Parece que tendrán que seguir lidiando con los problemas del exterior solos hasta que no ayuden de alguna forma a Adam a despertarse, aunque los primeros auxilios estén correctos, necesitará algo más.Un chirrido, del otro lado de la pared, fractura la relativa calma. Al principio no es especialmente ruidoso, pero el sonido es del tipo que acaba atrapándote, ahogándote lentamente sin dejar nada excepto puntas de los dedos aferrándose desesperadas a la tierra y burbujas de aire rompiendo la superficie. De repente el ruido de garras arañado hormigón se vuelve insoportable, casi premeditado. Como si supiera que hay alguien del otro lado.
James mira fijamente sus nudillos y nota como la sangre se le va de la cara. Levanta la mirada y atrapa la de la chica durante un momento, antes de ponerse en pie y acercarse a ella en dos zancadas. La agarra de la muñeca y tira de ella hasta que vuelven al cuarto, cerrando tras de sí la puerta con todo el cuidado que puede.
Tiene el pulso acelerado y está algo mareado, la cabeza le da vueltas y es como si el estómago se le hubiera vuelto del revés. James se pasa una mano por el pelo, en un fútil intento de calmarse. Cuando habla, sin embargo, su voz es baja y monótona.
—Ayúdame a mover el armario.
El armario en sí es un mueble grande y pesado. Desgastado en las mejores partes y con la madera podrida en las peores. Está justo al lado de la puerta y con suerte, podrán bloquearla sin destrozarlo primero.
James mira fijamente sus nudillos y nota como la sangre se le va de la cara. Levanta la mirada y atrapa la de la chica durante un momento, antes de ponerse en pie y acercarse a ella en dos zancadas. La agarra de la muñeca y tira de ella hasta que vuelven al cuarto, cerrando tras de sí la puerta con todo el cuidado que puede.
Tiene el pulso acelerado y está algo mareado, la cabeza le da vueltas y es como si el estómago se le hubiera vuelto del revés. James se pasa una mano por el pelo, en un fútil intento de calmarse. Cuando habla, sin embargo, su voz es baja y monótona.
—Ayúdame a mover el armario.
El armario en sí es un mueble grande y pesado. Desgastado en las mejores partes y con la madera podrida en las peores. Está justo al lado de la puerta y con suerte, podrán bloquearla sin destrozarlo primero.
off: parece haber una confusión de horas en los dos posts iniciales, pero en el primero yo indiqué que eran las 6 p.m. cuando todo el desmadre comenzó, así que tomando en cuenta las curaciones de BalioN y el tiempo muerto, asumiré que ya son bien pasadas las 7 p.m.
Tragó saliva abundantemente mientras daba dos pasos hacía atrás y aferró su machete con ambas manos, mas que dispuesta a luchar hasta la última gota de sudor y sangre por su supervivencia. Él había hablado de algo que estaba segura había combatido antes, pero no recordaba que pudieran generar un sonido como aquel. Y es que el rasguño habia recorrido la pared completa, desde la sala de entrada a la habitación hasta la pequeña cocina, pasando por el baño. Su respiración se hizo evidente, ¿sería aquella su última vez? Estaba bien, al menos había cumplido su sueño aunque fuera en una horrenda y retorcida realidad.
Lo que no se había esperado era que el tipo con pinta asiatica la agarrara y la arrastrara, practicamente, hacía el interior de la habitación. Conociendo la arquitectura americana, no estaba muy segura si aquello funcionaría de alguna forma, pero quizás les diera un par de minutos más.
Apenas estuvo al interior de la recamara confirmó que el otro hombre seguía inconsciente y que no habría forma de que huyeran por la ventana sin que les costara más tiempo el quitar las maderas mal clavadas, pero podrían intentarlo... Sus pensamientos fueron interrumpidos por la extraña voz del tipo aun consciente. Ranza siente un nuevo escalofrio recorrerle la espalda y por una milesima de segundo si pregunta si el verdadero peligro no lo tiene realmente dentro de aquella habitación, pero el momento de paranoia desaparece rápidamente y comienza a empujar lo que queda de aquel armario con todas sus pocas fuerzas.
El mueble ahora les impide la salida a ellos y, con suerte, la entrada a lo que sea que hay allía fuera. La oscuridad completa regresa, ¿dónde quedó la linterna? Es en aquel momento que la joven se da cuenta del titilar de una luz roja en la cercanía, como la luz de una antena repetidora, lo cual la obliga a levantar una ceja con extrema curiosidad. Recuerda que, antes de caer, le había parecido ver personas en uno de los resorts, pero no podía estar segura si era el mismo en que se encontraba ahora mismo. ¿Habia una estación de radio cercana? ¿Habían otros humanos refugiados allí mismo?
El fuerte sonido vino acompañado por un sacudón del suelo y la pared más cercana. Aquello le recordó a Ranza el sonido causado por una bola de demolición cuando derrumbaron su escuela a sus ocho años para levantar un nuevo centro comercial, había tenido que cambiarse de distrito y no había vuelto a ver a la mayoria de sus compañeros hasta que inició la secundaria, luego el virus le había quitado todo.
Por instinto se lanzó hacía la pared contraria, contra la que daba el espaldar de la amplia cama, y se agachó como si el alto de la cama pudiera protegerla - ¡hay que despertarlo! - dijo, dirigiendose evidentemente al otro tipo, como algo que era exageradament obvio. Ya fuera para luchar o para huir, pero no podían dejarlo ahí inconsciente.
¿Era eso niebla filtrandose bajo la puerta? ¿Era idea suya o hacía mucho más frio ahora?
Una rafaga de viento helado giró por la habitación tan solo un parpadeo antes de que la puerta, el armario y parte de la pared se hicieran trizas obligando a la pelirroja a lanzar un grito de pavor y encogerse sobre si misma para protegerse de todo lo que voló por los aires en aquel momento. Incluso pudo sentir cómo un pedazo de concreto le abria una herida en la cabeza. Estaría bien, estaría bien, había sufrido peores....
Tierra a Ranza, Tierra a Ranza ¿Qué mierdas había causado aquello?
El corazón de Ranza se detuvo justo antes de que la saliba lanzada por toda la habitación, junto a lo que parecia ser un grito que salía de la boca abierta de la enorme criatura, le cayera en la cara, el cabello y gran parte de la sabana. No estaba segura de haber escuchado siquiera historias de aquella criatura. Aquello no era el lugar donde "los sueños se hacen realidad" pero, el lugar donde las "pesadillas vienen a descansar" ¡Por favor!
- ¡DESPIERTELO! - gritó al hombre, a quien de ahí en adelante comenzaría a llamar Donald - ¡O juro que lo usaré de sacrificio! - "lo siento, Goofy" pensó para si misma y comenzó a rezar el padre nuestro en español, entre dientes, mientras sentía cómo Romeo temblaba entre sus manos.
¡No era el fin, no era el fin, NO PODÍA SER EL FIN!
- recordatorios:
- **Lo que hay en la habitación: "La chimenea de la habitación (más como una estufa, ver enlace. Apagada) las cajas de antibióticos, algunas pastillas de jabón, vendas y gasas, hilo, alguna aguja quemada, vasos llenos de líquido, incluso un par de barreños con la mugre retirada de su nueva huésped, ropa limpia del parque de atracciones de diferentes tallas esperando alrededor, ni rastro de ropa interior limpia o nueva por el momento. Hay varias chocolatinas con proteinas sobre la mesa, de sabor chocolate, una cantimplora cerrada y por último algunos libros viejos sobre supervivencia y primeros auxilios, que a pesar de tener mucho uso parecen haber sido bien conservados aún con el paso del tiempo, son viejos, pero al parecer efectivos".
**Descripción de la criatura:
3 METROS -- PELIGRO II -- PRINCIPIOS DE 2014
+ FUERZA + GARRAS - CORAZÓN
"Esta BOW surje en los laboratorios de Umbrella como un arma más para causar el caos. Se trata de una bestia de gran tamaño, que carece de piel. Posee unas grandes fauces y unas manos que acaban en enormes garras. Lo que más destaca son los clavos que atraviesan sus extremidades, pues esta bestia cuando localiza a su presa golpea con furia y embiste tratando de hacer el mayor daño posible.
Su debilidad es su corazón, el cual suele proteger siempre con una de sus extremidades, cuando se enfada alza ambas y deberás atacar a la vez que cuidarte de no ser golpeado."
**Dados: me da miedo lanzar dados porque aun no me siento segura con ellos, así que lo hago tras ustedes.
***BalioN: ¡YA DESPIERTA CABRÓN!
inglés ~ español
- awards:
- It's the Mickey Mouse Club House:
[Actualidad]
No sabe en que momento durante sus sueños sucede, los temblores, la sacudida, un bow gigante tratando entrar a tomar el té con la pandilla, la canción que no para de sonar en su cabeza por las cosas que ha visto. Lo que si sabe es que la consciencia la recuperó antes de que las paredes, el armario y la puerta salieran volando, sabe que está desnudo, que lo han estado tratando como han podido.
La sensación de sed, hambre y cansancio es atroz, como un dolor de agujetas que se le clavan más hondo y con más fuerza que la propia fractura de su costilla. El orgullo intacto, "Semper Fidelis", en pié de un salto entre gritos y balbuceos de sus compañeros, se lanza directamente a por los pantalones, los primeros que encuentre para ponerselos, contorsionandose y moviendose lo máximo posible por la habitación tratando de almenos no llevar los huevos colgando antes de pelear, proporciona una incomidad que no necesita a estas alturas.
Se lanza a la mesa y se traga de una varias pastillas que hay por ahí sin agua ni historias, cual poseso tratando de moverse a una velocidad que le hace cometer algunos fallos en sus movimientos. Se hecha un par de sprays de primeros auxilos por las zonas donde peores contusiones sienta y finalmente se lanza de espaldas a donde están sus cosas, un cigarro parece ser el causante de su locura, se lo pone en los labios antes de nada y respira hondo un instante sintiendo el acero en sus manos.
Durante todo este tiempo, os ha parecido un tipo extraño, que no debe de hablar mucho y no parece estar en sus cabáles por la mirada que recorre su rostro. Se queda mirando de frente a la criatura que parece estar observando a aquellas personas en la habitación comprobando su cena, dejando el regalo horrendo e inmundo de su olor al babear y respirar cerca.
No está nisiquiera pensando, ahora mismo ni es BalioN ni es Adam, solo es un ex-marine que entre la inconsciencia y el entrenamiento ha despertado en una situación límite, tratando de conseguir reunir el valor para hacer frente a su enemigo.
Con la espada y la navaja da un paso al frente como si le fuera a servir de algo, pero aun así se interpone entre la bestia y sus dos nuevos compañeros, a quienes mira por un instante de reojo para luego volver la vista al frente. Espera que hayan comprendido lo que significa esa mirada, pues Adam se lanza directamente hacía la bestia, aprovechando que ha roto la estructura de la habitación, quiere tratar de pasar a través de ella para que trate de alcanzarlo y así distraerlo, dándole opción a los otros dos a hacer lo que deban hacer para huir.
-¡¡¡Arghhhh!!!-Un grito junto a la tensión de todos sus músculos es lo primero que se escucha, no siente miedo o pánico, no es la primera criatura que ve, es más por esa razón entra en un estado de adrenalina inducido tan grave, sino con sus heridas sería imposible, ha decido creer que la chiquilla es su hija y el asiático un pobre viajero indefenso, eso le está motivando, se entrecorta hacía el final, sabe que su capacidad pulmonar se ha visto reducida, pero no limitada como para no poder hacer nada, espera haber llamado la atención de esa criatura, pues acto seguido corre lo más rápido que puede hacía ella, viendola levantad los brazos, dejándo al descubierto un extraño agujero en el lugar donde iría el corazón de un ser humano. Adam trata de saltar con los pies por delante para evitar así el golpe...
- OFF::
Lanzada de dados
Voy a tirar Defensa+Condición física si saco más de 10 lo consigo! Me parece una buena dificultad
(con -1 al resultado por las heridas)
Lo supere o no no editaré así dejo el suspense para el siguiente post, simplemente vosotros le veis desaparecer bajo los brazos de la bestia.
El miembro 'BalioN' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Números' :
Resultados :
'Números' :
Resultados :
PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
Los últimos rayos de luz solar se cuelan entre los maderos torcidos que pobremente tapian la única ventana del cuarto. Dentro de pocos minutos la oscuridad se tragará todas las paredes y las esquinas.
James retrocede cuando consiguen bloquear la puerta y espera, todo músculos en tensión. Todos lo ruidos se desvanecen en un silencio sobrecogedor, y antes de que pueda pensar en un después, el estruendo fuera de la habitación hace que todo lo demás pierda importancia. Es automático cuando James se mueve hasta quedar entre la puerta y la desconocida. Qué lo que fuera que hubiera del otro lado de la pared pudiera derribarla es un giro inesperado de los acontecimientos.
James no entiende una palabra de lo que grita la chica, pero desenfunda entre respiraciones irregulares y el corazón golpeando con fuerza su pecho. A lo mejor se distrae un momento cuando ve al hombre que hasta ahora había estado inconsciente levantarse, pero antes de que pueda pensar en nada la pared, la puerta y el armario salen volando y James cae al suelo por el impacto de los escombros.
Para él, el tiempo se para en algún punto entre el golpe y la caída. Se pierde entre los segundos y se olvida un instante de dónde está o qué ha pasado. Todo es imperceptible; se balancea en el borde de la existencia. El dolor vuelve en olas de pequeños latigazos y estremecimientos y para cuándo James ha encontrado su pistola, abandonada en el suelo entre trozos de hormigón y madera, sigue consciente, pero solo a medias.
James quiere decir algo pero las palabras se pierden en el zumbido sordo en sus oídos, así que en lugar de eso se concentra en el desconocido. Se ha interpuesto entre ellos y aquella abominación. Entonces, sus miradas chocan y eso es suficiente para que James se levante y llegue a la ventana mucho más rápido de lo que cabe esperar de alguien a quien le ha caído un pedrusco en la cabeza. Tira con todas su fuerzas de uno de los maderos más endebles y uno de sus lados se suelta del agarre del clavo. Sin embargo, James deja de intentar asegurar la posible vía de escape cuando ve, del otro lado del sucio cristal, una horda de muertos acercarse al edificio. Está demasiado oscuro para saber cuántos son, pero James no se molesta en volver a mirar.
Cuando se gira, ve al desconocido desaparecer bajo las garras de… eso y James levanta su arma con la precisión de alguien que ha hecho lo mismo un centenar de veces. Sin embargo, la cabeza le da vueltas y cada vez es más difícil pasar por alto el dolor. Tampoco es buena idea disparar un arma de alto calibre como la suya en un espacio tan reducido, pero no tiene otra opción. Cuando James vuelve a hablar, se dirige a la chica.
—Tranquila. — el aire resuena, no por el pequeño intento de James de calmar a la más joven, sino por las bocanadas de aire que silban al entrar a sus pulmones. —Tápate los oídos.
James apunta a uno de los estúpidos y diminutos ojos de su nuevo invitado y aprieta el gatillo.
James retrocede cuando consiguen bloquear la puerta y espera, todo músculos en tensión. Todos lo ruidos se desvanecen en un silencio sobrecogedor, y antes de que pueda pensar en un después, el estruendo fuera de la habitación hace que todo lo demás pierda importancia. Es automático cuando James se mueve hasta quedar entre la puerta y la desconocida. Qué lo que fuera que hubiera del otro lado de la pared pudiera derribarla es un giro inesperado de los acontecimientos.
James no entiende una palabra de lo que grita la chica, pero desenfunda entre respiraciones irregulares y el corazón golpeando con fuerza su pecho. A lo mejor se distrae un momento cuando ve al hombre que hasta ahora había estado inconsciente levantarse, pero antes de que pueda pensar en nada la pared, la puerta y el armario salen volando y James cae al suelo por el impacto de los escombros.
Para él, el tiempo se para en algún punto entre el golpe y la caída. Se pierde entre los segundos y se olvida un instante de dónde está o qué ha pasado. Todo es imperceptible; se balancea en el borde de la existencia. El dolor vuelve en olas de pequeños latigazos y estremecimientos y para cuándo James ha encontrado su pistola, abandonada en el suelo entre trozos de hormigón y madera, sigue consciente, pero solo a medias.
James quiere decir algo pero las palabras se pierden en el zumbido sordo en sus oídos, así que en lugar de eso se concentra en el desconocido. Se ha interpuesto entre ellos y aquella abominación. Entonces, sus miradas chocan y eso es suficiente para que James se levante y llegue a la ventana mucho más rápido de lo que cabe esperar de alguien a quien le ha caído un pedrusco en la cabeza. Tira con todas su fuerzas de uno de los maderos más endebles y uno de sus lados se suelta del agarre del clavo. Sin embargo, James deja de intentar asegurar la posible vía de escape cuando ve, del otro lado del sucio cristal, una horda de muertos acercarse al edificio. Está demasiado oscuro para saber cuántos son, pero James no se molesta en volver a mirar.
Cuando se gira, ve al desconocido desaparecer bajo las garras de… eso y James levanta su arma con la precisión de alguien que ha hecho lo mismo un centenar de veces. Sin embargo, la cabeza le da vueltas y cada vez es más difícil pasar por alto el dolor. Tampoco es buena idea disparar un arma de alto calibre como la suya en un espacio tan reducido, pero no tiene otra opción. Cuando James vuelve a hablar, se dirige a la chica.
—Tranquila. — el aire resuena, no por el pequeño intento de James de calmar a la más joven, sino por las bocanadas de aire que silban al entrar a sus pulmones. —Tápate los oídos.
James apunta a uno de los estúpidos y diminutos ojos de su nuevo invitado y aprieta el gatillo.
- OFF:
- Lanzo los dados para ver si doy en el blanco.
Si Armas de fuego ligeras (3) + Lanzada de dados - 1 por condición fisica es superior a 6 lo consigo.
No voy a editar porque estamos jodidos así que explotemos el dramatismo xD
El miembro 'James J. Yeager' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Números' :
Resultados :
'Números' :
Resultados :
PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
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