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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Recuerdo del primer mensaje :
Ha llegado el día en el cual debo partir y dejar atrás la cabaña en la que me he estado refugiando todo este tiempo atrás. Resulta que ya pasados varios meses, tras dejar a mi familia atrás, decidí refugiarme en una zona segura del bosque. Allí había una cabaña que perteneció a un guarda forestal, ha servido de lugar seguro hasta ahora, que la comida y la bebida ya comienza a escasear. Las viviendas del pueblo ya han sido más que desvalijadas, y la mayoría por mi. Aunque yo solo he tratado de recoger lo que necesitaba y de no abusar de las desgracias de esas gentes. Además, muertos tampoco iban a poder dar cuenta de sus cosas.
Así que ya todo está decidido, buscaré otro lugar, seguiré mi camino y trataré de vivir. He cargado en un saco todas las pocas pertenencias y útiles que me servirán de ayuda para este viaje, son pocas, pero de algo ayudarán.
Salgo fuera de la cabaña cargando con el saco a mi espalda, me coloco bien mi vieja gorra y comienzo a caminar hacia el sur para bajar la colina. Salir de allí me llevará unos minutos, otros más cruzar el pueblo y listo, comenzará mi viaje. El sol se localiza en lo más alto del cielo, acaba de amanecer hace pocos minutos y quiero aprovechar al máximo las horas de luz, he estado revisando algunos mapas y lo más seguro es que me de tiempo a llegar a un pueblo vecino, allí espero poder abastecerme mejor con más comida y tal vez armas para poder proseguir hacia adelante con mi travesía, si es que los zombies no me lo impiden.
El camino para atravesar el bosque es tranquilo, estoy acostumbrado a estos bosques, los conozco como la palma de mi mano, ya que he cazado por estos cuando no encontraba alimento. Es por ello que no tardo demasiado en salir y llegar al pueblo. Realizaré la última parada en el bar, solo para rellenar mi vieja petaca con whisky, no soy muy dado a beber, pero de vez en cuando un trago no viene mal.
El pueblo se encuentra completamente desierto, ni un alma para variar y lo mejor de todo ni una de esas malas bestias. Solo hay lo mismo de siempre, coches abandonados, basura, manchas de sangre reseca, los restos de algún cadáver pudriéndose al sol... Cuando llego a las puertas del bar abro con delicadeza, pese al cuidado la puerta chirría nada más moverla un par de centímetros como consecuencia del paso del tiempo. Camino lentamente por el antiguo bar de Jeremy y lo único que se escucha son mis propios pasos sobre el viejo y desgastado suelo de madera. En la barra está Jeremy, que me mira con cierto brillo en sus cansados ojos... pero no lo hace como el camarero que ve llegar a un antiguo cliente, sino que es porque la comida acaba de llegar. - Mierda Jeremy... tú también - susurro en un suspiro. El zombie se abalanza sobre la barra para tratar de alcanzarme, torpe y descoordinado cae al suelo, al otro lado y antes de que se pueda levantar, me marcho. - Lo siento amigo - digo justo cuando cierro las puertas del bar detrás de mi. Suspiro, atranco la puerta moviendo un banco que estaba al lado, en el porche. Frunzo el ceño.
- ¿Y ahora dónde cojones estaba la dodge? - me rasco la frente mientras hago un barrido por el pueblo. Al haber estado refugiado en una montaña decidí dejar la vieja ranchera en el pueblo, escondida en un garaje, a veces me acercaba para hacerle el mantenimiento. Pero sinceramente la última vez fue hacía tanto tiempo que ya ni me acuerdo de por dónde seguir.
Ha llegado el día en el cual debo partir y dejar atrás la cabaña en la que me he estado refugiando todo este tiempo atrás. Resulta que ya pasados varios meses, tras dejar a mi familia atrás, decidí refugiarme en una zona segura del bosque. Allí había una cabaña que perteneció a un guarda forestal, ha servido de lugar seguro hasta ahora, que la comida y la bebida ya comienza a escasear. Las viviendas del pueblo ya han sido más que desvalijadas, y la mayoría por mi. Aunque yo solo he tratado de recoger lo que necesitaba y de no abusar de las desgracias de esas gentes. Además, muertos tampoco iban a poder dar cuenta de sus cosas.
Así que ya todo está decidido, buscaré otro lugar, seguiré mi camino y trataré de vivir. He cargado en un saco todas las pocas pertenencias y útiles que me servirán de ayuda para este viaje, son pocas, pero de algo ayudarán.
Salgo fuera de la cabaña cargando con el saco a mi espalda, me coloco bien mi vieja gorra y comienzo a caminar hacia el sur para bajar la colina. Salir de allí me llevará unos minutos, otros más cruzar el pueblo y listo, comenzará mi viaje. El sol se localiza en lo más alto del cielo, acaba de amanecer hace pocos minutos y quiero aprovechar al máximo las horas de luz, he estado revisando algunos mapas y lo más seguro es que me de tiempo a llegar a un pueblo vecino, allí espero poder abastecerme mejor con más comida y tal vez armas para poder proseguir hacia adelante con mi travesía, si es que los zombies no me lo impiden.
El camino para atravesar el bosque es tranquilo, estoy acostumbrado a estos bosques, los conozco como la palma de mi mano, ya que he cazado por estos cuando no encontraba alimento. Es por ello que no tardo demasiado en salir y llegar al pueblo. Realizaré la última parada en el bar, solo para rellenar mi vieja petaca con whisky, no soy muy dado a beber, pero de vez en cuando un trago no viene mal.
El pueblo se encuentra completamente desierto, ni un alma para variar y lo mejor de todo ni una de esas malas bestias. Solo hay lo mismo de siempre, coches abandonados, basura, manchas de sangre reseca, los restos de algún cadáver pudriéndose al sol... Cuando llego a las puertas del bar abro con delicadeza, pese al cuidado la puerta chirría nada más moverla un par de centímetros como consecuencia del paso del tiempo. Camino lentamente por el antiguo bar de Jeremy y lo único que se escucha son mis propios pasos sobre el viejo y desgastado suelo de madera. En la barra está Jeremy, que me mira con cierto brillo en sus cansados ojos... pero no lo hace como el camarero que ve llegar a un antiguo cliente, sino que es porque la comida acaba de llegar. - Mierda Jeremy... tú también - susurro en un suspiro. El zombie se abalanza sobre la barra para tratar de alcanzarme, torpe y descoordinado cae al suelo, al otro lado y antes de que se pueda levantar, me marcho. - Lo siento amigo - digo justo cuando cierro las puertas del bar detrás de mi. Suspiro, atranco la puerta moviendo un banco que estaba al lado, en el porche. Frunzo el ceño.
- ¿Y ahora dónde cojones estaba la dodge? - me rasco la frente mientras hago un barrido por el pueblo. Al haber estado refugiado en una montaña decidí dejar la vieja ranchera en el pueblo, escondida en un garaje, a veces me acercaba para hacerle el mantenimiento. Pero sinceramente la última vez fue hacía tanto tiempo que ya ni me acuerdo de por dónde seguir.
El grito la despertó de golpe, como un trueno en medio de un sueño profundo. Octavia abrió los ojos de inmediato, desorientada, su corazón latiendo con fuerza mientras su mente intentaba ponerse al día con lo que estaba sucediendo. El dolor en su cabeza seguía ahí, punzante, pero la adrenalina la sacudió lo suficiente como para ignorarlo por el momento.
Parpadeó varias veces, y lo primero que vio fue a él, de pie junto a la Dodge, golpeando la puerta con furia. Su respiración era rápida, como si intentara contener algo que lo estaba consumiendo desde dentro. Su cuerpo estaba tenso, y cuando se movió, Octavia lo notó. La sangre. Había sangre en su brazo derecho, empapando la tela de su chaqueta, fluyendo con un ritmo que le pareció alarmante.
Alzó la vista hacia su rostro, y lo entendió. No necesitó palabras, ni explicaciones. Lo había visto antes, ese mismo miedo, esa misma rabia. Esa lucha interna entre la esperanza y la realidad. Y aunque su mente aún estaba nublada por el sueño y el dolor, todo se aclaró en un instante: lo habían mordido.
Con esfuerzo, se levantó del mostrador, tambaleándose ligeramente mientras su visión se ajustaba. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero no le importó. No podía quedarse ahí viendo cómo se consumía en su propia furia. Lo entendía demasiado bien. Más de lo que quería admitir.
—Eh… —dijo con voz rasposa, acercándose lentamente hacia él. Sabía que estaba en su límite, que un paso en falso podía romperlo del todo. Se detuvo a una distancia prudente, asegurándose de que la escuchara—. Escucha. Escúchame.
El hombre seguía golpeando la Dodge, como si eso pudiera aliviar la tormenta en su interior. Pero cuando se giró hacia ella, Octavia vio el dolor en su mirada, mucho más profundo que el físico. Y entonces habló, su voz baja pero firme, como si esas palabras fueran lo único que pudiera ofrecerle.
—Sé lo que estás sintiendo ahora. Lo sé porque… porque a mí también me mordieron.
El silencio que siguió fue casi tan fuerte como sus gritos anteriores. Octavia tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho aumentar. No podía detenerse ahora. Dio un paso más hacia él, despacio, con sus ojos buscando los suyos.
—No sé por qué tuve suerte… o qué me hace diferente. Pero entiendo lo que estás pasando. Sé cómo se siente ese miedo, esa rabia… —su voz tembló ligeramente, pero se obligó a seguir—. Y no voy a dejar que lo enfrentes solo.
Se acercó lo suficiente como para que pudiera verla bien, para que entendiera que hablaba en serio.
—No sé ni tu nombre… —dijo con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero yo soy Octavia. Y quiero que lo sepas, porque voy a estar contigo todo el tiempo.
Le ofreció su mano, temblorosa, pero extendida hacia él, como una promesa. No tenía garantías de que pudiera ayudarlo, ni siquiera estaba segura de que él quisiera esa ayuda. Pero una cosa sí sabía: no iba a abandonarlo. No después de lo que había hecho por ella. No después de lo que veía en sus ojos.
Parpadeó varias veces, y lo primero que vio fue a él, de pie junto a la Dodge, golpeando la puerta con furia. Su respiración era rápida, como si intentara contener algo que lo estaba consumiendo desde dentro. Su cuerpo estaba tenso, y cuando se movió, Octavia lo notó. La sangre. Había sangre en su brazo derecho, empapando la tela de su chaqueta, fluyendo con un ritmo que le pareció alarmante.
Alzó la vista hacia su rostro, y lo entendió. No necesitó palabras, ni explicaciones. Lo había visto antes, ese mismo miedo, esa misma rabia. Esa lucha interna entre la esperanza y la realidad. Y aunque su mente aún estaba nublada por el sueño y el dolor, todo se aclaró en un instante: lo habían mordido.
Con esfuerzo, se levantó del mostrador, tambaleándose ligeramente mientras su visión se ajustaba. Su cuerpo protestaba con cada movimiento, pero no le importó. No podía quedarse ahí viendo cómo se consumía en su propia furia. Lo entendía demasiado bien. Más de lo que quería admitir.
—Eh… —dijo con voz rasposa, acercándose lentamente hacia él. Sabía que estaba en su límite, que un paso en falso podía romperlo del todo. Se detuvo a una distancia prudente, asegurándose de que la escuchara—. Escucha. Escúchame.
El hombre seguía golpeando la Dodge, como si eso pudiera aliviar la tormenta en su interior. Pero cuando se giró hacia ella, Octavia vio el dolor en su mirada, mucho más profundo que el físico. Y entonces habló, su voz baja pero firme, como si esas palabras fueran lo único que pudiera ofrecerle.
—Sé lo que estás sintiendo ahora. Lo sé porque… porque a mí también me mordieron.
El silencio que siguió fue casi tan fuerte como sus gritos anteriores. Octavia tragó saliva, sintiendo la presión en su pecho aumentar. No podía detenerse ahora. Dio un paso más hacia él, despacio, con sus ojos buscando los suyos.
—No sé por qué tuve suerte… o qué me hace diferente. Pero entiendo lo que estás pasando. Sé cómo se siente ese miedo, esa rabia… —su voz tembló ligeramente, pero se obligó a seguir—. Y no voy a dejar que lo enfrentes solo.
Se acercó lo suficiente como para que pudiera verla bien, para que entendiera que hablaba en serio.
—No sé ni tu nombre… —dijo con una pequeña sonrisa que no llegó a sus ojos—. Pero yo soy Octavia. Y quiero que lo sepas, porque voy a estar contigo todo el tiempo.
Le ofreció su mano, temblorosa, pero extendida hacia él, como una promesa. No tenía garantías de que pudiera ayudarlo, ni siquiera estaba segura de que él quisiera esa ayuda. Pero una cosa sí sabía: no iba a abandonarlo. No después de lo que había hecho por ella. No después de lo que veía en sus ojos.
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