Al final del día... encontré café [LIBRE]

Sala de Conferencias, Pandemonium
4 de junio de 2016

El zumbido de las pantallas y las cifras proyectadas parecían más confusas de lo que Alexia esperaba. Llevaban semanas trabajando en las mutaciones de las BOW, pero cada nuevo intento parecía fracasar justo cuando creían estar cerca de una solución.

—Los últimos datos no son concluyentes —dijo Alexia, dejando escapar un suspiro mientras observaba a sus colegas en la sala—. Las variaciones genéticas siguen presentando mutaciones impredecibles. Pensamos que estábamos cerca, pero los resultados nos dicen lo contrario.

Los rostros cansados a su alrededor no ofrecían ninguna alternativa. Sabía que todos estaban igual de agotados, trabajando al límite en busca de respuestas que no llegaban. Nadie habló de inmediato, y el silencio fue lo suficientemente incómodo como para saber que, por hoy, no habría grandes avances.

—Necesitamos más tiempo... —murmuró alguien, pero Alexia sabía que esa no era la respuesta. Tiempo era justo lo que no tenían.

Finalmente, tras un intercambio de miradas frustradas y algunas ideas poco concretas, la reunión terminó. Alexia se quedó un momento más, recogiendo sus notas mientras intentaba procesar la falta de progreso. Otra vez en el mismo punto muerto.

Con la cabeza llena de pensamientos, decidió que necesitaba un respiro. La presión de las últimas semanas comenzaba a hacer mella en su ánimo. Se apartó el cabello del rostro, recogió sus cosas y salió de la sala sin decir una palabra más. Tenía que despejarse.


Cafetería de Pandemonium

La cafetería estaba más tranquila de lo que esperaba. Algunos empleados de Pandemonium estaban dispersos por las mesas, pero no era la hora punta, y eso le ofrecía un momento de paz. Se acercó a la barra y pidió un café. Nada más necesitaba en ese instante.

Con su taza en mano, Alexia se sentó en una de las mesas junto a una ventana que, aunque no mostraba mucho más que las profundidades del océano, le ofrecía un escape de la tensión del laboratorio. Quizá no todo esté perdido, pensó mientras daba un sorbo, aunque una parte de ella sabía que necesitaban más que solo esperanza.

Mientras se acomodaba, notó a varias personas entrando y saliendo de la cafetería. Algunos rostros le resultaban familiares, otros no tanto. Tal vez este sería un buen momento para relajarse, conocer a otros miembros de la base y desconectar del fiasco de la reunión.

Aquel día Max se lo tomó libre para pasarlo con el pequeño Aiden.

- Aiden, eso no... - el pequeño, sentado en una trona trataba de beber su batido de chocolate solo y como no lo llevaba muy bien, empezaba caerse por su babero.

- ¡Yo, yo solo, yo solo! - empezó a gritar.

- No me gusta que grites, no grites, o te lo quito, ¿lo quieres? - Max le había quitado la taza de plástico, porque ya habían aprendido que no era buena idea darle una de cerámica, y le miró señalándolo con un dedo. Aiden parecía más enfadado ahora. - Si gritas me duelen los oídos, a mi y a todo el mundo... no grites - le entregó la taza lentamente y el pequeño trató de beber solo, pero esta vez con algo de ayuda de Max, al ver que lo estaba haciendo mejor, le felicitó y el pequeño se puso muy contento.

- Primo Ma - dijo contento. Aún no sabía decir Max, así que el joven se contentaba con eso. - ¿Quieres más bizcocho? - alzó un trocito de bizcocho que le había sobrado a él mismo y el pequeño asintió muy enérgico. Max se lo llevó a la boca y él empezó a comer.

Se quedó observando como comía, Aiden era un niño precioso, acababa de cumplir el año y medio de vida y no solo estaba perfectamente sano, sino que era muy listo, aprendía a la velocidad de la luz, a veces le daba hasta miedo. Se estaba criando en un entorno lo más "normal" posible, dentro de lo que Pandemonium podía ofrecer. Max apenas recordaba ya la vida normal, pero él que había vivido ambos aspectos, sabía que aquello era mucho mejor de lo que Fort Detrick o el fin del mundo ofrecía. Sus ojos cada día le recordaban más a los de su madre Sage. Por otro lado podía apreciar la nariz y labios de Arthur. A veces se sorprendía observando sus rasgos y podía apreciar cosas nuevas, porque el maldito niño crecía a la velocidad de la luz. Esta vez no pudo evitar fijarse en el pequeño lunar bajo su ojo izquierdo, y se sorprendió mucho, porque ese lunar era suyo. ¡Max tenía uno así! Y aquello le entusiasmó mucho. Pero esos ojos, esa nariz... le recordaban cada día a Arthur y a Sage. Y siempre que pensaba en ellos se le saltaban las lágrimas, pero se mantuvo.

- ¡Eh colega, tienes el mismo lunar que yo! - aquí, le tocó la cara y luego se tocó a él mismo. - ¿Lo ves? - se acercó a su cara.

- ¡Coguega! - exclamó justo antes de alzar la taza y tirarle todo el batido por la cara a Max.