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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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Cuentos para no dormir [M Leah]
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Leah Hadley
29 de febrero de 2012.
Sangre.Más sangre.
Fuego.
Vísceras...
Más sangre.
Destrucción.
Mis manos temblaban, el color carmesí que las cubría no desaparecía. Por más que frotaba mis dedos la sangre no se iba. Sollozaba, temblaba, estaba aterrada. Había visto cosas, había presenciado tales atrocidades... que ni yo misma las creería si me las contasen. ¿Y si había perdido el juicio? Aquello no podía estar pasando y sin embargo me encontraba en aquel infierno.
Las dos personas a las que más había querido nunca estaban muertas, yo las había visto morir y ahora no sabía que hacer. El cadáver del hombre que más había admirado nunca yacía justo delante de mi sin que hubiera podido hacer nada.
— ¿Pa-pá...? — me negaba a creer que estuviera muerto, pero llevaba horas ahí, o tal vez minutos... había perdido la noción del tiempo y todo me daba vueltas. Quería vomitar, necesitaba dormir... y sabía que debería haber comido algo hacía horas, pero mi mente me decía que no tenía hambre, no después de haber visto todo lo que había visto.
Y entonces abrió los ojos. Pestañeé para asegurarme de que lo que había visto era real, y sí. Pero no podía ser... había perdido y mucha sangre y estaba convencida de que no tenía pulso.
— Papá, deja que te... — me acerqué lo más rápido posible para ayudarle a incorporarse y al tocar su piel sentí el frío en ella, estaba helado. Observé la herida en su cuello, la mordedura... después de todo, ¿cómo lo había olvidado? Era esperanza, era mi esperanza aplastada de un mazazo.
Comencé a correr en la dirección contraria a la vez que mi padre se ponía en pie torpemente. Bueno, el cuerpo de mi padre, porque ya nada quedaba en él de el hombre que yo había conocido.
Leah Hadley
01 de marzo de 2012.
...Quiero morirme...
Quiero...
Sólo no quiero estar aquí.
Perfectamente la podrían haber confundido con uno más, sus pasos eran torpes, cansados, desorientados. Leah Hadley caminaba como alma en pena por una de las calles más concurridas de Raccoon City. ¿Ahora? Ahora todo era caos, destrucción... había cadáveres en el suelo, agujeros de bala por doquier... la senadora tropezó cayendo al suelo, junto a uno de los cuerpos. Este tenía un agujero de bala en la cabeza y no supo distinguir si había estado "muerto" cuando lo mataron o no. No parecía haber sido un zombie.
Respiró ahogando un sollozo y entonces... el silencio se rompió. Un jeep negro con los inconfundibles logos de Umbrella irrumpía en la calle. Hadley se quedó quieta, con suerte creerían que se trataba de otro cadáver más. El vehículo corría veloz por la calle en su dirección y cuando se percató de que atropellaba los cadáveres sin piedad alguna maldijo. Se la llevarían por delante.
— Mierda — se quejó poniéndose en pie. Veloz comenzó a correr hacia uno de los callejones colindantes. La rubia escuchaba los disparos cerca de sus oídos, pero fue capaz de ponerse a cubierto. Aterrada avanzó tambaleándose por el oscuro callejón. No se había percatado de que de sus ojos brotaban las lágrimas. ¿No habría sido más fácil dejarse morir? Pero no, ahí se dio cuenta de que eso no era lo que quería.
El jeep frenó en la entrada del callejón.
— Tío, déjalo, ¿qué importa un zombie más o menos? — escuchó una voz en la lejanía. Habían bajado del coche. — Shh... no era un zombie — respondió la otra voz. Hadley cerró los ojos apenas un segundo. Mierda. Estaba oculta tras un contenedor de basura. Observó al final de la calle y comenzó a correr, ya le daba igual que la vieran. Solo quería escapar y allí estaba su oportunidad, si se quedaba la atrapaban y sino... ¿Qué era lo peor que podía pasar?
Leah Hadley
03 de marzo de 2012.
El infierno en la tierra...Los muertos caminan.
"Viven..."
Matan...
Al abrir los ojos lo hizo de forma sobresaltada. Las pesadillas no le habían dejado dormir, cada vez que lograba cerrar los ojos solo revivía una y otra aquellos miedos. Pesadillas y más pesadillas que su mente se encargaba de acrecentar y hacer más horribles. Los gritos resonaban en su cabeza y tampoco la dejaban dormir.
La cabeza le daba vueltas y jo quería despertar, pero dormir tampoco la ayudaba, fue recobrando el sentido poco a poco, percatándose de que algo no iba bien. Ella se encontraba en Raccoon City, huyendo de Umbrella, de la mismísima muerte, ¿y ahora?
Leah había sido rescatada de Raccoon City, pero no de la manera que ella creía. Se encontraba encerrada en una sala blanca, con el logo de Umbrella pintado por todas partes. Umbrella, como no, eran los culpables de todo aquello y los odiaba con todo su ser. ¿Pero qué iba a ser de ella ahora? Esperaba que la matasen incluso y sin embargo nadie llegaba. Las horas se sucedían una tras otra, y nadie le decía nada, ni la dejaban salir. ¿Qué iba a suceder ahora?
Se encontraba tirada en el suelo de aquella sala, sin entender nada. ¿Por qué no la habían matado antes? ¿Por qué la retenían allí? Gritó. Nada, absolutamente nada. ¿Era eso? La querían volver loca. Deseaba llorar, había perdido la noción del tiempo, podía llevar perfectamente una hora o hasta diez días. Se tumbó en el suelo y cerró los ojos, tratando de pensar en positivo, en otras cosas mejores, en tiempos más tranquilos, en su familia, en él, todo cuanto le hiciera abandonar la pesadilla. No le daría el gusto a Umbrella de hacer que perdiera el juicio.
Leah Hadley
03 de Julio de 2007.
— No, no me ha entendido... — sonreí en un intento de parecer amable, pero aquel hombre comenzaba a sacarme de mis casillas.— Señorita Hadley, usted acaba de llegar al senado como quien dice y las cosas no se hacen así — Hawkins quiso zanjar la conversación, también mostrándose amable en apariencia, sin embargo había algo en su tono de voz que lo mostraba exasperado.
— Si quisiera que las cosas se hagan como siempre y sigan igual, señor Hawkin, no me habría presentado a nada, y si estoy aquí es porque he creído conveniente estar aquí. Es lo mínimo que podemos hacer por nuestras tropas que pasarán el 4 de julio fuera de su país y lejos de sus familias, así que... podría mover el culo y hablar con quien haga falta, pero quiero a esas personas aquí el día tres por la noche. Esos hombres se juegan la vida por su país, que al menos quienes manejan los hilos tengan la decencia de aportar un poco de empatía. No se van a morir por comer con ellos aquí un maldito día, ellos por el contrario y tristemente puede que sí — en cuanto el vehículo se detuvo bajé de él, dejando a Hawkins con la boca abierta.
Si yo había viajado hasta Afganistán era porque había un destacamento bastante importante de soldados originarios de Míchigan. Me apenaba no poder pasar el cuatro de julio con mi familia, pero era igual para ellos. Se encontrarían lejos de sus familias y nosotros podríamos hacer lo mismo por ellos aunque solo fuera un día. Incluso el presidente tenía pensado quedarse en la Casa Blanca, así que estaba moviendo cielo y tierra para que no fuera así.
Bajé del vehículo como un torbellino, básicamente porque no quería verle la cara a Hawkins, tras un viaje tan largo junto a él comenzaba a sentir instintos homicidas en su contra, no aguantaba a aquel tipo.
Vestía ropas claras en su mayoría, era lo que me habían recomendado para mi viaje. Pantalones tácticos beige, botas militares del mismo tono, una camiseta de tirantes negra y por encima una camisa de manga corta con la bandera de Estados Unidos a un lado. Por la cabeza llevaba un pañuelo de color tierra y gafas de sol para protegerme de los rayos de este.
— Buenos días, Leah Hadley, mucho gusto teniente — estreché la mano del hombre que fue el primero en recibirme y posteriormente las del resto de personas que estaban allí. — Soy Leah Hadley, mucho gusto — el resto de personalidades apareció a mis espaldas repitiendo el mismo proceso. Hawkins, el senador por el partido republicano sonrió a carcajadas seguramente ante alguna de sus pesadas bromas. Ni siquiera me di cuenta de que fui la única que no mencionó su cargo. No estaba al tanto del protocolo que había que seguir en aquellos actos, pero tampoco lo consideré ningún problema.
El teniente explicó que nos mostrarían las instalaciones y que podíamos preguntarles todo cuanto quisiéramos. Posteriormente añadió que nos habían habilitado una zona de dormitorios a parte junto a un comedor privado.
— ¿Por qué un comedor a parte? Hemos venido a ver y conocer a las tropas de nuestro país, lo agradezco, pero no son necesarias tantas molestias, si no creo que la visita no tendría ningún sentido — el pequeño grupo se detuvo, todos para mirarme como si hubiera dicho una estupidez. No pude evitar sentirme como una niña pequeña ante la mirada extrañada de los adultos por haber dicho algo sin sentido y eso me molestó muchísimo.
Leah Hadley
01 de marzo de 2012.
Creía que los había despistado... Así que se confió. Se encontraba cerca de la comisaría, apenas acababa de marcar la media noche el reloj.El rugido del helicóptero en el cielo de Raccoon City resonaba como una sentencia de muerte. Leah apenas podía escuchar sus propios pensamientos entre el caos de la ciudad destrozada. Las calles que solían estar llenas de vida estaban ahora vacías, salpicadas de escombros y cuerpos inertes. Los gritos habían cesado hacía horas, reemplazados por el terror de los no-muertos que vagaban buscando su siguiente víctima.
El miedo paralizaba su cuerpo, pero no tenía tiempo para detenerse. "Corre, Leah, corre..." se repetía mientras sus piernas respondían al instinto de supervivencia. Apenas podía mantener la cordura. Cada vez que cerraba los ojos, veía a su madre desplomándose frente a ella, sus ojos apagándose mientras una marea de infectados se abalanzaba sobre ellos. Y su padre... Su padre, que hasta el último aliento había tratado de protegerla, también había caído.
Todo lo que había sido su mundo, su vida, se desmoronaba a cada paso que daba.
Sabía que debía huir de la ciudad, pero ¿a dónde? Sus pensamientos eran un torbellino. Había visto a Umbrella destruir su familia, su ciudad, su vida, y ahora, la única opción era escapar. Su rabia y dolor eran la única chispa que la mantenía en pie.
Cruzó una esquina, las manos temblorosas aferrándose a la bolsa con las pocas pertenencias que había logrado recoger antes de que todo se desmoronara. "¿Por qué me pasa esto a mí?" pensó, mordiéndose el labio para no gritar. Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero no podía permitirse detenerse.
De repente, una luz cegadora la envolvió. El estruendo de vehículos y el sonido metálico de botas militares contra el suelo la rodearon. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el golpe de algo frío y duro contra su nuca. El mundo a su alrededor se desvaneció en la negrura.
Leah Hadley
09 de diciembre de 2012.
El sonido de la puerta al abrirse me despertó, como cada mañana. Dejaron la bandeja en el suelo, sin siquiera mirarme. Fue un movimiento rápido, mecánico, como si yo fuera un objeto más en esta celda. No importaba. Estaba acostumbrada. Esperé a que el guardia se fuera, escuchando el leve eco de sus pasos alejándose por el pasillo, y entonces me levanté.El frío del suelo contra mis pies descalzos siempre era un recordatorio de dónde estaba. A veces, eso me daba la fuerza para empezar. “Vamos, Leah”, murmuré, mi voz apenas un susurro que rebotó en las paredes vacías. Siempre decía algo en voz alta por la mañana, aunque fuera solo una palabra. Me hacía sentir que seguía siendo una persona, no una sombra atrapada en este agujero.
Me acerqué a la bandeja. Un trozo de pan duro y algo que supongo era una especie de sopa. No era mucho, pero lo suficiente para mantenerme de pie. Tomé un par de mordiscos, masticando despacio, intentando no pensar demasiado en lo que estaba comiendo.
Después, comencé mi rutina. Primero, caminé de un lado a otro de la celda, contando los pasos. Diez de un extremo al otro. Una, dos, tres veces. Mis pies marcaban un ritmo constante, y mientras lo hacía, empecé a hablar.
— Diez pasos. Diez hacia allá, diez de vuelta. No te detengas. Sigue andando — era algo que mi hermano solía decirme cuando corríamos juntos en el parque. Él siempre iba un paso por delante, animándome a no rendirme.
Después de calentar, me arrodillé y empecé a hacer flexiones. Al principio eran solo cinco, luego diez. Mis brazos temblaban, pero eso era bueno. Era un recordatorio de que todavía tenía fuerza.
Mientras me movía, una melodía comenzó a rondarme en la cabeza. Era una canción que mi madre solía tararear mientras cocinaba. Cerré los ojos por un momento, sintiendo cómo la música llenaba el silencio de la celda.
— You are my sunshine, my only sunshine… — canté en voz baja, casi como un susurro. La canción temblaba al salir de mis labios, pero la dejé fluir. Mi madre me la cantaba cuando era niña, cuando tenía miedo de la oscuridad o de alguna tormenta. Ahora era yo quien la cantaba, como un bálsamo para el vacío.
Después de eso, volví al rincón donde estaba la grieta en la pared. Me arrodillé y saqué la bandeja metálica. Había estado usando un borde afilado para raspar la superficie alrededor de la grieta, intentando ampliarla poco a poco. Cada rasguño era como un golpe contra Umbrella, un desafío silencioso.
Mientras trabajaba, hablé conmigo misma otra vez.
— Vas a salir de aquí, Leah. Esto no es tu final. Eres más fuerte que esto — mi voz era firme, aunque baja. No necesitaba que nadie más me escuchara, solo yo.
La tarde pasó así, entre ejercicio, cantos y raspaduras en la pared. Cada vez que mis pensamientos intentaban volverse oscuros, pensaba en ellos: en Abel, en mis padres, en mi marido. Recordaba su risa, sus palabras, los momentos en que creyeron en mí.
Cuando llegó la noche, me senté en la cama, exhausta pero satisfecha. Había avanzado un poco más con la grieta. Mi cuerpo dolía por los ejercicios, pero ese dolor era mi victoria del día.
Me acosté despacio, mirando el techo por unos minutos. Susurré de nuevo mi mantra antes de cerrar los ojos:
— No te rindas, Leah. Mañana será otro día.
Y aunque estaba cansada, sabía que me estaba acercando. Cada día era una pequeña batalla, y yo las estaba ganando, una a la vez.
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