Moral de Amos | Marcus Wright

Flotaba dormido en el interior de una cápsula gigante, llena de agua tibia y sales minerales. Esa era su cama y lugar de descanso cada noche después de pasadas horas sentado trabajando y haber tomado una ducha. Su imperturbable santuario, donde podía esconderse de los demonios que a veces le perseguían para sonsacarle, tal como la semana anterior en el comedor y en el gimnasio con el operador del USFU. Sin embargo, lo de "imperturbable" cambiaría más temprano que tarde.

—Buenos días, Harker. ¿Prefieres Harker o Scott? —El caracteristico aroma vomitible del tabaco se coló sin permiso a su habitación junto a aquella voz familiar, recordándole de mala gana que era lunes por la mañana.

—Apágalo —Ya despierto y predispuesto al mal humor mostró una mueca de repulsión con el labio superior.

—¿Qué es eso? ¿Un máquina de belleza? En mi época estaban de moda esas... Tal vez debería probar una ahora. A mi edad todo es válido, ¿no? —Patosamente elocuente, cambiaría el tema como distracción para darle dos caladas más a su cigarro antes de obedecer la orden.

—Un consejo que tomé de una masajista con la que salí años atrás —Su figura varonil y bañada en sales fue expuesta sin disimulo a su visitante no deseado, invitándole sin palabras a que se fuera de allí.

Indiferente al desnudo de un hombre, Müller respondió con una carcajada parecida a la tos de un fumador empedernido. Le hacía gracia cuán desteñido podía ser el carácter de las generaciones posteriores a la suya. —¿Años atrás? Hablas como si fueras yo, niño. Cámbiame esa cara y regodéate en tu juventud —Reprochó su ánimo y le alcanzó una toalla.

Pero el tatuado decidió ir al grano. —¿Qué haces aquí? No recuerdo haberte llamado, tengo cosas que hacer.

—Hoy no, chico. Hoy eres mío —Su sonrisa se esfumó para dar lugar a una expresión seria, fría como su tono—. Vístete. Te quiero en el campo de practica en cinco.




«Un arco a la izquierda...», se ordenaba a sí mismo con una pistola entre manos y la boca del cañón humeante. Estaba a punto de tirar del gatillo, tal como llevaba haciendo desde que empezó a practicar.

—¿Te habían dicho que tienes una puntería de mierda? —Desde lejos, Müller despotricaba—. No sé cómo ingresaste al SETR si ni una pistola puedes manejar —Presionó el cigarro contra el cenicero, el décimo que se fumaba aquella mañana, y se levantó de su asiento con los brazos cruzados, observando las dianas y los desaciertos de Scott.

—¡No recibí entrenamiento para esta mierda, ¿ok?! —Estampó el arma contra la mesa, donde habían más pistolas de variadas marcas y modelos—. Dame un arma de verdad y te mostraré lo que puedo hacer con ella.

—¿Me estás jodiendo, no? —Se frotaba la frente con una sonrisa de ironía mientras Harker le respondía con nada más que silencio y una mirada reticente—. Eres un agente de espionaje, se supone que deberías ser bueno con armas cortas. Dios, ¿dónde está Marcus cuando se lo necesita?

—¿Quién? —Si había oído bien, el germano acababa de nombrar al hombre responsable del moratón que manchaba su mejilla esa mañana.

La escena es interrumpida por el ruido que provoca la puerta de la salida al abrirse, y la revelación de quien entra por ella. —¡Alli estás, Marcus! Te estábamos esperando. Creo que le pegaste demasiado duro a tu compañero y ahora no puede acertar un sólo disparo —Los escoltas USFU del capitán se rieron de aquél chiste, aunque también estaban atentos por si una pelea nueva daba a lugar entre aquellos dos.

—¿"Compañero"? No me dijiste nada de esto. No voy a trabajar con un imbécil indisciplinado, estoy fuera —Así como había llegado, pretendió irse, dejando todo a un lado y encaminándose hacia la salida. Le parecía increíble el descaro con el que se manejaba Müller para manipularle, o manipularlos a ambos. ¿Quién sabe? Aunque de momento, no era discernible si Marcus estaba consciente de los planes del Sabueso de ponerlos trabajar juntos. Suponía que sí, si bien tenia buenas expectativas de él como guerrero y luchador, lo que pensaba de él como persona era algo distinto.

Scott miraba a Marcus con rabia profesa, pero no rabia hacia él. Más bien, hacia Müller, quien en su juego de coquetear con los sentimientos ajenos y sin importarle ensuciarse la mano, acariciaba la cabeza del bioquímico, esta manchada por la sangre derramada en combate. Las viperinas palabras del germano serpenteaban en su oído mientras bajaba la cabeza para dejar la mirada perdida en el suelo, calaban hasta el fondo como meter un dedo con sal en una herida, como si conociera cómo hacerle enojar...

—Eres un pedazo de mierda, anciano... —Respondió con sospechosa calma e incluso entre risitas. Demasiado tranquilo a como él generalmente reaccionaba a las provocaciones, pensaría Adler—. ¡TE VOY A ARRANCAR LOS OJOS, HIJO DE PERRA! —Y como sospechó su amenazado, bastante cauto, ya se había alejado algunos pasos al sembrar la discordia en el interior del científico, previendo que reaccionaría violentamente tal y como reaccionó. Los guardias le sujetaron y disuadieron con unos cuantos bastonazos más antes de volverlo a dejar postrado, rodillas en tierra.

El aspirante a comandante del USS interviene y les advierte del buen tiempo que les depara entre cuatro paredes. Scott se resignó por completo cuando escuchó que aquello sería en el trigésimo tercer piso de la base, donde él mismo en su labor como agente SETR había torturado y echado a confinamiento a múltiples capturados. Ni siquiera un espía con sus habilidades podría escapar de allí, así que ni siquiera se gastó en pensarlo como una opción; aquello era la Alcatraz subterránea.

Mientras les esposaban, al moreno sólo le quedaba tratar de racionalizar lo rápido en que un simple día de entrenamiento se convirtió en un pasaje para ir a prisión. Estaba en medio de ello, desde el silencio en el que contenía el malestar de sus afecciones corporales, cuando de pronto Biden, quien sería el verdugo de ambos jóvenes, se desvanece en el suelo mostrando signos propios de una convulsión.

O más bien... «Un envenenamiento», pensó viendo al claro responsable e inmediatamente a su compañero al lado, imaginando la posibilidad de que él pudiese haber formado parte de aquello.

La escena se vio abordada inmediatamente por los subordinados del afectado, quienes llevaron al mismo a cuestas al ala de urgencias de las instalaciones. Aunque Scott, Marcus y el germano supieran que en realidad el pobre desgraciado había firmado su sentencia de muerte desde el momento en que decidió abrazar a su enemigo de nuevo.

—Maldita sea, ¿vieron eso? Ya ni un filete puede degustar uno tranquilo. Tendremos que aumentar la seguridad en esta base. Dicen que el ricino es letal y los doctores generalmente no pueden dar un diagnóstico por la generalidad de los síntomas —Declaró cuando todos se fueron y sólo el sarcasmo en sus palabras resonaba en el lugar, aún bajo la gravedad del asunto, sin aparente miedo. Consciente de que no se lo inculparía por nada jamás—. Esto... —De repente interrumpe su charlatanería para destapar un lujoso reloj en su muñeca y ver la hora en él—. Les queda poco tiempo. Vamos.

Todos los miembros de la seguridad personal del ex comandante del UFSU se pusieron en marcha, les retiraron las esposas y los condujeron fuera del recinto, sometiéndolos a un largo trayecto a través de los pasillos, elevadores, caminerías y rampas que tomaría llegar al piso 33. Una vez allí, los escoltas escanearon sus irises, huellas dactilares, a lo que Müller haciendo también lo propio, procedió a interceptar el reporte que su ahijado, seguramente moribundo en un quirófano, había presentado para el arresto de los proyectos.

—Oh, no me mires así, Scottie. Lo hice por ustedes —Replicó socarrón a la mirada aún resentida que Harker destilaba sobre él.

—Biden iba a ser el próximo comandante del USS. Te estorbaba alguien con autonomía y alejado de tus deseos en ese puesto, así que tumbaste su ficha para poner otra más conveniente —Declaraba carente de reparos o disimulos mientras aceptaba de mala gana una toalla que le daba uno de los guardias para que presionase con ella la herida en su cabeza—. ¿A quién estás pensando en poner en ese puesto ahora? ¿Eh, anciano?

El hombre de cincuenta y largos le dedicó una ojeada risueña que distrajo al joven de tono osado por unos segundos y no lo advirtió del rápido movimiento que el primero acometió contra su cuello, sometiéndolo del mismo contra una pared e incluso casi haciéndolo gravitar del suelo al que apenas tocaba con la punta de los pies. —Si te vuelves a dirigir a mí de esa forma, me encargaré de que no tengas lengua para volver a hacerlo nunca más, ¿quedó claro? —Sin muchas opciones, asintió con la cabeza en respuesta, fue liberado y recuperó el aire de una bocanada abrupta.

—¿Ves que sí puedes comportarte? Mira a Marcus, ya él conoce cómo son las cosas aquí abajo —Declaró mirando al rubio de reojo medio sonriente—. Ahhh, esta es Alexia Blackwell. Hermosa, ¿no? —Les mostró a ambos la imagen de una mujer de ojos cristalinos, cabellos azabaches y con varios tatuajes a la vista—. Ex Agente Especial Encargada de la CIA, con un historial impecable hasta que... Bueno, un resbalón la destronó. El manchón perfecto para ocupar este puesto de ahora. Espero que se lleven bien con ella.

Scott reconoció claramente el rostro que le mostraron en pantalla, algo sorprendido. Una cara familiar con la que había coincidido años atrás en una misión suicida de extracción, en pleno apogeo del apocalípsis. Anque no le hizo falta decirlo. Asumía que alguien como Müller ya lo sabría. Siempre sabía todo. Por lo que el bioquímico, quien ya había previsto la situación tal y como terminó sucediendo, hizo un ademán que interrogaba si eso era todo, insinuando querer irse. Adler sólo estiró su mano en señal de darle el permiso para hacerlo, y así fue. Abandonó la planta con mucho en qué pensar, sobre cómo cambiarían las cosas en su vida con aquél caudillo manejándola. Un nuevo titiritero encargado de tirar los hilos desde las sombras.

La indisposición absoluta, producto de una mala experiencia aún vigente, encuentra conflicto entre el temperamento parsimonioso que de forma natural regresa al piloto ya devastado. Se percata de que Scott, partícipe de una actitud tan soez como impulsiva representaría un problema a largo plazo; si no era capaz de controlarse en situaciones de estrés, poco o nada resultaría efectivo durante el combate. O al menos así lo pensaba el utilitario. Adler lo mira con aprobación tras ver marchar a “Scottie” en dirección opuesta a la ubicación de estos dos últimos, quienes por alguna razón se mantienen juntos. Marcus, quien estaba acostumbrado a este tipo de eventos; innumerables sandeces que el germano solía realizar con frecuencia, recibió con la defensa en alto, aunque con varias dudas de por medio, a aquella escena tan dramática de la cual fue testigo junto a su homólogo el agente Harker. Por lo tanto, no lo agarró de sorpresa y, por consiguiente, a pesar de que su reacción también fue resultado de un entrenamiento previo, mantuvo la serenidad en pleno conflicto.

Sin embargo, ¿qué era lo que les depararía el futuro? Era la interrogante principal. Marcus ya había recibido a Scott con el pie izquierdo y todavía debía acostumbrarse a su presencia, con la cual apenas y había convivido una única vez. ¿Ahora le impondrán soportar a otro individuo igual de insufrible? Peor aún, este nuevo integrante supondría un papel más importante todavía, por lo cual no podría responder de la misma forma en la que lo haría con su compañero. Consciente de esto y de múltiples factores basados en la pura especulación, Wright se toma del cuello―todavía dolido―y se gira en sentido contrario junto a Müller para seguir juntos el mismo camino. Este último decidió explicarle un poco más sobre la agente Blackwell, pero si algo daba por hecho es que él supondría el único soporte entre ambos individuos. Su cuello estaba en juego, si Adler caía o alguno de ellos lo hacía por mera incompetencia, él también podría terminar sepultado, por ende, debe hallar la forma de comunicarse con ambos y apaciguar los humos, al menos en Scott. De otra forma no solo se pone en riesgo, incluso Rachel podría verse afectada por todo esto.