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Estás solo, todo está destruído, la muerte quiere cazarte. Has sobrevivido al fin y eso no es todo: esta guerra sigue en pie, pues el fin supone un nuevo principio, uno más tormentoso donde tendrás que demostrar lo que vales. ¿Crees poder sobrevivir?, si no... Abandonad toda esperanza aquellos que os adentráis en este nuevo, virulento y destrozado lugar.
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▧ Os regalamos el primer arma.
▧ El resultado es aleatorio y si no os interesa no es obligatorio que os quedéis el objeto.
▧ Podéis usar el arma aunque aún no esté actualizada en vuestro perfil, siempre y cuando hayáis hecho bien el registro.
▧ Sigue estos pasos, es muy sencillo:
1º Pulsa el botón responder, de abajo.
2º Escribe cualquier cosa en el mensaje.
3º Debajo de las opciones "Previsualizar" y "Enviar" escoge la lanzada de dados "Primer Arma", deja el número de dados en uno y dale a enviar.
4º A continuación de tu mensaje, saldrá una respuesta automática de Agent 4.0 con tu objeto ganado, si te interesa el objeto deberás editar tu mensaje y en él narrar como lograste el objeto.
Nota: Hay veces que a lo mejor responde otra persona cuando estáis haciendo esto y al enviar os sale eso de: "Se ha enviado otro mensaje mientras..." Y os da la opción de modificar o registrar, tenéis que modificar y volver a señalar el dado otra vez, porque al salir eso se desactiva la lanzada. Si no editáis el mensaje con un mínimo de cuatro lineas narrando como encontrasteis el objeto no se os colocará en el perfil.
Primer Arma
1º Pulsa el botón responder, de abajo.
2º Escribe cualquier cosa en el mensaje.
3º Debajo de las opciones "Previsualizar" y "Enviar" escoge la lanzada de dados "Primer Arma", deja el número de dados en uno y dale a enviar.
4º A continuación de tu mensaje, saldrá una respuesta automática de Agent 4.0 con tu objeto ganado, si te interesa el objeto deberás editar tu mensaje y en él narrar como lograste el objeto.
Nota: Hay veces que a lo mejor responde otra persona cuando estáis haciendo esto y al enviar os sale eso de: "Se ha enviado otro mensaje mientras..." Y os da la opción de modificar o registrar, tenéis que modificar y volver a señalar el dado otra vez, porque al salir eso se desactiva la lanzada. Si no editáis el mensaje con un mínimo de cuatro lineas narrando como encontrasteis el objeto no se os colocará en el perfil.
PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
El miembro 'Mackenzie D. Hamilton' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Primer Arma' :
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PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
Fue una de las últimas armas que salió de la armería de un regimiento en la periferia de Washington DC. Para cuando el recluta Rodríguez la apartó de su descanso llamarla a servicio, las calles ya estaban bañadas en sangre. Recorrió las grandes avenidas de la capital del que -hasta hace poco- parecía ser el país más poderoso del mundo, colgando y brincando ligeramente del cinturón de un improvisado soldado. Uno que, definitivamente, no se había enlistado para esto.
Pero ya no tenía donde ir. Su familia ya no existía, sus amigos habían desaparecido entre las multitudes, y su última carta era la de reclamar su lugar en el ejército apelando al servicio militar de reservista que había realizado 10 años atrás. Era eso o esperar la muerte agazapado bajo su cama, oyendo los pasos tambaleantes de los muertos venir o los misiles caer.
El tremor de la granada saltando de lado a lado apenas se notaba al lado del temblor con el que el uniformado estaba recibiendo el fin del mundo, y éste a su vez se camuflaba en los bruscos movimientos del humvee en el que transitaba. Se suponía que debía proteger a una autoridad importante, como si aún importaran. Un senador, le dijeron.
No prestó mucha atención realmente. Su único interés era aferrarse a esa última posibilidad de supervivencia, de tener algún arma, alimento, y -ojalá- un techo.
Hubo combate, pero esta granada no luchó. En vez de eso, vio a sus hermanas, una tras otra, caer y llevarse consigo a veces tres o cuatro cadáveres. Despejaban los caminos una explosión a la vez. Claro, Rodríguez aún no tenía tiempo de sentarse a unir los puntos para darse cuenta de que cada BOOM que salía de sus manos atraía a más y más caminantes. Ya lo pensaría después; en ese momento debía abrir camino para el senador. En el futuro habría leyes que deberían ser dictadas, el servicio público nunca muere, ha demostrado ser un parásito muy difícil de matar.
Llegaron a un refugio en medio del campo, y creyó que todo su sudor había valido la pena, hasta que escuchó la que sería su última orden: "Quédense a cuidar el perímetro, que nadie entre". Nunca vio más al senador ni a su general, y hoy el búnker que entonces les esperaba se encuentra abandonado, salvo por los nuevos inquilinos que parecen haber heredado la Tierra.
Rodríguez no llegó a ser uno de ellos. Como carne de cañón que era, fue uno de los primeros en ser mordidos. Pensó en usar su última granada para morir con gloria, lanzándose contra las hordas para partir en una explosión final de sangre y miembros cercenados como siempre había querido, pero muy a su pesar descubrió que no era un héroe. Tal vez nadie lo era realmente.
En vez de hacer eso, puso la pistola en su sien y jaló el gatillo, dejando su cuerpo a disposición de sus nuevos amos sin ley.
Sepultada entre cadáveres, la granada vio nuevamente la luz del sol cuando un joven, tatuado y desordenado, se arrodilló para dar vuelta el cadáver del soldado. Revisó sus bolsillos, sin éxito, lamentó no haber encontrado un arma en las cercanías, y sonrió cuando encontró al menos algo que haga valer la pena esa tarde.
De rodillas, la sujetó con una manos, observándola con detención. Sabía usarla como cualquiera, por lo que había visto en las películas, pero no tenía siquiera el entrenamiento básico de Rodríguez y, para peor, un ligero tremor en su muñeca le borró la sonrisa al recordarle que su cuerpo le estaba traicionando, y que bastaría un instante para que su nueva adquisición lo reviente entero, comenzando por su mano.
Con cuidado se la enganchó bajo su abrigo de cuero, miró a su alrededor hacia los demás cuerpos que había saqueado sin satisfacción, y se levantó. Antes de partir, observó el bunker. Tal vez tendría mejores tesoros, armas, o incluso provisiones, pero un hombre quebrantado y una granada solitaria no serían suficiente para abrirse paso ni por uno solo de los círculos del infierno.
Para colmo, sus amigos también habían quedado desarmados recientemente. Tendrían que seguir improvisando por algún tiempo más.
Pero ya no tenía donde ir. Su familia ya no existía, sus amigos habían desaparecido entre las multitudes, y su última carta era la de reclamar su lugar en el ejército apelando al servicio militar de reservista que había realizado 10 años atrás. Era eso o esperar la muerte agazapado bajo su cama, oyendo los pasos tambaleantes de los muertos venir o los misiles caer.
El tremor de la granada saltando de lado a lado apenas se notaba al lado del temblor con el que el uniformado estaba recibiendo el fin del mundo, y éste a su vez se camuflaba en los bruscos movimientos del humvee en el que transitaba. Se suponía que debía proteger a una autoridad importante, como si aún importaran. Un senador, le dijeron.
No prestó mucha atención realmente. Su único interés era aferrarse a esa última posibilidad de supervivencia, de tener algún arma, alimento, y -ojalá- un techo.
Hubo combate, pero esta granada no luchó. En vez de eso, vio a sus hermanas, una tras otra, caer y llevarse consigo a veces tres o cuatro cadáveres. Despejaban los caminos una explosión a la vez. Claro, Rodríguez aún no tenía tiempo de sentarse a unir los puntos para darse cuenta de que cada BOOM que salía de sus manos atraía a más y más caminantes. Ya lo pensaría después; en ese momento debía abrir camino para el senador. En el futuro habría leyes que deberían ser dictadas, el servicio público nunca muere, ha demostrado ser un parásito muy difícil de matar.
Llegaron a un refugio en medio del campo, y creyó que todo su sudor había valido la pena, hasta que escuchó la que sería su última orden: "Quédense a cuidar el perímetro, que nadie entre". Nunca vio más al senador ni a su general, y hoy el búnker que entonces les esperaba se encuentra abandonado, salvo por los nuevos inquilinos que parecen haber heredado la Tierra.
Rodríguez no llegó a ser uno de ellos. Como carne de cañón que era, fue uno de los primeros en ser mordidos. Pensó en usar su última granada para morir con gloria, lanzándose contra las hordas para partir en una explosión final de sangre y miembros cercenados como siempre había querido, pero muy a su pesar descubrió que no era un héroe. Tal vez nadie lo era realmente.
En vez de hacer eso, puso la pistola en su sien y jaló el gatillo, dejando su cuerpo a disposición de sus nuevos amos sin ley.
Sepultada entre cadáveres, la granada vio nuevamente la luz del sol cuando un joven, tatuado y desordenado, se arrodilló para dar vuelta el cadáver del soldado. Revisó sus bolsillos, sin éxito, lamentó no haber encontrado un arma en las cercanías, y sonrió cuando encontró al menos algo que haga valer la pena esa tarde.
De rodillas, la sujetó con una manos, observándola con detención. Sabía usarla como cualquiera, por lo que había visto en las películas, pero no tenía siquiera el entrenamiento básico de Rodríguez y, para peor, un ligero tremor en su muñeca le borró la sonrisa al recordarle que su cuerpo le estaba traicionando, y que bastaría un instante para que su nueva adquisición lo reviente entero, comenzando por su mano.
Con cuidado se la enganchó bajo su abrigo de cuero, miró a su alrededor hacia los demás cuerpos que había saqueado sin satisfacción, y se levantó. Antes de partir, observó el bunker. Tal vez tendría mejores tesoros, armas, o incluso provisiones, pero un hombre quebrantado y una granada solitaria no serían suficiente para abrirse paso ni por uno solo de los círculos del infierno.
Para colmo, sus amigos también habían quedado desarmados recientemente. Tendrían que seguir improvisando por algún tiempo más.
El miembro 'Marshall Killah' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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«Vamos, Ryan, vamos», se dijo a sí mismo intentando mantener la calma por dentro. Todo se estaba desmoronando rápidamente y esta vez sí que no contaba con la ayuda de Richard ni de Marianne para salir del caos. Era increíble que todo se estuviera sucediendo aunque ellos no habían vuelto todavía. ¿Y si cuando regresaban no encontraban nada?
El muchacho de Kansas sintió un gran vacío dentro suyo. Les debía absolutamente todo a sus compañeros, pero no podía quedarse a esperarlos. ¡Qué más hubiera querido que detener el mundo y aguardar lo que hiciera falta por ellos! Pero Ryan había aprendido ya que lo único que estaba bajo su control eran tan solo las carreras cronometradas que no había dejado de practicar en lo que iba de su vida. Ni antes, ni después de el desastre. Su aptitud de velocidad era una gran ventaja que no podía ni debería desperdiciar. Richard se lo recordaba constantemente.
Las directrices de Vernice se cruzaron por el pasillo y, como si de una anuncio de largada se tratase, el muchacho fue capaz de reaccionar al fin. Sus piernas precalentaron unos segundos, moviéndose en el lugar, justo antes de empezar un trote ligero que apresuró por los ajetreados pasillos. La mudanza se había pospuesto tanto tiempo que algunas cajas aún se encontraban en los corredores, dificultando el paso no solo de los vivos, sino de los infectados que empezaban a hacer presencia. Ryan las saltaba como si de vallas atléticas se tratasen, y cuando llegó hasta la cocina el caos se materializó rápidamente.
—¡Kaley! ¡No hay tiempo para eso! —urgió acercándose para sacarle de la mano los utensilios que intentaba guardar. En su lugar, le plantó cualquier cosa para la defensa en la mano. Ryan no era un tipo que le gustase la portación de armas y sabía que la rubia no era especialmente dada a la lucha. Todo aquello los había agarrado desprevenidos. En todo caso, la huesuda mano del muchacho se aferró al primer cuchillo de cocina que encontró en el cajón del -prontamente- derruido asentamiento y con un par de palmaditas que más intentaban contener a su compañera, la instó a seguir el camino hacia la salida más cercana.
El muchacho de Kansas sintió un gran vacío dentro suyo. Les debía absolutamente todo a sus compañeros, pero no podía quedarse a esperarlos. ¡Qué más hubiera querido que detener el mundo y aguardar lo que hiciera falta por ellos! Pero Ryan había aprendido ya que lo único que estaba bajo su control eran tan solo las carreras cronometradas que no había dejado de practicar en lo que iba de su vida. Ni antes, ni después de el desastre. Su aptitud de velocidad era una gran ventaja que no podía ni debería desperdiciar. Richard se lo recordaba constantemente.
Las directrices de Vernice se cruzaron por el pasillo y, como si de una anuncio de largada se tratase, el muchacho fue capaz de reaccionar al fin. Sus piernas precalentaron unos segundos, moviéndose en el lugar, justo antes de empezar un trote ligero que apresuró por los ajetreados pasillos. La mudanza se había pospuesto tanto tiempo que algunas cajas aún se encontraban en los corredores, dificultando el paso no solo de los vivos, sino de los infectados que empezaban a hacer presencia. Ryan las saltaba como si de vallas atléticas se tratasen, y cuando llegó hasta la cocina el caos se materializó rápidamente.
—¡Kaley! ¡No hay tiempo para eso! —urgió acercándose para sacarle de la mano los utensilios que intentaba guardar. En su lugar, le plantó cualquier cosa para la defensa en la mano. Ryan no era un tipo que le gustase la portación de armas y sabía que la rubia no era especialmente dada a la lucha. Todo aquello los había agarrado desprevenidos. En todo caso, la huesuda mano del muchacho se aferró al primer cuchillo de cocina que encontró en el cajón del -prontamente- derruido asentamiento y con un par de palmaditas que más intentaban contener a su compañera, la instó a seguir el camino hacia la salida más cercana.
El miembro 'Ryan Dalton' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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Y el desastre nos cogió prácticamente de improviso...
Los preparativos se habían alargado demasiado y ahora debíamos huir del que había sido nuestro hogar a toda prisa, tal y como había pasado la vez anterior... la historia se repetía. El repiqueteo de la campana de guardia quedaba ahogado por los gritos de horror y descontrol de quienes corrían desordenadamente por los pasillos y patios de la fábrica intentando encontrar una vía de escape. La ronca voz del mecánico Robert daba órdenes a todos de que montaran al primer vehículo disponible, pero el caos se había hecho dueño de aquella escena y las puertas habían cedido dejando entrar al enemigo en casa.
Tomé mi mochila de la taquilla a toda prisa, ni siquiera estaba segura de que hubiera dejado listas todas mis armas, pero al menos sí las más importantes. Al cruzarme con Gilbert por el pasillo tomé un momento su brazo, pero no dijimos nada, la mirada fue suficiente para entender qué era lo que había que hacer: aquello que durante ya algunos días habíamos estado preparando.
-¡¡Vamos!! ¡Hay que salir aquí!- grité entrando sala por sala a las habitaciones de quienes debían venir en el camión forestal. -¡No os paréis a recoger vuestras cosas! ¡Vamos todos al aparcamiento!
Desde el vestíbulo principal se veía cómo el patio estaba completamente invadido por la lucha, no era la mejor ruta para atravesar con una fila de ancianos, niños y enfermos detrás, así que había que buscar una alternativa.
-¡Rápido! ¡Seguidme!- dije emprendiendo el nuevo itinerario.
Podía ver claramente el miedo en los ojos de Whilhelm, el gesto perenne de incomprensión de Sam... pero esta vez teníamos que conseguir salir de allí con vida. Todos.
Serpenteando a través del laberinto de pasillos ensombrecidos llegamos hasta el comedor. El plan era simple: atravesar el comedor, la cocina, de ahí salir a los lavaderos y rodear los módulos de los almacenes hasta llegar a la explanada de cemento donde reposaban los vehículos, pero antes siquiera de cruzar el umbral de la cocina, nuestro avance se vio bruscamente interrumpido por la aparición de un enemigo. ¡¿Qué demonios?! ¿Cómo habían llegado hasta el interior del edificio?
Desenganché el mosquetón del hacha de mi cinturón, y con un golpe brusco, clavé la hoja en su cráneo, pero a tal profundidad que la hoja se quedó varada en el hueso quebrado. Seguramente habría conseguido liberar el hacha con un poco de esfuerzo, pero el grupo de zombies del que mi reciente víctima sólo había sido la avanzadilla, me apremiaba a seguir avanzando y limpiando el camino.
-¡Detrás de nosotros!- gritó el anciano Whilhelm, aunque no me giré a comprobar la veracidad de sus palabras. Por el tono de su voz sabía que era verdad, estábamos rodeados.
Saqué la beretta de la funda y empecé a abrir fuego contra los enemigos que venían de frente y luego con los que venían detrás, alternando cada disparo, sin demasiada buena puntería, el cargador se vació justo a tiempo de dejar un pequeño intervalo de tranquilidad para escapar de allí.
-¡Vamos ahora!- entoné intentando volver a animarles.
Estaba segura de que vendrían más, no tardaríamos demasiado en encontrarnos con los muertos, pero mi hacha se había quedado en el umbral del comedor y... en fin, una pistola descargada sólo era útil como un pisapapeles. En estos momentos recordaba todos los sermones de Gilbert sobre comprobar el arma y demás... pero ahora poco podía hacer.
La claridad del día casi nos cegó por completo al salir al exterior del recinto. El alto techo del camión de bomberos forestal se veía entre el estrecho hueco que dejaban los almacenes, pero sabía que no tendríamos el camino despejado durante mucho más tiempo. Gasté unos instantes en colarme dentro de la enfermería de Kaley y tomé lo primero que tuve a mano, unas tijeras quirúrgicas que al menos tenían un buen filo.
Ya casi estábamos llegando al aparcamiento de vehículos cuando escuché un grito ahogado a mis espaldas. Ni siquiera había sentido la detonación, porque francamente, los disparos no habían dejado de silbar ni por un instante. Al volverme hacia atrás Whilhelm sostenía en sus brazos a Lana, su anciana esposa, de cuyo vientre manaba una incesante catarata rojioscura. ¿Qué diablos había pasado? ¿Una bala perdida?
-Aahíii... ese hombre malo...- dijo el vozarrón infantil de Sam señalando hacia un zombie, justo antes de que el enemigo volviese a levantar el arma apuntando hacia nosotros.
...¿Zombie...? No podía ser. ¿Habían sido humanos los que nos atacaban todo este tiempo?
Por un momento los dioses nos sonrieron. Los aspavientos alarmados del hombre daban a entender que su arma se había encasquillado, así que me lancé corriendo contra él, asiendo firmemente las tijeras en el puño, para acabar clavándolas en su cuenca ocular izquierda.
Miles de preguntas me daban vueltas a la cabeza: ¿quién era esta gente? ¿Por qué demonios nos estaban atacando? ¿Conseguiríamos todos reencontrarnos en el punto de encuentro...? ¿Acabaría siendo un desastre como la vez anterior...? Mientras tanto, mis pies me habían llevado inconscientemente de nuevo al aparcamiento, donde ayudé a Whilhelm a cargar con su esposa agonizante hasta la puerta del camión forestal. En pocos segundos todos los asientos estaban ocupados y el motor de la gran bestia roja comenzaba a rugir, entretanto, a través del retrovisor contemplaba como todos los ocupantes, con horror, intentaban mantener el último hilo de vida dentro del cuerpo de Lana.
-¿Estáis todos listos?- pregunté, casi por inercia. -Sujetaos, nos vamos de aquí.
Los preparativos se habían alargado demasiado y ahora debíamos huir del que había sido nuestro hogar a toda prisa, tal y como había pasado la vez anterior... la historia se repetía. El repiqueteo de la campana de guardia quedaba ahogado por los gritos de horror y descontrol de quienes corrían desordenadamente por los pasillos y patios de la fábrica intentando encontrar una vía de escape. La ronca voz del mecánico Robert daba órdenes a todos de que montaran al primer vehículo disponible, pero el caos se había hecho dueño de aquella escena y las puertas habían cedido dejando entrar al enemigo en casa.
Tomé mi mochila de la taquilla a toda prisa, ni siquiera estaba segura de que hubiera dejado listas todas mis armas, pero al menos sí las más importantes. Al cruzarme con Gilbert por el pasillo tomé un momento su brazo, pero no dijimos nada, la mirada fue suficiente para entender qué era lo que había que hacer: aquello que durante ya algunos días habíamos estado preparando.
-¡¡Vamos!! ¡Hay que salir aquí!- grité entrando sala por sala a las habitaciones de quienes debían venir en el camión forestal. -¡No os paréis a recoger vuestras cosas! ¡Vamos todos al aparcamiento!
Desde el vestíbulo principal se veía cómo el patio estaba completamente invadido por la lucha, no era la mejor ruta para atravesar con una fila de ancianos, niños y enfermos detrás, así que había que buscar una alternativa.
-¡Rápido! ¡Seguidme!- dije emprendiendo el nuevo itinerario.
Podía ver claramente el miedo en los ojos de Whilhelm, el gesto perenne de incomprensión de Sam... pero esta vez teníamos que conseguir salir de allí con vida. Todos.
Serpenteando a través del laberinto de pasillos ensombrecidos llegamos hasta el comedor. El plan era simple: atravesar el comedor, la cocina, de ahí salir a los lavaderos y rodear los módulos de los almacenes hasta llegar a la explanada de cemento donde reposaban los vehículos, pero antes siquiera de cruzar el umbral de la cocina, nuestro avance se vio bruscamente interrumpido por la aparición de un enemigo. ¡¿Qué demonios?! ¿Cómo habían llegado hasta el interior del edificio?
Desenganché el mosquetón del hacha de mi cinturón, y con un golpe brusco, clavé la hoja en su cráneo, pero a tal profundidad que la hoja se quedó varada en el hueso quebrado. Seguramente habría conseguido liberar el hacha con un poco de esfuerzo, pero el grupo de zombies del que mi reciente víctima sólo había sido la avanzadilla, me apremiaba a seguir avanzando y limpiando el camino.
-¡Detrás de nosotros!- gritó el anciano Whilhelm, aunque no me giré a comprobar la veracidad de sus palabras. Por el tono de su voz sabía que era verdad, estábamos rodeados.
Saqué la beretta de la funda y empecé a abrir fuego contra los enemigos que venían de frente y luego con los que venían detrás, alternando cada disparo, sin demasiada buena puntería, el cargador se vació justo a tiempo de dejar un pequeño intervalo de tranquilidad para escapar de allí.
-¡Vamos ahora!- entoné intentando volver a animarles.
Estaba segura de que vendrían más, no tardaríamos demasiado en encontrarnos con los muertos, pero mi hacha se había quedado en el umbral del comedor y... en fin, una pistola descargada sólo era útil como un pisapapeles. En estos momentos recordaba todos los sermones de Gilbert sobre comprobar el arma y demás... pero ahora poco podía hacer.
La claridad del día casi nos cegó por completo al salir al exterior del recinto. El alto techo del camión de bomberos forestal se veía entre el estrecho hueco que dejaban los almacenes, pero sabía que no tendríamos el camino despejado durante mucho más tiempo. Gasté unos instantes en colarme dentro de la enfermería de Kaley y tomé lo primero que tuve a mano, unas tijeras quirúrgicas que al menos tenían un buen filo.
Ya casi estábamos llegando al aparcamiento de vehículos cuando escuché un grito ahogado a mis espaldas. Ni siquiera había sentido la detonación, porque francamente, los disparos no habían dejado de silbar ni por un instante. Al volverme hacia atrás Whilhelm sostenía en sus brazos a Lana, su anciana esposa, de cuyo vientre manaba una incesante catarata rojioscura. ¿Qué diablos había pasado? ¿Una bala perdida?
-Aahíii... ese hombre malo...- dijo el vozarrón infantil de Sam señalando hacia un zombie, justo antes de que el enemigo volviese a levantar el arma apuntando hacia nosotros.
...¿Zombie...? No podía ser. ¿Habían sido humanos los que nos atacaban todo este tiempo?
Por un momento los dioses nos sonrieron. Los aspavientos alarmados del hombre daban a entender que su arma se había encasquillado, así que me lancé corriendo contra él, asiendo firmemente las tijeras en el puño, para acabar clavándolas en su cuenca ocular izquierda.
Miles de preguntas me daban vueltas a la cabeza: ¿quién era esta gente? ¿Por qué demonios nos estaban atacando? ¿Conseguiríamos todos reencontrarnos en el punto de encuentro...? ¿Acabaría siendo un desastre como la vez anterior...? Mientras tanto, mis pies me habían llevado inconscientemente de nuevo al aparcamiento, donde ayudé a Whilhelm a cargar con su esposa agonizante hasta la puerta del camión forestal. En pocos segundos todos los asientos estaban ocupados y el motor de la gran bestia roja comenzaba a rugir, entretanto, a través del retrovisor contemplaba como todos los ocupantes, con horror, intentaban mantener el último hilo de vida dentro del cuerpo de Lana.
-¿Estáis todos listos?- pregunté, casi por inercia. -Sujetaos, nos vamos de aquí.
El miembro 'Vernice Valdeviras' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Primer Arma' :
Resultados :
'Primer Arma' :
Resultados :
@Connor Blacksmith
@Luciano Avellaneda
@Ryan Dalton
Cuando terminéis de editar cómo conseguisteis vuestro arma avisadme y la añadimos a vuestro perfil, mientras tanto no podemos hacerlo.
@Luciano Avellaneda
@Ryan Dalton
Cuando terminéis de editar cómo conseguisteis vuestro arma avisadme y la añadimos a vuestro perfil, mientras tanto no podemos hacerlo.
Actualizado}#
Enjoy the Silence 4.0
Enjoy the Silence 4.0
- K-Mart:
José María gruñó desde la silla en la que estaba apoyado.
—¡Un destornillador!¡Tienes razón, eres un genio! —Me puse en pie como un rayo, le di un beso en la frente, mientras él intentaba morderme la nariz, y salí corriendo. Estaba en una casita en el medio del campo, a la que había llegado tras días de caminata. Antes de entrar me había fijado que a unos metros del edificio principal había un pequeño cobertizo, pero por si las dudas, miré por la ventana antes de salir. A lo mejor alguien se lo había llevado. Reí. "¡Qué tonta!", hubiera dicho JM de haber oído mis pensamientos, no es como si hubiera llegado un tornado y se hubiera llevado la caseta de herramientas a un mundo alternativo lleno de magia...
...
¡Claro que no! Sacudí la cabeza y continué mi travesía en busca de la herramienta. Me costó abrir la puerta, hecha de alguna madera pesada y con bisagras tan oxidadas que parecía más bien óxido con forma de bisagra. Y cuando lo conseguí, con los rayos de sol colándose por el tragaluz y algunos huecos de los tablones que conformaban las paredes, pude ver el polvo volar. Quedé hipnotizada por unos segundos, hasta que comencé a toser cuando las diminutas partículas ingresaron en mis vías respiratorias. Avancé hacia la caja de herramientas pero enviado por los Dioses, pateé algo que rodó debajo de la mesa. Me tiré al suelo para agarrarlo: ¡era el destornillador! Tal fue la emoción que cuando me levanté, olvidé la mesa sobre mi cabeza y me di un buen golpe: "¿Quién bajó el techo?", pensé para mis adentros, como una broma, y no pude contener una risa muda. Con eso en mis manos, ya no necesitaba cualquier otra cosa que pudiera ofrecerme el cobertizo. Excepto... Un paño lleno de grasa seca. También me lo llevé y regresé junto a José María. La cabeza me miró inexpresivamente y preguntó con otro gruñido porqué había tardado tanto. No le contesté. Volví a sentarme en el suelo y puse el pañuelo en la boca del cadáver. Clavé la punta del destornillador en las encías y la removí, para aflojar la pieza dental. Con el trozo de tela, fui limpiando la sangre que salía, aunque tampoco sirvió de mucho, pues acabé hecha un desastre. Guardé cada diente en el bolsillo pequeño de mi mochila. Tanto a JM como a mí nos temblaba la mandíbula de la emoción... No, a mí me temblaba del frío, estaba helada. Me tiré en la cama matrimonial que había en el centro del cuarto, tapada hasta arriba y con el destornillador en mis brazos. Jamás se despreciaba un regalo.
—¡Un destornillador!¡Tienes razón, eres un genio! —Me puse en pie como un rayo, le di un beso en la frente, mientras él intentaba morderme la nariz, y salí corriendo. Estaba en una casita en el medio del campo, a la que había llegado tras días de caminata. Antes de entrar me había fijado que a unos metros del edificio principal había un pequeño cobertizo, pero por si las dudas, miré por la ventana antes de salir. A lo mejor alguien se lo había llevado. Reí. "¡Qué tonta!", hubiera dicho JM de haber oído mis pensamientos, no es como si hubiera llegado un tornado y se hubiera llevado la caseta de herramientas a un mundo alternativo lleno de magia...
...
¡Claro que no! Sacudí la cabeza y continué mi travesía en busca de la herramienta. Me costó abrir la puerta, hecha de alguna madera pesada y con bisagras tan oxidadas que parecía más bien óxido con forma de bisagra. Y cuando lo conseguí, con los rayos de sol colándose por el tragaluz y algunos huecos de los tablones que conformaban las paredes, pude ver el polvo volar. Quedé hipnotizada por unos segundos, hasta que comencé a toser cuando las diminutas partículas ingresaron en mis vías respiratorias. Avancé hacia la caja de herramientas pero enviado por los Dioses, pateé algo que rodó debajo de la mesa. Me tiré al suelo para agarrarlo: ¡era el destornillador! Tal fue la emoción que cuando me levanté, olvidé la mesa sobre mi cabeza y me di un buen golpe: "¿Quién bajó el techo?", pensé para mis adentros, como una broma, y no pude contener una risa muda. Con eso en mis manos, ya no necesitaba cualquier otra cosa que pudiera ofrecerme el cobertizo. Excepto... Un paño lleno de grasa seca. También me lo llevé y regresé junto a José María. La cabeza me miró inexpresivamente y preguntó con otro gruñido porqué había tardado tanto. No le contesté. Volví a sentarme en el suelo y puse el pañuelo en la boca del cadáver. Clavé la punta del destornillador en las encías y la removí, para aflojar la pieza dental. Con el trozo de tela, fui limpiando la sangre que salía, aunque tampoco sirvió de mucho, pues acabé hecha un desastre. Guardé cada diente en el bolsillo pequeño de mi mochila. Tanto a JM como a mí nos temblaba la mandíbula de la emoción... No, a mí me temblaba del frío, estaba helada. Me tiré en la cama matrimonial que había en el centro del cuarto, tapada hasta arriba y con el destornillador en mis brazos. Jamás se despreciaba un regalo.
El miembro 'Hope Nasser' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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—Vamos, tiene que haber algo... —musitó mientras rebuscaba el último baúl metálico que quedaba, ya había hurtado en los demás y estaban con objetos inservibles. Después de todo, se encontraba en un almacén militar abandonado, algo debía que quedar, no podrían ya haber saqueado todo. Encontró una pequeña caja de madera dañada dentro del baúl. Dio un largo suspiro de alivio de al fin encontrar algo, solo llegaba la parte más difícil y era, que de verdad fuera algo útil.
Con algo de presión, forzó la tapa de la caja hasta deshacerse de ella. Sus cejas dieron un salto al ver su interior, pues, aquello era una granada, algo que no se encontraba todos los días. Algo dudoso, la tomó entre sus manos para inspeccionarla más a fondo. Si los recuerdos de sus años de capacitación en la comisaria no le fallaban, aquello no era un simple explosivo, era una granada de fragmentación.
—Genial. —fue todo lo que dijo, abriendo su mochila y guardando su nueva posesión. Sabía que era un arma muy poderosa, sí. No obstante, era de un solo uso, debía elegir bien el momento y el lugar para hacerlo, en pocas palabras, una situación de emergencia.
Con algo de presión, forzó la tapa de la caja hasta deshacerse de ella. Sus cejas dieron un salto al ver su interior, pues, aquello era una granada, algo que no se encontraba todos los días. Algo dudoso, la tomó entre sus manos para inspeccionarla más a fondo. Si los recuerdos de sus años de capacitación en la comisaria no le fallaban, aquello no era un simple explosivo, era una granada de fragmentación.
—Genial. —fue todo lo que dijo, abriendo su mochila y guardando su nueva posesión. Sabía que era un arma muy poderosa, sí. No obstante, era de un solo uso, debía elegir bien el momento y el lugar para hacerlo, en pocas palabras, una situación de emergencia.
El miembro 'Rhys A. Hawkins' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Primer Arma' :
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'Primer Arma' :
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PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
No me quedaba munición. Mi pistola había quedado incrustada en la boca de ese zombie con mi último esfuerzo final por no ser mordido por la criatura. No es que fuera más feroz que los demás, pero sí lo era el cansancio que acuciábamos después de casi media hora de combate sin cuartel. La costumbre de todos era la de luchar mientras íbamos a por provisiones o cuando nos encontrábamos a un pequeño grupo. Esta vez, estábamos defendiendo en última instancia, lo que había sido nuestro hogar...
La puerta se derrumbó y la joven Emma gritó mi nombre.
-¡Gilbert!
No quedaba mucho más que hacer. Por la estrecha puerta que daba a la cocina, de la cual acababan de sacar a la señora María para evacuarla, pude vislumbrar algunas herramientas de Peter, nuestro manitas personal que se dedicaba a mantener el mobiliario del comedor en buen estado. Rebusqué rápidamente intentando encontrar algo con lo que poder defenderme. Hacía rato que habían dejado de sonar disparos, con lo cual, nuestra munición ya debía haberse acabado... Por desgracia, no había sido el único con la idea de saquear la caja de herramientas: no quedaban martillos, ni llaves inglesas... ni siquiera una palanca con la que abrirme camino entre los cerebros de los zombies... Ahí estaba. Tan sólo quedaba un destornillador largo y algo dañado. La madera de su mango había visto mejores tiempos y, seguramente, su punta en algún momento había debido encajar en la cabeza de algún tipo de tornillo.
-¡¡Gilbert!!- volvió a gritar Emma.
Me incorporé con un gran chasquido de mi rodilla. El dolor atravesó el hueso de un extremo a otro estremeciéndome y dibujando en mi cara una mueca de dolor... un dolor de los que no se curan con el tiempo. Asesté un golpe con mi nueva arma, miré a Emma y dije:
-Funciona... al menos funciona.
La puerta se derrumbó y la joven Emma gritó mi nombre.
-¡Gilbert!
No quedaba mucho más que hacer. Por la estrecha puerta que daba a la cocina, de la cual acababan de sacar a la señora María para evacuarla, pude vislumbrar algunas herramientas de Peter, nuestro manitas personal que se dedicaba a mantener el mobiliario del comedor en buen estado. Rebusqué rápidamente intentando encontrar algo con lo que poder defenderme. Hacía rato que habían dejado de sonar disparos, con lo cual, nuestra munición ya debía haberse acabado... Por desgracia, no había sido el único con la idea de saquear la caja de herramientas: no quedaban martillos, ni llaves inglesas... ni siquiera una palanca con la que abrirme camino entre los cerebros de los zombies... Ahí estaba. Tan sólo quedaba un destornillador largo y algo dañado. La madera de su mango había visto mejores tiempos y, seguramente, su punta en algún momento había debido encajar en la cabeza de algún tipo de tornillo.
-¡¡Gilbert!!- volvió a gritar Emma.
Me incorporé con un gran chasquido de mi rodilla. El dolor atravesó el hueso de un extremo a otro estremeciéndome y dibujando en mi cara una mueca de dolor... un dolor de los que no se curan con el tiempo. Asesté un golpe con mi nueva arma, miré a Emma y dije:
-Funciona... al menos funciona.
El miembro 'Gilbert White' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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Todo se había vuelto caótico. Las llamas devoraban nuestro hogar, sin contar la cantidad de zombies que habían entrado gracias a esos bandidos hijos de la gran puta que se habían atrevido a atacarnos...
Lo peor de todo es que encima les había salido bien. No nos esperábamos un ataque por sorpresa ni mucho menos éramos tantos como para hacerlos frente, por lo que se puso en marcha el plan de escape si queríamos sacar a todos de allí con vida y llevarlos al punto de encuentro.
Corrí entre la multitud, no podía llegar hasta mis armas, no había tiempo. Justo en ese momento, noto que alguien me empuja con fuerza, pero no me pilla del todo desprevenida, por lo que tambaleo y me giro hecha una auténtica furia. En frente a mí, tengo a uno de los atacante, mide unos dos metros por lo menos y parece un armario de lo cuadrado que esté el muy gilipollas.
Se me queda mirando con una sonrisa socarrona mientras sujeta un palillo entre sus dientes amarillentos. No puede darme más asco.
—Hola guapa, si te vienes con nosotros sin oponer resistencia, puede que te perdonemos la vida y disfrutes de un trato más amable por nuestra parte.—pude ver cómo me recorría de pies a cabeza con sus ojos con una mirada lasciva en ellos que me provocó arcadas.
Pero me mantuve quieta, jugaba con el factor sorpresa.
—¿De veras un tío como tú haría eso por mí?—dije poniendo ojitos y haciendo un gesto para que se acercase más.
—Si quieres... Podemos llegar a un acuerdo entre tú y yo hombretón...—sonreí con picardía al ver que se acercaba. Me acerqué como si fuese a susurrarle algo, pero en ese instante, elevé mis manos con una rapidez sobrehumana hacia su cuello, las giré y separé la cabeza de sus hombros. La mirada de sorpresa se le quedaría para siempre de una manera póstuma sobre sus facciones. La sangre manó cual fuente o peli de Tarantino, y me separé para lanzar la cabeza lejos de mí. Me acerqué al resto del cuerpo y lo registré. Llevaba un machete en su cinturón, que no dudé ni un segundo en apropiármelo.
Tras eso, me fui a buscar mi Harley corriendo, pues yo debía ser una de las encargadas en despistar a esos capullos.
Lo peor de todo es que encima les había salido bien. No nos esperábamos un ataque por sorpresa ni mucho menos éramos tantos como para hacerlos frente, por lo que se puso en marcha el plan de escape si queríamos sacar a todos de allí con vida y llevarlos al punto de encuentro.
Corrí entre la multitud, no podía llegar hasta mis armas, no había tiempo. Justo en ese momento, noto que alguien me empuja con fuerza, pero no me pilla del todo desprevenida, por lo que tambaleo y me giro hecha una auténtica furia. En frente a mí, tengo a uno de los atacante, mide unos dos metros por lo menos y parece un armario de lo cuadrado que esté el muy gilipollas.
Se me queda mirando con una sonrisa socarrona mientras sujeta un palillo entre sus dientes amarillentos. No puede darme más asco.
—Hola guapa, si te vienes con nosotros sin oponer resistencia, puede que te perdonemos la vida y disfrutes de un trato más amable por nuestra parte.—pude ver cómo me recorría de pies a cabeza con sus ojos con una mirada lasciva en ellos que me provocó arcadas.
Pero me mantuve quieta, jugaba con el factor sorpresa.
—¿De veras un tío como tú haría eso por mí?—dije poniendo ojitos y haciendo un gesto para que se acercase más.
—Si quieres... Podemos llegar a un acuerdo entre tú y yo hombretón...—sonreí con picardía al ver que se acercaba. Me acerqué como si fuese a susurrarle algo, pero en ese instante, elevé mis manos con una rapidez sobrehumana hacia su cuello, las giré y separé la cabeza de sus hombros. La mirada de sorpresa se le quedaría para siempre de una manera póstuma sobre sus facciones. La sangre manó cual fuente o peli de Tarantino, y me separé para lanzar la cabeza lejos de mí. Me acerqué al resto del cuerpo y lo registré. Llevaba un machete en su cinturón, que no dudé ni un segundo en apropiármelo.
Tras eso, me fui a buscar mi Harley corriendo, pues yo debía ser una de las encargadas en despistar a esos capullos.
El miembro 'Ryuko Tachibana' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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Con los muertos cerrándoles el paso cada vez más, a Jean se le agotaban las ideas para salir de esa situación con vida. Lucy corría detrás de él cubriéndole las espaldas lanzando lo que encontraba en los pasillos del centro comercial a modo de obstáculos. ¿A quién se le había ocurrido la brillante idea de ir ahí en primer lugar? A decir verdad, lo olvidaron y así era mejor para el que propuso ir. Pero no había sido tan mala idea en teoría. El estacionamiento estaba casi desierto y no parecía verse movimiento a través de los cristales de la entrada. Inicialmente entraron a buscar todo lo que pudiera ser útil para los supervivientes de la fábrica pero ahora se conformaban con sobrevivir. —¡Allá!— gritó Lucy apuntando a una tienda de armas de cacería.
El médico pensó que al fin cambiaba su suerte, pero al llegar a la puerta, se percataron de dos cosas: Ya había sido saqueada y estaban al final del camino. —La puta madr...— No había terminado de murmurar cuando la enfermera le tiró de la mano para meterse a la otra tienda más cercana. Una tienda deportiva. ¡Genial!, pensó Jean, tal vez encontrasen un bat de metal o un arco con flechas, pero para su infortunio, no era una tienda deportiva genérica, era una tienda deportiva para preppies. Había más ropa y accesorios que nada. —¡Un poco de ayuda por aquí!— exclamó Lucy tratando de bloquear la entrada con un anaquel que, a primera vista, dudaba que resistiera una vez que lo soltaran. —A ver, a ver, a ver...— buscó con la mirada algo que le diera una idea. Uno de los maniquíes tenía un palo de golf y al fondo había una puerta, posiblemente un probador o un baño para empleados.
Dándole un leve codazo a Lucy, llamó su atención e hizo un gesto de cabeza señalando su posible salida. Ambos contaron hasta tres previamente a soltar el anaquel y salir disparados hacia la puerta, a la que pudieron entrar antes de que cediera el bloqueo de la entrada. Jean había cogido el palo de golf en el camino. No era precisamente un baño de empleados, era una bodega. Una con una ventana un tanto estrecha pero por la cual si podrían pasar alguien de sus complexiones. —Después de usted, madam.— dijo en un exagerado y burlezco acento inglés.
—¿Puedes creer que nunca jugué golf como la mayoría de los médicos Neoyorquinos?— mencionó una vez lejos del centro comercial mientras hacía un swing. Se habían salvado por poco y Jean, bueno, ahora tenía el arma más "sofisticada" que pudo hallar.
El médico pensó que al fin cambiaba su suerte, pero al llegar a la puerta, se percataron de dos cosas: Ya había sido saqueada y estaban al final del camino. —La puta madr...— No había terminado de murmurar cuando la enfermera le tiró de la mano para meterse a la otra tienda más cercana. Una tienda deportiva. ¡Genial!, pensó Jean, tal vez encontrasen un bat de metal o un arco con flechas, pero para su infortunio, no era una tienda deportiva genérica, era una tienda deportiva para preppies. Había más ropa y accesorios que nada. —¡Un poco de ayuda por aquí!— exclamó Lucy tratando de bloquear la entrada con un anaquel que, a primera vista, dudaba que resistiera una vez que lo soltaran. —A ver, a ver, a ver...— buscó con la mirada algo que le diera una idea. Uno de los maniquíes tenía un palo de golf y al fondo había una puerta, posiblemente un probador o un baño para empleados.
Dándole un leve codazo a Lucy, llamó su atención e hizo un gesto de cabeza señalando su posible salida. Ambos contaron hasta tres previamente a soltar el anaquel y salir disparados hacia la puerta, a la que pudieron entrar antes de que cediera el bloqueo de la entrada. Jean había cogido el palo de golf en el camino. No era precisamente un baño de empleados, era una bodega. Una con una ventana un tanto estrecha pero por la cual si podrían pasar alguien de sus complexiones. —Después de usted, madam.— dijo en un exagerado y burlezco acento inglés.
—¿Puedes creer que nunca jugué golf como la mayoría de los médicos Neoyorquinos?— mencionó una vez lejos del centro comercial mientras hacía un swing. Se habían salvado por poco y Jean, bueno, ahora tenía el arma más "sofisticada" que pudo hallar.
El miembro 'Jean Montana' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
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Estaba desesperada, sin saber donde mirar. Solo llevaba para sí misma una mochila, una foto de sus amigas y poco más que lazos para su cabello. Rebuscando entre los cajones de una mesita de noche de una casa abandonada, estaba intentando sacar algo de provecho. Se atrincheró en esa casa perdida en medio del campo porque huía de esos estúpidos muertos vivientes, pero necesitaba un arma con la que poder defenderse. Jas se ponía cada vez más y más nerviosa, tirando las cosas que no eran de utilidad como papeles viejos, latas de comida vacías, etc. Tenía ganas de llorar de la resignación. ¿A caso no iba ha hacer nada útil en ese maldito lugar abandonado?
Miró en el último cajón. Era uno donde había solo ropa interior de hombre —cosa que no le servia—. Rebuscó mejor porque no se fiaba, pudiendo encontrar al fin algo de utilidad. Un revolver antiguo sin balas. Bueno, menos daba una piedra, ¿no? Ilusionada, Jasmine se lo guardó enseguida porque podría serle de utilidad para vacilar ante humanos o usarla como método de defensa en su último momento.
— Esto me vale. —Sonrió de lado, guardándosela en la mochila que llevaba consigo. Y, sin nada más que hacer en esa habitación porque ya había buscado suficiente, se marchó.
Miró en el último cajón. Era uno donde había solo ropa interior de hombre —cosa que no le servia—. Rebuscó mejor porque no se fiaba, pudiendo encontrar al fin algo de utilidad. Un revolver antiguo sin balas. Bueno, menos daba una piedra, ¿no? Ilusionada, Jasmine se lo guardó enseguida porque podría serle de utilidad para vacilar ante humanos o usarla como método de defensa en su último momento.
— Esto me vale. —Sonrió de lado, guardándosela en la mochila que llevaba consigo. Y, sin nada más que hacer en esa habitación porque ya había buscado suficiente, se marchó.
El miembro 'Jasmine M. Mendez' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados
'Primer Arma' :
Resultados :
'Primer Arma' :
Resultados :
PÍDEME ROL + MP
- We are Enjoy the Silence 4.0:
Nueve años matando zombies... Y no nos cansamos. ¡GRACIAS A TODOS!
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